Textos bíblicos sobre los sueños (a)
Una mirada general a la concordancia para ver los textos donde en la Biblia se habla de sueños nos muestra que los libros de Génesis y Daniel son donde más aparece este tema. Hay más textos, claro, pero el denominador común es que en la mayoría de ellos se trata de sueños que podemos llamar nocturnos.
Tenemos el sueño profundo que Dios hizo caer sobre Adán para hacer “una operación con anestesia”, sacar una costilla del primer hombre y hacer la primera mujer (cf. Gn.2:20-22). Este tipo de “sueños machistas” no está de moda en nuestro tiempo. ¡Qué es eso de que el hombre fue creado primero y luego la mujer! ¡Blasfemia! ¡Somos iguales! En este sueño la acción corre a cargo de Dios, se origina en Su voluntad.
Luego encontramos el sueño de Abimelec para advertirle que no tocara a la mujer de Abraham. La había tomado pensando que no estaba ligada a varón, “pero Dios vino a Abimelec en sueños de noche, y le dijo: He aquí, muerto eres, a causa de la mujer que has tomado, la cual es casada con marido” (Gn.20:3). Algunos tienen sueños, visiones o palabras proféticas para casarse con personas que están casadas; sueños para cometer adulterio y fornicación. Qué pena que muchos no hubieran tenido este tipo de sueños como el de Abimelec. Él lo había hecho en ignorancia, sin saber que era la mujer de Abraham, y Dios intervino directamente en sus sueños para evitarle pecar contra Él. El asunto era serio. Toda la casa de Abimelec había quedado estéril y moriría sino devolvía la mujer a su marido (cf. Gn. 20:1-18). Si buscáramos este tipo de sueños seríamos advertidos de caer en una de las tentaciones más comunes de nuestro tiempo. Aunque tenemos los mandamientos y la palabra profética más segura para no caer en ello. Este sueño también se originó en Dios.
Mas adelante vemos a Jacob durmiendo al raso con unas piedras de cabecera. En esa situación tuvo el sueño de una escalera que estaba apoyada en tierra y su extremo tocaba el cielo. Vio ángeles que subían y bajaban y en lo alto estaba Dios, quién le habló sobre la promesa de la tierra que daría a su descendencia, así como ser el portador de la bendición que ya había dado a Abraham de bendecir a todas las familias de la tierra. También le prometió estar con él en el viaje que había emprendido para hacerle volver y cumplir lo que le había dicho (cf. Gn.28:10-22). Un sueño maravilloso y profético que aún sigue cumpliéndose en nuestros días y que se originó en Dios y Su voluntad.
Seguimos en Génesis y nos encontramos con el sueño de Labán. El propósito de este sueño fue para que tratara bien a Jacob y no le hablara descomedidamente cuando el patriarca se había marchado de su casa sin avisarle, cumpliendo así la palabra del sueño de Jacob de volver a su tierra (cf. Gn.31:24). ¡Qué bonito sueño para muchos de nosotros! No hablar mal de otros, dejar que tomen sus decisiones en libertad y actúen según sus convicciones, sin coacción o manipulación. Sin embargo, no tenemos necesidad de tener sueños de este tipo, las Escrituras nos enseñan sobradamente de esta forma de comportamiento. Una vez más, este sueño se originó en Dios.
Y por fin llegamos a José “el soñador”, el hijo de Jacob. Sus sueños, junto con los del mismo Faraón, son los más conocidos de todas las Escrituras. Los sueños que tuvo José le anticiparon el futuro, pero tuvo que ir viviendo una serie de experiencias adversas y dolorosas que le llevaron a la incomprensión, la injusticia y la cárcel, “hasta la hora que se cumplió su palabra, el dicho de JHWH le probó… le soltó… le dejó ir libre. Lo puso por señor de su casa, y por gobernador de todas sus posesiones” (Salmos 105:19-21).
La vida de José es fascinante, el relato es muy rico en detalles, su figura es un tipo del Mesías, sus experiencias similares; se ha escrito mucho sobre esto y no voy a extenderme en ello, pero si quiero decir lo siguiente. José tuvo sueños dados por Dios, sus hermanos no. Estos vivieron experiencias muy diversas y cotidianas, con luces y sombras. Vivieron la rutina del día a día. Formaron familias, trabajaron con el ganado; no se habla en el relato bíblico de grandes experiencias místicas, ni que Dios les hablara de manera especial; vidas cotidianas, experiencias normales; sin embargo, eran la familia de la promesa; fueron los padres de la nación hebrea, los patriarcas de las doce tribus y su padre los bendijo antes de morir. A José no se le ocurrió enseñarles que podían tener los mismos sueños que él, las mismas experiencias que él, porque Dios no hace acepción de personas. Digo esto por la reiteración en muchos púlpitos de que todos podemos tener las mismas experiencias y si no es así parecemos miembros de segunda categoría. Es un error querer ser todos ojos, oído o pie. ¿Dónde estaría el cuerpo? Caemos en el error de hacer doctrina de las experiencias espectaculares que algunos hermanos pueden tener; no las niego, yo también he tenido las mías, pero no por ello debemos forzarlas en los demás. Los sueños de José, las experiencias de José y las circunstancias de José fueron para José. Dios escogió al hijo de Jacob para ello. Los demás hermanos cumplieron otras misiones. Los sueños de José fueron la voluntad de Dios para su vida. Esos sueños contenían la palabra de Dios que se fue activando paso a paso en la vida de este hombre. Nosotros podemos tener sueños o no, pero lo que sí tenemos es “la palabra profética más segura, a la cual debemos estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro” (2 Pedro, 1:19-21); para no correr detrás del viento, sino estar firmes en la voluntad de Dios revelada en su palabra.
