No pretendo ser exhaustivo, ni exponer una exégesis amplia sobre los temas que trataré en este libro. Lo que haré será reflexionar sobre: el gobierno de la iglesia, liderazgo y predicación del evangelio, la unción, el diezmo, los sueños y la cruz.
Usar conceptos errados es una forma de pervertir la enseñanza de la Palabra de Dios. Si una verdad viene a tener otro significado, aunque usemos el término correcto, el mensaje está desvirtuado por el uso indebido. La práctica de los hechos consumados en algunos casos pervierte el sentido original y por tanto su desarrollo viene a ser equívoco.
En buena medida hemos levantado un sistema religioso con términos correctos pero con un uso inadecuado. No es nada nuevo. Cuando se levantó el becerro de oro al poco de salir de Egipto, los israelitas dijeron: estos son vuestros dioses que os sacaron de Egipto… Aarón edificó un altar delante del becerro y dijo: mañana será fiesta para JHWH… y se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse (Exodo 32:4-6). Usaron el nombre de Dios que los había sacado de la esclavitud con otra forma de adorar, al estilo idólatra, pero con los términos correctos. Al torcer las Escrituras se tuercen los pensamientos y contaminan la práctica.
Básicamente tenemos un modelo de culto donde son unos pocos los que actúan; la mayoría son espectadores, sin embargo la Biblia nos muestra claramente que todos hemos recibido dones para usarlos en beneficio del cuerpo. Que cuando nos reunimos cada uno tiene algo para dar con el fin de edificar a los demás (cf. 1 Co.14:26). Cada uno aporta en la edificación mutua. Esa debería ser nuestra práctica, sin embargo, no es así, aunque lo llamemos culto. Los dones no fluyen y la libertad del Espíritu está controlada por los profesionales de la religión.
A lo largo de más de 36 años de vida cristiana he sido actor y espectador a partes casi iguales. Uso estos términos pensando en el espectáculo en que se han convertido muchos cultos. Siendo espectador pude apreciar y ver en otros mis propios errores y excesos. He vivido tiempos de verdadero arrepentimiento por los errores cometidos y la arrogancia disfrazada de libertad espiritual. He visto repetir paso a paso en otros pastores lo que yo mismo defendí en su día como un modelo intocable y asimilado con verdadera convicción. Es un modelo heredado al estilo de la herencia del pecado de Jeroboam. Un modelo piramidal con el levantamiento de un grupo de elegidos para imponer, dominar y enseñorearse de la grey bajo la bandera de «los ungidos», «el líder», «la unción».
Con ello no estoy oponiéndome ni al liderazgo, ni a las visiones, ni al ungimiento concreto para una tarea que Dios da. Denuncio el uso y abuso que se hace de estos términos para ejercer dominio e imponer un sometimiento ajeno al espíritu evangélico. No todas las iglesias han caído en estos excesos, ni todos los pastores. Hay iglesias con modelos de gobierno distintos que tienen sus propios excesos, errores o aciertos.
El Señor me ha permitido estar como Jeremías de «observador» y «examinador» (Jer.6:27 LBLA). He podido apreciar con muchísimo dolor en mi corazón algunos ejemplos disparatados que me afirman en la intensidad de mis apreciaciones, muchas de ellas las iré desgranando a lo largo de este libro. También el profeta Habacuc estuvo en su puesto de guardia; sobre la fortaleza afirmó el pie, y veló para ver lo que se le decía, y qué había de responder tocante a su queja. El Señor le respondió y le dijo: escribe la visión (cf. Habacuc, 2:1,2). Después el profeta oró a Dios con temor y temblor diciendo: aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos hazla conocer (Habacuc, 3:1,2).
Podemos autocomplacernos con engaños de lo bien que estamos como iglesia, pero la realidad general es que vivimos tiempos de decadencia espiritual; de gran debilidad en la vida de oración; de frio glacial en el amor y tenemos dosis excesivas de indiferencia y pasividad, de permisividad y conformismo al sistema de este siglo y sus valores.
Vivimos un exceso de decepciones a todos los niveles; de egoísmo y centralismo que solo nos deja tiempo para nosotros, lo nuestro y aquello que nos reporta autoestima, autorrealización personal; en definitiva una vida hedonista. Creyendo ser ricos, como la iglesia de Laodicea, hemos perdido el sabor en muchos casos y nuestra insipidez la queremos corregir con una verdadera dosis de rendición al relativismo moral que nos circunda para mendigar un poco del brillo de Babilonia, alejándonos de Jerusalén.
Mi anhelo y oración a Dios, el Dios de Israel, es que este libro pueda servir como una exhortación de lo que he visto y oído. Como la enésima advertencia a mis hermanos desde el temor de Dios y el respeto a todos los miembros del Cuerpo de Cristo. Desde el Cuerpo y para el Cuerpo.