Los sueños ¿de qué estamos hablando?
Una vez más tenemos que definir, conceptualizar, para saber entender lo que queremos decir. Un concepto se puede entender o interpretar de distintas formas, y de esa manera podemos hablar aparentemente de lo mismo y sin embargo llegar a lugares muy distintos. Por ello, comencemos por el principio. Cuando hablamos de cómo conseguir nuestros sueños, tener sueños grandes ¿a que nos referimos?
El lenguaje usado muestra que la base está en nosotros mismos, en el ámbito de nuestros deseos. La primera interpretación sería, por tanto, que cuando hablamos de tener sueños, soñar, nos referimos a deseos, desear. Los deseos pueden estar santificados, −los que produce el Espíritu en nosotros−, o por el contrario ser malos deseos, contrarios a la voluntad de Dios revelada en su Palabra. Por otro lado podemos tener o creer tener sueños o deseos buenos y no concordar con la voluntad de Dios.
El apóstol Pedro tuvo un buen deseo de proteger a Jesús de la cruz y el calvario que le esperaba en Jerusalén, pero ese buen deseo humano fue desechado por Jesús mismo como de origen satánico (cf. Mateo, 16:21-23). A esto suelen decir los «expertos en sueños» que es mejor equivocarse pero actuar, que no quedarse paralizado sin tomar iniciativas. Bien, es comprensible, pero recordando que todas nuestras actuaciones tienen consecuencias en nosotros y en otros, por lo tanto, no seamos tan ligeros a la hora de empujar a la acción, porque algo hay que hacer, sin reparar en el coste que conlleva.
Jesús nos enseñó que hay que considerar el coste de nuestras acciones (cf. Lc.14:28-33), sean estas construir una torre o entrar en batalla. En este pasaje el Maestro señaló la vergüenza y burla que podemos llegar a padecer por nuestra negligencia o exceso de ímpetu a la hora de conseguir nuestros sueños. Los conferenciantes de hoy le dirían al mismo Jesús que no pasa nada, nos levantamos de nuevo y buscamos otro sueño hasta que demos con la tecla y consigamos lo que nos hemos propuesto. Sí, eso es así en algunos casos, pero no es un principio absoluto para aplicarlo en serie sin dar lugar al arrepentimiento de obras muertas. Porque ese es otro punto. Nunca aparece el término arrepentimiento en los buscadores de sueños. El fracaso, dicen, puede ser la plataforma para el éxito del futuro. Sí, puede ser, pero también puede significar que nos hemos empecinado en algo que se ha convertido en una idolatría y la llevaremos hasta las últimas consecuencias «caiga quien caiga». Locuras de estas tenemos algunas en la historia reciente de Europa. Pienso en la locura de los mil años de Reich del Furher alemán y el destrozo que causó a la mayoría de naciones del mundo.
Con todo esto lo que quiero decir es que la consecución de nuestros sueños se ha convertido en algo tan irrefrenable, en muchos casos, que podemos acabar como Balaán. Este profeta comenzó bien, pero le pudo el afán de lucro que le condujo al error (cf. Judas 11).
Bien, volvamos a lo que queremos decir con tener sueños. Claro, dicen «los expertos», nos referimos a sueños de Dios. Mentira en primera instancia. Porque antes de llegar a este dato nos han llenado la cabeza con toda la parafernalia soñadora, realizadora y triunfadora que obtendrá nuestra agradable existencia si confiamos nuestras vidas a los mecanismos de éxito que nos han «vendido» antes. Luego para espiritualizarlo, pasarlo por la Biblia y la voluntad de Dios llegan al punto de decir que «hablamos de sueños de Dios». Y digo mentira en primera instancia porque la base, como he dicho antes, está en nosotros mismos y nuestra propia realización, luego invitamos a Dios a bendecir nuestros proyectos, apoyarlos y confirmarlos en su trono de gracia. Cuando algunos de esos «sueños» se cumplen, es decir, conseguimos lo que pretendemos (lo cual nunca es sinónimo de la aprobación de Dios, pero se vende como tal), salimos al auditorio como pavos reales para impresionar al respetable con el márquetin del producto que estamos vendiendo. Esto mismo vale para un comercial de pastillas adelgazantes, para un vendedor de coches o para un predicador ganador de almas por las manos alzadas en señal del éxito de «ventas». El Señor nos deja caminar en la locura durante un tiempo, nosotros lo damos por bueno, no pasa nada, mejor dicho, lo que pasa es que creemos tener la confirmación del cielo a nuestros proyectos, por lo tanto, damos una pirueta más en la osadía de nuestros objetivos para agrandar la visión y presentarnos como el gran poder de Dios (cf. Hechos, 8:9-11).
