LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Capítulo 7 – Los dones del Espíritu

La vida en el Espíritu - MeditacionesCapítulo SIETE

Los dones del Espíritu

Un tema siempre controversial con escuelas distintas. Los que dicen que acabaron en el tiempo de los apóstoles (cesacionistas), y quieres creemos que nunca han cesado (continuacionistas); a pesar del abuso o desuso que se ha producido a lo largo de la historia de la iglesia. Veamos la relación de dones que he elaborado para esta muestra.

  1. Impartir algún don espiritual (I) (Ro.1:11,12)
  2. Impartir algún don espiritual (II) (Ro.1:11,12)
  3. Impartir algún don espiritual (III) (Ro.1:11,12)
  4. Dones y llamamiento de Dios irrevocables (Ro.11:28,29)
  5. Usemos los dones recibidos (Ro.12:6)
  6. El don de profecía (Ro.12:6)
  7. El don de servicio (Ro.12:7)
  8. El don de enseñanza (Ro.12:7)
  9. El don de la exhortación (Ro.12:8)
  10. El don de dar (Ro.12:8)
  11. El don de dirigir o presidir (Ro.12:8)
  12. El don de la misericordia (Ro.12:8)
  13. Cada uno ha recibido un don (1 Pedro 4:10)
  14. No debemos ignorar los dones (1 Co.12:1,2)
  15. Hablar por el Espíritu (1 Co.12:3)
  16. Dones, ministerios y operaciones (1 Co.12:4-6)
  17. Individualidades para el bien común (1 Co.12:7,11)
  18. El don de palabra de sabiduría (1 Co.12:8)
  19. El don de palabra de conocimiento (1 Co.12:8)
  20. El don de fe (1 Co.12:9)
  21. El don de sanidad (1 Co.12:9)
  22. El don de milagros (1 Co.12:10)
  23. El don de profecía (1 Co.12:10)
  24. El don de discernimiento de espíritus (1 Co.12:10)
  25. El don de lenguas (1 Co.12:10)
  26. El don de interpretación de lenguas (1 Co.12:10)

83 – Impartir algún don espiritual (I)

Porque anhelo veros para impartiros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; es decir, para que cuando esté entre vosotros nos confortemos mutuamente, cada uno por la fe del otro, tanto la vuestra como la mía (Romanos 1:11-12).

         El apóstol Pablo aún no había tenido ocasión de visitar la congregación de Roma, pero estaba ansioso de hacerlo, lo anhelaba de veras para poder confirmar su fe, siendo edificados a la vez mutuamente cada uno por la fe del otro. ¿Y cómo pensaba confirmar la fe de los discípulos en Roma? Mediante la impartición de algún don espiritual. Meditemos. Pablo creía en la imposición de manos para transmitir, (tal vez debemos decir: liberar), dones espirituales en la vida de los creyentes. Me llama poderosamente la atención esta expresión tan osada del apóstol. La tradición judía está plagada de esta verdad. Jacob impuso sus manos sobre los hijos de José, Efraín y Manasés, para bendecirlos. Lo hizo también sobre cada uno de sus doce hijos poco antes de morir. Moisés lo hizo sobre Josué en diversas ocasiones para impartirle autoridad y recibir el espíritu de sabiduría (Dt.34:9) (Nm.27:18-20,23). La imposición de manos de Moisés transmitió autoridad, sabiduría y dignidad de líder. Pedro y Juan lo hicieron en Samaria para que los discípulos recibieran el Espíritu Santo. Pablo hizo lo mismo en Éfeso sobre los discípulos que ni siquiera habían oído hablar si había Espíritu. También lo hizo sobre Timoteo (veremos este caso en la próxima meditación). Incluso Simón el mago, impresionado por esta verdad manifestada en Samaria quiso comprar el don y fue reprendido por Pedro. Siempre hay desequilibrados que están dispuestos a toda hora para imponer las manos como si fuera un acto mágico. Pretenden limitar la acción del Espíritu a través de sus manos, pero este hecho nunca anula la soberanía de Dios. Otros imponen manos vacías sobre cabezas huecas, el resultado es nulo. Algunos se conforman con el espectáculo externo de caídas al suelo o cualquier otra experiencia, pero si no hay respaldo divino en quién pretende transmitir o liberar dones será como metal que resuena o címbalo que retiñe. El apóstol Pablo tenía esta capacidad y anhelaba impartir dones a los hermanos en Roma. No todos la tienen, por mucho que griten o empujen sobre las cabezas de aquellos que ingenuamente piensan resolver sus dificultades mediante un acto «mágico». Pero hay quienes liberan la acción del Espíritu con su oración…

         Impartir o liberar dones espirituales confirma la fe de los discípulos.

84 – Impartir algún don espiritual (II)

Porque anhelo veros para impartiros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; es decir, para que cuando esté entre vosotros nos confortemos mutuamente, cada uno por la fe del otro, tanto la vuestra como la mía (Romanos 1:11-12).

         La verdad de Dios no queda anulada por las falsedades o manipulaciones de los hombres. Cuando una perla ha sido pisoteada se menosprecia y confunde con el mismo barro. Esto ha ocurrido con verdades del evangelio que maestros contumaces del error han ocasionado la pérdida y el abandono en la iglesia para huir de tales extremos. Hay extremos. Hay falsificaciones. Hay que probar los espíritus, y las profecías, examinadlo todo y retener lo bueno. El llamado neo pentecostalismo causa estragos en la iglesia de Dios de nuestro tiempo con sus extravagancias y espectáculos irreverentes y profanos, que quieren pasarlos por «el gran poder de Dios» (como Simón el mago), o una unción mal entendida, pero eso no puede anular las verdades acerca del Espíritu y los dones. Es fácil, por temor, evitar las manifestaciones del Espíritu, Pablo no lo hizo. Llegó a Roma decidido a poner en libertad dones espirituales que los hermanos ya tenían (porque los dones son del Espíritu, no de un hombre ungido), pero faltaba la imposición de manos del apóstol para liberar su función. La iglesia de Dios se edifica mediante los dones del Espíritu, la diversidad de dones del Cuerpo, dados para su edificación (veremos sobre los dones más adelante). Sin dones liberados y funcionando bajo el temor de Dios no seremos útiles en la extensión del reino. Pablo lo hizo con su discípulo aventajado Timoteo. Mira el lenguaje de Pablo. «No descuides el don espiritual que está en ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la imposición de manos del presbiterio» (1 Tim.4:14). En otra ocasión le dice: «Por lo cual te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos» (2 Tim.1:6). La mayoría de los maestros concuerdan en decir que el don de Timoteo era el de evangelista. Hubo varias ocasiones en la vida del discípulo Timoteo cuando impusieron las manos sobre él para que su desarrollo ministerial fuera eficaz. En una de ellas fue el presbiterio (grupo de ancianos de la congregación), y en otra fue el apóstol Pablo. También se le dijo que peleara la buena batalla acordándose de las profecías que se habían hecho sobre él (1 Tim.1:18). Imposición de manos y profecías ayudaron a Timoteo a cumplir su llamamiento dado por Dios.

         Pablo practicó la imposición de manos con Timoteo y otros discípulos para liberar la acción de los dones que ya habían recibido del Espíritu.

85 – Impartir algún don espiritual (III)

Porque anhelo veros para impartiros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; es decir, para que cuando esté entre vosotros nos confortemos mutuamente, cada uno por la fe del otro, tanto la vuestra como la mía (Romanos 1:11-12).

         La práctica de la imposición de manos se encuentra entre los rudimentos de la doctrina, es decir, las enseñanzas básicas (Heb.6:1-2). Algunos se quedan pegados a ella como si no hubiera otra cosa que hacer que imponer manos a todo el mundo. Otros lo ven como superchería, aunque hemos dicho que es una doctrina bíblica; practicada por los profetas y apóstoles. También se practica en muchas otras religiones… lo cual no anula la verdad de Dios. En algunos casos ha quedado como un acto hueco y sin vida, practicado como tradición pero sin que produzca ningún resultado. Lo tenemos en uno de los sacramentos de la iglesia católica, el de la confirmación, que viene a ser la imposición de manos del obispo sobre los que fueron bautizados de niños, tomaron la comunión con 8 o 10 años y más adelante son confirmados como señal de recibir el Espíritu. Vana tradición. Yo mismo fui confirmado cuando tenía unos 14 años y debo decir que nada cambió en mi vida. Pero también debemos señalar que hay muchos pastores que imponen las manos a diestra y siniestra sin que ocurra nada más que un poco de ruido y movimiento, sin cambios ni transformaciones, tampoco liberación de dones. Sin embargo el apóstol Pablo lo anunció a los hermanos en Roma, para que cuando llegara pudiera transmitir dones espirituales mediante la oración con imposición de sus manos. Vemos que lo hizo en Éfeso y también en la vida de Timoteo. El propósito es poner en libertad los dones que el Espíritu ya nos ha concedido y que necesitan un impulso libertador para que se accionen, luego hay que aprender a usarlos con sabiduría y un carácter maduro, fundado en el fruto del Espíritu. Pero debemos practicarlos. La iglesia y sus responsables deben confiar en la obra del Espíritu dando lugar a esta liberación de dones entre los discípulos, y no pretendiendo controlarlo todo por temor a que haya desórdenes imprevistos. Pablo practicaba su acción. Los corintios son un ejemplo de ello. Luego tuvo que acotar y dar instrucciones para un uso equilibrado y sabio, pero nunca para negarlos o prohibirlos. Los gálatas comenzaron por el Espíritu y se desviaron hacia las obras de la carne (Gá. 3:1-5), el apóstol los reprendió para que regresaran a la vida en el Espíritu. La obra es de Dios.

         Los dones espirituales liberados son para la edificación de la iglesia.

86 – Dones y llamamiento de Dios irrevocables

En cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto  a la elección de Dios, son amados por causa de los padres; porque los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables (Romanos 11:28-29).

