LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Capítulo 7 – Los dones del Espíritu

La vida en el Espíritu - MeditacionesCapítulo SIETE

Los dones del Espíritu

Un tema siempre controversial con escuelas distintas. Los que dicen que acabaron en el tiempo de los apóstoles (cesacionistas), y quieres creemos que nunca han cesado (continuacionistas); a pesar del abuso o desuso que se ha producido a lo largo de la historia de la iglesia. Veamos la relación de dones que he elaborado para esta muestra.

  1. Impartir algún don espiritual (I) (Ro.1:11,12)
  2. Impartir algún don espiritual (II) (Ro.1:11,12)
  3. Impartir algún don espiritual (III) (Ro.1:11,12)
  4. Dones y llamamiento de Dios irrevocables (Ro.11:28,29)
  5. Usemos los dones recibidos (Ro.12:6)
  6. El don de profecía (Ro.12:6)
  7. El don de servicio (Ro.12:7)
  8. El don de enseñanza (Ro.12:7)
  9. El don de la exhortación (Ro.12:8)
  10. El don de dar (Ro.12:8)
  11. El don de dirigir o presidir (Ro.12:8)
  12. El don de la misericordia (Ro.12:8)
  13. Cada uno ha recibido un don (1 Pedro 4:10)
  14. No debemos ignorar los dones (1 Co.12:1,2)
  15. Hablar por el Espíritu (1 Co.12:3)
  16. Dones, ministerios y operaciones (1 Co.12:4-6)
  17. Individualidades para el bien común (1 Co.12:7,11)
  18. El don de palabra de sabiduría (1 Co.12:8)
  19. El don de palabra de conocimiento (1 Co.12:8)
  20. El don de fe (1 Co.12:9)
  21. El don de sanidad (1 Co.12:9)
  22. El don de milagros (1 Co.12:10)
  23. El don de profecía (1 Co.12:10)
  24. El don de discernimiento de espíritus (1 Co.12:10)
  25. El don de lenguas (1 Co.12:10)
  26. El don de interpretación de lenguas (1 Co.12:10)

83 – Impartir algún don espiritual (I)

Porque anhelo veros para impartiros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; es decir, para que cuando esté entre vosotros nos confortemos mutuamente, cada uno por la fe del otro, tanto la vuestra como la mía (Romanos 1:11-12).

         El apóstol Pablo aún no había tenido ocasión de visitar la congregación de Roma, pero estaba ansioso de hacerlo, lo anhelaba de veras para poder confirmar su fe, siendo edificados a la vez mutuamente cada uno por la fe del otro. ¿Y cómo pensaba confirmar la fe de los discípulos en Roma? Mediante la impartición de algún don espiritual. Meditemos. Pablo creía en la imposición de manos para transmitir, (tal vez debemos decir: liberar), dones espirituales en la vida de los creyentes. Me llama poderosamente la atención esta expresión tan osada del apóstol. La tradición judía está plagada de esta verdad. Jacob impuso sus manos sobre los hijos de José, Efraín y Manasés, para bendecirlos. Lo hizo también sobre cada uno de sus doce hijos poco antes de morir. Moisés lo hizo sobre Josué en diversas ocasiones para impartirle autoridad y recibir el espíritu de sabiduría (Dt.34:9) (Nm.27:18-20,23). La imposición de manos de Moisés transmitió autoridad, sabiduría y dignidad de líder. Pedro y Juan lo hicieron en Samaria para que los discípulos recibieran el Espíritu Santo. Pablo hizo lo mismo en Éfeso sobre los discípulos que ni siquiera habían oído hablar si había Espíritu. También lo hizo sobre Timoteo (veremos este caso en la próxima meditación). Incluso Simón el mago, impresionado por esta verdad manifestada en Samaria quiso comprar el don y fue reprendido por Pedro. Siempre hay desequilibrados que están dispuestos a toda hora para imponer las manos como si fuera un acto mágico. Pretenden limitar la acción del Espíritu a través de sus manos, pero este hecho nunca anula la soberanía de Dios. Otros imponen manos vacías sobre cabezas huecas, el resultado es nulo. Algunos se conforman con el espectáculo externo de caídas al suelo o cualquier otra experiencia, pero si no hay respaldo divino en quién pretende transmitir o liberar dones será como metal que resuena o címbalo que retiñe. El apóstol Pablo tenía esta capacidad y anhelaba impartir dones a los hermanos en Roma. No todos la tienen, por mucho que griten o empujen sobre las cabezas de aquellos que ingenuamente piensan resolver sus dificultades mediante un acto «mágico». Pero hay quienes liberan la acción del Espíritu con su oración…

         Impartir o liberar dones espirituales confirma la fe de los discípulos.

84 – Impartir algún don espiritual (II)

Porque anhelo veros para impartiros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; es decir, para que cuando esté entre vosotros nos confortemos mutuamente, cada uno por la fe del otro, tanto la vuestra como la mía (Romanos 1:11-12).

         La verdad de Dios no queda anulada por las falsedades o manipulaciones de los hombres. Cuando una perla ha sido pisoteada se menosprecia y confunde con el mismo barro. Esto ha ocurrido con verdades del evangelio que maestros contumaces del error han ocasionado la pérdida y el abandono en la iglesia para huir de tales extremos. Hay extremos. Hay falsificaciones. Hay que probar los espíritus, y las profecías, examinadlo todo y retener lo bueno. El llamado neo pentecostalismo causa estragos en la iglesia de Dios de nuestro tiempo con sus extravagancias y espectáculos irreverentes y profanos, que quieren pasarlos por «el gran poder de Dios» (como Simón el mago), o una unción mal entendida, pero eso no puede anular las verdades acerca del Espíritu y los dones. Es fácil, por temor, evitar las manifestaciones del Espíritu, Pablo no lo hizo. Llegó a Roma decidido a poner en libertad dones espirituales que los hermanos ya tenían (porque los dones son del Espíritu, no de un hombre ungido), pero faltaba la imposición de manos del apóstol para liberar su función. La iglesia de Dios se edifica mediante los dones del Espíritu, la diversidad de dones del Cuerpo, dados para su edificación (veremos sobre los dones más adelante). Sin dones liberados y funcionando bajo el temor de Dios no seremos útiles en la extensión del reino. Pablo lo hizo con su discípulo aventajado Timoteo. Mira el lenguaje de Pablo. «No descuides el don espiritual que está en ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la imposición de manos del presbiterio» (1 Tim.4:14). En otra ocasión le dice: «Por lo cual te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos» (2 Tim.1:6). La mayoría de los maestros concuerdan en decir que el don de Timoteo era el de evangelista. Hubo varias ocasiones en la vida del discípulo Timoteo cuando impusieron las manos sobre él para que su desarrollo ministerial fuera eficaz. En una de ellas fue el presbiterio (grupo de ancianos de la congregación), y en otra fue el apóstol Pablo. También se le dijo que peleara la buena batalla acordándose de las profecías que se habían hecho sobre él (1 Tim.1:18). Imposición de manos y profecías ayudaron a Timoteo a cumplir su llamamiento dado por Dios.

         Pablo practicó la imposición de manos con Timoteo y otros discípulos para liberar la acción de los dones que ya habían recibido del Espíritu.

85 – Impartir algún don espiritual (III)

Porque anhelo veros para impartiros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; es decir, para que cuando esté entre vosotros nos confortemos mutuamente, cada uno por la fe del otro, tanto la vuestra como la mía (Romanos 1:11-12).

