El ministerio
Cuando hablamos de los ministerios en el ámbito religioso rápidamente acude a nosotros la imagen de una persona de gran reputación y distinción. El ministerio cristiano se ha convertido en muchos casos en un título, en una posición de grandeza y dominio; un puesto de relevancia que se aleja claramente del servicio que debe realizar. La deformación de este concepto es de tal calibre que hemos vuelto a levantar una jerarquía dominante que acapara gran parte de la vida de la iglesia del Señor. Su protagonismo llega a unos niveles realmente preocupantes. Se levantan sedes ministeriales a la mayor gloria del hombre; centrados en el súper-ego de una persona que suele ser narcisista, ególatra, admirado y reverenciado (de aquí viene el título reverendo) por las multitudes, y que suele asomar su verdadera faz cuando se le contradice, no se le apoya incondicionalmente y la sumisión a su liderazgo no es lo suficientemente llamativa. Este concepto de lo que es un ministerio se ha convertido en una gran idolatría de nuestro tiempo. Hay púlpitos donde el predicador se pasea como un verdadero pavo real, luce su plumaje, lo extiende, impresiona, reclama la atención sobre sí mismo y se convierte en el epicentro de la comedia que se está proyectando. Cuando sale del escenario, una vez terminada su función, se aleja, solo se junta con los de su misma categoría. Vive en una especie de urna, como hacía Michael Jackson, para que el oxigeno que respiran los demás mortales no contamine su plumaje y lo deteriore. Algunos casos son realmente esperpénticos.
¿Dónde está en toda esta parafernalia el espíritu de Jesús? O dicho de otra forma, ¿qué compañerismo tiene esta egolatría con aquel que se despojó de su majestad y se hizo siervo para ser nuestro substituto en la cruz del Calvario? Muchos de los llamados ministerios se han convertido en señores, o tal vez, señoritos; han olvidado su antigua condición de miseria y quieren usar el lugar de predominio para ejercer de nuevos ricos. Este pecado está llevando a multitudes de creyentes sencillos y sinceros a depender de este tipo de liderazgo que solo los mantiene en un estado de niñez y dependencia, contrario al propósito de Dios. El apóstol Pablo sufrió dos veces dolores de parto para que Cristo fuera formado en los gálatas (cf. Gá, 4:19). Su meta era que alcanzaran todas las riquezas de pleno entendimiento que hay en Cristo; a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quién están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (cf. Col.2:1-3). Ese es el verdadero propósito de los dones ministeriales dados a la iglesia de Dios, la congregación y familia de Dios: liberar y transmitir los misterios del Reino de Dios para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por todo viento de doctrina, sino que sigamos la verdad en amor. Para que no vivamos una vida espiritual en dependencia de ayos/pedagogos, sino que crezcamos hacia la cabeza, esto es Cristo.
Los profetas Jeremías y Ezequiel denunciaron el abuso de los pastores de Israel; un abuso que tenía como máxima apacentarse a sí mismos, buscar el provecho propio y curar la herida del pueblo con ensoñaciones de su propio corazón. “Profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo…” (Jeremías, 23:32).
Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza, y di a los pastores: Así ha dicho YHWH el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas (Ezequiel, 34:2).
Además tratan con dureza a la grey de Dios, confunden la autoridad con la violencia verbal, que viene a ser un instrumento para enseñorearse y que paraliza en el temor a la congregación. De esta forma muchos quedan heridos, errantes y dispersos; son presa de espíritus de amargura y decepción. Estos pastores tienen como prioridad la edificación de “su reino”; no tienen interés en buscar o preguntar por la salud de las ovejas. Las abandonan sin más cuando salen de su círculo de influencia. Dejan de existir, aunque muchos de ellos hayan dado años de su vida en pro del liderazgo y ministerio que ahora los ignora como difuntos.
No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia. Y andan errantes por falta de pastor, y son presa de todas las fieras del campo, y se han dispersado. Anduvieron perdidas mis ovejas por todos los montes, y en todo collado alto; y en toda la faz de la tierra fueron esparcidas mis ovejas, y no hubo quien las buscase, ni quien preguntase por ellas (Ezequiel, 34:4-6 Cursivas del autor).
Las que quedan en el redil son alimentadas con sueños grandilocuentes, fantasías y alardes de fe que suele ser pura presunción para impresionar a los ciegos por falta de luz. La palabra de Dios es la lámpara que alumbra, pero ésta se predica para apoyar y dar cobertura a los proyectos del líder.
