Fundamentos bíblicos para la vida cristiana
MANUAL (2) – Cómo edificar sobre el cimiento
Una vez que hemos puesto el cimiento de este encuentro personal con Cristo en nuestra propia vida, ¿cómo podemos continuar edificando sobre este cimiento? La respuesta se encuentra en la bien conocida parábola del hombre sabio y del insensato, que construyeron cada uno su casa: Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. Mateo 7:24-27
Observe que la diferencia entre estos hombres no radica en las pruebas a que fueron sometidas sus casas. Cada casa tuvo que soportar la tormenta: el viento, la lluvia y la inundación. El cristianismo nunca ofreció a nadie un pasaje al cielo libre de tormentas. Por el contrario, se nos advierte que es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios (Hechos 14:22). Cualquier camino “Al Cielo” que eluda las tribulaciones es un engaño. No conducirá al destino prometido. Entonces, ¿cuál fue la diferencia vital entre los hombres y sus casas? El hombre prudente edificó sobre un cimiento de roca; el insensato, sobre uno de arena. El prudente construyó de manera que su casa soportara segura e inconmovible la tormenta; el insensato, de forma que su casa no pudo resistirla. La Biblia — Cimiento de la fe ¿Qué debemos entender con esta metáfora de edificar sobre una roca?»
La Biblia — Cimiento de la fe
¿Qué debemos entender con esta metáfora de edificar sobre una roca? ¿Qué significa para cada uno de nosotros los cristianos? Cristo mismo lo deja bien claro: Cualquiera pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Mateo 7:24 Por consiguiente, edificar sobre la roca significa escuchar y hacer lo que Cristo dice. Una vez puesto el fundamento —Cristo la Roca— en nuestra vida, edificamos sobre ese cimiento oyendo y cumpliendo la palabra de Dios; estudiando y aplicando diligentemente en nuestra vida las enseñanzas de la palabra de Dios. Por eso Pablo dijo a los ancianos de la iglesia en Éfeso: Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros… Hechos 20:32 La palabra de Dios, y únicamente su palabra —conforme la oímos y la cumplimos, la estudiamos y la aplicamos— es capaz de levantar dentro de nosotros un edificio de fe fuerte y seguro asentado sobre el fundamento del mismo Cristo. Esto trae a colación un tema de suprema importancia en la fe cristiana: la relación entre Cristo y la Biblia, y, por lo tanto, la relación de cada cristiano con la Biblia.
En sus páginas, la Biblia declara ser la “palabra de Dios”. Por otra parte, numerosos pasajes dan a Jesucristo mismo el título: “el Verbo (o Palabra) de Dios”. Por ejemplo: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Juan 1:1 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre)… Juan 1:14 [Cristo] estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Apocalipsis 19:13 Esta identificación de nombre, revela una identificación de naturaleza. La Biblia es la palabra de Dios, y Cristo es el Verbo de Dios. Cada cual por igual es una revelación de Dios, autorizada y perfecta. Cada uno concuerda con el otro a la perfección. La Biblia revela perfectamente a Cristo; Cristo cumple con exactitud la Biblia. La Biblia es la palabra escrita de Dios; Cristo es la palabra encarnada de Dios. Antes de su encarnación, Cristo era el Verbo eterno con el Padre. En su encarnación Cristo es el Verbo hecho carne. El mismo Espíritu Santo que revela a Dios mediante su palabra escrita, también revela a Dios en el Verbo hecho carne, Jesús de Nazaret.
