Sin embargo, vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de El… Pero si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros (Romanos 8:9,11).
Nuestra sociedad politizada habla a menudo de Estado del bienestar, régimen de libertades, un Estado centralista o descentralizado. El Estado viene a ser la realidad de una nación con sus leyes, territorio, cultura, historia, lenguas y costumbres, incluso la religión, aunque vivimos en tiempo de los estados laicos y modernos. Todo ello nos indica la importancia que tiene el estado de una nación, sí, también tenemos el debate sobre el estado de la nación.
El Estado nos da garantías de protección, conciencia de pueblo, identidad, tiene sus propios símbolos que identifican a todos sus ciudadanos, aunque en el caso de España vivamos tiempos convulsos en este sentido, y algunos no respetan ni las señas de identidad de un pueblo: la bandera, el himno, su historia y cultura, el idioma, y hacen todo lo posible por destruirlo ¿con qué fin? derribar un Estado para formar otro que se ajuste más a sus deseos. Cuando un pueblo no tiene conciencia de Estado, de nación conjunta, de leyes a las que someterse, creará otras para hacer lo que mejor le parezca.
El hombre renacido debe saber y tener conciencia de su estado. Ahora no está en la carne, sino en el Espíritu. Ha nacido del Espíritu para pertenecer a un nuevo estado o régimen del Espíritu, a un nuevo pueblo con sus leyes. Sin esta conciencia de pertenencia es fácil cambiar de estado y regresar al anterior, al estado del hombre carnal que siempre merodea alrededor como lo vimos en el caso de los edomitas y amalecitas.
La realidad del Espíritu de Dios en nosotros nos da la certeza de pertenecer a Jesús, por tanto, a otro reino, el reino de Dios. Esa verdad firme en el corazón nos llevará a una nueva forma de vida conforme al Espíritu. Ese Espíritu fue el que resucitó a Jesús de los muertos, y que actuará también sobre nuestros cuerpos mortales para vivificarlo y transformarlo a su imagen. El Espíritu de Dios en nosotros nos da conciencia de vivir en un nuevo régimen, pertenecer a un nuevo estado de hijos redimidos, formando una nación santa para manifestar el carácter de aquel que nos amó.
Estamos en el Espíritu, por tanto, vivimos y andamos por el Espíritu.