Mas el fruto del Espíritu es… paz… (Gálatas 5:22).
La paz se hizo añicos desde el día cuando el primer hombre eligió emanciparse del Creador. A través de Adán el pecado entró en el mundo, y desde ese mismo momento la guerra hizo su aparición en el ámbito familiar. Caín mató a Abel y la paz del primer hogar fue trastornada. Las pasiones de la carne, mediante la naturaleza caída, dieron lugar a todo tipo de ambiciones y codicias que hacen imposible la paz real. La paga del pecado es muerte; más el fruto del Espíritu es vida y paz. No solo se truncó la paz entre los hombres, sino que se levantó un muro de separación entre Dios y sus criaturas que hizo imposible la armonía.
La buena nueva está en que Jesús nos ha reconciliado mediante la sangre de su cruz, por tanto, justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios (Ro.5:1). También se levantó una pared intermedia de separación entre judíos y gentiles; la cruz de Cristo la derribó, junto con las enemistades, para crear un nuevo hombre, nacido del Espíritu, estableciendo así la paz, reconciliando con Dios a los dos en un cuerpo por medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a las enemistades (Ef. 2:13-16).
La paz, como fruto del Espíritu, es parte del reino de Dios, porque el reino de Dios no es comida, ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu (Ro.14:17). Jesús trajo esa paz del cielo: «La paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como el mundo la da» (Jn. 14:27). Le dijo a los suyos: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz» (Jn.16:33). Por tanto, hablamos de una paz que está vinculada a Jesús y que es fruto del Espíritu.
La paz de Dios que sobrepasa a todo entendimiento nos libra de la ansiedad y las preocupaciones habituales en el mundo (Fil. 4:6,7). Viene del mismo cielo, de la naturaleza de Dios, el Dios de paz (1 Tes.5:23) y amor (2 Co.13:11). Jesús es el príncipe de paz (Isaías 9:6), pero tuvo que atravesar el valle de sombra de muerte para levantarse victorioso sobre la muerte y su poder, habiendo obtenido redención eterna para todos los que se acercan a él. Paz en medio de la tormenta.
Jesús se presentó a los suyos con este mensaje una vez resucitado de entre los muertos: «Paz a vosotros» (Lc. 24:36). Esto lo hizo en diversas ocasiones pero el saludo fue el mismo: «Paz a vosotros» (Jn.20:19-21,26). Es la paz de Dios establecida en el corazón de sus hijos para que sean pacificadores en un mundo lleno de violencia. Bienaventurados los pacificadores, serán llamados hijos de Dios.
El fruto de aquellos que están llenos del Espíritu es la paz que sobrepasa todo entendimiento.