La prueba del discipulado
Si en este sentido Cristo es perfectamente uno con la Biblia, se deduce que la relación entre el creyente y la Biblia tiene que ser la misma que su relación con Cristo. La Escritura da testimonio de esto en muchos lugares. Veamos primero en Juan 14. En este capítulo Jesús advierte a sus discípulos que él está a punto de separarse de ellos en su presencia física, y que de ahí en adelante habrá un nuevo género de relación entre él y ellos. Los discípulos no pueden ni quieren aceptar este cambio inminente. En particular no pueden comprender cómo, si Cristo está a punto de irse, podrán verlo o tener comunión con él. Cristo les dice: Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis. Juan 14:19 La frase final de ese versículo también puede traducirse: “pero vosotros seguiréis viéndome.” Debido a esta declaración Judas (no el Iscariote, sino el otro) pregunta: Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Juan 14:22
En otras palabras: “Señor, si te vas y si el mundo no te verá más, ¿cómo puedes todavía manifestarte a nosotros, tus discípulos, pero no a los que no son discípulos tuyos? ¿Qué clase de comunicación mantendrás con nosotros, que no estará abierta al mundo?” Jesús contesta: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. Juan 14:23 La clave para comprender esta respuesta se encuentra en la frase mi palabra guardará. La marca distintiva entre el verdadero discípulo y una persona del mundo es que un verdadero discípulo cumple la palabra de Cristo. En la respuesta de Cristo se revelan cuatro hechos de vital importancia para toda persona que sinceramente desea ser cristiana. Para que quede claro, repetiré la contestación de Jesús: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. Juan 14:23
He aquí cuatro hechos vitales:
- Guardar y cumplir la palabra de Dios es la característica suprema que distingue al discípulo de Cristo del resto del mundo.
- Guardar la palabra de Dios es la prueba suprema del amor del discípulo por Dios y la causa suprema del favor de Dios por el discípulo.
- Cristo se manifiesta al discípulo a través de la palabra de Dios, cuando es guardada y obedecida.
- El Padre y el Hijo vienen a la vida del discípulo y establecen su morada permanente con él a través de la palabra de Dios.
La prueba del amor
Junto a esta respuesta de Cristo, pondré las palabras del apóstol Juan: El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. 1 Juan 2:4-5 De estos dos pasajes se desprende que es absolutamente imposible sobreestimar la palabra de Dios en la vida del creyente cristiano. En resumen, guardar la palabra de Dios es lo que le distingue a usted como discípulo de Cristo. Esta es la prueba de su amor por Dios. Es la causa del favor especial de Dios hacia usted. Es el medio en que Cristo se le manifiesta, y Dios el Padre y el Hijo vienen a su vida y hacen su morada con usted. Dicho de otra manera: Su actitud hacia la palabra de Dios es su actitud hacia el mismo Dios. No amará a Dios más de lo que ama su palabra. No obedecerá a Dios más de lo que obedece su palabra. No honrará más a Dios de lo que honra su palabra. No dará más lugar a Dios en su corazón y en su vida del que da a su palabra. ¿Quiere saber cuánto significa Dios para usted? Pregúntese: ¿Cuánto significa para mí la palabra de Dios? La respuesta a esta segunda pregunta es también la respuesta a la primera. Para usted Dios significa tanto como su palabra… ese tanto, y no más.
Medios de revelación
Hay, en todos los sectores de la Iglesia cristiana de hoy, una conciencia general y creciente, de que hemos entrado en el período profetizado en Hechos 2:17-18. Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestro jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Humildemente doy gracias a Dios porque en los últimos años he tenido el privilegio de experimentar y observar en persona derramamientos del Espíritu en cinco continentes —África, Asia, Europa, América y Australia— donde se ha cumplido repetidas veces cada detalle de esta profecía. En consecuencia, creo firmemente en la manifestación bíblica en estos días de todos los nueve dones del Espíritu Santo; creo que Dios habla a su pueblo creyente mediante profecías, visiones, sueños y otras formas de revelación sobrenatural.
Sin embargo, sostengo firmemente que la Escritura es el medio supremo y autorizado por el cual Dios habla a su pueblo, se revela a su gente, la guía y la dirige. Sostengo que toda otra forma de revelación tiene que ser probada muy cuidadosamente remitiéndose a la Escritura y aceptadas sólo mientras estén de acuerdo con las doctrinas, preceptos, prácticas y ejemplos mostrados en la Biblia. Se nos dice: No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno. 1 Tesalonicenses. 5:19-21 Está mal, por lo tanto, apagar cualquier manifestación genuina del Espíritu Santo. Es un error despreciar las profecías dadas por medio del Espíritu Santo. Mas por otra parte, es vitalmente necesario examinar cualquier manifestación del Espíritu, o profecía, refiriéndola a las normas de la Escritura y después retener —aceptar— sólo las que estén totalmente de acuerdo con estas normas divinas. Una vez más, en Isaías se nos advierte: ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido. Isaías 8:20
Por consiguiente la Biblia —la palabra de Dios— es la norma suprema por la que tiene que juzgarse y examinarse todo lo demás. No puede aceptarse doctrina, práctica, profecía ni revelación alguna que no esté en concordancia completa con la palabra de Dios. Ninguna persona, grupo, organización ni iglesia tiene autoridad para cambiar, pasar por alto o apartarse de la palabra de Dios. En cualquier aspecto o grado en que una persona, grupo, organización o iglesia se aparte de la palabra de Dios, en ese aspecto y a tal grado están en tinieblas. No hay luz en ellos.