Yo he oído lo que aquellos profetas dijeron, profetizando mentira en mi nombre, diciendo: Soñé, soñé. ¿Hasta cuándo estará esto en el corazón de los profetas que profetizan mentira, y que profetizan el engaño de su corazón? ¿No piensan cómo hacen que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus sueños que cada uno cuenta a su compañero, al modo que sus padres se olvidaron de mi nombre por Baal? El profeta que tuviere un sueño, cuente el sueño; y aquel a quien fuere mi palabra, cuente mi palabra verdadera. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice YHWH. ¿No es mi palabra como fuego, dice YHWH, y como martillo que quebranta la piedra? Por tanto, he aquí que yo estoy contra los profetas, dice YHWH, que hurtan mis palabras cada uno de su más cercano. Dice YHWH: He aquí que yo estoy contra los profetas que endulzan sus lenguas y dicen: El ha dicho. He aquí, dice YHWH, yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo, dice YHWH (Jeremías, 23:25-32 Cursivas del autor).
La predicación de la palabra de Dios con el Espíritu de Dios trae luz y revelación sobre Cristo, sobre los misterios que están escondidos en la plenitud del Mesías. Pone roca bajo nuestros pies. Es trigo que alimenta y da vida. Edifica el hombre interior y le lleva al crecimiento en madurez para llevar fruto que honre a Dios. Es la palabra implantada que salva nuestras almas, que engendra la vida de Dios y libera la verdad que nos hace libres.
En el pasaje de Jeremías citado anteriormente la paja se relaciona con los sueños y el trigo con la palabra verdadera de Dios. Hoy están de moda los sueños, soñar a lo grande, imaginar grandes proyectos, construir edificios ministeriales; y para ello se necesita un pueblo sumiso que los apoya, que da su vida, su tiempo y dinero para realizar el gran sueño del líder. El que no lo hace se opone a la voluntad de Dios, atrae sobre si la ira de Dios y los juicios apocalípticos. La presión y coacción se ejerce desde muchos púlpitos con la compraventa de las bendiciones de Dios. Todo está dirigido a ser bendecido si colaboras con el ministerio, si lo apoyas con generosidad; entonces puedes esperar lo mejor de Dios, la multiplicación de tu economía y el bienestar de tu familia. He conocido a una familia, muy querida por nosotros, que por la enseñanza desequilibrada de la siembra y la cosecha llegaron a la conclusión que si daban cierta cantidad de dinero para la obra de Dios conseguirían cien veces más, por lo tanto, el importe que necesitaban para construir la nueva casa. El resultado no fue el esperado y la decepción el deterioro de la fe.
La Biblia nos enseña el principio de sembrar generosamente para recibir abundantemente, pero cuando forzamos estos principios con un espíritu comercial y de consumo abandonamos el espíritu de la palabra para adentrarnos en el espíritu de este mundo. A menudo es fácil confundirlos y mezclarlos. El apóstol Pablo nos dice que no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido (cf. 1 Co.2:12). No podemos pretender manipular los principios del Reino de Dios sin vivir y actuar por el mismo Espíritu. Tenemos un énfasis desmedido en la necesidad de hacer cosas para ser bendecidos por Dios. Si das el diezmo, Dios te bendecirá. Si asistes a todos los cultos, Dios te bendecirá. Si guardas el día de reposo, Dios te bendecirá. Si apoyas este ministerio, Dios te bendecirá. Si te sometes al pastor, Dios te bendecirá. Si eres bueno y no das problemas en la iglesia, Dios te bendecirá. Y yo me pregunto ¿No estamos completos en Cristo? ¿No nos ha bendecido Dios con toda bendición espiritual en los lugares celestiales con Cristo? ¿No nos ha redimido Jesús de la maldición de la ley, para que la bendición de Abraham nos alcanzase y que recibiésemos la promesa del Espíritu? Entonces ¿por qué la necesidad de este evangelio de obras para alcanzar el beneplácito de Dios?
Las obras siguen a la fe; la fe obra por el amor; el amor cubre multitud de faltas; pero el énfasis sigue siendo: “haz esto y vivirás”. Se quiere producir buen testimonio en el creyente desde la imposición legalista y no desde levantar a Cristo para que sea él mismo quién atraiga a todos a sí mismo (cf. Juan, 12:32). La misión de un predicador, pastor o ministerio es proclamar a Cristo, traer la revelación del misterio que hay en Jesús, sacar a luz las inescrutables riquezas de Cristo, dar el pan de vida, alimentar la grey, echar luz sobre el engaño, la mentira y el pecado para que se produzca la obra de arrepentimiento; pero no desde el monte Sinaí, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas; sino desde el Espíritu que convencerá de pecado, de justicia y de juicio. Esta obra es de Dios y no de la fuerza de voluntad, del énfasis legalista o la bronca del predicador. La obra de Dios en los corazones produce de sí misma el fruto de Dios. La semilla crece en lo hondo de la tierra sin que el sembrador sepa realmente como. La semilla se siembra y Dios le da el crecimiento. Si la semilla es buena y la tierra adecuada el fruto se verá; primero hierba, luego espiga, después grano en la espiga; y cuando el fruto está maduro en seguida se mete la hoz porque la siega ha llegado (cf. Marcos, 4:26-29). En este proceso no hay manipulación de los sentimientos religiosos, no hay imperativos legales, lo que hay es la fuerza de la vida misma que se abre camino desde la muerte a la resurrección; una transformación sobrenatural que no depende de la habilidad de un líder de masas, sino del Autor de la vida misma. Pablo lo dijo así: “Yo sembré, Apolos regó, pero el crecimiento lo da Dios”.