          Los dones —o carismas— y el llamamiento de Dios pertenecen a la soberanía de Dios. Son irrevocables. No se pueden revocar, por eso vemos a ciertos pastores que aunque sabemos viven en pecado aún actúan en ellos los dones que recibieron. Esto nos confunde, por eso Jesús enseñó que «por su frutos los conoceréis». El rey Saúl profetizó, es decir, se movió en los dones, aún cuando vivía en desobediencia a Dios y ya había sido desechado por el Señor (1 Sam. 19:23-24). También nos ha confundido que el pueblo judío, a pesar de ser enemigos del evangelio en muchos casos, siguen siendo amados por Dios por la elección soberana hecha a los padres Abraham, Isaac y Jacob. Esto no quiere decir que por ser judíos tienen un tratamiento especial, el llamamiento es como pueblo, como tal sigue siendo el pueblo de Dios y se mantienen los dones y el llamamiento recibido con todo lo dicho por los profetas, pero los rebeldes y contumaces serán juzgados y condenados. Lo mismo con algunos que comenzaron bien la carrera pero en algún momento se desviaron convirtiéndose en lobos rapaces que destruyen el rebaño. Dicho esto, (sabiendo que el tema es mucho más complejo de lo que puedo abordar aquí), lo que quiero puntualizar es que los dones de Dios están ligados al llamamiento para una función. Esos dones forman parte de la operación soberana de Dios en el corazón de la persona elegida, son irrevocables, seguirán actuando aún cuando la persona pueda haberse apartado de la verdad y andar en caminos errados. Muchos se aprovechan de los dones recibidos para seguir influyendo sobre masas de creyentes que les siguen sin discernir el espíritu del error. Incluso en la vida de Balaán, (ejemplo de falso profeta y ambición personal), el Señor permitió que profetizara correctamente sobre Israel, aunque su camino era de rebelión por cuanto desobedeció a Dios en su primera y verdadera respuesta para no ir a ver a Balac (Num.22:9-12 y 24:1-2). Muchos dirán, Señor, en tu nombre echamos fuera demonios… (operaron los dones de Dios en sus vidas), pero él les dijo, apartaros de mí hacedores de maldad». Los dones no son garantía que Dios confirma lo que hacemos, es la obediencia a su voluntad lo que confirma nuestro llamamiento.

         Los dones y el llamamiento van juntos, pero lo que confirma o no la verdad de nuestro servicio es la obediencia a Dios y el fruto del Espíritu.

87 – Usemos los dones recibidos

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… (Romanos 12:6).

         Generalmente relacionamos los dones del Espíritu con la primera carta a los corintios, pero estamos viendo que la carta a los romanos tiene mucho que decirnos al respecto. En el capítulo 12 encontramos una relación de dones espirituales que rara vez vinculamos a la lista de dones del Espíritu. Me propongo, con la ayuda del Espíritu de verdad, relacionarlos en las próximas meditaciones uno por uno. Ahora quisiera ahondar en algunos aspectos básicos que debemos tener en cuenta. Hemos visto que el apóstol Pablo tenía el anhelo de viajar a Roma para impartir dones espirituales a los hermanos, él sabía que de esa forma la congregación de la capital del Imperio sería ampliamente edificada si los dones estaban actuando de manera regular entre ellos. De ahí su empeño en visitarlos y confirmarlos mediante la liberación de algunos dones en sus vidas. Los dones son regalos del Espíritu, pertenecen al Espíritu, no a la persona, aunque esta sea el mayordomo de los bienes recibidos y debe administrarlos con fidelidad y honestidad. La función de los dones está ligada a la dependencia del Espíritu, a vivir y andar en el Espíritu, aunque también pueden manifestarse viviendo en la carne (caso de algunos corintios) y lejos de la voluntad de Dios (caso del rey Saúl). También puede haber imitaciones y falsificaciones. Los dones o la manifestación del Espíritu son dados para el bien común (1 Co.12:7), no para manipular o dominar a los creyentes. Pablo nos da en este texto tres premisas básicas que no debemos olvidar para hacer un buen uso de los dones. En primer lugar dice que hay dones diferentes. Sencillo. No todos tenemos el mismo don, de otra forma ¿dónde estaría el cuerpo? Los dones son complementarios unos con otros. En segundo lugar los hemos recibido según la gracia de Dios, no por nuestro esfuerzo o capacidad especial. No debe haber motivo de arrogancia. No hemos hecho nada para merecerlos, los hemos recibido para el bien común. ¡Que pronto olvidamos esto! Y en tercer lugar, dice el apóstol, usémoslos. Recuerda la parábola de los talentos y el juicio del Señor sobre aquel que solo recibió un talento y lo guardó sin «negociar» con él. Fue desobediente aunque pensó que era prudente. El apóstol Pedro enseña lo mismo cuando dice: «Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pedro 4:10 LBLA).

         Usar el don, o dones, que hemos recibido, es parte de nuestra obediencia a Dios y de servicio a los hermanos.

88 – El don de profecía

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos: si el de profecía, úsese en proporción a la fe… (Romanos 12:6).

         El don de profecía no nos hace profetas. Las hijas de Felipe profetizaban pero no eran profetas (Hch.21:8,9). Pablo no está hablando aquí del ministerio de profeta, sino del don de profecía. Incluso dice en otro lugar que todos pueden profetizar para que todos sean exhortados (1 Co.14:31). El propósito de los dones es siempre la edificación del cuerpo de Cristo (1 Co.14:12). El que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación (1 Co.14:3). En este caso se trata de una palabra de aliento, guiada por el Espíritu, para animar, corregir y consolar a los hermanos en la congregación. No es, en primer lugar, una profecía para adelantar el futuro, esa misión sí corresponde al ministerio de profeta, que ve en el Espíritu lo que viene, por ejemplo el profeta Agabo sobre el viaje de Pablo a Jerusalén (Hch.21:10,11). Hay los que dicen que la profecía es la predicación, puede ser y debe ser así, pero de lo que habla el apóstol en este caso no es de la predicación sino del don de profecía. Lo explica en 1 Corintios 14:24,25 al compararlo con el que habla en lenguas con interpretación. Enseña que la manifestación del don de profecía es una señal para convencer, juzgar, poner al descubierto los secretos del corazón para que la persona se postre y adore a Dios, declarando que en verdad está entre vosotros. Recuerdo una experiencia personal en los primeros años de mi conversión. Entré en un culto de visita por primera vez, y cuando terminó se acercó una mujer descubriendo los pensamientos que había tenido sobre la reunión gloriosa que acabábamos de tener dándome un mensaje del Señor sobre mi llamamiento al pastorado. Nunca me había visto y nunca más volví a ver a esa mujer, pero su mensaje puso al descubierto mi corazón y fui grandemente edificado y afirmado en mi fe. Pablo enseña que no debemos menospreciar las profecías (1 Tes.5:19,20). Tampoco debemos recorrer el mundo entero detrás de ellas buscando lo que queremos oír. No podemos burlar a Dios. Sin embargo, el mal uso de las profecías no anula el don. Es posible la manipulación y las palabras infladas en todo ello, por eso hay que probar las profecías siempre, y confirmarlas por el Espíritu en nosotros y la palabra de Dios… nunca son palabra infalible (1 Jn.4:1,2). A pesar de las posibles dificultades el apóstol nunca las prohibió, sino que corrigió lo deficiente y enseñó un uso adecuado y con orden. El don siempre debe fundamentarse sobre un carácter probado y maduro.

         La profecía debe usarse en proporción a la medida de la fe recibida.

89 – El don de servicio

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… si el de servicio, en servir… (Romanos 12:7).

         Aprovechando el tema del don que nos ocupa debemos decir que aunque hay dones predominantes en diferentes hermanos, eso no significa que el resto no debemos o no podemos actuar en esa dirección. El servicio es una misión de todo cristiano, hemos sido llamados a servirnos los unos a los otros, pero hay algunos hermanos que han recibido un don especial en cierto tipo de servicios. De la misma manera que todos debemos evangelizar pero no por ello somos evangelistas. Hay un don de servicio que se ve en los hermanos que muestran una capacidad especial para servir, están dispuestos a realizar actividades que para otros son muy onerosas, pero ellos las hacen con verdadera pasión. Pienso en mujeres/hombres que muestran una capacidad especial en preparar comida para mucha gente, además tienen la habilidad de organizar eventos que para otros significan un verdadero «dolor de cabeza». Pienso en los hermanos que escogieron para servir las mesas de las viudas en la iglesia primitiva. Luego algunos de ellos evolucionaron de tal forma que se transformaron en evangelistas con la manifestación de otros dones de la lista de 1 Corintios 12 (caso de Felipe y Esteban). No podemos dejar de mencionar a Marta, la hermana de Lázaro, que siempre estaba dispuesta para las tareas domésticas, aunque ello le causara cierta aflicción, lo cual viene a enseñarnos que podemos ejercer un don sin que ello signifique que no lleguemos a experimentar cansancio y agotamiento en su uso. En muchas congregaciones encontramos a hermanos que están siempre dispuestos a realizar cualquier tipo de trabajo a favor de otros. Siempre quieren ayudar y no escatiman esfuerzo en su realización. Manifiestan un verdadero deleite en el servicio a los demás, y esto puede manifestarse de múltiples formas, porque el servicio es siempre muy diverso. Tal vez este don no es tan espectacular como otros dones, pero no debemos olvidar que todos son carismas, tienen un potencial sobrenatural porque proceden del Espíritu, no de nuestra propia habilidad, aunque podemos y debemos desarrollar y perfeccionar nuestros dones con práctica y esfuerzo añadido mediante un mayor aprendizaje. Los dones no son para hacer perezosos, sino que partiendo de la iniciativa del Espíritu lo perfeccionemos y desarrollemos a lo largo de nuestra vida, eso sería «negociar» con el talento recibido y no enterrarlo (Lucas 19:15).

         Jesús es nuestro modelo de servicio, el don inefable por excelencia.

90 – El don de enseñanza

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que enseña, en la enseñanza… (Romanos 12:7).