         La práctica de la imposición de manos se encuentra entre los rudimentos de la doctrina, es decir, las enseñanzas básicas (Heb.6:1-2). Algunos se quedan pegados a ella como si no hubiera otra cosa que hacer que imponer manos a todo el mundo. Otros lo ven como superchería, aunque hemos dicho que es una doctrina bíblica; practicada por los profetas y apóstoles. También se practica en muchas otras religiones… lo cual no anula la verdad de Dios. En algunos casos ha quedado como un acto hueco y sin vida, practicado como tradición pero sin que produzca ningún resultado. Lo tenemos en uno de los sacramentos de la iglesia católica, el de la confirmación, que viene a ser la imposición de manos del obispo sobre los que fueron bautizados de niños, tomaron la comunión con 8 o 10 años y más adelante son confirmados como señal de recibir el Espíritu. Vana tradición. Yo mismo fui confirmado cuando tenía unos 14 años y debo decir que nada cambió en mi vida. Pero también debemos señalar que hay muchos pastores que imponen las manos a diestra y siniestra sin que ocurra nada más que un poco de ruido y movimiento, sin cambios ni transformaciones, tampoco liberación de dones. Sin embargo el apóstol Pablo lo anunció a los hermanos en Roma, para que cuando llegara pudiera transmitir dones espirituales mediante la oración con imposición de sus manos. Vemos que lo hizo en Éfeso y también en la vida de Timoteo. El propósito es poner en libertad los dones que el Espíritu ya nos ha concedido y que necesitan un impulso libertador para que se accionen, luego hay que aprender a usarlos con sabiduría y un carácter maduro, fundado en el fruto del Espíritu. Pero debemos practicarlos. La iglesia y sus responsables deben confiar en la obra del Espíritu dando lugar a esta liberación de dones entre los discípulos, y no pretendiendo controlarlo todo por temor a que haya desórdenes imprevistos. Pablo practicaba su acción. Los corintios son un ejemplo de ello. Luego tuvo que acotar y dar instrucciones para un uso equilibrado y sabio, pero nunca para negarlos o prohibirlos. Los gálatas comenzaron por el Espíritu y se desviaron hacia las obras de la carne (Gá. 3:1-5), el apóstol los reprendió para que regresaran a la vida en el Espíritu. La obra es de Dios.

         Los dones espirituales liberados son para la edificación de la iglesia.

86 – Dones y llamamiento de Dios irrevocables

En cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto  a la elección de Dios, son amados por causa de los padres; porque los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables (Romanos 11:28-29).

          Los dones —o carismas— y el llamamiento de Dios pertenecen a la soberanía de Dios. Son irrevocables. No se pueden revocar, por eso vemos a ciertos pastores que aunque sabemos viven en pecado aún actúan en ellos los dones que recibieron. Esto nos confunde, por eso Jesús enseñó que «por su frutos los conoceréis». El rey Saúl profetizó, es decir, se movió en los dones, aún cuando vivía en desobediencia a Dios y ya había sido desechado por el Señor (1 Sam. 19:23-24). También nos ha confundido que el pueblo judío, a pesar de ser enemigos del evangelio en muchos casos, siguen siendo amados por Dios por la elección soberana hecha a los padres Abraham, Isaac y Jacob. Esto no quiere decir que por ser judíos tienen un tratamiento especial, el llamamiento es como pueblo, como tal sigue siendo el pueblo de Dios y se mantienen los dones y el llamamiento recibido con todo lo dicho por los profetas, pero los rebeldes y contumaces serán juzgados y condenados. Lo mismo con algunos que comenzaron bien la carrera pero en algún momento se desviaron convirtiéndose en lobos rapaces que destruyen el rebaño. Dicho esto, (sabiendo que el tema es mucho más complejo de lo que puedo abordar aquí), lo que quiero puntualizar es que los dones de Dios están ligados al llamamiento para una función. Esos dones forman parte de la operación soberana de Dios en el corazón de la persona elegida, son irrevocables, seguirán actuando aún cuando la persona pueda haberse apartado de la verdad y andar en caminos errados. Muchos se aprovechan de los dones recibidos para seguir influyendo sobre masas de creyentes que les siguen sin discernir el espíritu del error. Incluso en la vida de Balaán, (ejemplo de falso profeta y ambición personal), el Señor permitió que profetizara correctamente sobre Israel, aunque su camino era de rebelión por cuanto desobedeció a Dios en su primera y verdadera respuesta para no ir a ver a Balac (Num.22:9-12 y 24:1-2). Muchos dirán, Señor, en tu nombre echamos fuera demonios… (operaron los dones de Dios en sus vidas), pero él les dijo, apartaros de mí hacedores de maldad». Los dones no son garantía que Dios confirma lo que hacemos, es la obediencia a su voluntad lo que confirma nuestro llamamiento.

         Los dones y el llamamiento van juntos, pero lo que confirma o no la verdad de nuestro servicio es la obediencia a Dios y el fruto del Espíritu.

87 – Usemos los dones recibidos

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… (Romanos 12:6).

         Generalmente relacionamos los dones del Espíritu con la primera carta a los corintios, pero estamos viendo que la carta a los romanos tiene mucho que decirnos al respecto. En el capítulo 12 encontramos una relación de dones espirituales que rara vez vinculamos a la lista de dones del Espíritu. Me propongo, con la ayuda del Espíritu de verdad, relacionarlos en las próximas meditaciones uno por uno. Ahora quisiera ahondar en algunos aspectos básicos que debemos tener en cuenta. Hemos visto que el apóstol Pablo tenía el anhelo de viajar a Roma para impartir dones espirituales a los hermanos, él sabía que de esa forma la congregación de la capital del Imperio sería ampliamente edificada si los dones estaban actuando de manera regular entre ellos. De ahí su empeño en visitarlos y confirmarlos mediante la liberación de algunos dones en sus vidas. Los dones son regalos del Espíritu, pertenecen al Espíritu, no a la persona, aunque esta sea el mayordomo de los bienes recibidos y debe administrarlos con fidelidad y honestidad. La función de los dones está ligada a la dependencia del Espíritu, a vivir y andar en el Espíritu, aunque también pueden manifestarse viviendo en la carne (caso de algunos corintios) y lejos de la voluntad de Dios (caso del rey Saúl). También puede haber imitaciones y falsificaciones. Los dones o la manifestación del Espíritu son dados para el bien común (1 Co.12:7), no para manipular o dominar a los creyentes. Pablo nos da en este texto tres premisas básicas que no debemos olvidar para hacer un buen uso de los dones. En primer lugar dice que hay dones diferentes. Sencillo. No todos tenemos el mismo don, de otra forma ¿dónde estaría el cuerpo? Los dones son complementarios unos con otros. En segundo lugar los hemos recibido según la gracia de Dios, no por nuestro esfuerzo o capacidad especial. No debe haber motivo de arrogancia. No hemos hecho nada para merecerlos, los hemos recibido para el bien común. ¡Que pronto olvidamos esto! Y en tercer lugar, dice el apóstol, usémoslos. Recuerda la parábola de los talentos y el juicio del Señor sobre aquel que solo recibió un talento y lo guardó sin «negociar» con él. Fue desobediente aunque pensó que era prudente. El apóstol Pedro enseña lo mismo cuando dice: «Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pedro 4:10 LBLA).

         Usar el don, o dones, que hemos recibido, es parte de nuestra obediencia a Dios y de servicio a los hermanos.

88 – El don de profecía

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos: si el de profecía, úsese en proporción a la fe… (Romanos 12:6).

         El don de profecía no nos hace profetas. Las hijas de Felipe profetizaban pero no eran profetas (Hch.21:8,9). Pablo no está hablando aquí del ministerio de profeta, sino del don de profecía. Incluso dice en otro lugar que todos pueden profetizar para que todos sean exhortados (1 Co.14:31). El propósito de los dones es siempre la edificación del cuerpo de Cristo (1 Co.14:12). El que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación (1 Co.14:3). En este caso se trata de una palabra de aliento, guiada por el Espíritu, para animar, corregir y consolar a los hermanos en la congregación. No es, en primer lugar, una profecía para adelantar el futuro, esa misión sí corresponde al ministerio de profeta, que ve en el Espíritu lo que viene, por ejemplo el profeta Agabo sobre el viaje de Pablo a Jerusalén (Hch.21:10,11). Hay los que dicen que la profecía es la predicación, puede ser y debe ser así, pero de lo que habla el apóstol en este caso no es de la predicación sino del don de profecía. Lo explica en 1 Corintios 14:24,25 al compararlo con el que habla en lenguas con interpretación. Enseña que la manifestación del don de profecía es una señal para convencer, juzgar, poner al descubierto los secretos del corazón para que la persona se postre y adore a Dios, declarando que en verdad está entre vosotros. Recuerdo una experiencia personal en los primeros años de mi conversión. Entré en un culto de visita por primera vez, y cuando terminó se acercó una mujer descubriendo los pensamientos que había tenido sobre la reunión gloriosa que acabábamos de tener dándome un mensaje del Señor sobre mi llamamiento al pastorado. Nunca me había visto y nunca más volví a ver a esa mujer, pero su mensaje puso al descubierto mi corazón y fui grandemente edificado y afirmado en mi fe. Pablo enseña que no debemos menospreciar las profecías (1 Tes.5:19,20). Tampoco debemos recorrer el mundo entero detrás de ellas buscando lo que queremos oír. No podemos burlar a Dios. Sin embargo, el mal uso de las profecías no anula el don. Es posible la manipulación y las palabras infladas en todo ello, por eso hay que probar las profecías siempre, y confirmarlas por el Espíritu en nosotros y la palabra de Dios… nunca son palabra infalible (1 Jn.4:1,2). A pesar de las posibles dificultades el apóstol nunca las prohibió, sino que corrigió lo deficiente y enseñó un uso adecuado y con orden. El don siempre debe fundamentarse sobre un carácter probado y maduro.