Vivimos tiempos en los que es cada vez más necesario realzar la supremacía de la Escritura sobre toda otra fuente de revelación o doctrina. Ya nos hemos referido al gran derramamiento mundial del Espíritu Santo en los últimos días y a las diversas manifestaciones sobrenaturales que acompañarán a ese derramamiento.
Pero la Escritura también nos advierte que, paralelamente a esta cada vez mayor actividad y manifestación del Espíritu Santo, habrá un aumento en la actividad de las fuerzas demoníacas, que siempre buscan oponerse al pueblo de Dios y a los propósitos de Dios en la tierra.
Refiriéndose a este período Cristo mismo nos advierte: Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo he dicho antes. Mateo 24:23-25
De la misma forma nos advierte el apóstol Pablo: Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad. 1 Timoteo 4:1-3
Pablo aquí nos pone sobre aviso de que en estos días habrá gran incremento en la propagación de falsas doctrinas y cultos y que la causa invisible detrás de ellos será la actividad de espíritus y demonios engañadores. De ejemplos, menciona las doctrinas y prácticas religiosas que imponen formas antinaturales y antibíblicas de ascetismo con respecto a la dieta y a la relación matrimonial normal. Pablo indica que la salvaguardia contra el ser engañado por estas formas de errores religiosos es creer y conocer la verdad —es decir, la verdad de la palabra de Dios.
Por medio de esta norma divina de la verdad somos capaces de detectar y rechazar todas las formas de error y engaño satánico. Pero para quienes profesan una religión, sin fe y sin conocimiento sanos de lo que enseñan las Escrituras, éstos son realmente días muy peligrosos. Necesitamos aferrarnos a un gran principio guía establecido en la Biblia, que es: La palabra de Dios y el Espíritu de Dios siempre deben obrar juntos en perfecta unidad y armonía. Jamás debemos divorciar la palabra del Espíritu o el Espíritu de la palabra. No es el propósito de Dios que la palabra obre alguna vez separada del Espíritu o el Espíritu aparte de la palabra. Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, Y todo su ejército por el aliento de su boca. Salmo 33:6 (BLA).
El término traducido aquí “aliento” es en realidad la palabra hebrea que normalmente se usa para “espíritu”. No obstante, el uso de la palabra “aliento” sugiere una hermosa figura de la operación del Espíritu de Dios. Cuando la palabra de Dios sale de su boca, su Espíritu —que es su aliento— sale con ella. En nuestro nivel humano, cada vez que abrimos la boca para pronunciar una palabra, nuestro aliento necesariamente sale junto con ella. Así mismo sucede con Dios. Cuando la palabra de Dios sale, su aliento —es decir, su Espíritu— también va. De esta forma, la palabra de Dios y el Espíritu de Dios siempre están juntos, perfectamente unidos en una sola operación divina. Vemos ilustrado este hecho, que el salmista nos recuerda, en el relato de la creación. En Génesis leemos: El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Génesis 1:2
En el siguiente versículo leemos: Y Dios dijo: Sea la luz, y fue la luz.
La palabra de Dios salió; Dios pronunció la palabra luz. Y cuando la palabra y el Espíritu de Dios se juntaron, tuvo lugar la creación, la luz vino a existir y el propósito de Dios se cumplió. Lo que sucedió en aquel gran acto de creación todavía sucede en la vida de cada individuo. La palabra de Dios y el Espíritu de Dios al unirse en nuestra vida, contienen toda la autoridad y el poder creadores de Dios mismo. A través de ellos Dios provee por cada necesidad y produce su perfecta voluntad y plan para nosotros. Pero si los divorciamos —buscando el Espíritu sin la palabra, o estudiando la palabra sin el Espíritu— nos desviamos y perdemos de vista el plan de Dios.
Buscar las manifestaciones del Espíritu separadas de la palabra terminará siempre en insensatez, fanatismo y error. Profesar la palabra sin el impulso del Espíritu produce únicamente ortodoxia y formalismo religiosos muertos e impotentes.