La iglesia
Nuestro hablar nos delata y lo que decimos es sintomático de lo que creemos. Algunas de nuestras frases favoritas son: “vamos a la iglesia”, “venimos de la iglesia”, “estamos en la casa de Dios”, dejando claro con nuestro mensaje que damos por hecho que la iglesia es un lugar físico y geográfico, una estructura de ladrillo y hormigón. Luego centramos nuestra vida espiritual alrededor de ese lugar “santificado” y hacemos una separación evidente entre lo que es un lugar “santo” y el resto de los lugares donde vivimos habitualmente, con la consiguiente dicotomía, es decir, una división de vida entre lo santo y lo profano.
Todo esto con la certeza de que nuestra teología está bien asentada en las Escrituras y sabemos que la iglesia somos nosotros, no el lugar de culto, pero nuestro hablar nos descubre. Tenemos una confusión consciente entre dos conceptos o verdades que no se pueden mantener unidos. En la Biblia nunca se dice “vamos a la iglesia”. El apóstol Pablo al inicio de sus cartas se dirige a la iglesia que está en una ciudad en particular, es decir, la iglesia es una congregación de creyentes, reunidos en un lugar para adorar a Dios y anunciar su palabra. Entonces ¿de dónde nos viene esa costumbre de “ir a la iglesia”? Está claro que forma parte de una tradición religiosa impregnada en nuestra alma y de la que no nos hemos desprendido.
Al hablar de esta forma mostramos que ya tenemos asumidos, en buena parte, los planteamientos de un sistema religioso, y lo que parece ser un simple error conceptual nos conduce a errores de mayor calado con peores consecuencias. Dice el dicho popular que “por la boca muere el pez” y en este caso no es de otra forma.
Al tener la idea de iglesia como un lugar perdemos una parte importante de nuestra identidad real. Además separamos nuestras actividades en diferentes categorías. Cuando hacemos algo relacionado con el lugar de culto pensamos que es más importante que otras actividades como ser padres, madres, estudiantes, trabajadores, etc. Sin embargo, está escrito que todo lo que hacemos lo hacemos para el Señor. También, instintivamente, relajamos nuestro comportamiento en lo que llamamos vida secular y cambiamos de cara cuando nos acercamos al lugar de adoración. Hemos hecho un monte particular para la adoración, puede ser en Samaria, en Jerusalén o en cualquier edificio alquilado de nuestra ciudad; Jesús dijo que debería ser en espíritu y en verdad. Me pregunto si no habremos construido una infinidad de “lugares altos”, un terruño particular donde se establece un pequeño reino de taifas, con su líder dominante y un puñado de redimidos gobernados bajo su cobertura territorial.
“Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan, 4:20-24).
Preguntémonos ¿Qué lugar geográfico es “en espíritu y en verdad”? El Espíritu de Dios no puede ser encerrado entre cuatro paredes, los cielos de los cielos no le pueden contener. El Espíritu de Dios mora en los redimidos del Señor y donde están los redimidos por la sangre del Cordero allí está el Espíritu de Dios y hay libertad para adorar; libertad si la vida de Dios está liberada. Pero nosotros nos encerramos en la cárcel física, ponemos el énfasis en el lugar físico y en las formas rutinarias que nos ayudan a mentalizarnos de que ahora podemos ser espirituales; ahora estamos en la presencia de Dios porque hemos cumplido los requisitos para que Dios haga acto de presencia y nos visite dentro de los parámetros que nosotros mismos hemos establecido. Sin darnos cuenta estamos tratando de dirigir a Dios y decirle cuándo tiene que actuar y cuándo quedamos fuera de su influencia. De esta forma acabamos formando un sistema religioso que apaga la vida del Espíritu y establece una estructura de control y dominio sobre la conciencia de los creyentes, hemos entrado en Babilonia.
Te puede parecer un poco exagerado y extremo, pero nosotros no somos mejores que nuestros padres. Nuestra naturaleza contiene el mismo barro que les llevó a ellos antes que nosotros a caer en el error. El alma humana está sedienta de religión y tiene una capacidad innata de crear sistemas que le den seguridad y cobijo; nos adaptamos con suma facilidad a esas formas religiosas que nos permiten vivir nuestra vida mientras otros, unos pocos líderes “ungidos” se acercan a Dios para luego contarnos lo que han oído. Esa no es la voluntad perfecta de Dios para sus hijos, sino que “por medio de él (Jesús) los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efesios, 2:18).
