Los efectos físicos y mentales de la palabra de Dios
En el estudio anterior descubrimos los siguientes tres efectos de la palabra de Dios: La palabra de Dios produce fe, y la fe, a su vez, se relaciona directamente con la palabra de Dios porque la fe es creer y actuar según lo que Dios ha dicho en su palabra. La palabra de Dios, recibida como la simiente incorruptible en el corazón de un creyente, produce el nuevo nacimiento; una naturaleza nueva y espiritual creada dentro del creyente y llamada en las Escrituras “el nuevo hombre’’. La palabra de Dios es el alimento espiritual que Dios asignó, al creyente para que alimente con regularidad su nueva naturaleza, si es que espera crecer hasta ser un cristiano saludable, fuerte y maduro.
Sanidad física
La obra de la palabra de Dios es tan variada y maravillosa que proporciona no solamente salud y fuerza espiritual para el alma, sino también salud y fortaleza física para el cuerpo. Vayamos primero a los Salmos:
Por causa de sus caminos rebeldes, y por causa de sus iniquidades, los insensatos fueron afligidos. Su alma aborreció todo alimento, y se acercaron hasta las puertas de la muerte. Entonces en su angustia clamaron al Señor, y El los salvó de sus aflicciones. El envió su palabra, y los sanó, y los libró de la muerte. Salmo 107:17-20, (BLA).
El salmista nos ofrece la descripción de hombres tan desesperadamente enfermos que han perdido todo apetito por los alimentos y yacen a las puertas de la muerte. En su situación extrema claman al Señor, y él les envía lo que piden: sanidad y liberación. ¿Por qué medio se las envía? Por su palabra. Porque el salmista dice: El envió su palabra, y los sanó, los libró de la muerte. Salmo 107:20
Junto a este pasaje del Salmo 107 podemos colocar el pasaje de Isaías 55:11 donde Dios dice:
Así será mi palabra que sale de mi boca;
No volverá a mí vacía.
Sino que hará lo que yo quiero,
será prosperada en aquello para que la envié. Isaías 55:11
En el Salmo 107:20 leemos que Dios envió su palabra para sanar y liberar. En Isaías 55:11 Dios dice que su palabra hará lo que él quiere y será prosperada en aquello para lo que la envió. De esta manera Dios garantiza absolutamente que él proveerá la sanidad mediante su palabra. Esta verdad de sanidad física a través de la palabra de Dios se declara aun más completamente en Proverbios, donde Dios dice:
Hijo mío, está atento a mis palabras;
Inclina tu oído a mis razones.
No se aparten de tus ojos;
Guárdalas en medio de tu corazón;
Porque son vida a los que las hallan,
Y medicina a todo su cueipo. Proverbios 4:20-22
¿Qué promesa de sanidad física podría ser más amplia que ésa? “Medicina a todo su cuerpo.” En esa frase está incluida cada parte de nuestro organismo. No se omite nada. En la edición de 1984 de la Biblia al Día el término alternativo de “medicina” es “salud”, pues la misma palabra hebrea tiene ambos significados. De esta manera Dios se ha comprometido a proporcionar sanidad y salud completas. Observe la frase de introducción al inicio del versículo 20: Hijo mío. Eso indica que Dios está hablándole a sus propios hijos creyentes. Cuando una mujer sirofenicia vino a Cristo para pedirle la sanidad de su hija. Cristo le replicó:
No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Mateo 15:26
Con estas palabras Cristo indicaba que la sanidad era el pan de los hijos; dicho de otro modo, es parte de la porción diaria que Dios ha destinado para todos sus hijos. No es un lujo por el que deberán hacer ruegos especiales y que pudiera o no serles concedido. No, es su “pan”, parte de la provisión diaria asignada por su Padre celestial. Esto concuerda exactamente con el pasaje que leímos en Proverbios 4, donde la promesa de Dios de perfecta sanidad y salud se la dirige a cada creyente hijo de Dios. Tanto en el Salmo 107 corno en Proverbios 4, el medio en que Dios proporciona la sanidad es su palabra. Este es otro ejemplo más de la verdad vital que hemos recalcado antes: que Dios mismo está en su palabra y que es en ella que él viene a nuestra vida.
En tanto examinamos el reclamo hecho en Proverbios 4:20-22 de que la palabra de Dios es medicina para todo nuestro cuerpo, podemos llamar a estos tres versículos la gran “botella de medicina” de Dios. Contienen una medicina, jamás preparada en la tierra; una medicina que está garantizada para curar todas las enfermedades.