Cuando el corazón está activado con la vida de Dios producirá el fruto de Dios, hará las obras de Dios, que han sido preparadas de antemano para que ande en ellas. El Espíritu Santo mostrará cuándo hay que sembrar abundantemente, invertir en una obra y cuándo debe abstenerse de ello. Hay muchas buenas obras que se pueden hacer, muchos lugares donde se puede invertir económicamente, pero necesitamos la libertad del Espíritu de Dios para hacerlo sin la coacción y manipulación del sistema religioso. Cuando esto es así lo hacemos en fe, con convicción y no guiados por el temor. Hay libertad y gozo al hacerlo. No es un mérito para alcanzar las bendiciones de Dios, sino el resultado de un espíritu sano y vivificado.
En los llamados ministerios de radio y televisión hay siempre una urgencia en el pedir que pareciera que los soportes del Universo se caerán sino apoyamos esa labor. Son una vergüenza algunos de los métodos que se llegan a usar para conseguir fondos a cualquier precio. Uno de los precios más elevados a pagar es el descrédito del evangelio, la mala fama de sus ministros y relacionar la iglesia con un lugar donde van a saquearte. Haríamos bien en recordar la triste página de la Historia donde se predicaban las indulgencias para alcanzar un trocito de cielo y conseguir los fondos necesarios para construir catedrales. ¡Si levantara la cabeza Lutero qué diría de algunos de estos métodos para conseguir fondos hoy!
Lo que llamamos cobertura pastoral
Decimos que el ministerio se ha convertido, en muchos casos, básicamente en una institución dentro de la institución de la iglesia. Los pastores suelen usar términos como: “mi iglesia”, “mi ministerio”; se suele utilizar también la expresión: “la iglesia del pastor…” para referirnos a una iglesia local donde el pastor es la figura central y los miembros están bajo su cobertura espiritual. Instintivamente se eleva al líder de la congregación a una posición de supremacía y dependencia, a quién hay que estar sujetos y obedientes para permanecer bajo los parámetros de su protección; de esta forma nos parece estar seguros y confiados. Este concepto de estar bajo la cobertura de un pastor es ajeno a la realidad del cuerpo de Cristo. La Biblia dice que debemos someternos los unos a los otros en amor; que cada miembro del cuerpo ocupa una función dada por Dios y que ninguna de esas funciones es más relevante que otra, aunque difieren en su manifestación. Entonces ¿por qué parece como si los pastores formaran parte de otro cuerpo, o fueran miembros especiales de los que depende el resto del edificio? ¿Por qué los miembros “inferiores” de la congregación necesitan la cobertura del pastor y éste no precisa del sometimiento a las demás funciones del cuerpo? Parecería que los líderes son una elite aparte, viven en otro nivel, alejados de la necesidad y la función reconocida del resto de los miembros del cuerpo. Por este camino hemos llegado a la doctrina de los nicolaítas (cf. Apc.2:6,15), aquellos que se elevan por encima de los demás para dominar al pueblo, y cuyo representante más conocido es Diótrefes, que aparece en la tercera carta de Juan.
Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia (3 Juan, 9,10).
Claro que necesitamos someternos a los dones ministeriales y reconocer sus funciones en el cuerpo de Cristo; pero de la misma forma, esos dones necesitan someterse a las demás funciones, porque forman parte del mismo cuerpo y todos viven bajo la cobertura de la cabeza que es Cristo. Hemos dividido el cuerpo de Cristo en categorías, castas, y en algunos casos en títulos hereditarios. En tiempos pasados se practicó la simonía (la compra de cargos eclesiásticos). En cualquiera de los casos se trata de hacer de las funciones ministeriales una plataforma de poder y dominio para enseñorearse “bíblicamente” del resto de la grey.
Jesús dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo, 20:25-28).
No estoy diciendo que en la congregación de Dios cada uno va por libre, que no se respete al pastor y que cada cual hace lo que le viene en gana. Estoy diciendo que los dones ministeriales son funciones en el cuerpo de Cristo que necesitan ser reconocidas y aceptadas en su totalidad, no solo las de pastor, profeta, evangelista; sino también los que enseñan, los que practican la hospitalidad, los que hacen misericordia, el que exhorta, los que profetizan y hablan en lenguas con interpretación, etc. etc. En la práctica parece como si solo hubiera un ministerio (servicio), el pastor, y los demás fueran los soportes de apoyo sometidos y bajo la cobertura del líder.
Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría (Romanos, 12:4-8).
Por tanto, la cobertura no es la del pastor sino la del cuerpo. Somos miembros los unos de los unos; nos necesitamos los unos a los otros; nos cuidamos los unos a los otros; nos alegramos los unos con los otros y nos dolemos los unos por los otros. Y todo el cuerpo recibe su fortaleza, ministrados desde la cabeza, que es Cristo, con las diferentes funciones que el mismo Señor ha repartido como él quiso, para que el cuerpo reciba su crecimiento en amor y sea luz del mundo y sal de la tierra. Aquí no hay jerarquías, sino la multiforme gracia de Dios que ha repartido sus dones al cuerpo. Unos han recibido una función; algunos diez talentos, otros cinco talentos y algunos un talento. Todos hemos recibido al menos un don para ministrarlo al cuerpo y desde el cuerpo (cf. 1 Pedro, 4:10).
Cuando el énfasis se pone en los dones de liderazgo normalmente el resto de dones se paralizan o quedan minimizados ante el poderío desplegado. Los miembros más débiles del cuerpo se sienten inútiles y acomplejados en comparación a la prepotencia del que los dirige y quedan estancados, sin acción, solo como espectadores de un gran “avivamiento”. Este modelo ha inmovilizado la acción del cuerpo y provoca su ineficacia; a la vez que hace recaer un peso enorme sobre el pastor de la congregación; que debe realizar (a menudo provocado por él mismo, por su desmesurado protagonismo y centralismo) una tarea ingente para suplir la inactividad del pueblo al que sirve. Un pastor no es un mediador al estilo de la virgen María. No debe adquirir la obsesión de tener que orar con imposición de manos una y otra vez por todos los miembros de la congregación. No debe practicar la dependencia de su liderazgo, sino que los miembros crezcan, maduren y entren al Lugar Santísimo. Todo lo que predica un pastor no es palabra de Dios ex-cátedra (es decir, palabra inspirada adoptada como doctrina definitiva), su predicación debe ser juzgada, probada por las Escrituras y los demás profetas (hermanos maduros si lo prefieres). Los oyentes deben examinarlo todo y retener lo bueno. Claro, hay grados de madurez, no todos tenemos el mismo conocimiento y no todos hemos llegado al mismo nivel espiritual; hay un tiempo para ser niños guiados amorosamente por los padres espirituales, y habrá tiempos de incomprensión al enfoque pastoral porque se da el caso a menudo de que el líder conoce antes el camino por donde hay que andar; para ello han recibido una dimensión mayor de revelación, pero eso no excluye el examen y la meditación sincera de lo que se predica. El apóstol Pablo llegó a Berea, predicó la palabra de Dios, trajo la revelación que Dios le había dado sobre el Mesías y el evangelio, pero esto no fue un impedimento para que los hermanos contrastaran las palabras de Pablo con las Escrituras. El texto bíblico dice que esto fue una actitud de nobleza y no de crítica o desconfianza al mensaje del apóstol.
Inmediatamente, los hermanos enviaron de noche a Pablo y a Silas hasta Berea. Y ellos, habiendo llegado, entraron en la sinagoga de los judíos. Y estos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así. Así que creyeron muchos de ellos, y mujeres griegas de distinción, y no pocos hombres (Hechos, 17:10-12).
Por supuesto que podemos caer también en la crítica y resistencia a la verdad con una actitud de sospecha continua a la predicación; pero estos defectos no excluyen el examen que debe pasar toda predicación. Pablo dijo a Timoteo: “persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido…” Para ser persuadidos, convencidos, debemos examinar cuidadosamente lo que oímos y una vez que estamos persuadidos de la verdad, asimilarla y hacerla nuestra. Este proceso nos dará firmeza frente a los ataques de duda que vendrán de quienes no creen. El Espíritu de Dios nos ha sido dado para guiarnos a toda verdad.
Algunos textos y consideraciones para meditar
No podemos en un libro como este hacer un análisis exhaustivo y en profundidad de estas Escrituras, por lo que mencionaré solamente aquello que me parece más relevante para nuestro estudio.
Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas. ¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos? Procurad, pues, los dones mejores. Más yo os muestro un camino aun más excelente (1 Corintios, 12:27-31).
Somos un cuerpo con diferentes miembros y es Dios quién da las funciones específicas que cada miembro en particular realizará. Una observación sobre “los que hacen milagros”: el sentido más acertado es “milagros”, “obras de poder” (Biblia de las Américas), puesto que no está en la voluntad caprichosa del individuo, sino en la manifestación apropiada del Espíritu. Y “los que sanan” se traduce en la Biblia de las Américas por “dones de sanidad” o “sanidades” con el mismo sentido mencionado antes.
