Para ir concluyendo con este tema que da para mucho más, recapitulemos algunos aspectos necesarios para tener en cuenta y que puede resumir lo que hemos querido decir a lo largo de este capítulo.
En primer lugar constatar que sí, hay sueños de Dios; también hay sueños humanos y por supuesto pesadillas y terrores nocturnos. Que cuando hablamos de sueños hoy, casi siempre estamos pensando en deseos, planes o proyectos que queremos ver cumplidos y para ello nos valemos de lo que tengamos más a mano o se haya puesto de moda. Por ejemplo. No hace mucho ha salido un libro titulado “El secreto” de Rhonda Byrne que ha tenido gran difusión. El mensaje básico del libro es que podemos conseguir todo lo que deseemos puesto que el Universo responde al magnetismo de nuestros deseos, por tanto todo lo que queramos con suficiente fuerza, sea bueno o malo, lo recibiremos porque las leyes del Universo así lo confirman. Y se dan los ejemplos de algunos “maestros” que han usado semejante “secreto” para conseguir las metas que se propusieron. Al leer de pasada este libro no pude menos que confirmar que coincide en muchos casos con algunas enseñanzas de ciertos predicadores del “evangelio de la prosperidad”.
Porque se ha puesto de moda hablar de conseguir sueños. Es un mantra repetido como algo mágico. Lo repiten los políticos, los actores, los escritores, los deportistas y por supuesto muchos pastores. En muchos casos es imposible realizar algunos sueños porque tienen como base el talento innato de cada ser humano. Yo no puedo tener el sueño de ser un gran músico porque sencillamente no tengo ni idea de música, y por mucho que lo sueñe, lo desee y anhele, estaré dando coces contra el aguijón. Por tanto no se trata de tener fiebre por los sueños, sino de someterse a la voluntad de Dios para nuestras vidas. Descubrir el propósito de Dios, saber lo que tenemos y podemos hacer en Cristo, porque en Él habita toda la plenitud de la Deidad y estamos completos en Él (cf. Colosenses, 2:9,10). Esta fue la oración de Pablo.
Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col. 1:9-14).
Podemos ver el brillo de este mundo o las glorias de la cruz. Donde esté nuestro tesoro allí estará también nuestro corazón y nuestras fuerzas, y nuestra voluntad y emoción.
Este es un terreno sembrado de cizaña. La semilla que pretende ser palabra de Dios o voluntad de Dios es muy parecida a nuestros deseos y pasiones pero sus frutos son muy distintos.
A veces ocurren cosas en nuestras vidas que nunca hemos soñado, ni pensado, ni imaginado. Hace poco nuestro hermano en la fe y jugador de futbol del Real Madrid, Kaká, salió en el programa “Mi esperanza” diciendo que nunca había soñado con ser el mejor jugador del mundo, sin embargo, lo ha conseguido en años anteriores. Y es que hay Uno que es poderoso para hacer todas las cosas mucho mas abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros (cf. Ef.3:20).
Nos dicen que solo conseguimos lo que soñamos, es decir, que lo que no soñamos no podemos conseguirlo. Falso. De otra manera no necesitamos a Dios y su acción en nosotros. Solamente soñemos, ¿para qué necesitamos a Dios? ¡Ah, sí. Para que apoye y confirme nuestros sueños! Lo que esconde esta enseñanza extrema es la emancipación e independencia. Es el pecado en su origen, como el de “los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada” (Judas, 6). El querubín Lucifer que no se conformó con el papel asignado sino que quiso ser como Dios, independizarse del Creador, actuar por su propia cuenta (cf. Ez.28:11-19). Se repitió, como hemos visto, en la acción independiente de Adán y Eva no sujetándose a la palabra y voluntad de Dios. La tentación fue: “Seréis como dioses” ¿Para qué necesitamos a Dios si podemos serlo nosotros mismos y no estar sujetos a su soberanía?
Nuestros sueños humanistas nos conducen a la autocomplacencia, la autodeterminación y la autosuficiencia. A ser dueños de nuestro propio destino. La Biblia no dice eso. “Yo sé, oh Señor, que no depende del hombre su camino, ni de quién anda el dirigir sus pasos” (Jer.10:23 LBLA). “Por el Señor son ordenados los pasos del hombre, ¿cómo puede, pues, el hombre entender su camino?” (Pr.20:24 LBLA). “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Sal.32:8). “Por YHWH son ordenados los pasos del hombre, y él aprueba su camino” (Sal. 37:23). “¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?” (MT.6:27 LBLA). “Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Por tanto, no os preocupéis por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástele a cada día sus propios problemas” (Mt.6:27,33,34 LBLA). “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Ro.9:16 LBLA).
