Entonces Pedro le dijo: Que tu plata perezca contigo, porque pensaste que podías obtener el don de Dios con dinero (Hechos 8:20).
En estas meditaciones no pretendo resolver el conflicto que ha vivido la iglesia del siglo XX con dureza, ni las divisiones que se han producido entre las iglesias tradicionales y las pentecostales que tuvieron su origen a inicios del pasado siglo. Durante años viví esta lucha de forma personal. Me movía entre una iglesia conservadora y otra pentecostal. Lo que hace todo distinto son las experiencias reales (no fantasías) que transforman nuestras vidas según la palabra revelada. En mi caso fue así. Ahora bien, no ignoro la gran mercadería que se ha hecho en nuestros días de lo que se llama «la unción», «los ungidos» y el enriquecimiento que muchos han tenido a costa de multitudes ingenuas llevadas por doquiera de vientos de doctrina, lo cual no anula la verdad de Dios.
Sin embargo, hoy vivimos en muchos lugares una situación distinta. Algunos líderes carismáticos se han enseñoreado de la grey de Dios. Han torcido la Escritura, han manipulado las experiencias y muchos han sido defraudados. Nada nuevo debajo del sol.
Jesús enseñó que junto a la palabra sembrada como semilla, también se siembra cizaña, muy parecida la una a la otra, por tanto, es fácil confundir verdades y experiencias. Simón el mago se había convertido, al menos había creído y bautizado, es lo que dice la Escritura, sin embargo, su corazón seguía en sus antiguas prácticas manipuladoras. Ahora quería apuntarse al nuevo poder que mostró Felipe y lo que más le sedujo fue la autoridad con la que Pedro y Juan oraban por los creyentes y estos recibían de forma evidente el don del Espíritu.
Pensemos. Tuvo que haber experiencias manifiestas para que Simón viera lo que pasaba, de tal forma que quiso comprar esa capacidad de impresionar a las masas. ¡Cuántos Simones tenemos hoy detrás de tantos púlpitos! Conocen la Escritura, la citan, se han bautizado, incluso exhiben un tipo de poder electrizante que cautiva y se parece al don de Dios, pero sus corazones están en la plata y el oro. Pretenden hacer negocio con las almas. Nada nuevo debajo del sol. El apóstol Pedro se dio cuenta y lo reprendió duramente. «Que tu plata perezca contigo». Palabras duras. Sin miramientos ante la falsedad de un corazón lleno de maldad, hiel de amargura y cadena de iniquidad. No hubo diplomacia en Pedro sino firmeza y claridad.
Mezclar el don de Dios y las riquezas es tan nocivo como el vómito de Babilonia. Estas mezclas apagan y deshonran la verdad revelada y contaminan las experiencias.