El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor (Efesios, 4:10-16).
El Señor de la iglesia, Jesús, es quién constituye los dones ministeriales a fin de edificarla y perfeccionarla, con la intención de que los santos puedan realizar su ministerio, es decir, el servicio adecuado que edifica el cuerpo de Cristo. El propósito es que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios y alcancemos la plenitud que hay en Cristo. Todos quiere decir los cinco ministerios citados y el conjunto del resto del cuerpo; por tanto, todos los ministerios o servicios forman parte del mismo cuerpo y tienen diferente función. Los dones ministeriales que aparecen en este texto son dados para sacar de la niñez a los creyentes, y llevarlos a un crecimiento en Cristo para no ser engañados y zarandeados por falsas doctrinas. La actividad propia de cada miembro hace que todo el cuerpo (líderes y los demás miembros) sea edificado y reciba su crecimiento del mismo Cristo, que es la cabeza. Por tanto, nuestra dependencia definitiva es de Cristo. La liberación de nuestros dones de servicio (ministerios), operados por la acción de los dones ministeriales, son también una consecuencia de nuestra unión con Cristo. Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros son regalos dados al cuerpo por el mismo Señor.
Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer… (1 Timoteo, 3:1,2).
El término obispo significa supervisor (Biblia de las Américas) y no tiene que ver con un título ostentoso, sino con una función de cuidar la grey de Dios; por ello han de ser personas maduras y de buen testimonio.
En Hechos 20:28 dice el apóstol Pablo: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos (supervisores), para apacentar la iglesia del Señor, la cual el ganó (compró, adquirió) por su propia sangre”. Queda claro que el dueño de la iglesia es el Señor y no otros señores. Jesús fue quién murió y nos compró para ser propiedad suya y no de algún sistema religioso.
Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe… Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso (Hebreos, 13:7,17).
Aquí la Biblia de las Américas traduce el término pastores por guías; nota que habla en pasado, no son en primer lugar los pastores en activo en las iglesias locales, sino aquellos que nos han dejado el testimonio de su fe y conducta para imitarlos. Recuerda que en el capítulo 11 de esta carta de Hebreos, aparece una lista inmensa de muchos de esos guías que nos han precedido en la fe, y que son llamados una gran nube de testigos en el capítulo 12. La idea básica es siempre mostrar dirección a través del ejemplo que nos dan. Como quiera que estos dos pasajes son una buena parte de la plataforma sobre la que ciertos líderes quieren construir “la legalidad” de su dominio sobre la congregación que presiden, nos vamos a detener en la etimología de dos palabras que aparecen en el versículo 17, las palabras “obedecer” y “sujetaos”.
La palabra “obedecer” en castellano, “peitho” en griego, está en voz pasiva y solo significa ser persuadido, inducir a creer por medio de palabras. Hacer amigos o ganar el favor de alguien, ganar la voluntad de alguien, o tratar de conseguirla. Luchar por agradar a alguien. Tranquilizar. Persuadir a alguien a hacer algo. Dejarse persuadir; inducir a creer: tener fe en algo. Creer. “Peitho: Persuadir, ganar, en las voces pasiva y media, ser persuadido, escuchar a alguien… (Hechos 5:40, voz pasiva, “estuvieron de acuerdo”). La obediencia sugerida no por sometimiento a la autoridad, sino resultado de la persuasión.” (W.E. Vine Expository Dictionary of New Testament Words).
La palabra someter es la palabra griega hupeiko, que significa sencillamente ceder. Hupeiko de ninguna manera implica clase alguna de fuerza externa aplicada sobre la persona que cede. Es el acto voluntario de la persona que cede hacia los que se preocupan verdaderamente por él en amor. En el cuerpo de Cristo no puedes demandar que alguien se someta a tu autoridad. Si lo haces estas probando que realmente no tienes ninguna autoridad. No es apto para dirigir el que no es capaz de guiar. Por tanto, podríamos hacer una traducción de Hebreos 13:17 en estos términos más acordes con el sentido de las palabras griegas que acabamos de estudiar.
“Estad persuadidos por vuestros líderes, y tened respeto por ellos porque ellos vigilan por causa de vuestras almas, como teniendo que rendir cuentas, para que al hacerlo, lo hagan con gozo y no con quejas, porque esto no os es provechoso” (Hebreos 13:17).
Como puedes comprobar, no hay nada en este versículo que pudiera implicar una ordenación jerárquica. Los pastores que hacen un buen trabajo, según el propósito que Dios les ha dado, merecen nuestro respeto, reconocimiento, ser persuadidos por ellos y ceder a su influencia porque realizan una labor desde el cuerpo y para el cuerpo; desde la cabeza, Cristo, y para la edificación de los que han sido puestos a su cuidado.
