Volvamos a leer el pasaje donde Jesús enseña la importancia de tener un buen ojo, dice así:
«Nadie pone en oculto la luz encendida, ni debajo del almud, sino en el candelero, para que los que entran vean la luz. La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas. Mira pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas. Así que, si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor» (Lucas 11:33-36).
La Lámpara del cuerpo es el ojo. Si la lámpara es buena veremos bien, si fuera mala nuestra visión se distorsionará. En ocasiones usamos la expresión, “depende de los ojos con que lo mires“, para llegar a un punto de entendimiento con otras personas. Es decir, si miramos con los mismos ojos veremos lo mismo; si lo vemos con visiones opuestas llegaremos a la contienda. ¿Cuáles son los ojos buenos? Sin lugar a duda los de Dios; los pensamientos de Dios; Su palabra debe guiar nuestra visión. “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo JHWH. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is.55:8,9). “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal. 119: 105).
En el Nuevo Pacto Dios coloca esos ojos en nuestro espíritu por medio de Su Espíritu para guiarnos a Su voluntad, Sus visiones, Sus obras, Sus caminos (cf. Pr.20:27) (cf. Ez.36:26-27) (cf. 1Co.2:12). El ojo bueno trae luz sobre todo el cuerpo; produce vida y sanidad y conoce la voluntad de Dios. El ojo malo atrae las tinieblas sobre todo el ser, produce engaños, tristeza, depresión, inseguridad, enfermedad y confusión. No podemos menospreciar las advertencias de Jesús y dejar vagar nuestra mirada de forma indisciplinada, puesto que existe un reclamo continuo para captar nuestra atención visual y hacernos caer de nuestra firmeza. Captemos la visión de Jesús.
Jesús es nuestro equilibrio en todo campo de nuestra vida. Él vivió una vida de visión clara y nunca se apartó de ella. Cuando el Maestro les dijo a sus discípulos: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt.4:19), les estaba dando las claves para el éxito según Dios. En la expresión “venid en pos de mi” está implícito en el original el siguiente mensaje: “tened mi visión, usar mis métodos”. Pues bien, la pregunta es sencilla ¿Cuál era la visión de Jesús? ¿Dónde ponía su mirada? Veamos algunos ejemplos:
1. En los futuros discípulos. “Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó” (Mateo 4:18-21).
2. En las multitudes. “Viendo la multitud, subió al monte… y abriendo su boca les enseñaba” (Mt. 5:1). “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mt.9:36). “Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mt. 14:14). La visión de Jesús es una visión de multitudes para enseñar, de enviar a sus obreros a suplir sus necesidades y sanarlas.
3. En la cosecha. Esa visión fue la que transmitió a sus discípulos cuando les dijo: “¿No decís vosotros: aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Juan, 4:35).
4. Los enfermos y necesitados. “Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre. Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía” (Mt.8:14). “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento…” (Jn.9:1).
5. Los que tienen fe. “Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados” (Mt.9:2).
6. Las cosas de arriba: El cielo. “Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo, 16:22,23).
7. Las cosas de arriba: la voluntad del Padre. “Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Jn. 5:19). “Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre” (Jn. 8:38).
En síntesis podemos decir que la visión de Jesús era hacer la voluntad del Padre. Él enfatizó una y otra vez que había venido para hacer la voluntad del Padre, esa era su comida: hacer la voluntad del que le envió y acabar su obra. Y la cumplió en su plenitud. Al orar al Padre antes de encarar la cruz dijo: “Padre, te he glorificado en la tierra y he acabado la obra que me diste que hiciese” (Jn. 17:4).
Este es el secreto para una vida con visión equilibrada en la tierra: poner la mirada en las cosas de arriba (cf. Col.3:1-4). Este fue también el éxito de Moisés; escogió el llamamiento divino antes que las riquezas del mundo, porque su mirada espiritual le conectaba con los resultados eternos de servir a Dios y no con los deleites temporales del pecado (cf. Heb. 11:24-26).
En la nueva vida en Cristo hay también una nueva visión para vivir abandonando los viejos hábitos pecaminosos de nuestros ojos.
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo…” (Efesios 2:1-5).