El copero y el panadero del rey de Egipto, compañeros de cárcel de José, tuvieron sendos sueños la misma noche. José interpretó ambos y los dos se cumplieron casi inmediatamente. Imagino que queremos tener el sueño del copero, pero no el del panadero. El primero fue repuesto a su posición anterior; el segundo, oyendo los buenos presagios que el intérprete le había dado a su compañero de prisión se dispuso a contar el suyo. Sin embargo el final de su sueño era muy distinto, acabó en tragedia. Faraón hizo ahorcar al jefe de los panaderos (cf. Gn.40:1-23).
Al final del libro de Génesis encontramos los sueños de Faraón. Los famosos siete años de abundancia representados por las siete vacas gordas, y los siguientes siete años de escasez personificados en las siete vacas flacas que devoraron a las siete vacas gordas sin que se apreciara en ellas su voracidad. El sueño se repitió con las espigas, lo cual vino a mostrar que Dios se apresuraba a hacerlo (cf. Gn.41:1-36). La historia es de sobra conocida y no entraremos en detalles. Algunos quieren ver en la crisis que nos azota un paralelismo con lo sucedido en Egipto. Necesitaremos hombres y mujeres sabios como José, en quién habita el Espíritu de Dios, para hacer frente a estos tiempos turbulentos; no con sueños centrados en grandezas personales, sino hombres de Dios que tienen estrategias para bendecir a muchos. Recordemos que este sueño no fue dado a José, sino a Faraón, aunque el amado de Jacob vivió de tal forma su vida que llegó al cumplimiento del plan predeterminado por Dios para él, su familia y las naciones en las que vivieron. Recordemos una vez más que todos estos sueños que hemos mencionado y que aparecen en el libro de Génesis, son sueños que tienen lugar en el tiempo de dormir, no son buscados por sus protagonistas, proceden directamente de Dios con un propósito definido. Hay otro tipo de sueños que no proceden de Dios sino de nuestra propia cosecha. Esos sueños que a veces recordamos y otras no; que a veces tienen sentido y otras no; que a veces se les puede prestar cierta atención y otras hay que desecharlos sin más; esos sueños no son los que estudiaremos aquí. Para eso hay otras personas. Cuando algún hermano me cuenta un sueño nocturno para saber mi opinión suelo decir que la inmensa mayoría de nuestros sueños no tienen mayor trascendencia, y si en algún caso el Señor quisiera hablarnos por sueños lo hará de tal forma que tendrán sentido y dirección, además de una marca en nuestros corazones que superará la inmensidad de paja que se lleva el viento la mayor parte de las veces.
En Deuteronomio 13:1-5 encontramos una advertencia muy seria sobre los “soñadores de sueños” que apartan al pueblo de la palabra revelada para adorar otros dioses. Hay profetas que según Números 12:6 Dios les puede hablar por sueños o visiones, pero hay que poner a prueba la veracidad de sus afirmaciones con el resultado de sus mensajes, y el propósito que contienen. Si es para apartarse del camino recto marcado en la Palabra de Dios hay que desecharlo. Si su mensaje contiene revelación divina es necesario obedecerla, pero cómo sabemos eso en un caso y otro. No es fácil a veces. Tenemos muchos ejemplos en la Biblia de esta problemática. Profetas de Dios que no eran obedecidos y falsos profetas que dominaban el ambiente de la nación de Israel. En los escritos del Nuevo Testamento también encontramos muchas advertencias al respecto. Jesús trazó una máxima: “por sus frutos los conoceréis”.
El pasaje de Jeremías 23, citado anteriormente, es clave en todo este tema. Deberíamos familiarizarnos con él puesto que expone una problemática muy parecida a la de estos días, donde proliferan personajes que se levantan aquí y allá, produciendo todo tipo de extravagancias en muchas iglesias.
En los profetas de Samaria he visto desatinos; profetizaban en nombre de Baal, e hicieron errar a mi pueblo de Israel. Y en los profetas de Jerusalén he visto torpezas; cometían adulterios, y andaban en mentiras, y fortalecían las manos de los malos, para que ninguno se convirtiese de su maldad; me fueron todos ellos como Sodoma, y sus moradores como Gomorra (Jer. 23:13-14).
Continuará…