Sueños y visiones ¿cuál es la diferencia?
El profeta Joel habló de un día cuando se derramaría el Espíritu Santo sobre toda carne, ya no solo sobre profetas, reyes y sacerdotes, sino en una dimensión nunca antes vista. Algunas de las características de esas manifestaciones multitudinarias serían una proliferación de los sueños, las visiones y las profecías. El apóstol Pedro relacionó esos días con el derramamiento del Espíritu Santo que tuvo lugar el día de Pentecostés. Ya hemos visto ampliamente lo que queremos decir con sueños, veamos ahora el tema de las visiones.
A veces una visión puede darse en medio de un sueño nocturno, sin embargo, lo general es que las experiencias de visiones se den en un estado de consciencia. Cuando hablamos de visiones hablamos de ver, visualizar, percibir, y estas experiencias pueden darse sobre tres bases distintas: Una visión del Espíritu de Dios, una visión de nuestra propia imaginación en el ámbito del alma, que puede ser buena humanamente hablando o producida por la concupiscencia de la carne. La tercera forma de visión es la que procede del espíritu de este mundo, es decir, de las tinieblas. ¿Qué es lo que prueba un sueño o visión? La palabra de Dios. ¿Quién puede revelar las visiones o los sueños de Dios? El Espíritu de Dios.
Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Más nosotros tenemos la mente de Cristo (1 Co.2:10-16).
La tentación de nuestros días es confundir las visiones de nuestros propios deseos o ambiciones al estilo mundano de hacer las cosas, con las visiones que nacen del Espíritu de Dios y tienen la fuerza de Dios para sostenerse y abrirse camino a pesar de la oposición o falta de apoyo de otras personas.
Cuando necesitamos manipular, exagerar, coaccionar o presionar a otros para que adopten nuestras visiones o sueños estamos probando que no tienen la fuerza del Espíritu de Dios, y si dejamos de trabajar con todas las fuerzas de nuestro ser en ello se caen y derrumban como un cuerpo muerto. Lo que ha nacido de Dios vence. Lo que nace del Espíritu de Dios tiene la fuerza de Dios para impulsarse a pesar de la soledad del profeta en muchos casos. Lo que es obra de la carne, carne es y como tal necesitará el apoyo carnal para llevarse a cabo; cuando éste falta el nerviosismo aparece en sus patrocinadores y las presiones sobre otros se acumulan para llenar de cargas las espaldas de muchos creyentes de buen corazón.
Podemos perseguir sueños propios o de otros como el que corre detrás del viento. Una cosa es recibir una visión de Dios en nuestro corazón, y otra distinta comprar sueños en una conferencia de «soñadores». No puedo imaginar a José, el hijo de Jacob, edificar un ministerio para enseñar a sus alumnos cómo recibir sueños de Dios, sueños grandes de llegar a ser grande en la política de Egipto, y al final de cada clase acabar con estas palabras: «de la misma manera que Dios lo ha hecho conmigo lo hará con vosotros, porque Dios no hace acepción de personas». ¿Es cierto que Dios le dio sueños a José? Si. ¿Podemos tener todos los sueños de José? No. ¿Los principios en la vida de José son válidos para nosotros? Si, si es la voluntad de Dios. No, si surge de la envidia de ser y hacer como José. Con todo esto que quiero decir. Sencillamente que a menudo simplificamos y generalizamos todo de tal forma que olvidamos que es el Espíritu de Dios quién reparte como Él quiere, esa es la enseñanza sobre el cuerpo del apóstol Pablo en su primera carta a los corintios.
Recuerdo una reunión de oración entre colaboradores del trabajo evangelístico que estábamos llevando a cabo en la provincia de Toledo. Varios de los hermanos eran suecos y teníamos a uno de ellos que estaba ministrando la palabra entre nosotros. Uno de los hermanos suecos pidió oración por un asunto personal, lo hizo en esa lengua por lo que los españoles no nos enteramos de la petición. Cuando estábamos orando en círculo por la familia tuve una visión en mi interior. Vi un feto en el vientre de la mujer del hermano que había pedido oración. Lo dije en voz alta: estoy viendo un feto. Los hermanos suecos confirmaron que la petición era precisamente para tener un hijo; la pareja por la que orábamos estaban casados hacía algunos años y aún no tenían descendencia. Al poco tiempo esta familia tuvo su primer hijo varón de nombre Samuel. Lo paradójico es que mi mujer y yo tampoco teníamos hijos en ese tiempo después de varios años casados. Mi esposa me decía «a ver cuando tenía una visión de su propio embarazo». Y llegó, en el momento propicio. En otra reunión de oración a solas con mi mujer, fui orando y viendo el desarrollo de su embarazo hasta el nacimiento de nuestro primer hijo. Lo vi hasta el momento cuando ya andaba por la casa. Por tanto, creo en las visiones de Dios, en ver lo que Dios quiere que veamos, pero es inevitable que nuestra vista nos juegue malas pasadas. Jesús dijo: «La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas» (Lucas 11:34).