         La profecía debe usarse en proporción a la medida de la fe recibida.

89 – El don de servicio

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… si el de servicio, en servir… (Romanos 12:7).

         Aprovechando el tema del don que nos ocupa debemos decir que aunque hay dones predominantes en diferentes hermanos, eso no significa que el resto no debemos o no podemos actuar en esa dirección. El servicio es una misión de todo cristiano, hemos sido llamados a servirnos los unos a los otros, pero hay algunos hermanos que han recibido un don especial en cierto tipo de servicios. De la misma manera que todos debemos evangelizar pero no por ello somos evangelistas. Hay un don de servicio que se ve en los hermanos que muestran una capacidad especial para servir, están dispuestos a realizar actividades que para otros son muy onerosas, pero ellos las hacen con verdadera pasión. Pienso en mujeres/hombres que muestran una capacidad especial en preparar comida para mucha gente, además tienen la habilidad de organizar eventos que para otros significan un verdadero «dolor de cabeza». Pienso en los hermanos que escogieron para servir las mesas de las viudas en la iglesia primitiva. Luego algunos de ellos evolucionaron de tal forma que se transformaron en evangelistas con la manifestación de otros dones de la lista de 1 Corintios 12 (caso de Felipe y Esteban). No podemos dejar de mencionar a Marta, la hermana de Lázaro, que siempre estaba dispuesta para las tareas domésticas, aunque ello le causara cierta aflicción, lo cual viene a enseñarnos que podemos ejercer un don sin que ello signifique que no lleguemos a experimentar cansancio y agotamiento en su uso. En muchas congregaciones encontramos a hermanos que están siempre dispuestos a realizar cualquier tipo de trabajo a favor de otros. Siempre quieren ayudar y no escatiman esfuerzo en su realización. Manifiestan un verdadero deleite en el servicio a los demás, y esto puede manifestarse de múltiples formas, porque el servicio es siempre muy diverso. Tal vez este don no es tan espectacular como otros dones, pero no debemos olvidar que todos son carismas, tienen un potencial sobrenatural porque proceden del Espíritu, no de nuestra propia habilidad, aunque podemos y debemos desarrollar y perfeccionar nuestros dones con práctica y esfuerzo añadido mediante un mayor aprendizaje. Los dones no son para hacer perezosos, sino que partiendo de la iniciativa del Espíritu lo perfeccionemos y desarrollemos a lo largo de nuestra vida, eso sería «negociar» con el talento recibido y no enterrarlo (Lucas 19:15).

         Jesús es nuestro modelo de servicio, el don inefable por excelencia.

90 – El don de enseñanza

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que enseña, en la enseñanza… (Romanos 12:7).

         Como es fácil entender no pretendo ser exhaustivo en la exposición de los dones del Espíritu, pero sí quiero iniciar el tema para que nos pueda servir de arranque en un estudio más profundo que cada uno puede hacer. Hay un don de enseñanza. No todos lo tienen, como los demás dones, y por tanto no todos deben enseñar, aunque podemos compartir experiencias y textos bíblicos, de la misma forma que todos podemos exhortar sin tener el don de la exhortación. Bien, dicho esto, meditemos. ¿Cuál debe ser la evidencia del don de enseñanza? Los que tienen este don exponen la doctrina de tal forma que facilitan el entendimiento de los oyentes. Su exposición abre la Escritura para comprenderla con cierta facilidad. También se trata de poner el sentido a lo que está escrito, como en el caso de los levitas en aquella reunión en los días de Esdras y Nehemías. El escriba Esdras leía el libro de la Ley de Moisés y había un grupo de personas mencionadas y los levitas que «explicaban la ley al pueblo… traduciéndolo y dándole el sentido para que entendieran la lectura… los levitas que enseñaban al pueblo… Y todo el pueblo se fue a comer, a beber, a mandar porciones y a celebrar una gran fiesta, porque comprendieron las palabras que les habían enseñado» (Nehemías 8:1,7,8,9,12). En los requisitos que se mencionan en las cartas de Pablo para los pastores y ancianos, uno de ellos es que sean aptos para enseñar (1 Tim.3:2 y 5:17). El que se dedica a la enseñanza, teniendo el don de Dios, no debe descuidar su estudio continuo. Podemos enseñar a otros de lo que hemos aprendido por estudiar, pero aquellos que tienen el don dado por el Espíritu demuestran una capacidad mayor en la exposición de la Escritura, convencen, persuaden, añadiendo a su don un carácter probado. Apolos tenía un don de enseñanza sólido, era vehemente, aunque eso no impidió que siguiera aprendiendo de Priscila y Aquila (Hch.18:24-28). Jesús es el Maestro, y cuando expuso su mensaje a los dos discípulos de Emaús sus corazones ardieron cuando les abrió las Escrituras. Generalmente los pastores han recibido este don como parte de su equipo ministerial. Este don manifiesta siempre en sus poseedores un gran deseo de estudiar las Escrituras, como en Esdras, «que había dedicado su corazón a estudiar la ley del Señor, y a practicarla, y a enseñar sus estatutos y ordenanzas en Israel» (Esdras 7:10).

         El don de enseñanza facilita, con eficacia, el servicio de aquellos que han sido llamados por Dios para enseñar a otros.

91 – El don de exhortación

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que exhorta, en la exhortación… (Romanos 12:8).

         Debemos antes de nada definir lo que significa exhortar. Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua significa «incitar a uno con palabras, razones y ruegos que haga o deje de hacer alguna cosa». Esta es una misión de cada uno de los hermanos, aunque hay los que tienen un don de exhortación que suele acompañar al de enseñanza. Está escrito que debemos «exhortarnos los unos a los otros cada día… no sea que alguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado» (Heb.3:13). Si hay un llamado a exhortarnos los unos a los otros para no caer en el engaño del pecado, ¿cuánto más aquellos que han recibido esta función como un don especial deben ejercitarlo en beneficio de la comunidad de creyentes? El uso que se hace de esta función en el lenguaje bíblico no tiene nada que ver con lo que vulgarmente llamamos «echar la bronca». Tampoco tiene que ver con mandar a otros lo que tienen que hacer o dejar de hacer. Los dones son dados para la edificación del cuerpo de Cristo, para que haya edificación y cobertura sobre el engaño del pecado que tan fácilmente nos envuelve. Tiene que ver con animar a los demás. Fue lo que hizo Bernabé cuando llegó a Antioquia y vio la gracia derramada sobre los discípulos. «Cuando vino y vio la gracia de Dios, se regocijó y animaba [exhortó RV60] a todos para que de corazón firme permanecieran fieles al Señor» (Hch.11:23 LBLA). Pablo lo hizo en medio de la tempestad del viaje a Roma. «Ahora os exhorto a tener buen ánimo, porque no habrá pérdida de vida entre vosotros, sino sólo del barco» (Hch.27:22). Vemos que animar a los hermanos y la exhortación son sinónimos. En las congregaciones hay que «alentar a los de poco ánimo» (1 Tes.5:14), ¿cómo? exhortándolos con la palabra de fe, vida y esperanza. La práctica de la profecía tiene también esa función en la congregación. «El que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación» (1 Co. 14:3). Por tanto la exhortación debe tener como fundamento la palabra de verdad. Los profetas de Israel exhortaban al pueblo para que se volvieran a Dios. Pablo dijo a Timoteo y Tito que debían exhortar a la congregación con toda paciencia y doctrina (2 Tim.4:2) (Tito 1:9 y 2:15). No se trataba de enseñorearse de la grey, sino del ejercicio de autoridad delegada para edificación, no para destrucción. También debemos exhortar a nuestros hijos.

         La congregación de Dios necesita este don funcionando con valentía en la vida de la iglesia para evitar el error y engaño del pecado.

92 – El don de dar

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que da, con liberalidad… (Romanos 12:8).