         Como es fácil entender no pretendo ser exhaustivo en la exposición de los dones del Espíritu, pero sí quiero iniciar el tema para que nos pueda servir de arranque en un estudio más profundo que cada uno puede hacer. Hay un don de enseñanza. No todos lo tienen, como los demás dones, y por tanto no todos deben enseñar, aunque podemos compartir experiencias y textos bíblicos, de la misma forma que todos podemos exhortar sin tener el don de la exhortación. Bien, dicho esto, meditemos. ¿Cuál debe ser la evidencia del don de enseñanza? Los que tienen este don exponen la doctrina de tal forma que facilitan el entendimiento de los oyentes. Su exposición abre la Escritura para comprenderla con cierta facilidad. También se trata de poner el sentido a lo que está escrito, como en el caso de los levitas en aquella reunión en los días de Esdras y Nehemías. El escriba Esdras leía el libro de la Ley de Moisés y había un grupo de personas mencionadas y los levitas que «explicaban la ley al pueblo… traduciéndolo y dándole el sentido para que entendieran la lectura… los levitas que enseñaban al pueblo… Y todo el pueblo se fue a comer, a beber, a mandar porciones y a celebrar una gran fiesta, porque comprendieron las palabras que les habían enseñado» (Nehemías 8:1,7,8,9,12). En los requisitos que se mencionan en las cartas de Pablo para los pastores y ancianos, uno de ellos es que sean aptos para enseñar (1 Tim.3:2 y 5:17). El que se dedica a la enseñanza, teniendo el don de Dios, no debe descuidar su estudio continuo. Podemos enseñar a otros de lo que hemos aprendido por estudiar, pero aquellos que tienen el don dado por el Espíritu demuestran una capacidad mayor en la exposición de la Escritura, convencen, persuaden, añadiendo a su don un carácter probado. Apolos tenía un don de enseñanza sólido, era vehemente, aunque eso no impidió que siguiera aprendiendo de Priscila y Aquila (Hch.18:24-28). Jesús es el Maestro, y cuando expuso su mensaje a los dos discípulos de Emaús sus corazones ardieron cuando les abrió las Escrituras. Generalmente los pastores han recibido este don como parte de su equipo ministerial. Este don manifiesta siempre en sus poseedores un gran deseo de estudiar las Escrituras, como en Esdras, «que había dedicado su corazón a estudiar la ley del Señor, y a practicarla, y a enseñar sus estatutos y ordenanzas en Israel» (Esdras 7:10).

         El don de enseñanza facilita, con eficacia, el servicio de aquellos que han sido llamados por Dios para enseñar a otros.

91 – El don de exhortación

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que exhorta, en la exhortación… (Romanos 12:8).

         Debemos antes de nada definir lo que significa exhortar. Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua significa «incitar a uno con palabras, razones y ruegos que haga o deje de hacer alguna cosa». Esta es una misión de cada uno de los hermanos, aunque hay los que tienen un don de exhortación que suele acompañar al de enseñanza. Está escrito que debemos «exhortarnos los unos a los otros cada día… no sea que alguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado» (Heb.3:13). Si hay un llamado a exhortarnos los unos a los otros para no caer en el engaño del pecado, ¿cuánto más aquellos que han recibido esta función como un don especial deben ejercitarlo en beneficio de la comunidad de creyentes? El uso que se hace de esta función en el lenguaje bíblico no tiene nada que ver con lo que vulgarmente llamamos «echar la bronca». Tampoco tiene que ver con mandar a otros lo que tienen que hacer o dejar de hacer. Los dones son dados para la edificación del cuerpo de Cristo, para que haya edificación y cobertura sobre el engaño del pecado que tan fácilmente nos envuelve. Tiene que ver con animar a los demás. Fue lo que hizo Bernabé cuando llegó a Antioquia y vio la gracia derramada sobre los discípulos. «Cuando vino y vio la gracia de Dios, se regocijó y animaba [exhortó RV60] a todos para que de corazón firme permanecieran fieles al Señor» (Hch.11:23 LBLA). Pablo lo hizo en medio de la tempestad del viaje a Roma. «Ahora os exhorto a tener buen ánimo, porque no habrá pérdida de vida entre vosotros, sino sólo del barco» (Hch.27:22). Vemos que animar a los hermanos y la exhortación son sinónimos. En las congregaciones hay que «alentar a los de poco ánimo» (1 Tes.5:14), ¿cómo? exhortándolos con la palabra de fe, vida y esperanza. La práctica de la profecía tiene también esa función en la congregación. «El que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación» (1 Co. 14:3). Por tanto la exhortación debe tener como fundamento la palabra de verdad. Los profetas de Israel exhortaban al pueblo para que se volvieran a Dios. Pablo dijo a Timoteo y Tito que debían exhortar a la congregación con toda paciencia y doctrina (2 Tim.4:2) (Tito 1:9 y 2:15). No se trataba de enseñorearse de la grey, sino del ejercicio de autoridad delegada para edificación, no para destrucción. También debemos exhortar a nuestros hijos.

         La congregación de Dios necesita este don funcionando con valentía en la vida de la iglesia para evitar el error y engaño del pecado.

92 – El don de dar

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que da, con liberalidad… (Romanos 12:8).

         En una sociedad orientada hacia el egoísmo personal, la competencia y los intereses mezquinos hablar de dar con liberalidad parece una utopía, sin embargo, este es un don que debe estar presente en la congregación de Dios porque el Espíritu Santo lo da. Conocí, hace años, a un hermano empresario que nos visitaba en Toledo y apoyaba la obra pionera que realizábamos, que cuando compartía con sencillez la palabra de Dios nos decía: «yo tengo el don de dar». Y realmente lo hacía con liberalidad. Nunca más he oído a otro hermano decir que tiene este don. Sí hay una insistencia en enseñar a dar para obtener una gran cosecha, pero eso no tiene nada que ver con el don que nos ocupa. El apóstol nos dice: «el que da, con liberalidad». Y ¿qué es liberalidad? Pues es la cualidad de la persona que ayuda o da lo que tiene sin esperar nada a cambio. Es la virtud moral que consiste en distribuir generosamente sus bienes sin esperar recompensa. Es un don de Dios. Todos debemos aprender a darnos a nosotros mismos, pero hay un don que tiene la característica de dar a otros de tal forma que supera el ámbito natural, es una virtud del Espíritu de Dios distribuida a ciertas personas. Pablo dijo de Jesús: «el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gá.2:20b). El don de dar y el amor van juntos. Porque «si diera todos mis  bienes para dar de comer a los pobres… pero no tengo amor, de nada me aprovecha» (1 Co.13:3). Recuerdo dos episodios cuando esta liberalidad se desató en toda la congregación. Uno en el desierto cuando Israel salió de Egipto y Moisés pidió una ofrenda para realizar el tabernáculo, trajeron tanto y con tanta liberalidad que hubo que pedir que dejaran de hacerlo. La otra fue en la iglesia primitiva cuando vendían sus propiedades y lo vendido lo ponían a los pies de los apóstoles. Pablo lo enseñó a los corintios cuando recogía una gran ofrenda, precisamente para los hermanos de Judea, por las necesidades que más tarde sobrevinieron. «Por la prueba dada por esta ministración, glorificarán a Dios por vuestra obediencia a vuestra confesión del evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos» (2 Co.9:13). Estas prácticas tienen muy poco que ver con la insistencia en algunos púlpitos para forzar a los hermanos a «invertir» en el reino de Dios con la promesa de hacerse ricos. El don de dar con liberalidad nada tiene que ver con todo ello.

         Dar a otros con liberalidad significa hacerlo en amor y sin esperar una transacción económica y bursátil como si compráramos acciones de bolsa.

93 – El don de dirigir o presidir

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que dirige, con diligencia… (Romanos 12:8).

         En la versión Reina Valera dice: «El que preside, con solicitud». Dirigir o presidir a otros es un don dado por el Espíritu Santo a la congregación de Dios. Adelantémonos a decir que este don no tiene nada que ver con una actitud de control, o de hechizar mediante manipulación para conseguir aunar voluntades. Algunos que tienen este don pudieron comenzar a ejercerlo debidamente, (como tantos otros dones), para desviarse de su cometido original y acabar ejerciendo señorío sobre los redimidos del Señor. Fue la actitud de Diótrefes (3 Jn.9,10), y la doctrina de los nicolaítas, denunciada por el mismo Señor como práctica de algunas iglesias del Apocalipsis (Apc. 2:6 y 2:15).

Pablo enseña que hay que «reconocer a los hermanos que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen, y que debemos tenerlos en muy alta estima con amor, por causa de su trabajo» (1Tes.5:12,13). Dirigir es un trabajo en beneficio de los hermanos que debe hacerse con diligencia, para instruir a otros y guiarlos por la senda marcada por el Señor y Pastor de las ovejas. Dirigirlos por el camino ya trazado que conduce a la vida eterna. En el antiguo templo eran los levitas quienes se encargaban de dirigir el canto y la alabanza al pueblo (1 Crónicas. 15:21,22 y 23:3,4). Un buen ejemplo de la función de este don lo encontramos en la vida de Nehemías. Dirigió la obra de la reconstrucción de la muralla de Jerusalén con verdadero tesón, sabiduría, valentía y una vida intensa de oración. Dirigir a otros y sacar las capacidades de cada uno en beneficio de la unidad y la edificación del cuerpo de Cristo es un milagro de los dones de dirección ejercidos debidamente. Los dones siempre deben ir acompañados por el fruto del Espíritu. Talento y carácter harán eficaz el servicio de una forma sobrenatural. Dirigir es un don de Dios para servir a los hermanos. Esta es la enseñanza de Jesús: «Pero no es así con vosotros; antes, el mayor entre vosotros hágase como el menor, y el que dirige como el que sirve» (Lc. 22:26). Hoy tenemos muchos «señores» y pocos obreros que sirven en el espíritu del Maestro y Señor. Y a todo ello hay que añadir la sabiduría que es provechosa para dirigir (Ecl. 10:10 RV60).

         Dirigir a otros es un arte dado por el Espíritu Santo a algunos hermanos con el fin de guiar a muchos por la senda de la justicia y la verdad.

94 – El don de la misericordia

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que muestra misericordia, con alegría… (Romanos 12:8).