Y podemos crear una atmósfera apropiada para sentirnos bien, emocionarnos, que se nos pongan los pelos de punta, llorar y reír. Gran parte de la sofisticación de nuestros cultos está dirigida a crear ambiente y atrapar a los congregados bajo el hechizo de los sentidos, y crear una espiritualidad ortopédica que dura mientras estamos bajo esa influencia, para desaparecer cuando volvemos a la realidad cotidiana. Sin una vida espiritual activada por Dios en nuestro espíritu, que transforma nuestras vidas y nos mantiene unidos con Cristo en todo momento nos estaremos engañando y entreteniendo. Esa vida lleva fruto de sí misma, comienza en Dios y se perpetúa por Su voluntad. Esa vida está dentro de nosotros y no fuera, opera desde el interior y no depende de los instrumentos musicales o cualquier otro instrumento que no sea la rendición a la voluntad de Dios. Esta vida emana de nuestra unión con Cristo en su muerte, resurrección y exaltación.
Otra práctica que se deriva de nuestro concepto clásico de iglesia es la de una institución jerárquica con clero y membresía. Esto que ha sido una de nuestras críticas más fervientes hacia el catolicismo romano es una triste realidad en muchas de nuestras iglesias locales. Hemos abandonado la verdad que sacaron a luz los reformadores del siglo XVI sobre el sacerdocio universal de los creyentes. No digo que no lo sepamos doctrinalmente o teológicamente, lo que digo es que nuestra práctica no concuerda en muchos casos con esa verdad revelada.
La formación de un sistema religioso
Los elementos que conforman un sistema religioso en contraposición a la manifestación de la vida de Dios en medio de sus redimidos, la congregación de Dios, son estos: el lugar; el sacerdote (líder); días especiales para la asistencia; los diezmos para sostenerlo económicamente; participar de las actividades reconocidas como “la obra de Dios”, o la visión de Dios; una moral acorde con la doctrina denominacional y una enseñanza cerrada para aceptar. El énfasis está puesto sobre “hacer” y “estar”, no sobre el “ser”. Si se cumplen los requisitos eres aceptado de lo contrario te espera el ostracismo, el ninguneo, la indiferencia y por último una presión psicológica para que te sometas incondicionalmente al dominio del líder y su entorno, o bien que desaparezcas amargado para luego acusarte de rencoroso y rebelde; un mensaje que venderán al resto del “redil” para que aprendan a someterse o quedar expuestos a la misma ignominia.
Este modelo, con algunas variaciones puntuales, está muy extendido actualmente en lo que llamamos iglesia. Es un modelo que tiene sus ventajas de cobijo y seguridad cuando eres sumiso al sistema; pero que acaba estrangulando la verdadera vida de Dios que emana de nuestro ser interior. Se nos enseña la dependencia de un líder mediador que se convertirá en el eterno ayo/pedagogo para mantener el estado de niñez espiritual: él nos enseña, nos guía, ora por nosotros, nos aconseja, nos riñe cuando nos portamos mal, nos impresiona con sus habilidades y carismas, nos hace reír y llorar, nos muestra cuanto nos ama y la entrega incondicional de su sacrificio por nosotros y nos recuerda nuestra ingratitud e infidelidad si se nos ocurre escuchar a otro profesional del mismo gremio. Nos pide sometimiento incondicional a sus palabras que son todas de Dios, recibidas en el monte de la transfiguración, en la cátedra de la revelación exclusiva de su propiedad; por supuesto nuestro apoyo económico y la rendición de nuestra voluntad a la suya, porque la suya es la de Dios y la nuestra es solo nuestra. A esto le añadimos el coro de aduladores y confirmadores de su gran unción y tenemos un pastel completo que nos comemos con verdadero placer, sin reparar en las diarreas que vendrán después, o en el peor de los casos una indigestión o un virus que minará internamente la verdadera obra de Dios en nuestros corazones. Alguien se habrá adueñado de nuestra energía para dejarnos en un raquitismo y anorexia espiritual que nos conducirá a una dependencia sectaria del líder que ocupa ahora el lugar del Espíritu Santo. Frente a este modelo qué tenemos. Una vez más la verdad nos hará libres. El apóstol Pablo lo expresa así.