         En una sociedad orientada hacia el egoísmo personal, la competencia y los intereses mezquinos hablar de dar con liberalidad parece una utopía, sin embargo, este es un don que debe estar presente en la congregación de Dios porque el Espíritu Santo lo da. Conocí, hace años, a un hermano empresario que nos visitaba en Toledo y apoyaba la obra pionera que realizábamos, que cuando compartía con sencillez la palabra de Dios nos decía: «yo tengo el don de dar». Y realmente lo hacía con liberalidad. Nunca más he oído a otro hermano decir que tiene este don. Sí hay una insistencia en enseñar a dar para obtener una gran cosecha, pero eso no tiene nada que ver con el don que nos ocupa. El apóstol nos dice: «el que da, con liberalidad». Y ¿qué es liberalidad? Pues es la cualidad de la persona que ayuda o da lo que tiene sin esperar nada a cambio. Es la virtud moral que consiste en distribuir generosamente sus bienes sin esperar recompensa. Es un don de Dios. Todos debemos aprender a darnos a nosotros mismos, pero hay un don que tiene la característica de dar a otros de tal forma que supera el ámbito natural, es una virtud del Espíritu de Dios distribuida a ciertas personas. Pablo dijo de Jesús: «el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gá.2:20b). El don de dar y el amor van juntos. Porque «si diera todos mis  bienes para dar de comer a los pobres… pero no tengo amor, de nada me aprovecha» (1 Co.13:3). Recuerdo dos episodios cuando esta liberalidad se desató en toda la congregación. Uno en el desierto cuando Israel salió de Egipto y Moisés pidió una ofrenda para realizar el tabernáculo, trajeron tanto y con tanta liberalidad que hubo que pedir que dejaran de hacerlo. La otra fue en la iglesia primitiva cuando vendían sus propiedades y lo vendido lo ponían a los pies de los apóstoles. Pablo lo enseñó a los corintios cuando recogía una gran ofrenda, precisamente para los hermanos de Judea, por las necesidades que más tarde sobrevinieron. «Por la prueba dada por esta ministración, glorificarán a Dios por vuestra obediencia a vuestra confesión del evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos» (2 Co.9:13). Estas prácticas tienen muy poco que ver con la insistencia en algunos púlpitos para forzar a los hermanos a «invertir» en el reino de Dios con la promesa de hacerse ricos. El don de dar con liberalidad nada tiene que ver con todo ello.

         Dar a otros con liberalidad significa hacerlo en amor y sin esperar una transacción económica y bursátil como si compráramos acciones de bolsa.

93 – El don de dirigir o presidir

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que dirige, con diligencia… (Romanos 12:8).

         En la versión Reina Valera dice: «El que preside, con solicitud». Dirigir o presidir a otros es un don dado por el Espíritu Santo a la congregación de Dios. Adelantémonos a decir que este don no tiene nada que ver con una actitud de control, o de hechizar mediante manipulación para conseguir aunar voluntades. Algunos que tienen este don pudieron comenzar a ejercerlo debidamente, (como tantos otros dones), para desviarse de su cometido original y acabar ejerciendo señorío sobre los redimidos del Señor. Fue la actitud de Diótrefes (3 Jn.9,10), y la doctrina de los nicolaítas, denunciada por el mismo Señor como práctica de algunas iglesias del Apocalipsis (Apc. 2:6 y 2:15).

Pablo enseña que hay que «reconocer a los hermanos que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen, y que debemos tenerlos en muy alta estima con amor, por causa de su trabajo» (1Tes.5:12,13). Dirigir es un trabajo en beneficio de los hermanos que debe hacerse con diligencia, para instruir a otros y guiarlos por la senda marcada por el Señor y Pastor de las ovejas. Dirigirlos por el camino ya trazado que conduce a la vida eterna. En el antiguo templo eran los levitas quienes se encargaban de dirigir el canto y la alabanza al pueblo (1 Crónicas. 15:21,22 y 23:3,4). Un buen ejemplo de la función de este don lo encontramos en la vida de Nehemías. Dirigió la obra de la reconstrucción de la muralla de Jerusalén con verdadero tesón, sabiduría, valentía y una vida intensa de oración. Dirigir a otros y sacar las capacidades de cada uno en beneficio de la unidad y la edificación del cuerpo de Cristo es un milagro de los dones de dirección ejercidos debidamente. Los dones siempre deben ir acompañados por el fruto del Espíritu. Talento y carácter harán eficaz el servicio de una forma sobrenatural. Dirigir es un don de Dios para servir a los hermanos. Esta es la enseñanza de Jesús: «Pero no es así con vosotros; antes, el mayor entre vosotros hágase como el menor, y el que dirige como el que sirve» (Lc. 22:26). Hoy tenemos muchos «señores» y pocos obreros que sirven en el espíritu del Maestro y Señor. Y a todo ello hay que añadir la sabiduría que es provechosa para dirigir (Ecl. 10:10 RV60).

         Dirigir a otros es un arte dado por el Espíritu Santo a algunos hermanos con el fin de guiar a muchos por la senda de la justicia y la verdad.

94 – El don de la misericordia

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que muestra misericordia, con alegría… (Romanos 12:8).

         La misericordia es parte del carácter de Dios. El Salmo 136 repite en todos sus 26 versículos esta expresión: «Porque para siempre es su misericordia». «Las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades; son nuevas cada mañana» (Lam. 3:22-23). Por tanto estamos hablando de un aspecto muy relevante de la naturaleza divina. No está al alcance del hombre natural. Comienza a manifestarse en aquellas personas que han nacido de nuevo a la imagen de Su Hijo, formados a su semejanza (Ro.8:29). Está escrito: «Misericordia quiero, y no sacrificio» (Oseas 6:6). Pero además de todo ello hay un don de misericordia que obra en algunas personas de manera especial. Tiene que ver con una dimensión mayor de la misericordia que se espera a los hijos de Dios. Se manifiesta en obras de amor, bondad y compasión que suelen dejarnos boquiabiertos cuando las conocemos. Decimos «¿cómo es posible que esta persona pueda realizar estas obras?» El buen samaritano de la parábola de Jesús tenía el don de la misericordia. El sacerdote y el levita, a quienes se les suponía obras de piedad, pasaron de largo, pero aquel samaritano anónimo hizo un alto en su camino para atender, con los riesgos que conllevaba, a aquella persona golpeada y herida (Lc.10:33-34). Vemos estas obras hoy en día en muchos de aquellos hermanos que trabajan con el desecho de la sociedad: indigentes, drogadictos, los menesterosos, los pobres… La misericordia es sentir compasión por los que sufren y ofrecerles ayuda. Es una virtud del ánimo que lleva a algunas personas a compadecerse de las miserias ajenas. Significa sentido de compasión para aliviar el sufrimiento. «Su preocupación por la desdicha de los hombres lo lleva a la ansiedad por aliviarla» (Martyn Lloyd-Jones). El buen samaritano, figura de Jesús mismo, tuvo compasión de la persona golpeada por ladrones y salteadores. Se acercó, vendó sus heridas derramando aceite y vino, llevándolo al mesón y cargando en su cuenta los gastos que ocasionaran su recuperación completa. Fue la respuesta de Jesús a la pregunta «¿quién es mi prójimo?», para concluir con esta máxima: «Ve y haz tu lo mismo». Están de moda los dones espectaculares pero la misericordia es un don que procede del mismo Espíritu para ayudar a los demás y hacerlo con alegría…

         Jesús ascendió al cielo llevando cautiva la cautividad y dio dones a los hombres, dejando su sello en aquellos que continuarían su obra en la tierra.

95 – Cada uno ha recibido un don

Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios (1 Pedro 4:10).

         Antes de adentrarnos en el capítulo más conocido de los dones del Espíritu, (1 Corintios 12), me gustaría hacer un interludio entre los dones vistos en Romanos y los que veremos en 1 Corintios. No porque unos sean más importantes que otros, o más sobrenaturales, todos los dones del Espíritu trascienden el ámbito natural, por tanto son sobrenaturales, proceden del Espíritu, no del hombre. Sino porque creo que es necesario hacer énfasis en algunos aspectos esenciales cuando hablamos de los dones. Debemos diferenciar entre talentos y dones. Los primeros son capacidades sobresalientes en ciertas personas que superan el nivel habitual de capacidad en alguna habilidad especial. Aunque en última instancia todo procede de Dios, debemos decir que para ejercer un talento del tipo que sea, musical, en ciencia, en deporte, etcétera, no se necesita ser espiritual, es decir, el hombre natural puede tener (de hecho tiene y algunos son sorprendentemente llamativos) un talento especial aunque su vida esté alejada de Dios. Por su parte un don espiritual solo puede ser recibido por aquellas personas que han nacido de nuevo, forman parte del reino de Dios y están conectados al Espíritu de Dios.