         La misericordia es parte del carácter de Dios. El Salmo 136 repite en todos sus 26 versículos esta expresión: «Porque para siempre es su misericordia». «Las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades; son nuevas cada mañana» (Lam. 3:22-23). Por tanto estamos hablando de un aspecto muy relevante de la naturaleza divina. No está al alcance del hombre natural. Comienza a manifestarse en aquellas personas que han nacido de nuevo a la imagen de Su Hijo, formados a su semejanza (Ro.8:29). Está escrito: «Misericordia quiero, y no sacrificio» (Oseas 6:6). Pero además de todo ello hay un don de misericordia que obra en algunas personas de manera especial. Tiene que ver con una dimensión mayor de la misericordia que se espera a los hijos de Dios. Se manifiesta en obras de amor, bondad y compasión que suelen dejarnos boquiabiertos cuando las conocemos. Decimos «¿cómo es posible que esta persona pueda realizar estas obras?» El buen samaritano de la parábola de Jesús tenía el don de la misericordia. El sacerdote y el levita, a quienes se les suponía obras de piedad, pasaron de largo, pero aquel samaritano anónimo hizo un alto en su camino para atender, con los riesgos que conllevaba, a aquella persona golpeada y herida (Lc.10:33-34). Vemos estas obras hoy en día en muchos de aquellos hermanos que trabajan con el desecho de la sociedad: indigentes, drogadictos, los menesterosos, los pobres… La misericordia es sentir compasión por los que sufren y ofrecerles ayuda. Es una virtud del ánimo que lleva a algunas personas a compadecerse de las miserias ajenas. Significa sentido de compasión para aliviar el sufrimiento. «Su preocupación por la desdicha de los hombres lo lleva a la ansiedad por aliviarla» (Martyn Lloyd-Jones). El buen samaritano, figura de Jesús mismo, tuvo compasión de la persona golpeada por ladrones y salteadores. Se acercó, vendó sus heridas derramando aceite y vino, llevándolo al mesón y cargando en su cuenta los gastos que ocasionaran su recuperación completa. Fue la respuesta de Jesús a la pregunta «¿quién es mi prójimo?», para concluir con esta máxima: «Ve y haz tu lo mismo». Están de moda los dones espectaculares pero la misericordia es un don que procede del mismo Espíritu para ayudar a los demás y hacerlo con alegría…

         Jesús ascendió al cielo llevando cautiva la cautividad y dio dones a los hombres, dejando su sello en aquellos que continuarían su obra en la tierra.

95 – Cada uno ha recibido un don

Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios (1 Pedro 4:10).

         Antes de adentrarnos en el capítulo más conocido de los dones del Espíritu, (1 Corintios 12), me gustaría hacer un interludio entre los dones vistos en Romanos y los que veremos en 1 Corintios. No porque unos sean más importantes que otros, o más sobrenaturales, todos los dones del Espíritu trascienden el ámbito natural, por tanto son sobrenaturales, proceden del Espíritu, no del hombre. Sino porque creo que es necesario hacer énfasis en algunos aspectos esenciales cuando hablamos de los dones. Debemos diferenciar entre talentos y dones. Los primeros son capacidades sobresalientes en ciertas personas que superan el nivel habitual de capacidad en alguna habilidad especial. Aunque en última instancia todo procede de Dios, debemos decir que para ejercer un talento del tipo que sea, musical, en ciencia, en deporte, etcétera, no se necesita ser espiritual, es decir, el hombre natural puede tener (de hecho tiene y algunos son sorprendentemente llamativos) un talento especial aunque su vida esté alejada de Dios. Por su parte un don espiritual solo puede ser recibido por aquellas personas que han nacido de nuevo, forman parte del reino de Dios y están conectados al Espíritu de Dios.

Los dones de los que habla el apóstol Pedro en el texto que nos ocupa son para usarlos en el servicio a los hermanos, para servirnos los unos a los otros, habiéndolos recibido de la multiforme gracia de Dios. No son para comerciar con ellos y obtener ganancias. Son dados de gracia para ser ministrados de gracia. Como dice el apóstol «de gracia recibisteis, dad de gracia». Esta es una diferencia sustancial con el talento natural que suele ser motivo de enriquecimiento personal y renombre del que lo posee. El apóstol Pedro deja nítidamente claro que cada uno ha recibido un don especial. Todos los hermanos, miembros del cuerpo de Cristo, hemos recibido al menos un don para poder servir a los demás como buenos administradores de la gracia recibida. Generalmente suele ser nuestro servicio predominante, aquel que brota de forma «natural» en nuestro diario vivir, dentro del ámbito del Espíritu. Esta es una doctrina apostólica. Muy amplia en Pablo, pero también en Pedro.

         El don recibido por gracia debe ser ministrado desde la misma fuente de gracia en la que nos fue dado. Y hacerlo como fieles administradores.

96 – No debemos ignorar los dones

En cuando a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que seáis ignorantes. Sabéis que cuando erais paganos, de una manera u otra erais arrastrados hacia los ídolos mudos (1 Corintios 12:1,2).

         Vamos a adentrarnos ahora en el capítulo de la Biblia que más ampliamente aborda el tema de los dones espirituales, aunque como hemos dicho antes hay mas dones que los que aparecen aquí, lo vimos en las meditaciones correspondientes a Romanos capítulo 12. Desglosemos el texto. Pablo no tiene complejos en abordar un tema que para nosotros, siglos más tarde, ha venido a ser motivo de controversia. El apóstol de los gentiles no quiere que los hermanos de Corinto ignoren acerca de los dones espirituales, lo cual quiere decir que es posible ser cristiano y vivir ignorándolos. Hacerlo es motivo de pérdida. Todo aquello que no se enseña del amplio consejo de Dios queda relegado, por tanto, ignorado, y sin oír la enseñanza no hay una fe activada para poner en marcha aquello que se ignora. Lo vimos con toda claridad en el caso de los discípulos que encontró Pablo en Éfeso que ni siquiera habían oído hablar si había Espíritu (Hch. 19:2). Ignorar una verdad del evangelio es perderla. No enseñarla es desobediencia. Muchos adoptan una actitud fácil ante un tema complejo en el que entra en juego algo más que la teoría interminable. Los dones deben ser manifestados para edificación del cuerpo de Cristo, pero hay dones que su manifestación produce polémicas o desórdenes, y poco a poco los desplazamos para que no compliquen nuestro «buen orden eclesiástico», procurando centrarnos en aquellos otros dones que son más «educados», y por tanto, más fácilmente aceptables. No abogo por el desorden ni el desatino, pero ciertas manifestaciones de algunos dones es inevitable que alteren la tranquilidad de  nuestros cultos. Especialmente si un endemoniado se manifiesta, o una mujer encorvada provoca la acción de Jesús en sábado. Pablo enseña que ignorar los dones espirituales puede devolvernos a las prácticas paganas de ser arrastrados a ídolos mudos. Contrasta los cultos paganos, sus ritos y ceremonias muertas, con la manifestación viva de los dones del Espíritu operando entre los hermanos donde Cristo es glorificado e invocado por el mismo Espíritu. La historia de la iglesia demuestra que abandonar la llenura del Espíritu con la manifestación de los dones nos introduce en un estado de muerte e idolatría.

         La ignorancia de los dones por falta de revelación puede ser corregida con la verdad, pero ignorarlos nos reintroduce en el paganismo mudo.

97 – Hablar por el Espíritu

Por tanto, os hago saber que nadie hablando por el Espíritu de Dios, dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: Jesús es el Señor, excepto por el Espíritu Santo (1 Corintios 12:3).

         La fuente de los dones espirituales es el Espíritu de Dios, que a su vez emanan de la obra redentora de Jesús. El don de Dios es Cristo, don inefable y glorioso, y de ese don en plenitud ha repartido a los hombres porciones en forma de dones que se desprenden de él mismo. Jesús los distribuye a través del Espíritu según la gracia concedida a cada uno. Así está escrito: «Pero a cada uno de nosotros se nos ha concedido la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por tanto, dice: Cuando ascendió a lo alto, llevo cautiva una hueste de cautivos, y dio dones a los hombres» (Ef.4:7-8). Cuando el Mesías subía al lugar más alto, a la diestra del Padre, iba dejando en el camino dones a los hombres que tenían su mismo Espíritu. La plenitud de Dios en la persona de Jesús se desmenuza para hacernos coparticipes de sí mismo, reparte distintos dones a diferentes personas, pero la fuente es la misma: Jesús. El Espíritu no hace nada por su propia cuenta, sino que administra los dones en aquellos que son de Cristo, que llaman a Jesús Señor por el mismo Espíritu. Por tanto, dice el apóstol, hablar por el Espíritu no puede ser para llamar a Jesús anatema, es decir, maldito, sino que hablar por el Espíritu es glorificar al Hijo, la fuente de donde emanan los dones. Cualquiera que dice que actúa en los dones del Espíritu y no tiene a Jesús como centro de su manifestación está separado, −es anatema−, de la verdadera fuente de vida eterna. No podemos ministrar en los dones del Espíritu y deshonrar a Jesús. Podemos hablar por el Espíritu, sí, el Espíritu habla por medio de los que son suyos, y siempre lo hace para glorificar al Dador de la vida, no para acentuar su egolatría. Hablar por el Espíritu tiene como fundamento el señorío de Jesús. Y nadie puede llamar a Jesús Señor excepto por el Espíritu. Esa invocación se basa en la unión con Cristo, siendo un espíritu con él (1 Co.6:17); de esa forma los dones podrán ser ministrados desde la fuente de su emanación produciendo fruto de vida y edificación para el que han sido dados. Hablar por el Espíritu tiene que ver con los dones de expresión oral como profecía, enseñanza, sabiduría, ciencia. Siempre manteniendo la unidad con Cristo y ministrando desde esa unión en el Espíritu.

         Hablar por el Espíritu tiene como base la invocación de que Cristo es el Señor, actuando en los dones desde esa unión indispensable con él.

98 – Dones, ministerios y operaciones

Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios el que hace todas las cosas en todos (1 Corintios 12:4-6).

