Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu (2 Corintios 3:18).
La obra santificadora del Espíritu desemboca en una transformación evidente a la imagen de Jesús. Esta transformación también es llevada a cabo mediante el Espíritu del Señor. Ser transformados a la semejanza de Jesús es el final de la salvación, iniciada por Dios y culminada por Él mismo. De principio a fin la salvación, santificación y transformación es obra de Dios. Dios es poderoso para guardarnos sin caída, y presentarnos delante de su gloria con gran alegría (Judas 24). El que comenzó la obra en vosotros la perfeccionará, hasta el día de Cristo (Fil.1:6).
El evangelio es poder de Dios para salvar (Ro.1:16). La impotencia de muchos creyentes en entender esta salvación tan grande es que fundamentan la obra sobre su propia voluntad y capacidades para mantenerse fieles a Dios. La salvación es de Dios y contiene el poder de Dios para realizar todo el proceso hasta el día final. El poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad. Para los hombres esto es imposible, pero para Dios no, porque todas las cosas son posibles para Dios.
Esto no excluye nuestra obediencia y entrega al pacto. Es una fusión, una unidad indisoluble. El que se une al Señor es un espíritu con él. Nadie podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús. Ahora bien, debemos entender que hemos sido llamados a un pacto, no a un compromiso. Hemos sido llamados a la muerte con Jesús, a la sepultura con él, a la resurrección con él, a la exaltación con él y a la glorificación con él. Esta es la totalidad de la unidad que existe entre el creyente y Cristo. Todo ello realizado en el poder del Espíritu Santo, de principio a fin.
El Señor conoce a los que son suyos, «son suyos»; y todo aquel que invoca el nombre del Señor se aparta de iniquidad. Quiere agradar a aquel que lo tomó por soldado. Pablo dijo: «Esta noche ha estado conmigo el ángel de quién soy, y a quién sirvo». Somos propiedad de Dios. Si Dios no es poderoso para guardarnos ¿quién lo será? Nuestro destino es ser semejantes a Jesús mediante un proceso gradual de santificación y transformación que nos introduce en la plenitud con Cristo. Esta es la fe del evangelio. Esta es la obra del Espíritu en nosotros. Hay seguridad. Caminamos hacia la ciudad celestial en la que viviremos como hombres glorificados, levantados de la muerte, semejantes al Hijo de Dios.
La transformación por el Espíritu Santo nos introducirá en el día cuando seremos glorificados, a la semejanza de Cristo, por toda la eternidad.