Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que muestra misericordia, con alegría… (Romanos 12:8).
La misericordia es parte del carácter de Dios. El Salmo 136 repite en todos sus 26 versículos esta expresión: «Porque para siempre es su misericordia». «Las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades; son nuevas cada mañana» (Lam. 3:22-23). Por tanto estamos hablando de un aspecto muy relevante de la naturaleza divina. No está al alcance del hombre natural. Comienza a manifestarse en aquellas personas que han nacido de nuevo a la imagen de Su Hijo, formados a su semejanza (Ro.8:29).
Está escrito: «Misericordia quiero, y no sacrificio» (Oseas 6:6). Pero además de todo ello hay un don de misericordia que obra en algunas personas de manera especial. Tiene que ver con una dimensión mayor de la misericordia que se espera a los hijos de Dios. Se manifiesta en obras de amor, bondad y compasión que suelen dejarnos boquiabiertos cuando las conocemos. Decimos «¿cómo es posible que esta persona pueda realizar estas obras?»
El buen samaritano de la parábola de Jesús tenía el don de la misericordia. El sacerdote y el levita, a quienes se les suponía obras de piedad, pasaron de largo, pero aquel samaritano anónimo hizo un alto en su camino para atender, con los riesgos que conllevaba, a aquella persona golpeada y herida (Lc.10:33-34).
Vemos estas obras hoy en día en muchos de aquellos hermanos que trabajan con el desecho de la sociedad: indigentes, drogadictos, los menesterosos, los pobres… La misericordia es sentir compasión por los que sufren y ofrecerles ayuda. Es una virtud del ánimo que lleva a algunas personas a compadecerse de las miserias ajenas. Significa sentido de compasión para aliviar el sufrimiento. «Su preocupación por la desdicha de los hombres lo lleva a la ansiedad por aliviarla» (Martyn Lloyd-Jones).
El buen samaritano, figura de Jesús mismo, tuvo compasión de la persona golpeada por ladrones y salteadores. Se acercó, vendó sus heridas derramando aceite y vino, llevándolo al mesón y cargando en su cuenta los gastos que ocasionaron su recuperación completa. Fue la respuesta de Jesús a la pregunta «¿quién es mi prójimo?», para concluir con esta máxima: «Ve y haz tu lo mismo». Están de moda los dones espectaculares pero la misericordia es un don que procede del mismo Espíritu para ayudar a los demás y hacerlo con alegría…
Jesús ascendió al cielo llevando cautiva la cautividad y dio dones a los hombres, dejando su sello en aquellos que continuarían su obra en la tierra.