“El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”. (Efesios 4:10-16)
Soy consciente de que este mismo texto se usa para enfatizar precisamente el modelo que venimos denunciando. Más adelante veremos el tema de los ministerios con más detenimiento, ahora me interesa resaltar dos cosas: (1) Que el propósito de los ministerios dados por Jesús a su congregación son para sacar a los creyentes de un estado de niñez y fluctuación; y (2) llevarlos a una dinámica de crecimiento para que ellos mismos sigan la verdad en amor y no vivan dependiendo del dominio que ejercen esos dones ministeriales, sino del que es la cabeza, Cristo, de quién reciben guía y dirección por Su Espíritu desde lo hondo de su ser. Muchos líderes carismáticos están ocupando y controlando el lugar santísimo de nuestro ser, nuestro espíritu y conciencia, que pertenece a nuestro sumo sacerdote verdadero, Jesucristo. Debemos reconocer que este modelo pertenece al viejo orden de la letra, no al nuevo del Espíritu. Tiene sus bases en el Antiguo Pacto, con sus rituales, ceremonias, lugar de culto, el sumo sacerdote como el único que se acerca a Dios y el clero o sacerdotes como un gremio profesional que se encargaba de los sacrificios y el resto de actividades centralizadas en el templo. En buena medida hemos vuelto a levantar el sistema viejo que desapareció con Jesús, cuando levantó un nuevo templo en tres días (cf.Jn.2:19-22). Los dos modelos (el antiguo templo de Jerusalén y el nuevo templo: los redimidos y renacidos por la obra de Jesús en la cruz) convivieron hasta el año 70 d.C. cuando fue destruido el templo de Jerusalén.
La iglesia primitiva no tenía lugares de culto exclusivos, se reunían en las casas, básicamente porque sabían que ellos eran el templo de Dios, la casa de Dios, la morada del Altísimo por Su Espíritu. Fue a partir del siglo IV cuando se edifican templos que se constituyeron en centros sobre los que giraba la vida de los creyentes. Surgió así un sistema religioso tan poderoso que ha sobrevivido casi veinte siglos; con sus periodos oscuros, muy oscuros, y otros de esplendor porque albergó a verdaderos hombres de Dios a pesar de la estructura equivocada.
Nosotros, de tradición protestante y evangélica, que nos hemos enorgullecido tanto de tener la Biblia y la sana doctrina hemos caído en el mismo error. Se nos ha llenado la boca de crítica a la iglesia católica romana (en muchos casos con verdadera razón) pero hemos tropezado en la misma piedra. Hemos levantado muchos templos, muchas iglesias de ladrillo y las hemos convertido en el centro de nuestra peregrinación espiritual.
Textos para meditar
Veamos algunos de los textos que nos hablan de templo, edificio, cuerpo y casa siempre relacionados con el propio ser del hijo de Dios y no como un edificio o casa de ladrillo. Somos el templo de Dios, el edificio de Dios, el cuerpo de Cristo y la casa donde Dios habita por Su Espíritu. Todas las cursivas del texto bíblico son del autor, y así en todo el libro.
Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo. Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho (Juan, 2:19-22).
Este (David) halló gracia delante de Dios, y pidió proveer tabernáculo para el Dios de Jacob. Mas Salomón le edificó casa; si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es mi trono, Y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas? (Hch.7:46-50).
El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas (Hch.17:24-25).
¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es (1 Co.3:16).
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1Co.6:19,20).
¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré, Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso (2 Co.6:16-18).
Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu (Ef.2:20-22).
Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios (1 Co.3:9).
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1 Co.6:15-20).
Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan (1 Co.10:17). Comparar con (1 Co.12:12-27) donde Pablo expresa ampliamente la realidad del Cuerpo de Cristo y su funcionamiento.
y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cuál es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Ef.1:22,23).
misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio (Ef.3:5-6).
Someteos unos a otros en el temor de Dios. Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador… Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos (Ef.5:21-23, 29,30).
Y él (Jesús) es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él (Jesús) es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia (Col.1:17-8).
Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad (1 Ti.3:14-15).
Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza (Heb.3:5,6).
Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 P.2:4,5).
Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? (1 P.4:17).
Todas estas verdades se asientan en el fundamento del Nuevo Pacto del que hablaron los profetas y que se realizó en la Persona y Obra del Mesías, Jesús de Nazaret. Un Nuevo Pacto que Dios hizo con la casa de Israel y de Judá y en el que nosotros, gentiles, somos incluidos (injertados) por la fe en Jesús. Este Nuevo Pacto no tiene que ver con la formación de un sistema religioso a la antigua usanza, sino que Dios mismo habitará y guiará a sus hijos desde el interior de su ser, por el Espíritu Santo.