         Diversidad dentro de la unidad, esta podría ser la síntesis de este texto. Hay diversidad de dones, diversidad de ministerios (servicios) y diversidad de operaciones. La unidad está en la fuente de donde emanan todos ellos: el Espíritu, el Señor y Dios. Es decir, aquí tenemos uno de esos pasajes donde encontramos la manifestación de la unidad del Dios Tri-uno, manifestando la complementación diversa de su naturaleza expresada de distinta forma en los que son suyos. Vemos al Dios Trino involucrado en la obra que se lleva a cabo en la tierra a través de los miembros del cuerpo de Cristo. Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. A veces la iglesia del Señor expresa una estrechez insoportable y contraria a la verdad en su manifestación de cuerpo que parecería que en lugar de diversidad lo que hay es un solo don, el de la persona que dirige o predica. Toda la enseñanza de Pablo en este sentido muestra la verdad de un cuerpo con muchos miembros, ninguno mayor que el otro, aunque reconociendo la distinción de manifestaciones de cada uno. Sin embargo, aunque hay diversidad de dones la fuente de donde brotan todos ellos es la misma: el Espíritu Santo. Por otro lado tenemos diversidad de ministerios, dones ministeriales en forma de personas llamadas a funciones distintas dentro de la multiforme gracia de Dios para servir al cuerpo de Cristo en su amplitud. Esos dones los encontramos especificados en Efesios 4:11-12. «Y El dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo». Debemos recordar que la función de los ministerios es servir, no enseñorearse. Es edificar a los santos no aprovecharse de ellos y esquilmarlos. Y por último se habla de operaciones diversas que Dios hace entre los suyos. Son las acciones de su gracia en la vida de cada uno de nosotros para que podamos servirle y edificarnos los unos a los otros en amor. Todo procede de Dios y tiene como fin su gloria. Hemos sido llamados para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado.

Reconocer la diversidad del cuerpo del Mesías nos ahorra muchos atrasos en el avance del plan de Dios.

99 – Individualidades para el bien común

Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común… Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de El (1 Corintios 12:7,11).

         Individualidades no para el individualismo, sino para el bien común. Los dones o manifestaciones del Espíritu son para el bien común, para la edificación del cuerpo del Mesías, no para la exaltación de una personalidad predominante en la congregación. La simbiosis entre nuestra individualidad original dada por Dios, y la edificación del cuerpo de Cristo en su amplitud debe ser el equilibro que debemos mantener. El texto del apóstol habla de «cada uno» por un lado, y de «el bien común» por otro. El Espíritu de Dios distribuye funciones diversas a personas individuales pensando en la edificación de todo el cuerpo. El Espíritu Santo, al distribuir sus manifestaciones, no está pensando en acentuar al individuo, sino usarlo como canal para expresar o manifestar su voluntad de edificar a aquellos que serán ministrados en última instancia por Él mismo. La fuente es Dios. Las manifestaciones las hace el Espíritu a través de un vaso de barro escogido, por tanto, no hay lugar para gloriarse de uno mismo, sino en aquel de quién proceden todas las cosas.

Pretender usar el don de Dios para enriquecerse, creyendo que la piedad es un medio de ganancia, solo traerá el juicio de Dios, que siempre comienza por su casa. Por eso dice Jesús que al que mucho se le da, mucho se le demandará. Caer en el error de Balaán, que por lucro se apartó de la verdad y se obstinó en el error (Judas 11), conduce a poner tropiezo a los hijos de Israel, a comer cosas sacrificadas a los ídolos y a cometer actos de inmoralidad (Apc.2:14). Toda una cadena degenerativa de disolución y pecado que comienza en un mal uso del don recibido. Pertenecemos a un cuerpo aunque recibamos dones específicos para desarrollar una función personal siempre dentro del cuerpo y para el cuerpo. Porque no somos nuestros, hemos sido comprados para agradar a aquel que nos compró con su sangre. Por tanto, si vivimos para el Señor vivimos, y si morimos para el Señor morimos, sea que vivamos o que muramos, somos del Señor. En medio de los dos textos que estamos meditando tenemos la lista de dones espirituales que el apóstol Pablo menciona en su carta a los corintios. Veremos en las próximas meditaciones una síntesis de cada uno de ellos.

         Nuestra individualidad está unida a un cuerpo, el del Mesías, donde hay muchos dones y funciones operando para el bien común.

100 – El don de palabra de sabiduría

Pues a uno le es dada palabra de sabiduría por el Espíritu… (1 Corintios 12:8).

         La fuente de sabiduría de la que estamos hablando es el Espíritu Santo, por tanto, es una sabiduría espiritual (1 Co.2:6-8). La Escritura diferencia diversos tipos de sabiduría. Hay sabiduría espiritual que procede del Espíritu de Dios y reposó sobre el retoño del tronco de Isaí, un vástago sobre el que descansaría el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y conocimiento (Isaías 11:1-2). Pablo dice que en él, el Mesías, están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col.2:1-3). También se le llama sabiduría de lo alto, que es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía (Stg.3:17). Por otro lado se menciona la sabiduría terrenal, animal y diabólica que se manifiesta en forma de celos amargos, ambición personal, arrogancia, miente contra la verdad, y produce confusión y toda cosa mala (Stg.3:14-16). Por toda la Escritura se nos insta a adquirir la sabiduría de Dios; especialmente el libro de Proverbios fue escrito con ese fin: «para aprender sabiduría e instrucción» (Pr.1:1,2). «Lo principal es la sabiduría; adquiere sabiduría, y con todo lo que obtengas adquiere inteligencia» (Pr.4:7). Se nos dice que si alguno tiene falta de sabiduría la pida a Dios, el cual da abundantemente y sin reproche le será dada (Stg. 1:5). Esa es la voluntad de Dios para sus hijos, que seamos sabios. Ahora bien, además de todo ello, tenemos el don de sabiduría que es dado a algunos en el cuerpo del Mesías para su edificación. Este don lo vemos actuando en Salomón cuando supo discernir quién de las dos mujeres que reclamaban la maternidad del hijo vivo era la verdadera (1 Reyes 3:24-28). Lo vemos en la vida de Abigail, mujer de Nabal, cuando evitó la ruina de su casa por la decisión necia de su marido al no atender a los enviados por David, y a éste le impidió una mancha en su futuro reino por la precipitación del juicio (1 Sam.25:28-33). Lo vemos en la respuesta del Maestro cuando los fariseos le trajeron a la mujer sorprendida en adulterio: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra» (Jn.8:7). Y también cuando le preguntaron sobre si era lícito dar tributo a Cesar, respondiendo magistralmente: «Dad a cesar lo que es de cesar, y a Dios lo que es de Dios» (Mt.22:21). Este don resuelve situaciones complejas que parecen irresolubles. Cristo nos ha sido hecho sabiduría de Dios (1 Co.1:30).

         El don de sabiduría es dado a algunos para resolver situaciones específicas, que parecen imposibles, abriendo un camino donde no se ve.

101 – El don de palabra de conocimiento

… A otro palabra de conocimiento según el mismo Espíritu… (1 Corintios 12:8).

         En la versión Reina Valera 60 se traduce por palabra de ciencia. Se trata de un conocimiento escondido a la mente natural pero revelado por el Espíritu al hombre de Dios con el fin de resolver situaciones estancadas, o que pueden provocar engaño y falsedad a la hora de tomar decisiones. Lo vemos en el apóstol Pedro cuando supo ver el corazón de Simón el mago; Felipe, que llevaba más tiempo con él, no supo percibirlo. Pedro le dijo: «No tienes parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios» (Hch.8:21). El profeta Eliseo dio una palabra de conocimiento a la mujer sunamita en cuya casa le habían hecho un aposento; seguramente en este caso podemos unir el don de profecía con el de conocimiento. «Entonces él le dijo: Por este tiempo, el año que viene, abrazarás un hijo» (1 Reyes 4:16). Sin embargo, el mismo profeta no tuvo el conocimiento de la angustia de la misma mujer cuando se presentó delante de él años más tarde. «Cuando ella llegó al monte, al hombre de Dios, se asió de sus pies. Y Giezi se acercó para apartarla, pero el hombre de Dios dijo: Déjala, porque su alma está angustiada y el Señor me lo ha ocultado y no me lo ha revelado» (1 Reyes 4:27). Curioso. Esto nos debe hacer pensar que los dones no son patrimonio del hombre sino del Espíritu. No son para usarlos cuando se nos antoja, sino cuando el Espíritu quiere. «Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de El» (1 Co.12:11). Por tanto el don de conocimiento nos adentra al interior de los corazones de ciertas personas para discernir (don de discernimiento actuando conjuntamente) la realidad de una situación oculta al entendimiento humano y solucionarla. Conocimiento y sabiduría suelen ir juntos. El primero para entender y el segundo para aplicar. Revelación interior y sabiduría que saca a luz verdades ocultas. En diversas ocasiones Jesús supo lo que sus interlocutores y adversarios estaban pensando mediante el don de conocimiento. «Y al instante Jesús, conociendo en su espíritu que pensaban de esa manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones?» (Mr.2:8). Por eso Jesús no se fiaba de ellos, porque El sabía lo que había en el hombre (Jn. 2:24-25). Este don, junto con el de sabiduría, para predicadores,  maestros y consejeros que hace más eficaz su función usando con precisión la palabra de verdad (2 Tim.2:15).

         La manifestación del don de ciencia o conocimiento penetra más allá del velo de carne para conocer la realidad oculta en una persona o circunstancia.

102 – El don de fe

… A otro, fe por el mismo Espíritu… (1 Corintios 12:9).