Jesús enseña que por sus frutos los conoceréis. Las obras de cada uno se hacen evidentes más pronto o más tarde (cf. 1 Tim.5:24,25). El juicio viene sin remedio en su momento. Hemos sido testigos, desgraciadamente, de esta realidad en muchas, demasiadas ocasiones, que parece no sirven para «escarmentar en cabeza ajena». Seguimos obstinándonos en el error por el brillo del lucro. Las mismas tentaciones se van cumpliendo en todos los hermanos en todo el mundo (cf. 1 Pedro, 5:8,9). Tenemos además el testimonio de las Escrituras, donde podemos aprender del ejemplo de los que nos han precedido, y están escritas para que aprendamos (cf. 1 Co.10:6,11-14).
Si realmente creyéramos que lo que se predica en cuánto a los sueños es en referencia a los sueños de Dios, no ofreceríamos el producto con tanta ligereza, porque si son de Dios es a Él a quién le corresponde darlos y no a nosotros producirlos. Si realmente estamos sometidos a Su voluntad, ésta se hará manifiesta, como siempre lo ha sido, a los suyos. ¿O es que pensamos que el Espíritu Santo no es capaz de producir y llevar a cabo la obra de Dios en nuestras vidas que tenemos que empujar, manipular, coaccionar, hechizar, seducir, imponer o forzar para que los hijos de Dios hagan la voluntad del Padre? Me temo que en muchos casos hemos sido atrapados por el espíritu productivista de esta generación y que tenemos una necesidad compulsiva al estilo del consumismo moderno.
Dios no está nervioso. Dios es paz. El saludo de Jesús a los suyos después de resucitar no fue una prédica impetuosa para que salieran corriendo lo antes posible a predicar. Su saludo fue: paz a vosotros. Luego les dijo: esperar en Jerusalén. Más tarde les envió el Espíritu Santo y ellos salieron por todas partes, no anunciando sueños, sino proclamando el evangelio de la resurrección de Jesucristo. Jesús había vencido, la muerte había sido derrotada, nuestro pecado quedó borrado y perdonado por la sangre derramada del Justo; el camino al Padre, al Lugar Santísimo, quedó abierto para siempre; el diablo fue destronado y humillado junto con todas sus huestes de maldad y expuesto en un espectáculo público. Todo el plan de redención fue más que un sueño bonito. Es la obra perfecta y acabada, hecha una vez y para siempre, para que nuestra mirada esté en las cosas de arriba, de donde esperamos al Salvador, y no en las de la tierra.
Los sueños, diría Calderón de la Barca, sueños son; pero nuestra redención es más que un sueño. Hay un tiempo para soñar con la liberación de la cautividad (cf. Salmo, 126:1), pero cuando ésta ya se ha producido no debemos seguir soñando, sino viviendo en el Espíritu, andando en el Espíritu, vivir llenos del Espíritu. Los hijos de desobediencia no han sido redimidos, por tanto necesitan soñar con la lotería, el éxito, el triunfo, la riqueza material, con una vida de placeres; todo ello dentro de las fronteras de Babilonia; pero los que ya hemos salido de Babilonia no necesitamos seguir soñando; ya «nos hemos acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel» (Hebreos 12:22-24).