He aquí que vienen días, dice YHWH, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice YHWH. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice YHWH: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a YHWH; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice YHWH; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado (Jeremías 31:31-34). Comparar con hebreos 8:6-13.
Algunas consideraciones
Después de leer estos textos de las Escrituras veamos algunas implicaciones que se derivan de ellos, confrontemos nuestros conceptos religiosos, renovemos nuestra manera de pensar que conlleva siempre un cambio en nuestro hablar y vivir.
Primera. Una de las acusaciones que llevó a Jesús a la cruz y la muerte fue que destruiría el templo físico de Jerusalén y levantaría otro diferente en tres días (cf. Jn.2:18-22) (cf. Mt.26:60-62 y 27:40) (cf. Mr.14:56-59 y 15:29). Esta verdad significaba un cambio trascendental para el sistema religioso vigente, por ello se opusieron enérgicamente hasta que fue derribado físicamente el año 70 d.C. Ese año desapareció de Jerusalén el templo que había construido Salomón; reedificado en tiempos de Esdras y Nehemías y restaurado en los días de Herodes el Grande. Sin embargo, aunque desapareció ese centro de reunión y sacrificios, el alma humana religiosa no lo destruye de su mente y vuelve a levantarlo en cuanto tiene la ocasión. No se necesita revelación de Dios para edificar templos humanos, el hombre es muy capaz de hacerlo y de hacerlo bien, la historia posterior lo ha demostrado, pero vivir por la dirección del Espíritu de Dios es otra cosa, eso no se puede fabricar, depende de la acción de Dios en los corazones de los hombres, hombres rendidos a Su voluntad. Cuando Dios dice: construye; como en el caso del arca de Noé y también del templo de Salomón, entonces debemos construir; pero cuando queremos perpetuar un sistema, un modelo, sin la voz de Dios, lo que edificamos son torres para remontarnos al cielo.
Segunda. Los primeros discípulos enfrentaron persecución, que en algunos casos los llevó al martirio, como fue la experiencia de Esteban, por atreverse a decir que el Altísimo no habita en templos hechos por manos humanas. Este hecho se ha repetido a lo largo de la Historia una y otra vez.
El apóstol Pablo tuvo que combatir en Listra a una multitud exaltada religiosamente porque quisieron ofrecerle sacrificios como a dioses, después de haber sanado a un cojo de nacimiento (cf. Hch.14:8-13). Algunos predicadores carismáticos de hoy lo hubieran aprovechado para levantar un “gran ministerio” a su nombre y hacer un centro religioso donde las multitudes quedaran subyugadas por la fascinación de sus líderes. Argumentos humanos no hubieran faltado para justificar tal acción. Sin embargo, el apóstol Pablo y Bernabé se rasgaron las vestiduras y dando voces a la multitud rompieron el hechizo diciendo: “Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay” (Hch.14:15). El resultado fue la persecución. La misma multitud que quería hacerlos dioses ahora los apedreaba. ¡Vaya cambio! El diablo le ofreció a Jesús los reinos de este mundo si se doblegaba a su sistema de valores. ¡Qué osadía! Jesús no se doblegó. El apóstol Pablo tampoco se rindió al encanto de la serpiente y el evangelio se mantuvo puro, con persecuciones, para las generaciones futuras. Pero muchos sí han caído bajo el hechizo de dominar el cuerpo de Cristo como si fueran un miembro aparte de ese cuerpo, una elite especial, a los cuales no debemos someternos, por muchas amenazas, juicios y maldiciones que lancen desde los púlpitos. A libertad nos llamó el Señor.
Tercera. Cuando vivimos en la revelación expresada en las Escrituras de que nuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, eso nos llevará a considerar nuestros cuerpos con verdadera dignidad; una forma de vestir decorosa; cómo usamos nuestros ojos y oídos y hacia donde nos conducen nuestros pies; nos alejaremos de la fornicación, el adulterio, la homosexualidad, la pornografía y cualquier pecado que tiene el cuerpo como base, porque sabremos que la morada de Dios lo ha santificado; somos un espíritu con Jesús, y nuestros miembros le pertenecen; han sido comprados por su sangre; somos propiedad de Dios, por tanto, glorificaremos a Dios en nuestro cuerpo y nuestro espíritu, los cuales son de Dios.