         La fe es uno de los grandes temas en la Escritura. Debemos diferenciar algunas cosas cuando hablamos de fe. Por un lado tenemos la fe que todo hijo de Dios recibe por gracia para salvación (Ef.2:8); la medida de fe distinta para cada uno que Dios distribuye como Él quiere (Ro.12:3); la fe como fruto del Espíritu que habla sobre todo de fidelidad (Gá. 5:22); y el don de fe que es el que nos ocupa ahora. Los dones están íntimamente ligados a la voluntad del Espíritu, no del hombre. El portador de dicho don debe saber discernir en cada momento cuándo el Espíritu le guía a manifestarlo, se aprende con el uso andando en el Espíritu. Los dones no son para usarlos de forma caprichosa sino en humildad y dependencia del Espíritu. El don de fe es para milagros y señales. Actuó en el apóstol Pedro al sanar al cojo de la puerta de la Hermosa (Hch.3:1-10). Este cojo estaba en ese lugar de continuo, Pedro y Juan habrían pasado por allí en otras ocasiones, sin embargo en un momento especifico se desató la acción que dio lugar al milagro. Por otra parte el apóstol no sanó a todos los cojos de Jerusalén, el Espíritu le guió de forma específica a este. Pablo tuvo una fe milagrosa cuando estaba recogiendo leña en la isla de Malta y se le prendió una víbora venenosa, sacudiéndola en el fuego no sufrió ningún daño (Hch. 28:1-6). No tuvo necesidad de médico o tratamiento alguno. No todos tienen esta clase de fe o medida de fe. Está escrito: «La fe que tú tienes, tenla conforme a tu propia convicción delante de Dios. Dichoso el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba» (Ro.14:22). Por su parte el profeta Elías tuvo una fe asombrosa para desafiar a los profetas de Baal en el monte Carmelo. Poco después huía de una mujer, Jezabel, que lo había amenazado. Lo cual nos recuerda una vez más que necesitamos la acción del Espíritu en la manifestación de los dones, depender de Él y no extralimitarnos, sino actuar según la fe recibida. Los discípulos no pudieron echar fuera el demonio de aquel joven epiléptico cuando bajaron del monte de la Transfiguración con Jesús. Preguntado el Maestro del por qué, les dijo: «Por vuestra poca fe» (Mt.19:19,20). Los discípulos tenían fe, pero no el don de fe para esta ocasión. El apóstol Pablo que había experimentado milagros extraordinarios en Éfeso y otros lugares, tuvo que dejar a Trófimo enfermo en Mileto (2 Tim.4:20); a Timoteo que bebiera vino por sus frecuentes enfermedades estomacales, y él mismo vivió atormentado por un mensajero de Satanás que no pudo evitar.

         El don de fe es una acción sobrenatural que desata milagros y señales.

103 – El don de sanidad

… A otro, dones de sanidad por el único Espíritu… (1 Corintios 12:9).

         El tema de la sanidad divina es complejo de forma recurrente. Ha habido malas experiencias, excesos, desequilibrios, espectáculo y aprovechamiento que ha llevado a buena parte de la iglesia actual a moverse en dos extremos: por un lado los que abusan de un tema tan sensible y que incluye mucho dolor, y por otro quienes huyen de él para evitar las dificultades que puede acarrear. Ambos extremos son contrarios a la verdad bíblica. Vayamos por partes. La voluntad de Dios es sanar, por eso ha dado este don a la iglesia. Lo vemos en el ministerio de Jesús, el cual es el reflejo exacto de la voluntad de Dios en la tierra. «Y Jesús iba por toda Galilea, enseñando en sus sinagogas y proclamando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt. 4:23-24). La sanidad está incluida en la redención. «Y al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; y expulsó a los espíritus con su palabra, y sanó a todos los que estaban enfermos, para que se cumpliera lo que fue dicho por medio del profeta Isaías cuando dijo: El mismo tomó nuestras flaquezas y llevó nuestras enfermedades» (Mt.8:16-17 con Is.53:3-6). Jesús enseñó a sus discípulos que ellos también harían las mismas obras, incluso mayores (Jn.14:12). El libro de los Hechos lo pone de manifiesto de forma inequívoca. El apóstol Pedro les dice a los reunidos en la casa de Cornelio que Jesús fue ungido con el Espíritu Santo y con poder, y este anduvo haciendo bienes, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hch. 10:38). Por tanto, la predicación del evangelio debe incluir orar por los enfermos y echar fuera demonios. Este es el equipo de dones para el ministerio evangelístico (1 Co.12:28). El mismo Espíritu ha dado dones de sanidad a ciertas personas para que su predicación incluya sanidades. No todos tienen este don, tampoco todos se sanan, muchos regresan a sus casas enfermos, entrar en el interrogante de por qué unos se sanan y otros no es un debate interminable, pero debemos saber que Dios ama a los enfermos, en algunos sanándolos y en otros no, de la misma manera que el evangelio se predica a todos, la voluntad de Dios es que todos sean salvos, pero sabemos que no todos se salvan. Los excesos y las malas experiencias no deben ahogar la palabra de verdad. Dios quiere sanar y esa debe ser nuestra oración inicial; en los casos en que no sea así el Espíritu nos guardará con paz y esperanza.

         El Espíritu Santo ha dado dones de sanidad a algunos hermanos para bendecir a los necesitados y hacer avanzar el plan de Dios que es por fe.

104 – El don de milagros

… A otro, poder de milagros… (1 Corintios 12:10).

         Recordemos el inicio de la exposición del apóstol Pablo en este capítulo. «En cuando a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que seáis ignorantes. Sabéis que cuando erais paganos, de una manera u otra erais arrastrados hacia los ídolos mudos». El apóstol quiere que no ignoremos los dones, y además relaciona el hacerlo con regresar al paganismo, donde se adoran ídolos mudos, sin vida; por el contrario el evangelio es poder de Dios para salvación, y al predicarlo se debe hacer «con el poder de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios» (Ro.15:19). En otro lugar dice: «Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1 Co.2:4-5). El evangelio es de Dios. Es sobrenatural. Depende del Espíritu Santo, no de nuestras fuerzas, por tanto, el mismo Espíritu distribuye dones para llevarlo a cabo. Uno de ellos es el don de milagros. Está escrito que «Dios hacía milagros extraordinarios por mano de Pablo…» (Hch. 19:11). Un milagro es una obra sobrenatural que sobrepasa las posibilidades humanas. Jesús cambió el agua en vino, milagro. Dio de comer a multitudes con unos pocos panes y peces, milagro. Anduvo sobre las aguas, milagro. El sol y la luna se pararon cuando Dios atendió la voz de Josué, milagro. Moisés extendió su vara y el mar se abrió, milagro. La Biblia es un libro de milagros. La salvación de muerte a vida por  la regeneración es un milagro fundado sobre la muerte expiatoria y el milagro de la resurrección de Jesús. Si despojamos el evangelio de los milagros nos quedará metal que resuena y címbalo que retiñe. Estos dones son del Espíritu para ser manifestados en su voluntad específica. No debemos oponernos a ellos, sino someternos al Espíritu y ser canales de bendición, no de exaltación propia, sino con temor y temblor (1 Co.2:3-4). Puede haber excesos, pero, una vez más, eso no anula la verdad revelada. Los dones más espectaculares precisan, si cabe, un vaso más refinado para no corromperse y hacer mal uso del don. El abuso trae deshonra al evangelio, la falta de uso nos limita y nos devuelve al paganismo. La carencia en la enseñanza de esta verdad tendrá como resultado la ausencia de dones. No podemos ir más allá de lo que creemos, y la fe viene por el oír la palabra de Cristo.

         Deberíamos arrepentirnos de nuestra incredulidad en algunas verdades que son el consejo de Dios y que impiden el avance de su reino en la tierra.

105 –El don de profecía

… A otro, profecía… (1 Corintios 12:10).

         Este es uno de los dones del que tenemos más enseñanza e instrucción. Antes de nada debemos decir que profetizar no te hace profeta, el don es una manifestación puntual, mientras que el profeta es una función ministerial dada por Dios desde el vientre de la madre. Este don puede avanzar información futura, como en el caso del profeta Agabo (Hch. 21:10-11), pero sobre todo tiene que ver con la edificación, exhortación y consolación de los hermanos (1 Co.14:3). Es, pues, un don, no para dirigir la vida, sino para estimular, reafirmar, consolar, en definitiva edificar la fe. Como está escrito: «Siendo Judas y Silas también profetas, exhortaron y confortaron a los hermanos con un largo mensaje» (Hch. 15:32). Aquí tenemos un ejemplo de cómo la predicación puede ser también una forma de profetizar para estimular y animar a los hermanos. Felipe, el evangelista, tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban (Hch. 21:8-9). El día de Pentecostés vino el Espíritu Santo y «vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y aún sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré de mi Espíritu en esos días, y profetizarán» (Hch. 2:16-18). Una vez más hay que recordar que puede haber excesos, mezclas y confusiones, por eso dice el apóstol que «los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; porque Dios no es Dios de confusión, sino de paz» (1 Co.14:32-33). Las profecías no deben guiar nuestra vida, sino el Espíritu Santo, pero el Espíritu puede usar la profecía para incentivarla (1 Tim. 1:18). No debemos menospreciarlas (1 Tes. 5:19-20). Hay que probarlas (1 Co.14:29), y siempre contrastarlas con la verdad revelada en la Escritura, nunca la profecía puede contradecirla, no es de interpretación privada o personal, sino que debe estar íntimamente ligada al Espíritu Santo (2 Pedro 1:20-21). Jesús es el cumplidor de profecías. El Mesías es el centro de toda profecía, porque en él tenemos toda la plenitud, es quién abre los sellos, las trompetas y las copas que nadie puede abrir (Apc. 5:1-5). «El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía» (Apc. 19:10). Se nos insta a buscar este don (1 Co.14:1), y debemos usarlo conforme a la medida de fe recibida (Ro.12:6). Por tanto, el don de profecía incluye dar un mensaje directo como una predicación elaborada.

         No debemos temer el don de profecía, debemos usarlo bajo la guía del Espíritu, y siempre probar su mensaje según las Escrituras. Si así lo hacemos habrá paz, edificación, consolación, exhortación y edificación.

106 –El don de discernimiento de espíritus

… A otro, discernimiento de espíritus… (1 Corintios 12:10).