Sin embargo, cuando un médico receta una medicina, normalmente se asegura de que en la etiqueta estén claras las instrucciones para tomarla. Esto implica que no puede esperarse una curación a menos que la medicina se tome regularmente, de acuerdo con las instrucciones. Lo mismo sucede con la “medicina” de Dios en Proverbios. Las instrucciones están “en la etiqueta”, y no puede garantizarse la curación si no se sigue el método prescrito. ¿Cuáles son esas instrucciones? Se especifican cuatro:
1.- Está atento a mis palabras.
2.- Inclina tu oído.
3.- No se aparten de tus ojos.
4.- Guárdalas en medio de tu corazón.
Analicemos estas instrucciones un poco más de cerca. La primera es está atento a mis palabras. Cuando leemos la palabra de Dios, necesitamos prestarle atención detenida y cuidadosa. Necesitamos concentrar nuestro entendimiento en ella. Es preciso que le demos acceso libre a todo nuestro ser interior. Con frecuencia leemos la palabra de Dios sin prestarle toda nuestra atención. La mitad de nuestra mente está concentrada en lo que leemos; la otra mitad está ocupada con lo que Jesús llamó “los cuidados de la vida.” Leemos algunos versículos, o quizás incluso un capítulo o dos, pero al final no tenemos una idea clara de lo que hemos leído. Nuestra mente divagaba.
Recibida de esta forma, la palabra de Dios no producirá los efectos que Dios quiere. Cuando leamos la Biblia, es preciso hacer lo que Jesús recomendó cuando habló de la oración: que nos retiremos a nuestro rincón privado y cerremos la puerta. Debemos encerrarnos con Dios y dejar afuera las cosas del mundo.
La segunda instrucción en la botella de medicina de Dios es inclina tu oído. El oído inclinado indica humildad. Es lo contrario de ser orgulloso y altanero. Tenemos que ser dóciles a la enseñanza. Debemos estar dispuestos a permitir que Dios nos enseñe. En el Salmo 78:41 el salmista habla de la conducta de los israelitas mientras vagaban por el desierto entre Egipto y Canaán, y les acusa de que limitaron al Santo de Israel.
Por su testarudez e incredulidad pusieron límites a lo que permitirían que Dios hiciera por ellos. Hoy, muchos que profesan ser cristianos hacen lo mismo. No se acercan a la Biblia con una mente abierta o un espíritu dócil. Están llenos de prejuicios o ideas preconcebidas —a menudo inculcadas por la secta o denominación en particular a que pertenecen— y no están dispuestos a aceptar ninguna enseñanza o revelación de las Escrituras que vaya más allá, o contradiga, sus propias creencias fijas. Jesús acusó a los líderes religiosos de su tiempo con esta falta:
Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición (…) Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres. Mateo 15:6,9
El apóstol Pablo había sido un prisionero de las tradiciones y los prejuicios religiosos pero, mediante la revelación de Cristo en el camino de Damasco, quedó libre de ellos. A partir de entonces en Romanos 3:4 lo encontramos diciendo:
…antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso.
Si queremos recibir todo el beneficio de la palabra de Dios, tenemos que aprender a tomar la misma actitud.
La tercera instrucción en la botella de medicina de Dios es no se aparten de tus ojos, donde el sujeto implícito son los dichos y palabras de Dios, El fallecido evangelista Smith Wigglesworth dijo una vez: “El problema con muchos cristianos es que tienen estrabismo espiritual: con un ojo miran a las promesas del Señor, y con el otro, miran en otra dirección.”
A fin de recibir los beneficios de la sanidad física prometida en la palabra de Dios, es necesario mantener ambos ojos fijos sin desviarlos de las promesas del Señor. El error que cometen muchos cristianos es apartar los ojos de las promesas de Dios y mirar al caso de otros cristianos que no han logrado recibir la sanidad. Cuando hacen eso, su propia fe vacila, y ellos, a su vez, no reciben la sanidad.
El que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos. Santiago 1:6-8
En semejante situación es útil recordar este versículo: Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios; más las cosas reveladas nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre, a fin de que guardemos todas las palabras de esta ley. Deuteronomio 29:29, (BLA).