Cuarta. Somos un cuerpo, el cuerpo de Cristo, donde hay diferentes funciones complementarias y ningún miembro se levanta por encima de los demás miembros. Estamos sometidos los unos a los otros en amor. Ninguna función ministerial, por importante que sea, debe reclamar el sometimiento incondicional de los demás miembros elevándose por encima de ellos, sino que debe pedir la sujeción a Cristo, nuestra cabeza. Cuando algunos de los ministerios de liderazgo reclaman el sometimiento incondicional a su persona, por causa de su función, están poniendo las bases para la manipulación de la voluntad y un control hechicero sobre el resto del cuerpo. Esto no se puede sostener de forma escritural. Nuestra incondicionalidad es para Cristo; nuestro respeto, amor y estima es para los amados que hacen un buen trabajo como discípulos; y la sujeción a ellos no es distinta de la sujeción que debemos tener a otros miembros del mismo cuerpo. Aunque hay unas funciones más relevantes que otras, no hay jerarquía, ni enseñorearse de la grey, sino ejemplos a seguir y modelos a imitar. Veremos esto más ampliamente en otro capítulo.
Quinta. El texto de 1 Timoteo 3:15 merece una explicación etimológica para comprender bien su significado y no errar en el concepto casa. La palabra griega oikos, con frecuencia traducida como casa o como hogar, normalmente se refiere a los ocupantes de una casa, es decir, el parentesco o la familia. Oikos habla de familia, no de edificio. Habla de parentesco más que de casa material. Si miramos su uso a lo largo del resto del Nuevo Testamento no podemos evitar llegar a esta conclusión. La traducción literal de oikos es parentesco, familia, los que viven en la misma casa. Oikos siempre se asocia con la familia, no a un templo o a un edificio material. No se refiere al lugar o edificio donde se reúne el Oikos o la familia. Se refiere a la familia misma, al parentesco. Una traducción más aproximada de 1ª Tim. 3:15 diría:
Pero si tardo, que sepas como conducirte en la familia de Dios, su morada, que es la congregación del Dios viviente, el pilar y el fundamento de la verdad.
Bien, después de haber visto algunas consideraciones a los textos mencionados, fijémonos ahora en el término iglesia, su etimología, el significado original y el que ha venido a tener de manera popular.
Analicemos el término iglesia
La palabra iglesia es la traducción del griego ekklessía, que a su vez viene del hebreo Kahal. Ekklessía significa: “reunión del pueblo”, “una reunión de gente”; más ampliamente es “una reunión de ciudadanos llamados desde sus hogares a un lugar público”. Por su parte Kahal, la palabra que se usa en el hebreo y que se tradujo en griego por ekklesia, significa “congregación”, “reunión” o “asamblea”. Tenemos, por tanto, que la etimología de iglesia viene de la traducción al griego de la palabra hebrea Kahal. Con esto en mente debemos concluir que la congregación de Dios (iglesia) ya existía en el Antiguo Testamento, por tanto, no es un organismo que se inicia en el primer siglo, sino la ampliación (injertados) del pueblo de Dios a todas las naciones por la fe en el Mesías, para venir a ser “conciudadanos de los santos, miembros de la familia de Dios (que ya existía), edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quién todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quién vosotros también (gentiles) sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (cf. Efesios, 2:17-22). Para el apóstol Pablo no había separación en su servicio a Dios entre la fe que había recibido de sus mayores y la fe que ahora anunciaba; el cambio estaba en la revelación de la Persona del Mesías, que ya había venido, y por su obra redentora era justificado sin las obras de la ley. Tampoco encontró diferencia entre la fe de tres generaciones en la familia de Timoteo. La fe de su abuela Loida, su madre Eunice y que ahora habitaba en el mismo Timoteo era la fe en el mismo Dios de Israel.
Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también (2 Timoteo, 1:3-5).
Para el diácono Esteban la congregación de Dios (Kahal/ekklesia) ya existía en el desierto, por tanto, en el primer siglo de nuestra era no nació una nueva entidad, un nuevo pueblo, sino que se estaban cumpliendo las profecías, y el Nuevo Pacto que Dios había hecho con la casa de Israel se había inaugurado con la llegada del Mesías prometido. “Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis. Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos…” (Hechos 7:37-38). El salmista David alaba a Dios en medio de la congregación (Kahal/ekklesia) que ya existía en Jerusalén mil años antes de la llegada del Mesías.