         Vivimos tiempos de gran confusión y mezcla, que, aunque no es nada nuevo, sí lo es en su amplitud y predominio. Jesús dijo que en los últimos tiempos habría un aumento de la maldad, y el amor de muchos se enfriaría (Mt. 24:12). Cada vez más el engaño se hace más sutil, la mezcla y la imitación más refinada, por lo que es imprescindible para la iglesia del Señor manifestar la necesidad de todos los dones en general y este que nos ocupa en particular. Nuestra lucha es contra «huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales» (Ef.6:12). No podemos ignorar sus maquinaciones (2 Co.2:11). Necesitamos el don de discernimiento de espíritus. El apóstol Juan nos dice que no creamos a todo espíritu, sino que probemos los espíritus, si son de Dios (1 Jn.4:1), porque hay muchos falsos profetas en el mundo. A veces la confusión se da entre los mismos hermanos y discípulos. Jesús tuvo que decirles en una ocasión a los suyos «de que espíritu sois» (Lc.9:55), porque habían confundido las cosas. Por tanto, tenemos que discernir los espíritus en las personas, también en aquellos que predican y enseñan, esto fue lo que hicieron los ilustres hermanos de Berea al mismísimo Pablo. El apóstol de los gentiles discernió que los gálatas habían sido fascinados por falsos predicadores (Gá.3:1). Hoy parece que la ingenuidad es de tal magnitud que cuando alguien usa términos bíblicos o religiosos los damos por buenos sin más. Necesitamos discernir, y esto viene por la madurez de los creyentes (Heb. 5:14). También hay el don de discernimiento en algunos hermanos. Lo vemos en Pablo cuando entendió quien operaba detrás de la chica que les presentaba como «siervos del Dios Altísimo, quienes os proclaman el camino de salvación» (Hch. 16:17) y era un espíritu de adivinación; «esto lo hacía por muchos días; mas desagradando a Pablo, se volvió y dijo al espíritu: ¡Te ordeno, en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella! Y salió en aquel mismo momento». También supo discernir quién actuaba en Elimas el mago en la isla de Chipre (Hch.13:4-12). Pedro lo tuvo cuando supo del engaño de Ananías y Safira; también en el caso de Simón el mago en la ciudad de Samaria. Jesús dijo: «Por sus frutos los conoceréis». Están de moda los títulos de apóstol y otros, pero debemos probar si son apóstoles o no lo son, sino mentirosos (Apc.2:2). Hay «falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo» pero no lo son (2 Co.11:13-15). Babilonia y su mezcla han rebrotado.

         Discernir los espíritus en las personas es vital para el avance de la verdad del evangelio en las naciones. El engaño es masivo, el don necesario.

107 – El don de lenguas

… A otro, diversas clases de lenguas… (1 Corintios 12:10).

         No todos tienen este don, pero todos podemos hablar en lenguas (Mr. 16:17) para edificación propia (1 Co.14:5). Pablo hablaba en lenguas más que todos los corintios (1 Co.14:18). Por tanto, debemos separar dos cosas. Una es hablar en lenguas para edificación personal, y la otra para edificar la iglesia que debe ir acompañado del don de interpretación para que los hermanos reciban edificación. Si no hay intérprete en la congregación debe hablar para sí mismo y para Dios (1 Co.14:27,28). Las lenguas con interpretación edifican la iglesia, las lenguas sin intérprete son para la edificación propia. Este aspecto lo deja meridianamente claro el apóstol Pablo en su enseñanza. «El que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie lo entiende, sino que en su espíritu habla misterios» (1 Co.14:2). Y luego dice: «El que habla en lenguas, a sí mismo se edifica» (1 Co.14:4). Hay oración con el entendimiento y hay oración con el espíritu. «Porque si yo oro en lenguas, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. Entonces ¿qué? Oraré con el espíritu, pero también oraré con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento» (1 Co.14:14,15).

Todo el contexto enseña que orar con el espíritu es orar en lenguas, ininteligibles a la razón humana, pero entendidas por Dios. Hay lenguas humanas y angélicas (1 Co.13:1). Las primeras son idiomas aprendidos racionalmente, las segundas son lenguas no aprendidas por la razón sino que emanan del mismo Espíritu. Las lenguas humanas se aprenden y responden a las distintas naciones, pero las lenguas del Espíritu tienen su fuente en el Espíritu. La vida de oración y alabanza son enriquecidas mediante la oración en el espíritu y el cántico en el espíritu. También puede dar el Espíritu Santo lenguas humanas sin haberlas aprendido como en el día de Pentecostés. No debemos caer en el fanatismo de orar siempre en lenguas creyendo que así somos más espirituales. Debemos ser niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar (1 Co.14:20). El uso de los dones  no es para impresionar a nadie, sino para la edificación de los demás. En cuanto al don de lenguas no todos lo tienen (1 Co.12:30), como ocurre con los demás dones. Tampoco debemos prohibir hablar en lenguas; que todo se haga decentemente y con orden (1 Co.14:39,40).

         El don de lenguas es para edificar a los hermanos, juntamente con su interpretación. El hablar en lenguas es para edificación propia y personal.

108 – El don de interpretación de lenguas

… A otro, interpretación de lenguas. (1 Corintios 12:10).

         Dice el apóstol Pablo que ahora conocemos en parte (1 Co.13:12), por ello siempre quedarán lagunas en nuestro entendimiento a la hora de tratar de comprender las diversas manifestaciones del Espíritu. También dijo en otro lugar y ocasión: «Y para estas cosas ¿quién es suficiente?» (2 Co.2:16). Por tanto, no pretendamos tener un concepto más elevado que el que debemos tener, tampoco más bajo, ni extralimitarnos en lo que no conocemos. Los dones son dados por el Espíritu para edificación del cuerpo de Cristo. El don de lenguas e interpretación van juntos, actúan al unísono y generalmente se dan en la misma persona. El apóstol nos enseña que ambos dones vienen a tener la misma función que profetizar. «Yo quisiera que todos hablarais en lenguas, pero aún más, que profetizarais; pues el que profetiza es superior al que habla en lenguas, a menos de que las interprete para que la iglesia reciba edificación» (1 Co.14:5). La interpretación no es una traducción palabra por palabra, sino que el Espíritu da las palabras que interpretan el mensaje dado en lenguas. En ocasiones se comprende la idea y se verbaliza con las palabras que el intérprete usa para expresarse. Estos dones los he visto manifestarse en diversas ocasiones, unas veces a través de la misma persona y otras a través de personas distintas. Sea como fuere, el propósito es la edificación de los oyentes y la gloria de Dios. A los que fueron llenos del Espíritu en casa de Cornelio dice que «les oían hablar en lenguas y exaltar a Dios» (Hch. 10:46). Ambas cosas juntas. El Espíritu glorifica a Dios y a Jesús. Puede ser que alguno de los idiomas que hablaron los demás lo entendieron o interpretaron por el mismo Espíritu. Hablar en lenguas no es balbucear palabras, se trata de idiomas, ya sea humano o angélico, por tanto suenan como un idioma, con fluidez, distinta entonación, diversidad de palabras y no siempre el mismo vocablo. Incluso puede haber cambio de idioma, lo he experimentado en diversas ocasiones. La mente racional puede revelarse y buscar argumentos para contradecir lo que parece extraño, pero el texto bíblico, la enseñanza del apóstol Pablo en 1 Corintios 14, no deja lugar a dudas. Pablo dice que «Cuando os reunís, cada cual aporte salmo, enseñanza, revelación, lenguas o interpretación. Que todo se haga para edificación» (1 Co.14:26). Tampoco tienen todos este don, no todos interpretan (1 Co.12:30), es uno más de la relación que aparece en la Escritura.

         El culto a Dios está concebido en la Escritura como una manifestación múltiple de los diversos miembros, dones y funciones del cuerpo de Cristo.

LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Capítulo 4 – En el libro de los Hechos

La vida en el Espíritu - MeditacionesCapítulo 4 – EL ESPÍRITU SANTO EN EL LIBRO DE LOS HECHOS

Este capítulo es uno de los más amplios de esta serie. Haremos un recorrido por el libro de los Hechos de los Apóstoles parándonos en la mayoría de los textos donde vemos la obra del Espíritu en su diversidad.

Veremos también que las experiencias son una parte consustancial a la vida del discípulo, experiencias carismáticas, es decir, producidas por el carisma de Dios, el don de Dios, el Espíritu Santo. Todo comienza el día de Pentecostés, (la fiesta de Shavuot), que tenía lugar a los cincuenta días después de la Pascua; los mismos que habían transcurrido desde que Jesús, nuestra pascua, fue sacrificada. En ella se celebra la fiesta de la Torá, para conmemorar el hecho histórico cuando Dios entregó a Moisés las tablas de la ley en Sinaí. Ese día, en Jerusalén, la ley de Dios sería grabada en los corazones de los discípulos por el Espíritu Santo. Veremos cuarenta y cuatro meditaciones que nos darán una panorámica de todo el libro de Hechos y la obra del Espíritu en la congregación de Dios.

  1. El día de Pentecostés (Hch.2:1-4)
  2. Una promesa de largo alcance (Hch.2:33,38,39)
  3. Pedro lleno del Espíritu (Hch.4:8-10)
  4. Llenos del Espíritu para hablar la palabra (Hch.4:31)
  5. Llenos del Espíritu para obedecer (Hch.5:30-33)
  6. Llenos del Espíritu para servir a las viudas (Hch.6:3)
  7. Sabiduría y llenura del Espíritu siempre unidos (Hch.6:10)
  8. La dureza de corazón resiste al Espíritu (Hch.7:51)
  9. El cielo en pie ante un hombre lleno del Espíritu en la tierra (Hch.7:55,56)
  10. A más persecución más predicación (Hch.8:14-17)
  11. La palabra y el Espíritu deben ser recibidos (Hch.8:14-17)
  12. Experiencia y doctrina (Hch.8:14-17)
  13. El don de Dios y el dinero (Hch.8:20)
  14. Otro tipo de experiencias (Hch.8:29,39)
  15. Ser llenos del Espíritu una experiencia posterior (Hch.9:17)
  16. Temor de Dios y fortaleza del Espíritu (Hch.9:31)
  17. El Espíritu confirma visiones y éxtasis (Hch.10:19,20)
  18. Pedro confrontado con los prejuicios judíos (Hch.10:19,20)
  19. La predicación de Pedro en casa de Cornelio (I) (Hch.10:38-43)
  20. La predicación de Pedro en casa de Cornelio (II) (Hch.10:38-43)
  21. La predicación de Pedro en casa de Cornelio (III) (Hch.10:44)
  22. La predicación de Pedro en casa de Cornelio (IV) (Hch.10:45,46)
  23. La predicación de Pedro en casa de Cornelio (V) (Hch.10:47,48)
  24. Reproches y explicaciones de Pedro (I) Hch.11:15,16)
  25. Reproches y explicaciones de Pedro (II) (Hch.11:17,18)
  26. La iglesia en Antioquia de Siria (I) (Hch.11:24-26)
  27. La iglesia en Antioquia de Siria (II) (Hch.11:28)
  28. La iglesia de Antioquia de Siria (III) (Hch.13:1,2)
  29. Enviados por el Espíritu a la obra misionera (Hch.13:3,4)
  30. La confrontación inevitable (Hch.13:9-11)
  31. Discípulos llenos de gozo y del Espíritu (Hch.13:52)
  32. El primer concilio presidido por el Espíritu (Hch.15:8,9)
  33. El Espíritu Santo no impone cargas (Hch.15:28,29)
  34. Impedidos de hablar la palabra en Asia (Hch.16:6,7)
  35. Hay que oír del Espíritu Santo (Hch.19:2)
  36. Las limitaciones en la predicación (I) (Hch.19:3-5)
  37. Las limitaciones en la predicación (II) (Hch.19:3-5)
  38. Las limitaciones en la predicación (III) (Hch.19:6,7)
  39. Después de las experiencias el avance del reino (Hch.19:21)
  40. El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu sin engañarnos (Hch.20:22,23)
  41. Supervisores de la grey de Dios (Hch.20:28)
  42. Una aparente contradicción del Espíritu (Hch.21:4)
  43. De Jerusalén a Roma. El tiempo de los gentiles (Hch.28:25-29)
  44. El final del libro de los Hechos (Hch.28:30,31)

31 – El día de Pentecostés

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según les daba habilidad para expresarse.  (Hechos 2:1-4).