Los dones de los que habla el apóstol Pedro en el texto que nos ocupa son para usarlos en el servicio a los hermanos, para servirnos los unos a los otros, habiéndolos recibido de la multiforme gracia de Dios. No son para comerciar con ellos y obtener ganancias. Son dados de gracia para ser ministrados de gracia. Como dice el apóstol «de gracia recibisteis, dad de gracia». Esta es una diferencia sustancial con el talento natural que suele ser motivo de enriquecimiento personal y renombre del que lo posee. El apóstol Pedro deja nítidamente claro que cada uno ha recibido un don especial. Todos los hermanos, miembros del cuerpo de Cristo, hemos recibido al menos un don para poder servir a los demás como buenos administradores de la gracia recibida. Generalmente suele ser nuestro servicio predominante, aquel que brota de forma «natural» en nuestro diario vivir, dentro del ámbito del Espíritu. Esta es una doctrina apostólica. Muy amplia en Pablo, pero también en Pedro.

         El don recibido por gracia debe ser ministrado desde la misma fuente de gracia en la que nos fue dado. Y hacerlo como fieles administradores.

96 – No debemos ignorar los dones

En cuando a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que seáis ignorantes. Sabéis que cuando erais paganos, de una manera u otra erais arrastrados hacia los ídolos mudos (1 Corintios 12:1,2).

         Vamos a adentrarnos ahora en el capítulo de la Biblia que más ampliamente aborda el tema de los dones espirituales, aunque como hemos dicho antes hay mas dones que los que aparecen aquí, lo vimos en las meditaciones correspondientes a Romanos capítulo 12. Desglosemos el texto. Pablo no tiene complejos en abordar un tema que para nosotros, siglos más tarde, ha venido a ser motivo de controversia. El apóstol de los gentiles no quiere que los hermanos de Corinto ignoren acerca de los dones espirituales, lo cual quiere decir que es posible ser cristiano y vivir ignorándolos. Hacerlo es motivo de pérdida. Todo aquello que no se enseña del amplio consejo de Dios queda relegado, por tanto, ignorado, y sin oír la enseñanza no hay una fe activada para poner en marcha aquello que se ignora. Lo vimos con toda claridad en el caso de los discípulos que encontró Pablo en Éfeso que ni siquiera habían oído hablar si había Espíritu (Hch. 19:2). Ignorar una verdad del evangelio es perderla. No enseñarla es desobediencia. Muchos adoptan una actitud fácil ante un tema complejo en el que entra en juego algo más que la teoría interminable. Los dones deben ser manifestados para edificación del cuerpo de Cristo, pero hay dones que su manifestación produce polémicas o desórdenes, y poco a poco los desplazamos para que no compliquen nuestro «buen orden eclesiástico», procurando centrarnos en aquellos otros dones que son más «educados», y por tanto, más fácilmente aceptables. No abogo por el desorden ni el desatino, pero ciertas manifestaciones de algunos dones es inevitable que alteren la tranquilidad de  nuestros cultos. Especialmente si un endemoniado se manifiesta, o una mujer encorvada provoca la acción de Jesús en sábado. Pablo enseña que ignorar los dones espirituales puede devolvernos a las prácticas paganas de ser arrastrados a ídolos mudos. Contrasta los cultos paganos, sus ritos y ceremonias muertas, con la manifestación viva de los dones del Espíritu operando entre los hermanos donde Cristo es glorificado e invocado por el mismo Espíritu. La historia de la iglesia demuestra que abandonar la llenura del Espíritu con la manifestación de los dones nos introduce en un estado de muerte e idolatría.

         La ignorancia de los dones por falta de revelación puede ser corregida con la verdad, pero ignorarlos nos reintroduce en el paganismo mudo.

97 – Hablar por el Espíritu

Por tanto, os hago saber que nadie hablando por el Espíritu de Dios, dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: Jesús es el Señor, excepto por el Espíritu Santo (1 Corintios 12:3).

         La fuente de los dones espirituales es el Espíritu de Dios, que a su vez emanan de la obra redentora de Jesús. El don de Dios es Cristo, don inefable y glorioso, y de ese don en plenitud ha repartido a los hombres porciones en forma de dones que se desprenden de él mismo. Jesús los distribuye a través del Espíritu según la gracia concedida a cada uno. Así está escrito: «Pero a cada uno de nosotros se nos ha concedido la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por tanto, dice: Cuando ascendió a lo alto, llevo cautiva una hueste de cautivos, y dio dones a los hombres» (Ef.4:7-8). Cuando el Mesías subía al lugar más alto, a la diestra del Padre, iba dejando en el camino dones a los hombres que tenían su mismo Espíritu. La plenitud de Dios en la persona de Jesús se desmenuza para hacernos coparticipes de sí mismo, reparte distintos dones a diferentes personas, pero la fuente es la misma: Jesús. El Espíritu no hace nada por su propia cuenta, sino que administra los dones en aquellos que son de Cristo, que llaman a Jesús Señor por el mismo Espíritu. Por tanto, dice el apóstol, hablar por el Espíritu no puede ser para llamar a Jesús anatema, es decir, maldito, sino que hablar por el Espíritu es glorificar al Hijo, la fuente de donde emanan los dones. Cualquiera que dice que actúa en los dones del Espíritu y no tiene a Jesús como centro de su manifestación está separado, −es anatema−, de la verdadera fuente de vida eterna. No podemos ministrar en los dones del Espíritu y deshonrar a Jesús. Podemos hablar por el Espíritu, sí, el Espíritu habla por medio de los que son suyos, y siempre lo hace para glorificar al Dador de la vida, no para acentuar su egolatría. Hablar por el Espíritu tiene como fundamento el señorío de Jesús. Y nadie puede llamar a Jesús Señor excepto por el Espíritu. Esa invocación se basa en la unión con Cristo, siendo un espíritu con él (1 Co.6:17); de esa forma los dones podrán ser ministrados desde la fuente de su emanación produciendo fruto de vida y edificación para el que han sido dados. Hablar por el Espíritu tiene que ver con los dones de expresión oral como profecía, enseñanza, sabiduría, ciencia. Siempre manteniendo la unidad con Cristo y ministrando desde esa unión en el Espíritu.

         Hablar por el Espíritu tiene como base la invocación de que Cristo es el Señor, actuando en los dones desde esa unión indispensable con él.

98 – Dones, ministerios y operaciones

Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios el que hace todas las cosas en todos (1 Corintios 12:4-6).

         Diversidad dentro de la unidad, esta podría ser la síntesis de este texto. Hay diversidad de dones, diversidad de ministerios (servicios) y diversidad de operaciones. La unidad está en la fuente de donde emanan todos ellos: el Espíritu, el Señor y Dios. Es decir, aquí tenemos uno de esos pasajes donde encontramos la manifestación de la unidad del Dios Tri-uno, manifestando la complementación diversa de su naturaleza expresada de distinta forma en los que son suyos. Vemos al Dios Trino involucrado en la obra que se lleva a cabo en la tierra a través de los miembros del cuerpo de Cristo. Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. A veces la iglesia del Señor expresa una estrechez insoportable y contraria a la verdad en su manifestación de cuerpo que parecería que en lugar de diversidad lo que hay es un solo don, el de la persona que dirige o predica. Toda la enseñanza de Pablo en este sentido muestra la verdad de un cuerpo con muchos miembros, ninguno mayor que el otro, aunque reconociendo la distinción de manifestaciones de cada uno. Sin embargo, aunque hay diversidad de dones la fuente de donde brotan todos ellos es la misma: el Espíritu Santo. Por otro lado tenemos diversidad de ministerios, dones ministeriales en forma de personas llamadas a funciones distintas dentro de la multiforme gracia de Dios para servir al cuerpo de Cristo en su amplitud. Esos dones los encontramos especificados en Efesios 4:11-12. «Y El dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo». Debemos recordar que la función de los ministerios es servir, no enseñorearse. Es edificar a los santos no aprovecharse de ellos y esquilmarlos. Y por último se habla de operaciones diversas que Dios hace entre los suyos. Son las acciones de su gracia en la vida de cada uno de nosotros para que podamos servirle y edificarnos los unos a los otros en amor. Todo procede de Dios y tiene como fin su gloria. Hemos sido llamados para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado.

Reconocer la diversidad del cuerpo del Mesías nos ahorra muchos atrasos en el avance del plan de Dios.

99 – Individualidades para el bien común

Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común… Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de El (1 Corintios 12:7,11).