“Os rogamos, hermanos, que reconozcáis (estiméis) a los que trabajan entre vosotros, y os presiden (dirigen) en el Señor, y os amonestan (instruyen); y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra” (1 Tesalonicenses, 5:12).
Las palabras entre paréntesis son de la Biblia de las Américas. Observa que el apóstol Pablo lo pide como un ruego, no es una imposición de sometimiento obligada, sino una necesidad de amor por estos amados que realizan un servicio ejemplar al cuerpo de Cristo.
Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes (1 Pedro 5:1-5).
Aquí tenemos el sentir que debe haber en aquellos que ejercen una labor ministerial: la grey es de Dios, por tanto hay que cuidarla no por fuerza, sino voluntariamente; es una decisión libre al responder al llamamiento del Señor. La motivación económica no es la clave del servicio, sino el ánimo dispuesto para servir. No ejerciendo señorío y dominio sobre el pueblo, sino mostrando el ejemplo a imitar.
Mi experiencia personal
Desde mi conversión a Cristo en el año 1980 tuve la convicción firme de servir a Dios a tiempo completo. Para mi ese era el único modo posible de concebir la vida cristiana. Lo he hecho intensamente durante doce años; sirviendo en la evangelización, la enseñanza y el pastorado. Pues bien, después de ese tiempo el Señor me habló de salir, su palabra para mí fue: Salida. Pasé dos años de meditación y oración en los que la voz de Dios se hizo cada vez más fuerte y llegó el tiempo de remover, una vez más, los pilares que habían constituido nuestra vida familiar y ministerial. No fue fácil asimilar esta palabra con todo lo que ello significaba. Lo que había sido el verdadero sentido de mi vida, ahora el Señor quería que lo llevara a la cruz para crucificarlo. Fue un duro trabajo para mi, di coces contra el aguijón muchas veces; el ídolo ministerial tenía atrapada mi alma, imaginé opciones y oré por puertas abiertas en otro lugar, hasta que tuve que rendirme y dejar que la muerte actuara en lo que más quería y era el verdadero sentido de mi vida, esperando la resurrección. El vacío de la muerte actuó con toda su fuerza y supe algo de la identidad con Cristo en su muerte, que ahora era la mía.
No era una renuncia al llamamiento de Dios, si no una salida del sistema eclesiástico al estilo babilónico. Mi inconformismo ante la permisividad y la manipulación; decir basta al juego religioso y para ello el Señor solo me dejó una opción: la salida. Atrás quedaba toda una concepción de la vida cristiana con sus implicaciones, y por delante un camino de fe y obediencia tan incierto como descansado, sabiendo que Dios había dicho: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Salmo, 32:8). Sería muy largo contar todos los detalles de este proceso “incomprensible” para tantos cristianos, (lo he explicado más ampliamente en un capítulo de mi libro “No os conforméis al sistema” titulado “Otra vez abriré caminos”). Diré, por tanto, que han pasado más de dieciséis años de ello y el Señor me ha enseñado cosas aún más profundas de la mezcla que se vive en el ministerio pastoral y el sistema que llamamos iglesia. Gran parte del ministerio de liderazgo está contaminado con el espíritu babilónico; ese espíritu que llevó a Nimrod a elevarse por encima de los demás, para llegar a ser el primer poderoso en la tierra y construir su reino en Babel y en muchas otras ciudades. Fue un gran edificador de ciudades a la mayor gloria de su nombre, en oposición al gobierno de Dios sobre su creación. En él tenemos el origen de todos los totalitarismos, tan devastadores en el siglo XX, y que están imitando muchos de los líderes religiosos hoy en día. Este modelo de dominar a la grey de Dios, impedir el gobierno de Dios sobre los corazones y ocupar su lugar es una blasfemia y una apostasía propia de los últimos tiempos (cf. 1 Tim.4:1-5 y 2 Tim.3:1-9).
