Y al no estar de acuerdo entre sí, comenzaron a marcharse después de que Pablo dijo una última palabra: Bien habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio de Isaías el profeta… Sabed, por tanto, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. Ellos sí oirán. Y cuando hubo dicho esto, los judíos se fueron, teniendo gran discusión entre sí (Hechos 28:25-29).
Tenemos a Pablo en la capital del Imperio Romano. Vive en una casa alquilada durante dos años predicando el reino de Dios. El viaje hasta allí estuvo marcado por una cadena de aflicciones continuadas. Se había cumplido el testimonio que el Espíritu Santo había dado que le esperaban prisiones y aflicciones. Sin embargo, el Señor le libró y ahora se encuentra en Roma donde el apóstol siempre había querido llegar. Tal vez el viaje no fue como él imaginó pero al fin y al cabo allí estaba. Los últimos capítulos del libro de Hechos narran con todo lujo de detalle este episodio de la vida de Pablo.
La predicación del evangelio comenzó en Jerusalén, donde surgió una gran congregación de discípulos que llevaron el mensaje a otras ciudades. Ahora el apóstol de los gentiles está en la capital del mundo gentil. Los judíos de Roma se mostraban reacios al evangelio, Pablo se esforzó en persuadirles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas. Algunos eran persuadidos con lo que se decía, pero otros no creían (Hch.28:23-25). Cuando el grueso de los que vinieron a oírle comenzó a marcharse, el antiguo discípulo de Gamaliel los despidió con estas palabras: «Bien habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio de Isaías el profeta, diciendo: el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible, y con dificultad oyen con sus oídos; y sus ojos han cerrado».
La puerta del evangelio a los judíos iba cerrándose —por el endurecimiento de su corazón— y la de los gentiles se abría cada vez más. Comenzaba así lo que en la Biblia se conoce como el tiempo de los gentiles. Un tiempo donde el evangelio alcanzaría a las naciones gentiles, y el pueblo de Israel se enrocaría sobre la Toráh y la sinagoga (una vez destruido el templo en el año 70 d.C.) alejada del mesianismo de Jesús, aunque fue en la capital de Judea donde tuvo su origen la proclamación de la buena nueva. Fue allí donde el Espíritu Santo había descendido, pero ahora Roma y otras ciudades (Antioquia, Éfeso, Alejandría) tomarían el relevo en la propagación del evangelio del reino. Pablo lo expuso a la comunidad judía de Roma con estas palabras: «Sabed, por tanto, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. Ellos sí oirán»
El viaje de Pablo a Jerusalén y de aquí a Roma es una señal de cómo iba a cambiar el centro del evangelio de los judíos al mundo gentil.