         Individualidades no para el individualismo, sino para el bien común. Los dones o manifestaciones del Espíritu son para el bien común, para la edificación del cuerpo del Mesías, no para la exaltación de una personalidad predominante en la congregación. La simbiosis entre nuestra individualidad original dada por Dios, y la edificación del cuerpo de Cristo en su amplitud debe ser el equilibro que debemos mantener. El texto del apóstol habla de «cada uno» por un lado, y de «el bien común» por otro. El Espíritu de Dios distribuye funciones diversas a personas individuales pensando en la edificación de todo el cuerpo. El Espíritu Santo, al distribuir sus manifestaciones, no está pensando en acentuar al individuo, sino usarlo como canal para expresar o manifestar su voluntad de edificar a aquellos que serán ministrados en última instancia por Él mismo. La fuente es Dios. Las manifestaciones las hace el Espíritu a través de un vaso de barro escogido, por tanto, no hay lugar para gloriarse de uno mismo, sino en aquel de quién proceden todas las cosas.

Pretender usar el don de Dios para enriquecerse, creyendo que la piedad es un medio de ganancia, solo traerá el juicio de Dios, que siempre comienza por su casa. Por eso dice Jesús que al que mucho se le da, mucho se le demandará. Caer en el error de Balaán, que por lucro se apartó de la verdad y se obstinó en el error (Judas 11), conduce a poner tropiezo a los hijos de Israel, a comer cosas sacrificadas a los ídolos y a cometer actos de inmoralidad (Apc.2:14). Toda una cadena degenerativa de disolución y pecado que comienza en un mal uso del don recibido. Pertenecemos a un cuerpo aunque recibamos dones específicos para desarrollar una función personal siempre dentro del cuerpo y para el cuerpo. Porque no somos nuestros, hemos sido comprados para agradar a aquel que nos compró con su sangre. Por tanto, si vivimos para el Señor vivimos, y si morimos para el Señor morimos, sea que vivamos o que muramos, somos del Señor. En medio de los dos textos que estamos meditando tenemos la lista de dones espirituales que el apóstol Pablo menciona en su carta a los corintios. Veremos en las próximas meditaciones una síntesis de cada uno de ellos.

         Nuestra individualidad está unida a un cuerpo, el del Mesías, donde hay muchos dones y funciones operando para el bien común.

100 – El don de palabra de sabiduría

Pues a uno le es dada palabra de sabiduría por el Espíritu… (1 Corintios 12:8).

         La fuente de sabiduría de la que estamos hablando es el Espíritu Santo, por tanto, es una sabiduría espiritual (1 Co.2:6-8). La Escritura diferencia diversos tipos de sabiduría. Hay sabiduría espiritual que procede del Espíritu de Dios y reposó sobre el retoño del tronco de Isaí, un vástago sobre el que descansaría el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y conocimiento (Isaías 11:1-2). Pablo dice que en él, el Mesías, están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col.2:1-3). También se le llama sabiduría de lo alto, que es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía (Stg.3:17). Por otro lado se menciona la sabiduría terrenal, animal y diabólica que se manifiesta en forma de celos amargos, ambición personal, arrogancia, miente contra la verdad, y produce confusión y toda cosa mala (Stg.3:14-16). Por toda la Escritura se nos insta a adquirir la sabiduría de Dios; especialmente el libro de Proverbios fue escrito con ese fin: «para aprender sabiduría e instrucción» (Pr.1:1,2). «Lo principal es la sabiduría; adquiere sabiduría, y con todo lo que obtengas adquiere inteligencia» (Pr.4:7). Se nos dice que si alguno tiene falta de sabiduría la pida a Dios, el cual da abundantemente y sin reproche le será dada (Stg. 1:5). Esa es la voluntad de Dios para sus hijos, que seamos sabios. Ahora bien, además de todo ello, tenemos el don de sabiduría que es dado a algunos en el cuerpo del Mesías para su edificación. Este don lo vemos actuando en Salomón cuando supo discernir quién de las dos mujeres que reclamaban la maternidad del hijo vivo era la verdadera (1 Reyes 3:24-28). Lo vemos en la vida de Abigail, mujer de Nabal, cuando evitó la ruina de su casa por la decisión necia de su marido al no atender a los enviados por David, y a éste le impidió una mancha en su futuro reino por la precipitación del juicio (1 Sam.25:28-33). Lo vemos en la respuesta del Maestro cuando los fariseos le trajeron a la mujer sorprendida en adulterio: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra» (Jn.8:7). Y también cuando le preguntaron sobre si era lícito dar tributo a Cesar, respondiendo magistralmente: «Dad a cesar lo que es de cesar, y a Dios lo que es de Dios» (Mt.22:21). Este don resuelve situaciones complejas que parecen irresolubles. Cristo nos ha sido hecho sabiduría de Dios (1 Co.1:30).

         El don de sabiduría es dado a algunos para resolver situaciones específicas, que parecen imposibles, abriendo un camino donde no se ve.

101 – El don de palabra de conocimiento

… A otro palabra de conocimiento según el mismo Espíritu… (1 Corintios 12:8).

         En la versión Reina Valera 60 se traduce por palabra de ciencia. Se trata de un conocimiento escondido a la mente natural pero revelado por el Espíritu al hombre de Dios con el fin de resolver situaciones estancadas, o que pueden provocar engaño y falsedad a la hora de tomar decisiones. Lo vemos en el apóstol Pedro cuando supo ver el corazón de Simón el mago; Felipe, que llevaba más tiempo con él, no supo percibirlo. Pedro le dijo: «No tienes parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios» (Hch.8:21). El profeta Eliseo dio una palabra de conocimiento a la mujer sunamita en cuya casa le habían hecho un aposento; seguramente en este caso podemos unir el don de profecía con el de conocimiento. «Entonces él le dijo: Por este tiempo, el año que viene, abrazarás un hijo» (1 Reyes 4:16). Sin embargo, el mismo profeta no tuvo el conocimiento de la angustia de la misma mujer cuando se presentó delante de él años más tarde. «Cuando ella llegó al monte, al hombre de Dios, se asió de sus pies. Y Giezi se acercó para apartarla, pero el hombre de Dios dijo: Déjala, porque su alma está angustiada y el Señor me lo ha ocultado y no me lo ha revelado» (1 Reyes 4:27). Curioso. Esto nos debe hacer pensar que los dones no son patrimonio del hombre sino del Espíritu. No son para usarlos cuando se nos antoja, sino cuando el Espíritu quiere. «Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de El» (1 Co.12:11). Por tanto el don de conocimiento nos adentra al interior de los corazones de ciertas personas para discernir (don de discernimiento actuando conjuntamente) la realidad de una situación oculta al entendimiento humano y solucionarla. Conocimiento y sabiduría suelen ir juntos. El primero para entender y el segundo para aplicar. Revelación interior y sabiduría que saca a luz verdades ocultas. En diversas ocasiones Jesús supo lo que sus interlocutores y adversarios estaban pensando mediante el don de conocimiento. «Y al instante Jesús, conociendo en su espíritu que pensaban de esa manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones?» (Mr.2:8). Por eso Jesús no se fiaba de ellos, porque El sabía lo que había en el hombre (Jn. 2:24-25). Este don, junto con el de sabiduría, para predicadores,  maestros y consejeros que hace más eficaz su función usando con precisión la palabra de verdad (2 Tim.2:15).

         La manifestación del don de ciencia o conocimiento penetra más allá del velo de carne para conocer la realidad oculta en una persona o circunstancia.

102 – El don de fe

… A otro, fe por el mismo Espíritu… (1 Corintios 12:9).