La razón por la que algunos cristianos no reciben sanidad sigue siendo un secreto, que únicamente Dios conoce y no lo ha revelado al hombre. No tenemos que preocuparnos de secretos como éste. Más bien necesitamos preocuparnos de las cosas que han sido reveladas: las declaraciones y promesas claras de Dios, que nos han sido dadas en su palabra. Por consiguiente, las cosas reveladas en la palabra de Dios nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre; ellas son nuestra herencia como creyentes; son nuestro derecho inalienable. Y nos pertenecen “para que las realicemos todas”; es decir, que podamos actuar en base a ellas por fe. Cuando lo hacemos, las probamos ciertas por experiencia propia.
La primera instrucción habló de “atender”; la segunda, de “inclinar el oído”; la tercera, de “fijar los ojos”. La cuarta instrucción en la botella de medicina de Dios se refiere al corazón, el centro íntimo de la personalidad humana, porque habla de “guardarlas en medio de tu corazón”. En Proverbios 4:23 se recalca la influencia decisiva del corazón en las experiencias humanas: Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida.
En otras palabras, lo que está en nuestro corazón controla el curso completo de nuestra vida y todo lo que experimentamos. Si recibimos las palabras de Dios con atención cuidadosa —si les damos entrada regularmente, tanto a través de los oídos como de los ojos, para que ocupen y controlen nuestro corazón— entonces descubrimos que son exactamente lo que Dios ha prometido: vida para nuestras almas y salud para nuestro cuerpo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, mientras trabajaba con los servicios médicos en el Norte de Africa, me enfermé con un problema de la piel y de los nervios que la Medicina, en aquel clima y bajo aquellas condiciones, no tenía cura. Pasé más de un año en el hospital, donde me aplicaron todos los tratamientos disponibles. Por más de cuatro meses seguidos estuve confinado a una cama. Finalmente, se me dio de alta en el hospital a petición propia, sin haberme curado.
Decidí no buscar más tratamiento médico, sino poner a prueba en mi caso personal la promesa de Dios en Proverbios 4:20-22. Tres veces al día me apartaba, encerrándome a solas con Dios y su palabra, oraba y pedía a Dios que su palabra en mí fuera lo que él había prometido que debía ser: medicina a todo mi cuerpo.
El clima, la dieta y todas las otras circunstancias externas eran todo lo desfavorables que podían ser. En realidad, muchos hombres sanos estaban enfermando a mi alrededor. No obstante, mediante la sola palabra de Dios, sin recurrir a otros medios de curación de ninguna clase, recibí una sanidad completa y permanente en corto tiempo.
Debo añadir que en modo alguno estoy criticando o disminuyendo a la Medicina: agradezco todo el bien que logra. En realidad, yo mismo estaba trabajando con los servicios médicos. Pero el poder de la ciencia médica tiene un límite; el poder de la palabra de Dios es ilimitado.
Muchos cristianos de diferentes procedencias denominacionales tienen testimonios similares al mío. Tengo una carta de una mujer presbiteriana a quien se le pidió que diera testimonio en un servicio donde había muchos enfermos por quienes se iba a orar. Mientras esta mujer testificaba y en realidad citaba las palabras de Proverbios 4:20-22, otra mujer en el asiento contiguo, que había estado sufriendo de un espantoso dolor producido por un disco aplastado en su cuello, quedó sanada al instante —sin que siquiera se orara por ella— sencillamente por escuchar con fe la palabra de Dios.
Más tarde, dediqué una semana de mi programa radial de enseñanza bíblica a este tema de la botella de medicina de Dios. Una oyente que sufría de eczema crónico decidió tomar la medicina de acuerdo con las “indicaciones”. Tres meses después me escribió para decirme que por primera vez en veinticinco años su piel estaba completamente libre de eczema. Las palabras del Salmo 107:20 se cumplen todavía hoy:
Envió su palabra y los sanó,
Y los libró de su ruina.
Los cristianos que testifican hoy del poder sanador de la palabra de Dios pueden decir, como el mismo Cristo le dijo a Nicodemo:
De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos. Juan 3:11
Para los que necesitan sanidad y liberación:
Probad y ved que el Señor es bueno.
¡Cuán bienaventurado es el hombre que en El se refugia!. Salmo 34:8, (BLA).
