Porque los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu… la mente puesta en la carne es muerte… la mente puesta en el Espíritu es vida y paz… la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios (Romanos 8:5-8).
El apóstol está confrontando los dos estados de la persona: los que viven y ponen su mente en las cosas de la carne, y aquellos que viven bajo el régimen del Espíritu poniendo sus pensamientos bajo el dominio del Espíritu de Dios. El estado de la persona que vive bajo los designios de su mente carnal produce muerte. Por su parte el que vive en el Espíritu disfruta de vida y paz. La mente puesta en los pensamientos carnales se opone a Dios, no guarda su ley, ni siquiera puede hacerlo, y no puede agradar a Dios.
El concepto «carne» tiene que ver con el hombre no renacido. Aquel que vive por sus propias capacidades, opuesto a Dios, que se dirige por sus propios designios y capacidades intelectuales, vive bajo su propia potencialidad, ajeno a la vida de Dios, solo piensa en lo terrenal, cuyo dios es su vientre, está orientado hacia sus propias pasiones y deleites, sin vida trascendente, solo material. Jesús le dijo a un buen representante de lo que estamos diciendo: Necio, hoy vienen a pedir tu alma, y lo que has provisto ¿de quién será? Fue la respuesta a un hombre que solo atesoró para una vida terrenal, sin proyección eterna.
Por su parte, el estado de aquellos que han entrado en el régimen del Espíritu, viven, piensan y actúan guiados por una nueva ley en sus corazones, la ley del Espíritu de vida en Cristo. Es el nuevo pacto. Escribiré mi ley en sus corazones, y no tendrán un corazón de piedra, sino que les daré un corazón de carne. Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Su fundamento es la autosuficiencia, el orgullo humano, se burlan de la ley de Dios porque no pueden cumplirla, todos sus pensamientos están orientados hacia sí mismos. El hombre que agrada a Dios confía en Dios. Tiene fe y dependencia del Hacedor de todas las cosas. Sin fe es imposible agradar a Dios. La fe le agrada y por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Hoy la fe ha venido a ser un signo de debilidad, debilidad para el hombre carnal, pero para el que vive en el Espíritu vida y paz.
El hombre lucha por un régimen de libertades políticas y sociales, está bien, pero hay un régimen superior, el del Espíritu, que nos da vida y paz.