El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu (Juan 3:8).
Dejé todo y regresé a Lérida: el trabajo, la seguridad social, mi familia, mi novia, la congregación y mi cuenta bancaria. Los últimos ahorros los utilicé para pagar mis estudios y comprar una Biblia nueva y 25 Nuevos Testamentos para regalar en la evangelización. Me sentía andando por encima de las aguas. Notaba en mi interior que el Señor me sostenía. Nadie a mí alrededor comprendía lo que estaba haciendo. Pero yo leía en el evangelio que los discípulos cuando oían la voz de Jesús lo dejaban todo y le seguían. Ese fue el llamado para mí.
Los estudios duraban seis meses, era una Escuela Bíblica reducida y concentrada. Al poco de llegar me propuse buscar al Señor para que me indicara cual sería el próximo paso a dar. Todas las mañanas bajaba solo a orar a la sala donde se impartían las clases. Tenía paz en mi corazón. Mi novia en Salamanca, que trabajaba en una empresa japonesa y seguía congregándose en la misma asamblea, comenzó a ser un apoyo en la distancia. Había estado a punto incluso de abandonar cinco años de noviazgo, pero el Señor no lo permitió. Llevamos casados más de treinta años.
Pasados los primeros meses de estudio llegó como maestro un misionero sueco para dar el tema sobre el Espíritu Santo y los dones. Venía avalado por una experiencia misionera amplia en Bolivia, donde había hecho un gran trabajo de plantación de nuevas iglesias. Un día, al final de un culto donde este misionero predicaba, se acercó a donde yo estaba e impuso sus manos sobre mí. Fue muy sencillo y normal, pero el impacto que causó en mi interior fue espectacular. Una liberación interior comenzó a fluir dentro de mí que me cambió por completo. Noté rápidamente que algo se había roto en mi carácter, aquello que me impedía la libertad que ansiaba.
Amaba a Jesús. Predicaba en las calles. Leía con verdadera pasión las Escrituras, participa de los cultos con deleite, pero el caparazón que envolvía mi hombre nuevo no tenía la libertad que anhelaba. Un gozo nuevo liberó mi forma de expresarme. Todos se dieron cuenta de mi cambio. Ahora comprendía algo más el camino por donde el Señor me había traído. Quedé unido con este misionero sueco. Nuestras vidas quedaron entrelazadas para los próximos 13 años. El siguiente paso fue casarme y comenzar a trabajar en una obra pionera en la provincia de Toledo.
Andar en obediencia a la voluntad de Dios es un misterio que el Espíritu Santo revela para saber interpretarlo en cada etapa de nuestras vidas.