Soy consciente que este enfoque nos conduce al dilema del libre albedrio y la soberanía de Dios, pero esto es lo que dice la Biblia en los textos que hemos visto. Lo que encontramos una y otra vez es la confluencia entre la voluntad de Dios y la nuestra. Dios produce en nosotros el querer y el hacer (cf. Fil.2:13). Dios despierta nuestro espíritu para levantarnos a edificar y resplandecer (cf. Esdras, 1:1,2,5) (cf. Isaías, 60:1-3). Cuando sometemos nuestra voluntad a la Suya y andamos por Sus caminos y no los nuestros es cuando obtenemos el resultado y propósito de nuestra vida; la verdadera realización de los sueños, ese es nuestro contentamiento. Pablo lo resumió con estas palabras: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerios que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hch.20:24).
¿No habremos substituido la carencia de la manifestación de los dones del Espíritu por los sueños humanistas? El Señor, por boca del profeta Jeremías, nos dice: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma” (Jer.6:16).
Está de moda crear necesidades para suplirlas luego con el producto que nos quieren vender. Todo ello pertenece al mundo mercantil y consumista. Algunas de esas necesidades son reales y se ha conseguido dar verdaderas respuestas que son un alivio y ayuda para los seres humanos, otras son sencillamente para acumular artilugios y estar entretenidos hasta el día del juicio final.
En la iglesia se ha creado la necesidad de triunfar, crecer en número, alcanzar metas, realizar nuestros sueños. La Biblia lo reduce a Cristo, alcanzar la plenitud que hay en Cristo, estamos completos en Él, por tanto nuestra mayor necesidad es descubrir “todo el bien que está en vosotros por Cristo Jesús” (Filemón, 6). Esta verdad básica y eterna la hemos reemplazado con la fiebre por los sueños, que en una buena medida significa conformarse al estilo de vida de este mundo, con sus valores y principios de realización personal.
Puede ser que esta fiebre por los sueños sea simplemente un substituto del sometimiento a la voluntad de Dios. Podemos disfrazar nuestra desobediencia con la pretensión de conseguir sueños dando por hecho que ello es hacer la voluntad de Dios. El apóstol Pablo nos advirtió del carácter de los hombres en los últimos tiempos diciendo que: “serán amadores de sí mismos”, pero “tendrán apariencia de piedad” (2 Tim.3:1-5).
La Biblia Dice que hemos sido salvos para obedecer, no para conseguir sueños (cf. 1 Pedro, 1:2). María, la joven judía que dijo sí a la voluntad de Dios para ser madre del Mesías, obedeció diciendo: “hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lc. 1:38), no según mis sueños. Ella nunca tuvo el sueño de ser portadora de la simiente que había de venir como Redentor, fue la voluntad de Dios desde antes de la fundación del mundo.
El mismo Jesús se sometió a la voluntad del Padre diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt.26:39). El apóstol Pablo, una vez que salió de la ignorancia de perseguir a los creyentes, en el mismo momento cuando el Señor a quién perseguía se le apareció, sus primeras palabras fueron: “¿Quién eres Señor?”, y la segunda, “¿Qué haré, Señor?” (Hch.22:8-10). Dios le había mostrado al discípulo Ananías lo que serían “los sueños” del futuro apóstol Pablo: “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hechos, 9:15-16). Y este mismo apóstol le dijo a su discípulo Timoteo: “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo, 3:12). Es el mismo mensaje que ya había dado a todos los discípulos en sus viajes misioneros. “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos, 14:22). ¡Cómo ha cambiado el mensaje!
Lo que muchos “apóstoles” predican hoy es la realización personal mediante la consecución de grandes sueños. Arrastran a multitudes hechizadas por el sueño de «El Dorado». Han sacado el tropiezo de la cruz (cf. Gálatas, 5:11), la locura de la cruz y la persecución del mensaje de la cruz de Cristo. Pablo vuelve a escribir: “Todos los que quieren agradar en la carne, os obligan a que os circuncidéis, solamente para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo” (Gálatas, 6:12). La obligación de circuncidarse en el contexto que estamos tratando es sencillamente adaptarse al sistema predominante, a la corriente que predomina en nuestros días, en este caso el humanismo, el relativismo, el conformismo, la permisividad, el hedonismo y la idolatría del ego. Todo ello para no sufrir persecución a causa de la cruz de Cristo. Este tema lo veremos más ampliamente en el próximo capítulo.
Cierto tipo de sueños son un escape de la dura realidad. Las ensoñaciones tienen su tiempo, especialmente en la infancia. Queremos escapar, evadirnos de la cruda realidad que en ocasiones nos azota y eso tiene su lugar, lo necesitamos temporalmente, pero cuando se constituye en nuestra forma de vida acabamos siendo irresponsables, cobardes, huidizos, insensibles y metidos en una burbuja que el día cuando explota se nos hunde el suelo bajo nuestros pies. Recuerdo haber leído del escritor Honoré de Balzac que vivía tan absorbido por sus personajes literarios que estando en su lecho de muerte llamaba a uno de los médicos que él mismo había creado para que viniera a socorrerle.