La superstición propia de Babilonia
Hablar de Babilonia es hablar de falsas doctrinas, de mezcla religiosa, de adivinación, de hechicería, de consultar las estrellas, los horóscopos, y por supuesto es superstición. Tengo que denunciar, con gran dolor de mi corazón, el uso y abuso de la superstición, innata en el ser humano, que aprovechan muchos líderes de nuestras iglesias locales para someter al pueblo en temor y a la tiranía “bíblica”. Se ha convertido en un arma letal en muchos púlpitos la manipulación bíblica con fines partidistas. Cuando un pastor quiere que la congregación se le someta incondicionalmente y sin rechistar; cuando quiere acabar con la crítica justa a sus planteamientos autoritarios y dictatoriales, se dedica a amenazar supersticiosamente a los que le escuchan. Saca los ejemplos clásicos de María y Aarón cuando se rebelaron contra Moisés y María se quedó leprosa. Mencionan el caso de Ananías y Safira que murieron por oponerse al apóstol Pedro, y lanzan una serie de posibles desgracias que vendrán sobre aquellos que se oponen al “siervo” de Dios. Manipulan los sentimientos de seguridad que todo ser humano busca en su vida, para recordarles que si no das el diezmo la ruina económica vendrá a tu casa, te quedarás sin trabajo; que si no vienes al culto esa tarde puedes tener un accidente de tráfico y quedar paralítico; que aquel otro hermano por abandonar la cobertura del pastor y marcharse a otra iglesia le ha venido una enfermedad y sus hijos se han ido al mundo. Interpretan caprichosamente los acontecimientos de la vida en clave de fidelidad o no a su liderazgo. En esas mismas iglesias puede haber desgracias personales que se interpretarán como “el trato de Dios”, no como un juicio. Pero en aquellos que se han atrevido a oponerse con temor y temblor a los abusos de la clase dirigente, a éstos cualquier cosa desagradable que ocurra en sus vidas se interpretará como una señal inequívoca del castigo de Dios.
El pueblo sencillo que ama a Dios y piensa que su líder, su pastor, es Dios mismo hablando, quedará atrapado en un espíritu de temor que paralizará cualquier examen de la conducta de éstos, y justificará cualquier salida de tono o deformación de la verdad con benevolencia. De ella se aprovecharán los líderes al estilo babilónico, como Nimrod, para afincarse en el trono y extender sus dominios. Un coro de aduladores le mantendrán en la auto-complacencia que agravará el camino del error y expulsará a cualquier disidente que le recuerde su fragilidad. ¡No hay nada nuevo debajo del sol! Este aprovechamiento de la superstición, innata en el alma humana, es una inmoralidad intolerable en quienes pretenden ser modelos de moralidad y que merece nuestra reprobación. Ese espíritu no es el Espíritu de Cristo, por lo cual no debemos someternos a él. Debemos mantener nuestra libertad de conciencia sin las ataduras de un evangelio de obras, de temor y coacción para oprimir, manipular y dominar como autómatas la grey de Dios. El apóstol Pablo escribió la carta a los gálatas precisamente para ello, para que la libertad del evangelio permaneciera entre los amados de Dios. Y cuando vio que esa libertad estaba amenazada levantó su voz con gran autoridad para oponerse a semejante esclavitud.
Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles. Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse; y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros (Gálatas, 2:1-5).
No me cabe la menor duda que hay amados hermanos que sirven a la congregación local con verdadera humildad, y que en muchos casos han sido tratados con desprecio por los propios miembros de la congregación; pero ahora lo que está de moda es enseñorearse, sacudirse el tiempo de aflicción y golpear para no ser golpeados; meter codos y poner zancadillas para que otros no me pisen. El virus narcisista está muy extendido y son muchos los que anhelan el pastorado y los llamados ministerios para ocupar un lugar de preferencia y favoritismo. Para otros se ha convertido en un modo de vida, en una profesión que nada tiene que ver con el llamamiento de Dios, sino más bien con una justificación de la pereza.
Resumiendo
El ministerio se ha convertido, en buena medida, en un título, una categoría especial dentro del cuerpo de Cristo. El ministerio no es un título, es una función. El vocablo ministerio se traduce en el Nuevo Testamento de diversas palabras griegas: doulos, que significa esclavo y diáconos, que significa siervo. Hasta estos términos se han deformado y contaminado de tal manera, que tenemos hoy una terminología que expresa lo contrario de su concepción original. Hablamos “del siervo” refiriéndonos al líder, al pastor, al que domina el protagonismo del culto y se convierte en el centro y eje sobre el cual gira todo. El concepto siervo se ha convertido en un título, una categoría que está por encima de los demás miembros de la congregación.
Lo mismo podemos decir de los títulos pastor, reverendo, obispo, apóstol, profeta, evangelista, anciano, diácono. Hay toda una jerarquía con sus diversas elevaciones de autoridad y poder. Luego tenemos un reclamo repetitivo al reconocimiento de esas categorías y el sometimiento a sus voluntades. He visto algunos ejemplos “curiosos”, por no decir otra cosa, para conseguir la afinidad con el líder. En una ocasión a un pastor se le ocurrió poner la chaqueta en el suelo y pedir a toda la congregación que estuviera con él que pasara por delante de su persona y pisara la chaqueta. Esa era la señal de unirse a lo que supuestamente Dios estaba haciendo e iba a hacer en ese lugar. Otros son más “humildes” y menos sensacionalistas y optan por pedir el levantamiento de manos para confirmar el sometimiento a su liderazgo, porque sin esa unidad esencial no habrá ningún avivamiento. Resulta que el avivamiento depende de levantar o no las manos en un momento dado. ¡A que simplezas hemos reducido la obra de Dios!
