Entender mal un concepto nos conduce a pensar equivocadamente, por tanto a creer mal y actuar de forma errónea. En nuestra terminología religiosa existen muchos conceptos que tienen ya un lugar hecho en nuestro pensamiento, aunque en ocasiones se aparte de la verdad revelada. A menudo repetimos expresiones que pertenecen a la jerga religiosa y que si nos parásemos a pensar en profundidad su significado nos llevaríamos más de una sorpresa.
En este nuevo libro queremos abordar algunos de esos tópicos o conceptos que nos parecen relevantes y que han venido a formar escuela y sentar doctrinas de andar por casa. En algunos casos una verdad ha derivado en algo completamente diferente de lo que podemos hallar en las Escrituras; sin embargo, a través de frases hechas o eslóganes repetitivos se han instalado en nuestro medio como bases esenciales de nuestra fe. Otras veces cuando oímos un término lo entendemos de forma muy diferente cada uno de nosotros, lo que nos conduce a confusiones conceptuales que derivan en un diálogo de sordos. Muchos de estos conceptos erróneos se convierten en fortalezas mentales que impiden el descubrimiento de la verdad que nos libera.
Acumulamos ideas preconcebidas que se instalan en nuestro sistema mental y que repetimos de forma mecánica. De manera que cuando escuchamos algo que no encaja con esos moldes internos repelemos el mensaje, lo damos por erróneo y acusamos al interlocutor de falso. Así llegamos a discusiones teológicas cargadas de arrogancia y que conducen a divisiones en el Cuerpo de Cristo.
Un pensamiento erróneo defendido como verdadero nos sitúa detrás de una mentira llevada a la categoría de inamovible.
Cuando la mentira se ha instalado como verdad innegociable hemos entrado en una cárcel mental que acabará atrapándonos en la oscuridad.
El apóstol Pablo nos dijo: examinadlo todo y retened lo bueno. De manera que se nos insta a ser abiertos, despiertos, no temer al examen de lo que oímos, (ni de lo que hablamos o predicamos), entresacar el trigo de la paja y pasar por los filtros necesarios la enseñanza que recibimos sin prejuicios, pero también sin extralimitar los parámetros de la verdad revelada en las Escrituras y el testimonio del Espíritu de Dios.