Jesús no eludió su realidad que significaba ir a Jerusalén para cumplir la voluntad predeterminada. Lo hizo afirmando su rostro con determinación (cf. Lc.9:51). Podemos caer en la trampa del perezoso eludiendo el trabajo porque estemos absorbidos por las vanas imaginaciones. “El deseo del perezoso le mata, porque sus manos no quieren trabajar” (Pr.21:25). No cabe duda que se puede complementar el esfuerzo y trabajo con anhelar un futuro mejor. El labrador trabaja primero para cosechar sus frutos (cf. 2 Tim.2:6).
A menudo hacemos doctrina de una experiencia y la “vendemos” como dogma de fe. Los sueños conseguidos no satisfacen plenamente. Alivian, nos dan sensación de plenitud y satisfacción temporal, pero seguimos insatisfechos porque queremos más. Cuando hemos conseguido una meta queremos otra. Lo conseguido anteriormente no nos llena. Entramos en una espiral embriagadora, un círculo vicioso que nos altera y domina por el deseo irrefrenable de consumir. Pero la vida tiene tantas caras, etapas y circunstancias movibles que aunque seamos personas exitosas en un terreno, experimentamos la necesidad o derrota en otro. Aunque algunas de nuestras necesidades estén suplidas siempre hay otras facetas en las que siguen sin cubrirse y nos mortifican. Nunca encontramos un estado de felicidad completa ni duradera porque vivimos en un mundo cambiante y movible. Lo eterno e inconmovible está por delante.
He oído algunos predicadores en cultos de frenesí prometer una vida sin dolor, sin enfermedades, sin necesidades económicas y todo ello aquí en la tierra. A eso le llamo el sueño de «El Dorado» y beber el elixir de la eterna juventud. No es nuevo, pero sigue siendo falso. Jesús dijo: “en el mundo tendréis aflicción”. Podemos ser sanados, podemos recibir respuestas a nuestras necesidades económicas y de cualquier tipo, pero de ello no se desprende que hemos llegado al milenio, ni al reino mesiánico, eso le corresponde a Dios y su Mesías. Podemos experimentar las primicias, los primeros frutos, pero siempre estaremos sometidos a la esclavitud del presente siglo malo hasta que venga el Señor de gloria y entremos en el siglo venidero.
Hay quienes tienen éxito en el trabajo y sus casas están en ruinas y viceversa. Nuestra suficiencia está en Jesús, la fuente de agua viva. Hay quienes triunfan en cualquier área de sus vidas pero mantienen una lucha infernal en otra. El mismo apóstol Pablo tenía un aguijón en su carne que le recordaba su debilidad, su extrema debilidad y dependencia de la gracia de Dios. Hay pocos, si los hay, que escapen de cierto tipo de aguijón en sus vidas. Sea en el carácter, en la familia, en los negocios, con los hijos. Me temo que en muchos casos hemos cometido dos males, como dijo el profeta Jeremías: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retiene el agua” (Jer.2:13).
Considero que hemos regresado a buscar agua en el pozo de Sicar, donde iba diariamente la mujer samaritana, antes que beber de la fuente de agua viva que brota de Jesús mismo. Debemos volver a recordarnos que cualquiera que bebe del agua de los sueños, vuelve a tener sed, “mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan, 4:13,14).
Lo que suele faltar en el mensaje de los “cumplidores de sueños” es: la naturaleza del pecado, los deseos engañosos, denunciar la vanagloria de la vida, el no conformarse a este mundo, el juicio de Dios, la cruz de Cristo, la humillación del mensaje de la cruz, la humildad de los hijos del Reino, el sometimiento a la voluntad de Dios, la esperanza de gloria, el arrepentimiento de obras muertas, ser guiados por el Espíritu y no por los sueños, no tener el control de sus vidas y no predicar lo que es locura para el mundo, sino los sueños del sistema de este mundo.
No recuerdo ni una predicación de Jesús o sus apóstoles en el sentido de cómo conseguir nuestros sueños. ¿De dónde sale este mensaje entonces? De buscar la gloria pasajera de este mundo, por eso el mundo lo oye. Es de la tierra, terrenal. Son las doctrinas paganas de los antiguos cultos de Canaán con los que no debían mezclarse los israelitas, pero que acabaron asimilando para llegar al cautiverio y Babilonia. No son las palabras de esta vida que predicó el apóstol Pedro en la legendaria casa de Cornelio, el primer gentil recibiendo el evangelio del Reino.
Este tema es difícil de discernir correctamente porque está mezclado con alma y espíritu. La verdad de la palabra de Dios es la que tiene la capacidad de ayudarnos a discernir y separar estas mezclas que nos han inundado. La verdad de Dios descubre las verdaderas intenciones del corazón humano. Espero que haya podido echar un poco de luz, más que un jarro de agua fría, para separar y discernir lo que hemos mezclado y confundido. “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos, 4:12,13).