         La fe es uno de los grandes temas en la Escritura. Debemos diferenciar algunas cosas cuando hablamos de fe. Por un lado tenemos la fe que todo hijo de Dios recibe por gracia para salvación (Ef.2:8); la medida de fe distinta para cada uno que Dios distribuye como Él quiere (Ro.12:3); la fe como fruto del Espíritu que habla sobre todo de fidelidad (Gá. 5:22); y el don de fe que es el que nos ocupa ahora. Los dones están íntimamente ligados a la voluntad del Espíritu, no del hombre. El portador de dicho don debe saber discernir en cada momento cuándo el Espíritu le guía a manifestarlo, se aprende con el uso andando en el Espíritu. Los dones no son para usarlos de forma caprichosa sino en humildad y dependencia del Espíritu. El don de fe es para milagros y señales. Actuó en el apóstol Pedro al sanar al cojo de la puerta de la Hermosa (Hch.3:1-10). Este cojo estaba en ese lugar de continuo, Pedro y Juan habrían pasado por allí en otras ocasiones, sin embargo en un momento especifico se desató la acción que dio lugar al milagro. Por otra parte el apóstol no sanó a todos los cojos de Jerusalén, el Espíritu le guió de forma específica a este. Pablo tuvo una fe milagrosa cuando estaba recogiendo leña en la isla de Malta y se le prendió una víbora venenosa, sacudiéndola en el fuego no sufrió ningún daño (Hch. 28:1-6). No tuvo necesidad de médico o tratamiento alguno. No todos tienen esta clase de fe o medida de fe. Está escrito: «La fe que tú tienes, tenla conforme a tu propia convicción delante de Dios. Dichoso el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba» (Ro.14:22). Por su parte el profeta Elías tuvo una fe asombrosa para desafiar a los profetas de Baal en el monte Carmelo. Poco después huía de una mujer, Jezabel, que lo había amenazado. Lo cual nos recuerda una vez más que necesitamos la acción del Espíritu en la manifestación de los dones, depender de Él y no extralimitarnos, sino actuar según la fe recibida. Los discípulos no pudieron echar fuera el demonio de aquel joven epiléptico cuando bajaron del monte de la Transfiguración con Jesús. Preguntado el Maestro del por qué, les dijo: «Por vuestra poca fe» (Mt.19:19,20). Los discípulos tenían fe, pero no el don de fe para esta ocasión. El apóstol Pablo que había experimentado milagros extraordinarios en Éfeso y otros lugares, tuvo que dejar a Trófimo enfermo en Mileto (2 Tim.4:20); a Timoteo que bebiera vino por sus frecuentes enfermedades estomacales, y él mismo vivió atormentado por un mensajero de Satanás que no pudo evitar.

         El don de fe es una acción sobrenatural que desata milagros y señales.

103 – El don de sanidad

… A otro, dones de sanidad por el único Espíritu… (1 Corintios 12:9).

         El tema de la sanidad divina es complejo de forma recurrente. Ha habido malas experiencias, excesos, desequilibrios, espectáculo y aprovechamiento que ha llevado a buena parte de la iglesia actual a moverse en dos extremos: por un lado los que abusan de un tema tan sensible y que incluye mucho dolor, y por otro quienes huyen de él para evitar las dificultades que puede acarrear. Ambos extremos son contrarios a la verdad bíblica. Vayamos por partes. La voluntad de Dios es sanar, por eso ha dado este don a la iglesia. Lo vemos en el ministerio de Jesús, el cual es el reflejo exacto de la voluntad de Dios en la tierra. «Y Jesús iba por toda Galilea, enseñando en sus sinagogas y proclamando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt. 4:23-24). La sanidad está incluida en la redención. «Y al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; y expulsó a los espíritus con su palabra, y sanó a todos los que estaban enfermos, para que se cumpliera lo que fue dicho por medio del profeta Isaías cuando dijo: El mismo tomó nuestras flaquezas y llevó nuestras enfermedades» (Mt.8:16-17 con Is.53:3-6). Jesús enseñó a sus discípulos que ellos también harían las mismas obras, incluso mayores (Jn.14:12). El libro de los Hechos lo pone de manifiesto de forma inequívoca. El apóstol Pedro les dice a los reunidos en la casa de Cornelio que Jesús fue ungido con el Espíritu Santo y con poder, y este anduvo haciendo bienes, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hch. 10:38). Por tanto, la predicación del evangelio debe incluir orar por los enfermos y echar fuera demonios. Este es el equipo de dones para el ministerio evangelístico (1 Co.12:28). El mismo Espíritu ha dado dones de sanidad a ciertas personas para que su predicación incluya sanidades. No todos tienen este don, tampoco todos se sanan, muchos regresan a sus casas enfermos, entrar en el interrogante de por qué unos se sanan y otros no es un debate interminable, pero debemos saber que Dios ama a los enfermos, en algunos sanándolos y en otros no, de la misma manera que el evangelio se predica a todos, la voluntad de Dios es que todos sean salvos, pero sabemos que no todos se salvan. Los excesos y las malas experiencias no deben ahogar la palabra de verdad. Dios quiere sanar y esa debe ser nuestra oración inicial; en los casos en que no sea así el Espíritu nos guardará con paz y esperanza.

         El Espíritu Santo ha dado dones de sanidad a algunos hermanos para bendecir a los necesitados y hacer avanzar el plan de Dios que es por fe.

104 – El don de milagros

… A otro, poder de milagros… (1 Corintios 12:10).

         Recordemos el inicio de la exposición del apóstol Pablo en este capítulo. «En cuando a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que seáis ignorantes. Sabéis que cuando erais paganos, de una manera u otra erais arrastrados hacia los ídolos mudos». El apóstol quiere que no ignoremos los dones, y además relaciona el hacerlo con regresar al paganismo, donde se adoran ídolos mudos, sin vida; por el contrario el evangelio es poder de Dios para salvación, y al predicarlo se debe hacer «con el poder de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios» (Ro.15:19). En otro lugar dice: «Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1 Co.2:4-5). El evangelio es de Dios. Es sobrenatural. Depende del Espíritu Santo, no de nuestras fuerzas, por tanto, el mismo Espíritu distribuye dones para llevarlo a cabo. Uno de ellos es el don de milagros. Está escrito que «Dios hacía milagros extraordinarios por mano de Pablo…» (Hch. 19:11). Un milagro es una obra sobrenatural que sobrepasa las posibilidades humanas. Jesús cambió el agua en vino, milagro. Dio de comer a multitudes con unos pocos panes y peces, milagro. Anduvo sobre las aguas, milagro. El sol y la luna se pararon cuando Dios atendió la voz de Josué, milagro. Moisés extendió su vara y el mar se abrió, milagro. La Biblia es un libro de milagros. La salvación de muerte a vida por  la regeneración es un milagro fundado sobre la muerte expiatoria y el milagro de la resurrección de Jesús. Si despojamos el evangelio de los milagros nos quedará metal que resuena y címbalo que retiñe. Estos dones son del Espíritu para ser manifestados en su voluntad específica. No debemos oponernos a ellos, sino someternos al Espíritu y ser canales de bendición, no de exaltación propia, sino con temor y temblor (1 Co.2:3-4). Puede haber excesos, pero, una vez más, eso no anula la verdad revelada. Los dones más espectaculares precisan, si cabe, un vaso más refinado para no corromperse y hacer mal uso del don. El abuso trae deshonra al evangelio, la falta de uso nos limita y nos devuelve al paganismo. La carencia en la enseñanza de esta verdad tendrá como resultado la ausencia de dones. No podemos ir más allá de lo que creemos, y la fe viene por el oír la palabra de Cristo.

         Deberíamos arrepentirnos de nuestra incredulidad en algunas verdades que son el consejo de Dios y que impiden el avance de su reino en la tierra.

105 –El don de profecía

… A otro, profecía… (1 Corintios 12:10).

         Este es uno de los dones del que tenemos más enseñanza e instrucción. Antes de nada debemos decir que profetizar no te hace profeta, el don es una manifestación puntual, mientras que el profeta es una función ministerial dada por Dios desde el vientre de la madre. Este don puede avanzar información futura, como en el caso del profeta Agabo (Hch. 21:10-11), pero sobre todo tiene que ver con la edificación, exhortación y consolación de los hermanos (1 Co.14:3). Es, pues, un don, no para dirigir la vida, sino para estimular, reafirmar, consolar, en definitiva edificar la fe. Como está escrito: «Siendo Judas y Silas también profetas, exhortaron y confortaron a los hermanos con un largo mensaje» (Hch. 15:32). Aquí tenemos un ejemplo de cómo la predicación puede ser también una forma de profetizar para estimular y animar a los hermanos. Felipe, el evangelista, tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban (Hch. 21:8-9). El día de Pentecostés vino el Espíritu Santo y «vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y aún sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré de mi Espíritu en esos días, y profetizarán» (Hch. 2:16-18). Una vez más hay que recordar que puede haber excesos, mezclas y confusiones, por eso dice el apóstol que «los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; porque Dios no es Dios de confusión, sino de paz» (1 Co.14:32-33). Las profecías no deben guiar nuestra vida, sino el Espíritu Santo, pero el Espíritu puede usar la profecía para incentivarla (1 Tim. 1:18). No debemos menospreciarlas (1 Tes. 5:19-20). Hay que probarlas (1 Co.14:29), y siempre contrastarlas con la verdad revelada en la Escritura, nunca la profecía puede contradecirla, no es de interpretación privada o personal, sino que debe estar íntimamente ligada al Espíritu Santo (2 Pedro 1:20-21). Jesús es el cumplidor de profecías. El Mesías es el centro de toda profecía, porque en él tenemos toda la plenitud, es quién abre los sellos, las trompetas y las copas que nadie puede abrir (Apc. 5:1-5). «El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía» (Apc. 19:10). Se nos insta a buscar este don (1 Co.14:1), y debemos usarlo conforme a la medida de fe recibida (Ro.12:6). Por tanto, el don de profecía incluye dar un mensaje directo como una predicación elaborada.

