Y mientras Pedro meditaba sobre la visión, el Espíritu le dijo: Mira, tres hombres te buscan. Levántate, pues, desciende y no dudes en acompañarlos, porque yo los he enviado (Hechos 10:19,20).
El episodio del derramamiento del Espíritu Santo en casa de Cornelio marcó un antes y un después en el futuro de la congregación de Dios y la inclusión de los gentiles. Hasta ese momento la inmensa mayoría de los convertidos eran judíos o samaritanos, pero sobre todo judíos. No olvidemos este dato porque los siglos venideros levantarían una gran sima entre judeocristianos y la cristiandad gentil que llega hasta nuestros días. Se produjo una separación en la teología y el devenir histórico que llevó a los gentiles a ocupar un lugar preponderante excluyendo a los judíos con el subsiguiente alejamiento de las raíces de nuestra fe, pero eso es otro tema que no vamos a abordar aquí.
Veamos la secuencia de los acontecimientos que tuvieron su inicio en la casa de un centurión romano. Cornelio era militar, piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, hacía muchas ofrendas al pueblo judío y oraba a Dios (¿qué Dios? el Dios de los judíos) continuamente. Vemos que un inconverso gentil tenía una vida intensa de oración, era piadoso siendo militar, va a tener la visión de un ángel que entró donde estaba orando y le dijo que sus oraciones habían sido oídas, y sus ofrendas no habían pasado desapercibidas en el cielo. A pesar de toda esta magna experiencia Cornelio necesitaba un predicador, se le dijo que buscara a Pedro para oír las «palabras por las cuales serás salvo, tú y toda tu casa» (Hch.11:14).
Meditemos. Hay experiencias buenas que no son completas hasta que se confirman por la palabra predicada. Las experiencias no salvan a nadie, hay que oír la palabra de verdad, el evangelio del reino, para que el Espíritu Santo sea derramado y confirme la verdad anunciada. Estamos ante un suceso trascendental porque el evangelio iba a penetrar al mundo gentil. Los gentiles, en este caso Cornelio y todos los que se congregaron en su casa, estaban dispuestos para recibir el mensaje del evangelio. El predicador será un judío, Pedro, que al día siguiente tendrá una experiencia desconcertante que confrontará sus prejuicios y tradiciones de tal manera que necesitará la voz del Espíritu Santo para confirmar las experiencias de Cornelio, por un lado, y las suyas propias por otro.
El evangelio penetró al mundo gentil por la visión de un centurión romano y el éxtasis de un predicador judío. El Espíritu confirmó ambas.