… sino que hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo (estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor (Efesios 4:15,16).
Todos nosotros hemos visto algún documental del mundo animal donde la manada protege a los recién nacidos de los peligros que siempre le acechan. La madre cuida especialmente del pequeño, pero además de ese cuidado, el grupo, mantenerse unidos, le da seguridad y cobijo. Por su parte las crías deben seguir al grupo y no despistarse.
Pablo enseña que una de las características de la niñez es ser llevados por vientos o arrastrados por las olas, y que en lugar de ello debemos seguir la verdad en amor. Para no ser llevados por el viento debemos seguir la verdad. La verdad es Cristo, por tanto, la cobertura que tenemos es el cuerpo de Cristo. Este pasaje lo deja claro.
Algunos han llevado a extremos delirantes el tema de la cobertura espiritual de un pastor. Sin embargo, el apóstol enseña que nuestra cobertura está en el cuerpo, cuya cabeza es Cristo. Nos necesitamos los unos a los otros. La actividad propia de cada miembro provee el crecimiento general del cuerpo.
Debemos estar enfocados a la cabeza y no hacia un líder protector que en muchos casos viene a ocupar el lugar de Cristo. Nuestra cobertura espiritual no es un pastor «macho alfa», o una mujer profetisa «matriarca Jezabel», nuestra cobertura la tenemos en permanecer unidos al cuerpo, usar los dones recibidos en beneficio del otro, ocupar nuestro lugar y no el de otro y enfocar toda esta actividad espiritual hacia la cabeza, de donde recibimos todo lo que necesitamos, porque fuera de Él nada podemos hacer.
Los dones ministeriales han sido dados por Jesús para capacitar y edificar el cuerpo de discípulos. Cuando cumplen su función todos recibimos honra, cuando sufren, todos sufrimos con ellos, cuando se alejan del propósito de Dios hay pérdida, todo se desordena y en lugar del cuerpo operamos como un rompecabezas, no hay edificación sino división y dispersión. Si transgredimos el orden de Dios venimos al caos y la confusión. Ningún miembro, por importante que sea, está por encima del cuerpo, y todos estamos unidos a la cabeza y necesitados de cada uno.
La meta de los dones ministeriales es orientar el crecimiento hacia la cabeza, la cual es Cristo, de quién depende todo el cuerpo.