Anunciaré tu nombre a mis hermanos;
En medio de la congregación te alabaré.
Los que teméis a YHWH, alabadle;
Glorificadle, descendencia toda de Jacob,
Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel.
Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido,
Ni de él escondió su rostro;
Sino que cuando clamó a él, le oyó.
De ti será mi alabanza en la gran congregación;
Mis votos pagaré delante de los que le temen (Salmo, 22:22-25).
Si la congregación (iglesia) de Dios ya existía en el desierto y en días del rey David ¿por qué se ha traducido casi siempre en el Nuevo Testamento la palabra Kahal/ekklesia por iglesia y no por congregación? ¿Por qué ha venido a significar el término iglesia un lugar físico, una institución jerárquica, y no se ha mantenido como la congregación de los llamados fuera? Sin duda hay diversas respuestas, una de ellas de carácter histórico, cuando en el siglo IV, y tras la supuesta conversión del emperador Constantino, la iglesia vino a ser una institución de poder y dominio, justificando una interpretación de las Escrituras en clave de jerarquía dominante, y la formación de un sistema religioso bien estructurado, controlado y manipulado por el clero que ahora se había convertido en los sucesores de los emperadores.
La vida de Dios frente a los sistemas religiosos
Esto me conduce a la meditación siguiente: el cristianismo es básicamente vida, la clase de vida de Dios (Zoé) repartida a todos los miembros del cuerpo de Cristo. Jesús es el Autor y Dador de la vida y la distribuye por Su Espíritu. El nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (cf. Ef.2:2:1-5) (cf. 1Jn.5:11-13). Cuando esta vida se paraliza, se obstruye, se roba o muere, es suplantada y falsificada por un sistema religioso. Ese sistema religioso se basa principalmente en tres pilares fundamentales: El legalismo, el clericalismo y el sectarismo.
El legalismo pretende imponer un estilo de vida en santidad por la fuerza de voluntad, o los esfuerzos humanos, apelando una y otra vez a palabras condenatorias que mantienen una conciencia de culpabilidad y que nunca consiguen la paz del alma y el reposo del espíritu (cf. Heb.9:9-14).
El clericalismo pretende dominar la grey mediante un liderazgo paralizador, es el dominio de una casta superior. Se convierte en un intermediario para que la persona reciba los sacramentos vivificantes o la oración para ser bendecido.
El sectarismo pretende inculcarnos el exclusivismo y el monopolio de la verdad. Solo hay salvación a través de la estructura eclesiástica, y fuera de ella condenación y muerte. Con esto no quiero decir que se puede ser salvo a través de cualquier religión, sino que el sectarismo que menciono pretende transmitir el mensaje de que fuera de la cobertura de un líder o su sistema religioso estarás expuesto a la ruina de tu vida por haber abandonado el lugar de protección y seguridad.
La respuesta de Dios a esta suplantación y falsificación de la vida espiritual es la vivificación, es decir, volver a dar vida a quién una vez la tuvo y que ahora se ha apagado. Ese regreso a la vida viene por el clamor de un pueblo que se ha hastiado de la manipulación religiosa y busca la realidad y esencia de Dios mismo. Sin mediadores ni esquemas religiosos. El regreso a la vida viene a través de la muerte, el retorno a la cruz de Cristo para hallar la resurrección con él. Es la muerte a los propios deseos y ambiciones para rendirse a la voluntad de Dios de resucitar lo que se ha vivificado. Jesús tiene las palabras de vida, es la voz del Hijo de Dios la que nos sacará de los sepulcros blanqueados y el sucedáneo religioso. Jesús mismo es nuestra vida. Cristo en nosotros la esperanza de gloria.
Tú, que me has hecho ver muchas angustias y males,
Volverás a darme vida, (vivificar)
Y de nuevo me levantarás de los abismos de la tierra.
Aumentarás mi grandeza,
Y volverás a consolarme (Salmo, 71:20-21).