En cualquier caso se trata de conseguir el voto de obediencia y la sumisión borreguil a un liderazgo tipo Nimrod. Se trata de elevarse, promoverse a sí mismo, levitar. Está escrito que el que se enaltece será humillado y Santiago nos dice que debemos someternos a Dios, resistir al diablo y huirá de vosotros. El apóstol Pedro dejó escrito: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que el os exalte cuando fuere tiempo”. Manipular los tiempos para lograr una rápida exaltación es darle entrada a un espíritu de engaño que conducirá al error y mucha perdida. ¡Qué tiene que ver todo esto con guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz! La unidad no se consigue ni se busca con esfuerzos carnales; la unidad es una dimensión espiritual donde Dios reina. Hay que guardarla, no producirla. Reclamar el sometimiento y el reconocimiento te desautoriza como modelo a seguir. Las obras de cada uno se hacen evidentes, y por sus frutos se conoce el árbol. Por tanto, no hace falta forzar lo que uno es, si lo sabes, si sabes quién eres, no tienes la necesidad vital de que otros te lo tengan que repetir una y otra vez. Hay certeza y seguridad en tu espíritu, y esa fortaleza se hace manifiesta en la acción que llevas a cabo, la fe por la cual vives. El salmista dijo: “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder” (Salmos, 110:3). “El Dios que venga mis agravios, y somete pueblos debajo de mí; el que me libra de mis enemigos, y aún me eleva sobre los que se levantan contra mí; me libraste de varón violento” (Salmos, 18:47-48). Recordemos la canción de Débora con Barac: “Por haberse puesto al frente los caudillos en Israel, por haberse ofrecido voluntariamente el pueblo, Load al Señor” (Jueces, 5:2). Somos un cuerpo con diferentes funciones, la obra es de Dios.
Una cosa más antes de terminar este capítulo. Me ha llamado la atención que las cartas que aparecen en el Nuevo Testamento no tienen como destino a los líderes de las iglesias para ser los intermediarios ante el pueblo, sino que van dirigidas al cuerpo de creyentes, a la congregación que está en una ciudad en concreto. Pablo repite esta expresión: “A la iglesia de Dios que está en Corinto… A todos los que estáis en Roma, amados de Dios… a las iglesias de Galacia… a los santos y fieles en Cristo que están en Éfeso. Hay cartas dirigidas a personas como Timoteo, Tito o Filemón con consejos de cómo hacer las cosas, pero nunca se transmite la idea de intermediación y jerarquía. Pablo se proclamaba apóstol de Jesucristo, enviado de Dios, y no tiene reparo en decir que los creyentes sean imitadores de él, así como él lo es de Cristo. Sin embargo, antes de ser tan rápidos en autoproclamarnos apóstoles, profetas, o cualquier otro título ministerial, pasemos por la lista que el mismo apóstol Pablo hace de lo que significó para él esa realidad ministerial (cf. 2 Corintios 6:3-10) (cf. 2 Corintios 11:21-29).
El apóstol de los gentiles tuvo que lidiar con algunos autoproclamados súper apóstoles, y no tuvo empacho en desenmascarar su palabrería. Una vez más, no hay nada nuevo debajo del sol. Y si esto no fuera suficiente pasemos un momento por el testimonio de la gran nube de testigos que encontramos en Hebreos 11. Las experiencias de muchos de estos hombres y mujeres de fe son una bofetada en nuestra comodidad y en la tergiversación que hemos hecho en muchos casos de lo que es la vida de fe. Leamos.
Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros (Hebreos, 11:36-40).
En el año 1972 la periodista Oriana Fallaci entrevistó a la primer ministro israelí, Golda Meir. Preguntada sobre su persona como símbolo para Israel y su liderazgo, respondió: “No me afligen manías de grandeza, pero tampoco me perturban complejos de inferioridad”. A menudo estos dos extremos se dan en una misma persona a la que el poder corrompe. Los complejos de inferioridad pueden ser el detonante para las manías de grandeza. El apóstol Pablo dijo: “3Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos, 12:3).
Ocupar lugares de autoridad y dominio puede deformar los espíritus más nobles. El poder corrompe, se suele decir; el poder está invadido por potestades de las tinieblas de muy difícil sujeción para el ser humano. Muchos comienzan bien en el ministerio y en algún punto de inflexión se tuercen y se alejan de los propósitos originales de Dios con sus vidas. La Biblia nos relata el fracaso y la caída de hombres de Dios, algunos se reincorporaron al camino, pero otros siguieron en el error y el final fue de gran pérdida para él y muchos otros.
Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar (1 Corintios, 10:6-13).
La unción de Dios es la capacitación de Dios para realizar la obra de Dios. Precisamente el concepto “la unción” se ha convertido en un término muy de moda; se habla de la unción y los ungidos por todas partes, pero ese será nuestro próximo capítulo de Conceptos Errados.