Los israelitas que dejaron Egipto, que fueron redimidos en una sola noche; que habían puesto la señal de la sangre en sus puertas para que el ángel de la muerte no entrara; estos mismos, o muchos de ellos, siguieron soñando con el estilo de vida de Egipto. Recordaban los puerros (¡qué barbaridad!), las cebollas y los ajos (cf. Números, 11:5,6). Esclavos, pero comiendo puerros y pescado. Ahora libres y recordando la vida de esclavitud; soñando con el estilo de vida anterior. Queridos hermanos, nosotros hemos sido redimidos por la sangre de Jesús y algunos siguen soñando con la música de Egipto, el teatro de Egipto, el becerro de Egipto, el éxito de Egipto, la promiscuidad de Egipto, la muerte de Egipto. El apóstol Pablo nos dice que «si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago» (Gá. 2:18).
Llegados a este punto pensemos. Cuando los israelitas hicieron el becerro de oro poco después de salir de Egipto; cansados de esperar a Moisés, no pensaron en inventar otro Dios, dijeron: «Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto» (Éxodo, 32:8). Mezclaron su experiencia de redención con los cultos egipcios que habían visto por generaciones en su entorno. Identificaron el becerro con su salvación. Inventaron otro culto, otra fiesta con base en la vida carnal, pero creyendo que lo hacían al Dios que se había revelado a Moisés. Aarón fue el sustentador de este nuevo culto mezclado. Aarón había recorrido con su hermano Moisés todo el proceso de liberación del pueblo hasta su salida milagrosa en aquella noche única y determinante. Sin embargo, el mismo Aarón se prestó al eufemismo de identificar el becerro con la liberación de Egipto. ¿Cómo es posible? Este hombre de Dios, escogido, apartado, usado por el Señor, permitió el desenfreno del pueblo y se sometió a sus idolatrías egipcias. La permisividad doblegó y venció en un momento todas las experiencias vividas con anterioridad del poder de Dios ante Faraón. Le dijo a su hermano: «tú conoces al pueblo, que es inclinado al mal» (Ex.32:22); y en lugar de corregir al pueblo fue arrollado por el mal del pueblo. Este tipo de líderes inundan muchas de las iglesias locales de hoy. Sin embargo, Moisés al bajar del monte y encontrarse con la promiscuidad del pueblo, su idolatría, su falsa fiesta y regocijo; rompió y molió sus falsos sueños de emancipación y se los dio a comer, para que probaran el fruto de sus obras. El pueblo había actuado por su propia cuenta con el apoyo de un líder reconocido, eso les dio alas y los llevó al desenfreno.
No nos engañemos, una buena parte de las multitudes que llenan las mega iglesias, lideradas por dirigentes al estilo de Aarón, se han convertido al becerro de oro, están por el becerro de oro y buscan la fiesta y el desenfreno del becerro de oro. Han aprendido el lenguaje bíblico. Practican una parte del exterior de la religión, pero sus corazones están todavía en Egipto como el primer día. A estos cultos, con el becerro en medio, lo llamamos avivamiento, éxito, triunfo, la realización de nuestros sueños. Por su parte Josué, hijo de Nun, estaba en la ladera del monte esperando a Moisés, lejos de la fiesta, solo, oyendo el ruido pero firme en su fe, sin quedar seducido por los sueños de grandeza, la idolatría de las multitudes, sino esperando la llegada de la revelación de Dios en las manos de Moisés. No fue elegido al día siguiente como co-pastor del legislador; no, pasaron otros cuarenta años de firmeza, de mantener otro espíritu al traído de Egipto por la mayoría, vencer muchas pruebas y batallas, para llegar al momento cuando Dios le usó. El relato bíblico no nos dice que Josué estuvo buscando todo ese tiempo cómo conseguir su sueño.
El autor de la carta a los Hebreos nos dice que «la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quién tenemos que dar cuenta» (Heb.4:12,13).
Un pueblo que ha abandonado la Escritura por la música, el entretenimiento y la atracción del mundo visual, no tendrá discernimiento para saber lo que es becerro de oro, ídolos, mezcla, promiscuidad, Babilonia. Un pueblo que usa las Escrituras para traficar con ella y conseguir sus metas, objetivos y sueños manipulándola y adaptándola a sus caprichos tampoco verá la luz que contiene. Pero aquellos que se prueban para ver si están en la fe, fundando sus vidas en la palabra de los apóstoles y profetas, siendo Jesús la piedra principal, podrán ser rescatados de la fuerza que ejerce el espíritu de este mundo sobre los hijos del Reino.