¡Pruebe esta medicina de la palabra de Dios por usted mismo! ¡ Observe cómo obra! No es como muchas medicinas terrenales, amarga y desagradable. Ni obra, como muchas medicinas modernas, aliviando un órgano del cuerpo, pero causando una reacción que daña a algún otro órgano. No, la palabra de Dios es totalmente buena, totalmente benéfica. Cuando se toma de acuerdo con su dirección, trae vida y salud a todo nuestro ser.
Iluminación mental
En el campo de la mente, también, el efecto de la palabra de Dios es único.
La exposición de tus palabras alumbra;
Hace entender a los simples. Salmo 119:130
El salmista habla de dos efectos producidos en la mente por la palabra de Dios: “iluminación” y “entendimiento”. En el mundo de hoy la educación es mucho más apreciada y universalmente ambicionada que en cualquier otro período de la historia del hombre. No obstante, la educación secular no es lo mismo que “iluminación” o “entendimiento”. Ni es un sustituto para éstos. En realidad, no hay sustituto para la luz. Ninguna otra cosa en todo el universo puede hacer lo que hace la luz. Así mismo es en la mente humana la palabra de Dios: nada puede hacer lo que ella hace en la mente humana, ni nada puede ocupar el lugar de la palabra de Dios.
La educación secular es algo bueno, pero se puede usar mal. Una mente sumamente educada es un instrumento precioso… igual que un cuchillo afilado. Pero un cuchillo puede usarse mal. Un hombre puede empuñar un cuchillo afilado y usarlo para cortar comida para su familia. Otro hombre puede empuñar un cuchillo similar y usarlo para matar a otro ser humano.
Lo mismo sucede con la educación secular. Es algo maravilloso, pero puede ser usada indebidamente. Divorciada de la iluminación de la palabra de Dios, puede volverse extremadamente peligrosa. Una nación o civilización que se concentra en la educación secular sin darle lugar a la palabra de Dios está sencillamente forjando los instrumentos de su propia destrucción. Los acontecimientos recientes en la técnica de la fisión nuclear es uno entre muchos ejemplos históricos de esta realidad.
Por otra parte, la palabra de Dios revela al hombre las cosas que él nunca sería capaz de descubrir por su propio intelecto: la realidad de Dios el Creador y Redentor; el verdadero propósito de la existencia; la naturaleza íntima del hombre; su origen y su destino. A la luz de este revelación, la vida toma un significado enteramente nuevo. Con una mente iluminada así, un hombre se ve a sí mismo como una parte de un solo plan general que abarca el universo. Al encontrar su lugar en este plan divino, alcanza un sentido de dignidad propia y logro personal que satisfacen sus más profundos anhelos.
El efecto de la palabra de Dios sobre la mente, no menos que su efecto sobre el cuerpo, se ha hecho realidad para mí por experiencia propia. Tuve el privilegio de recibir la más selecta educación que la Gran Bretaña podía ofrecer a mi generación, culminada con siete años en la Universidad de Cambridge, estudiando filosofía antigua y moderna. Todo el tiempo buscaba algo que le diera un significado y propósito real a la vida. Desde el punto de vista académico, tuve éxito, pero en mi fuero interno permanecía frustrado, sin colmar mis anhelos.
Finalmente, como último recurso, empecé a estudiar la Biblia solamente como una obra filosófica. La estudié con escepticismo, habiendo rechazado todas las formas de religión. Sin embargo, antes que pasaran muchos meses, e incluso antes de llegar al Nuevo Testamento, la entrada de la palabra de Dios me había impartido la luz de la salvación, la seguridad del perdón de los pecados, la conciencia de la paz interior y la vida eterna. Había encontrado lo que había estado buscando: el verdadero significado y propósito de la vida.
Es oportuno terminar esta sección regresando a Hebreos 4:12.
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
Esto confirma y resume las conclusiones a que hemos llegado con respecto a la palabra de Dios: no hay dimensión de la personalidad humana que no penetre. Llega hasta lo más íntimo al espíritu y al alma, al corazón y a la mente, e incluso hasta la esencia más profunda de nuestro cuerpo físico, las coyunturas y los tuétanos.
En perfecto acuerdo, hemos visto en éste y en el anterior capítulo, que la palabra de Dios, implantada como una semilla en el corazón, da el fruto de la vida eterna. A partir de entonces proporciona alimento espiritual para la nueva vida que así ha nacido. Recibida en nuestros cuerpos produce salud perfecta, y recibida en nuestra mente, produce iluminación mental y entendimiento.