         No debemos temer el don de profecía, debemos usarlo bajo la guía del Espíritu, y siempre probar su mensaje según las Escrituras. Si así lo hacemos habrá paz, edificación, consolación, exhortación y edificación.

106 –El don de discernimiento de espíritus

… A otro, discernimiento de espíritus… (1 Corintios 12:10).

         Vivimos tiempos de gran confusión y mezcla, que, aunque no es nada nuevo, sí lo es en su amplitud y predominio. Jesús dijo que en los últimos tiempos habría un aumento de la maldad, y el amor de muchos se enfriaría (Mt. 24:12). Cada vez más el engaño se hace más sutil, la mezcla y la imitación más refinada, por lo que es imprescindible para la iglesia del Señor manifestar la necesidad de todos los dones en general y este que nos ocupa en particular. Nuestra lucha es contra «huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales» (Ef.6:12). No podemos ignorar sus maquinaciones (2 Co.2:11). Necesitamos el don de discernimiento de espíritus. El apóstol Juan nos dice que no creamos a todo espíritu, sino que probemos los espíritus, si son de Dios (1 Jn.4:1), porque hay muchos falsos profetas en el mundo. A veces la confusión se da entre los mismos hermanos y discípulos. Jesús tuvo que decirles en una ocasión a los suyos «de que espíritu sois» (Lc.9:55), porque habían confundido las cosas. Por tanto, tenemos que discernir los espíritus en las personas, también en aquellos que predican y enseñan, esto fue lo que hicieron los ilustres hermanos de Berea al mismísimo Pablo. El apóstol de los gentiles discernió que los gálatas habían sido fascinados por falsos predicadores (Gá.3:1). Hoy parece que la ingenuidad es de tal magnitud que cuando alguien usa términos bíblicos o religiosos los damos por buenos sin más. Necesitamos discernir, y esto viene por la madurez de los creyentes (Heb. 5:14). También hay el don de discernimiento en algunos hermanos. Lo vemos en Pablo cuando entendió quien operaba detrás de la chica que les presentaba como «siervos del Dios Altísimo, quienes os proclaman el camino de salvación» (Hch. 16:17) y era un espíritu de adivinación; «esto lo hacía por muchos días; mas desagradando a Pablo, se volvió y dijo al espíritu: ¡Te ordeno, en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella! Y salió en aquel mismo momento». También supo discernir quién actuaba en Elimas el mago en la isla de Chipre (Hch.13:4-12). Pedro lo tuvo cuando supo del engaño de Ananías y Safira; también en el caso de Simón el mago en la ciudad de Samaria. Jesús dijo: «Por sus frutos los conoceréis». Están de moda los títulos de apóstol y otros, pero debemos probar si son apóstoles o no lo son, sino mentirosos (Apc.2:2). Hay «falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo» pero no lo son (2 Co.11:13-15). Babilonia y su mezcla han rebrotado.

         Discernir los espíritus en las personas es vital para el avance de la verdad del evangelio en las naciones. El engaño es masivo, el don necesario.

107 – El don de lenguas

… A otro, diversas clases de lenguas… (1 Corintios 12:10).

         No todos tienen este don, pero todos podemos hablar en lenguas (Mr. 16:17) para edificación propia (1 Co.14:5). Pablo hablaba en lenguas más que todos los corintios (1 Co.14:18). Por tanto, debemos separar dos cosas. Una es hablar en lenguas para edificación personal, y la otra para edificar la iglesia que debe ir acompañado del don de interpretación para que los hermanos reciban edificación. Si no hay intérprete en la congregación debe hablar para sí mismo y para Dios (1 Co.14:27,28). Las lenguas con interpretación edifican la iglesia, las lenguas sin intérprete son para la edificación propia. Este aspecto lo deja meridianamente claro el apóstol Pablo en su enseñanza. «El que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie lo entiende, sino que en su espíritu habla misterios» (1 Co.14:2). Y luego dice: «El que habla en lenguas, a sí mismo se edifica» (1 Co.14:4). Hay oración con el entendimiento y hay oración con el espíritu. «Porque si yo oro en lenguas, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. Entonces ¿qué? Oraré con el espíritu, pero también oraré con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento» (1 Co.14:14,15).

Todo el contexto enseña que orar con el espíritu es orar en lenguas, ininteligibles a la razón humana, pero entendidas por Dios. Hay lenguas humanas y angélicas (1 Co.13:1). Las primeras son idiomas aprendidos racionalmente, las segundas son lenguas no aprendidas por la razón sino que emanan del mismo Espíritu. Las lenguas humanas se aprenden y responden a las distintas naciones, pero las lenguas del Espíritu tienen su fuente en el Espíritu. La vida de oración y alabanza son enriquecidas mediante la oración en el espíritu y el cántico en el espíritu. También puede dar el Espíritu Santo lenguas humanas sin haberlas aprendido como en el día de Pentecostés. No debemos caer en el fanatismo de orar siempre en lenguas creyendo que así somos más espirituales. Debemos ser niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar (1 Co.14:20). El uso de los dones  no es para impresionar a nadie, sino para la edificación de los demás. En cuanto al don de lenguas no todos lo tienen (1 Co.12:30), como ocurre con los demás dones. Tampoco debemos prohibir hablar en lenguas; que todo se haga decentemente y con orden (1 Co.14:39,40).

         El don de lenguas es para edificar a los hermanos, juntamente con su interpretación. El hablar en lenguas es para edificación propia y personal.

108 – El don de interpretación de lenguas

… A otro, interpretación de lenguas. (1 Corintios 12:10).

         Dice el apóstol Pablo que ahora conocemos en parte (1 Co.13:12), por ello siempre quedarán lagunas en nuestro entendimiento a la hora de tratar de comprender las diversas manifestaciones del Espíritu. También dijo en otro lugar y ocasión: «Y para estas cosas ¿quién es suficiente?» (2 Co.2:16). Por tanto, no pretendamos tener un concepto más elevado que el que debemos tener, tampoco más bajo, ni extralimitarnos en lo que no conocemos. Los dones son dados por el Espíritu para edificación del cuerpo de Cristo. El don de lenguas e interpretación van juntos, actúan al unísono y generalmente se dan en la misma persona. El apóstol nos enseña que ambos dones vienen a tener la misma función que profetizar. «Yo quisiera que todos hablarais en lenguas, pero aún más, que profetizarais; pues el que profetiza es superior al que habla en lenguas, a menos de que las interprete para que la iglesia reciba edificación» (1 Co.14:5). La interpretación no es una traducción palabra por palabra, sino que el Espíritu da las palabras que interpretan el mensaje dado en lenguas. En ocasiones se comprende la idea y se verbaliza con las palabras que el intérprete usa para expresarse. Estos dones los he visto manifestarse en diversas ocasiones, unas veces a través de la misma persona y otras a través de personas distintas. Sea como fuere, el propósito es la edificación de los oyentes y la gloria de Dios. A los que fueron llenos del Espíritu en casa de Cornelio dice que «les oían hablar en lenguas y exaltar a Dios» (Hch. 10:46). Ambas cosas juntas. El Espíritu glorifica a Dios y a Jesús. Puede ser que alguno de los idiomas que hablaron los demás lo entendieron o interpretaron por el mismo Espíritu. Hablar en lenguas no es balbucear palabras, se trata de idiomas, ya sea humano o angélico, por tanto suenan como un idioma, con fluidez, distinta entonación, diversidad de palabras y no siempre el mismo vocablo. Incluso puede haber cambio de idioma, lo he experimentado en diversas ocasiones. La mente racional puede revelarse y buscar argumentos para contradecir lo que parece extraño, pero el texto bíblico, la enseñanza del apóstol Pablo en 1 Corintios 14, no deja lugar a dudas. Pablo dice que «Cuando os reunís, cada cual aporte salmo, enseñanza, revelación, lenguas o interpretación. Que todo se haga para edificación» (1 Co.14:26). Tampoco tienen todos este don, no todos interpretan (1 Co.12:30), es uno más de la relación que aparece en la Escritura.

         El culto a Dios está concebido en la Escritura como una manifestación múltiple de los diversos miembros, dones y funciones del cuerpo de Cristo.

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