Resumiendo
¿A dónde queremos llegar con todo lo expuesto? En primer lugar a decir que es un hecho nuestro alejamiento de los propósitos originales de Dios para su congregación. Que gran parte de lo que hoy llamamos iglesia no es sino un formato eclesiástico religioso, por mucho que se nos llene la boca de proclamas bíblicas, porque en lo referente al concepto iglesia partimos de posiciones equivocadas y eso nos conduce a conclusiones erróneas. Estamos tan acostumbrados a estas formas de funcionamiento, tan atrapados en esta estructura que nos parece imposible sobrevivir como creyentes fuera de ellas. Realmente no sabemos cómo puede ser de otro modo, ¡tan lejos estamos de la realidad de ser guiados por el Espíritu de Dios! Vivimos más por nuestro esfuerzo y habilidades que por la dirección del Espíritu Santo. Ponemos el énfasis en los medios a utilizar más que en las personas. La obra de Dios son las personas, los redimidos, no el programa o el presupuesto. Necesitamos pararnos y meditar en nuestros caminos y preguntar por las sendas antiguas, cual sea el buen camino, y andar por él, y hallaremos descanso para nuestras almas (cf. Jeremías, 6:16). El mensaje es: salir de Babilonia, es decir, un sistema religioso, y entrar en Jerusalén, la vida en el Espíritu. El autor de los hebreos nos dice:
Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel (Hebreos, 12:18-24).
Aquí tenemos una dimensión de la realidad del cuerpo de redimidos que supera ampliamente la rutina religiosa alrededor de un centro de reunión. Cuando la imagen que tenemos en nuestro interior de nuestro acercamiento a la iglesia de Dios, es un edificio de ladrillos “santificado” para Dios, nos hemos quedado en el monte que se puede palpar y tocar, donde los sentidos se estremecen y quedan aterrados por las manifestaciones que giran alrededor del monte. En muchas iglesias locales hay manifestaciones de diversos tipos que en sí mismas no son una garantía de habernos acercado al verdadero Trono de la gracia; por mucha terminología bíblica acerca de buscar la presencia de Dios y aunque haya cierta gloria por la reunión de los santos; es un ministerio de condenación que tuvo su gloria pasajera, porque su base y centro es el viejo régimen de la letra, grabado en piedras.
El apóstol Pablo nos dice que: “si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu? Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación… porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece” (2 Co.3:7-11). Nota que el ministerio de muerte grabado en piedras, el rostro de Moisés, el ministerio de condenación y perecedero tuvo gloria, una gloria pasajera pero manifiesta; esto es precisamente lo que nos confunde y engaña en muchos de nuestros cultos; una gloria pasajera que se vende como avivamiento, unción, la presencia de Dios, etc. pero que no alcanza a la transformación de los hijos porque su base emerge de un sistema religioso caduco, perecedero y que deja a muchos en decepción por una expectativa sobredimensionada que conduce finalmente a la dispersión de la grey de Dios.
Sin embargo, existe una realidad mayor, una dimensión de gloria mayor que la del monte que se puede palpar, pero en muchos casos nosotros nos conformamos con esa gloria momentánea y perecedera; porque el entendimiento está embotado y un velo cubre la realidad más elevada del Nuevo Pacto: la entrada al Trono de la gracia, el acercamiento a la ciudad celestial, a la congregación de los primogénitos inscritos en los cielos, a Jesús el mediador de un nuevo pacto, y a la sangre rociada… Para este acercamiento es necesaria la revelación y acción del Espíritu en nuestras vidas. Para venir al monte que se puede palpar no es necesaria, son los sentidos los que actúan y quedan prendados ante el alarde y poderío de las manifestaciones de los llamados “ungidos” y mediadores. No estoy negando las manifestaciones, estoy diciendo que hay otra realidad mayor que depende de la edificación del espíritu nuevo para movernos en el Espíritu de Dios. Esta dimensión no se puede fabricar, no es un sucedáneo, es la realidad más elevada del Reino de Dios entre nosotros.
La mayoría de creyentes que asisten a las iglesias locales se conforman con la “realidad” de acercarse al monte físico, al lugar de culto y hacen de ese lugar el centro de su vida espiritual. Tienen sus experiencias, sus cánticos, predicaciones, amistad, reuniones sociales, compañerismo, actividades entretenidas, etc., por tanto, salen del lugar contentos y convencidos de haber estado en la presencia de Dios y haber cumplido con los requisitos para obtener el favor de la divinidad y vivir protegidos del mal. Estas prácticas religiosas son muy comunes entre los creyentes. Tienen su parte de compensación y muchos se conforman con seguir esta rutina hasta el día del juicio final. Son conformistas, se han plantado, tienen lo que buscan. El conflicto lo tienen los que buscamos profundizar, no conformarnos con este sistema religioso porque algo en lo hondo de nuestro ser nos dice que la vida cristiana, el propósito de Dios, es mucho más que ese rodear el monte y entretener la vida dando vueltas por el desierto sin entrar a la tierra prometida. La tierra prometida es el Trono de la gracia, el Lugar Santísimo, la comunión íntima con el Padre por el espíritu de adopción. Sí, necesitamos congregarnos, necesitamos la comunión con el cuerpo de Cristo, pero no para formar una torre que nos lleve al cielo, sino para adorar a Dios en espíritu y en verdad.
La iglesia de Dios (congregación) no es un edificio de ladrillos, sino la familia de Dios, una familia compuesta de los redimidos por la sangre del Cordero de todo pueblo, lengua y nación; llamados a salir de todo sistema mundano y vivir en los parámetros del Reino de Dios; por los principios del Reino de Dios, para servir a Dios (no a un sistema formado por la jerarquía eclesiástica) y esperar de los cielos al Salvador.
La iglesia de Dios es una comunión (koinonia) de creyentes construida con piedras vivas en el edificio de Dios. Es un organismo vivo guiado por el Espíritu Santo. El libro de los Hechos muestra esto con toda claridad. El Espíritu de Dios guiaba a la congregación de Dios paso a paso. Es la manifestación de la multiforme gracia de Dios repartida a cada miembro en particular y expresada en la libertad de los hijos de Dios, con la diversidad de dones y funciones que operan en este mundo como luz y sal.
Hoy tenemos una gran parte del pueblo disperso y desamparado como ovejas sin pastor (cf. Mateo, 9:36-38). Así vio Jesús a las multitudes de su generación y sin embargo, esas mismas personas se reunían todos los sábados en la sinagoga, tenían un liderazgo que les enseñaba las Escrituras, pero el Maestro las vio dispersas y desamparadas ¿por qué? porque no había obreros; jerarquía sí; sistema religioso sí; pero obreros no. En muchas iglesias locales de nuestro tiempo ocurre lo mismo hoy. Las multitudes se congregan en torno a un centro de reunión pero en su realidad interna están dispersas y desamparadas. Los intereses de algunos líderes no pasan por el bienestar y la edificación del cuerpo de Cristo, sino más bien por el bienestar propio, la realización personal, conseguir puestos de relevancia e influencia, construir una torre que llegue al cielo y sea la admiración de propios y extraños.
Por supuesto que hay centros de reunión donde se realiza una verdadera obra de edificación de los creyentes y que hacen avanzar el reino de Dios. Claro que hay dones ministeriales que son verdaderos tesoros en el cuerpo de Cristo y a los que reconocemos, amamos y honramos, aunque muchos de ellos sean desconocidos (tacmonitas 2 Samuel, 23:8) y no “estrellas” de la televisión. Pensemos en muchos de los profetas que anduvieron errando por los desiertos, los montes, las cuevas y las cavernas de la tierra; ajenos al sistema religioso de su época pero que alcanzaron buen testimonio mediante la fe y el servicio que realizaron a favor del pueblo de Dios. Pienso en Elías, Eliseo, Micaías, Jeremías, David en los días cuando huía de Saúl, en Juan el Bautista y el mismo Maestro y Mesías. De los cuales el mundo no era digno pero eran ellos los que hacían avanzar el Reino de Dios en la tierra.
Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros (Hebreos, 11:36-40).
Estos y muchos otros son la gran nube de testigos que tenemos delante de nosotros para correr la carrera. Esa es la parte de la congregación de Dios que está inscrita en los cielos; los espíritus de los justos hechos perfectos; modelos de fe para nuestra vida. La iglesia del Dios vivo está compuesta por los redimidos que viven en los cielos y los que viven en la tierra. Pongamos la mirada en las cosas de arriba, nuestros ojos fijos en Jesús, el autor de la fe y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante; despojándonos de todo peso y del pecado que nos envuelve tan fácilmente.
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar (Hebreos, 12:1-3).
Sirvamos a Dios con alegría sin someternos a la esclavitud y la tiranía de sistemas opresivos que pretenden dominar el cuerpo de Cristo y enseñorearse de él. Amemos a los santos de Dios, congreguémonos para adorar a Dios en espíritu y verdad, y vivamos la totalidad de nuestras vidas con la consciencia de que somos un espíritu con Jesús, una piedra viva en el edificio de Dios y honremos Su Nombre en todo lo que hacemos de palabra y de obra.