         Y llegó Pentecostés. Diez días después de la ascensión de Jesús al cielo, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís (Hch.2:33). Esta fue la respuesta del apóstol Pedro ante una multitud atónita y confundida por el suceso que acababa de tener lugar en Jerusalén. Era el anunciado día de Pentecostés, (Shavuot), una de las tres fiestas judías principales y anuales, llamada también de las Semanas, cincuenta días desde la Pascua y los primeros frutos hasta Pentecostés. Algunos ven en este suceso el nacimiento de la iglesia, pero recordemos que la congregación de Dios ya existía, nació en el Sinaí, llamado el día de la asamblea por Moisés en Deuteronomio 9:10; 10:4 y 18:16. Es el término Kahal, en hebreo, que se ha traducido al griego por eklessia, que significa congregación o asamblea.

Pues bien, este día, los apóstoles estaban juntos, con las mujeres, y María la madre de Jesús, y los hermanos de él; estaban unánimes, entregados de continuo a  la oración (Hch. 1:14). Cuando de repente les sorprendió un ruido del cielo como una ráfaga de viento impetuoso que llenó la casa donde estaban sentados. ¡Estaban sentados! Curioso. De pronto comenzaron a tener experiencias excepcionales: lenguas como de fuego repartidas sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo, y todos comenzaron a hablar en otras lenguas, según la habilidad que les daba el Espíritu para expresarse. Su lengua fue desatada para hablar las maravillas de Dios, y todo ello como cumplimiento de la profecía de Joel, así como el anuncio que Jesús les había hecho de que se quedaran en Jerusalén para ser investidos de poder de lo alto. Esta experiencia, con algunas variaciones, se repetirá en el libro de los Hechos en diversas ocasiones; lo veremos más adelante. Todo el proceso anunciado por Jesús se estaba cumpliendo delante de sus ojos. Ya no serían los mismos nunca más. La historia entraba así en una nueva era, la del Espíritu Santo revelando a Jesús hasta que el venga.

         Hay un día señalado para ser lleno del Espíritu y mudado en otro hombre. Cuando llega nuestras vidas son transformadas para siempre.

32 – Una promesa de largo alcance

Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís… Y Pedro les dijo: Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame  (Hechos 2:33,38,39).

         Dios es veraz. Su palabra es verdad y se cumple. Hay un tiempo para cada cosa debajo del sol. Dios tiene sus tiempos y se cumplen según sus designios en la tierra. Estamos ante uno de muy largo alcance. Jesús ha sido glorificado (exaltado) a la diestra del Padre, el cielo lo ha recibido en honor de multitudes. Ha sido coronado como Señor y Mesías. Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo (Hch.2:36). ¿Por qué lo sabía el apóstol Pedro? Porque se estaba cumpliendo lo anunciado por el Maestro en los días de su carne. Les había dicho que no se fueran de la ciudad de Jerusalén, que esperaran la promesa del Padre, la cual vendría una vez que él fuera glorificado a la diestra del trono de Dios (Jn.7:37-39). Ahora el cielo daba testimonio de este hecho celestial, y los apóstoles en la tierra de Israel podrían constatarlo viendo y oyendo lo que acabada de suceder. De la misma forma que Dios dio testimonio a Israel en el Sinaí a través de Moisés, ahora daba testimonio, también a Israel, mediante el derramamiento del Espíritu Santo. Sepa, ciertísimamente, toda la casa de Israel. Se daba así inicio a una nueva dimensión de la revelación de Dios como resultado de la obra redentora de Jesús y su glorificación a la diestra del Padre. La obra estaba consumada. Los discípulos debían darla a conocer en Jerusalén, Judea, Samaria y a todas las naciones. Habían sido investidos de poder con ese fin. Y todos aquellos que se arrepintieran de sus pecados, reconocieran a Jesús como Mesías y Señor experimentarían también la promesa del Padre, el don del Espíritu Santo, porque la promesa era para ellos y sus hijos (la siguiente generación de judíos), y para todos los que estaban lejos (seguramente se refiere a los dispersos de la casa de Israel), y para todos aquellos cuántos el Señor llamare, es decir, a todas las naciones. A partir de este momento la historia de la humanidad entró en una nueva era. El mensaje eterno del evangelio de Dios emergió al mundo desde Jerusalén.

         La promesa de Dios de enviar su Espíritu a todo aquel que invoque el nombre de Jesús no tiene límites nacionales, es para todo el mundo.

33 – Pedro lleno del Espíritu

Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes y ancianos del pueblo, si se nos está interrogando hoy por causa del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste ha sido sanado, sabed todos vosotros, y todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el Nazareno, a quién vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos, por El, este hombre se halla aquí sano delante de vosotros  (Hechos 4:8-10).

         Después del día de Pentecostés los sucesos tuvieron lugar de forma imparable. A la primera predicación del apóstol Pedro y las primeras multitudes judías que reconocieron a Jesús como Mesías, le siguió un milagro en la puerta del templo. Un cojo de nacimiento fue sanado de su enfermedad; este hecho propició una nueva predicación del apóstol que había negado a Jesús en una noche oscura, pero que ahora, lleno del Espíritu Santo, se convierte en uno de los pilares del avance del reino de Dios en la ciudad de Jerusalén. Con la predicación del evangelio viene la persecución de las autoridades religiosas que resisten la acción del Espíritu a través de los apóstoles. Los pusieron en la cárcel y les prohibieron que hablaran en el nombre de Jesús. Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo habló a los mismos gobernantes que habían crucificado a Jesús, de quienes había estado temeroso días antes, ahora los encara con valentía. Algo había sucedido en la vida de Pedro. La llenura del Espíritu Santo es para hablar con denuedo la palabra de Dios, no para hechizar a las masas con alardes carismáticos. La obra de fe y del Espíritu produjo beneficios milagrosos en un hombre enfermo desde su nacimiento. Interrogaron a los apóstoles sobre el asunto, y Pedro, lleno del Espíritu Santo les dijo: sabed todos vosotros, y todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el Nazareno, a quién vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos, por El, este hombre se halla aquí sano delante de vosotros. Lo dijo delante del sumo sacerdote Anás, de Caifás, de los gobernantes, ancianos y escribas del pueblo, recordándoles que crucificaron a Jesús, pero había resucitado, y por la fe en su nombre el cojo de nacimiento estaba delante de ellos sano. Recordemos que estaban en Jerusalén, la capital de Israel, ante un auditorio completamente judío; un pueblo que recibía las buenas nuevas del evangelio; y unas autoridades que se resistían a reconocer lo que estaba ocurriendo delante de sus ojos. Los milagros no son prueba irrefutable para que algunos crean, especialmente si tienen intereses religiosos y políticos que atender.

         El mismo apóstol que negó tres veces a Jesús, ahora exponía con valentía su fe. Pedro fue lleno del Espíritu y eso marcó la diferencia.

34 – Llenos del Espíritu para hablar la palabra

Después que oraron, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valor  (Hechos 4:31).

         El milagro de un cojo de nacimiento puso patas arriba la ciudad de Jerusalén; sin embargo, pocos días antes, el mismo Jesús había realizado muchos milagros en el mismo lugar (Mateo 21:14) y la respuesta no había sido la misma. Ciertamente había surgido un alboroto con la entrada de Jesús en la capital israelita, pero los milagros realizados por él sobre ciegos y cojos no tuvieron la misma repercusión que el cojo que Pedro y Juan habían sanado en la puerta de la Hermosa. Jesús había dicho que los apóstoles harían mayores obras que él (Juan 14:12-14), o tal vez con más repercusión… aunque ciertamente era Jesús, mediante el Espíritu, quién hacía las obras a través de los apóstoles. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. Bien. La oposición de las autoridades sobre los testigos del Mesías produjo una reunión de oración. Fueron a los suyos y les contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Al oír ellos esto, unánimes alzaron la voz a Dios y dijeron… (Hch. 4:23,24). La vida de oración de la congregación jerosolimitana estaba en un nivel muy alto. Formaba parte de su hábitat natural, por tanto, vinieron a exponer su causa ante el trono de la gracia, donde sabían que Jesús estaba sentado a la diestra del Padre. Y una vez presentada la causa que les ocupaba, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo. Los mismos que habían sido llenos del Espíritu el día de Pentecostés, −y algunos más−, ahora volvían a ser llenos del mismo Espíritu. Meditemos. La llenura del Espíritu, ―ser llenos del Espíritu―, no es de una vez y para siempre; la obra de Jesús sí, pero la llenura del Espíritu no. Necesitamos ser llenos continuamente del Espíritu. Y este derramamiento ¿que produjo? Que una vez más recibieron valor y denuedo para hablar la palabra de Dios. El conflicto era por la palabra de Dios. Las autoridades religiosas de cualquier tiempo y cultura se oponen a la palabra de Dios, aunque aparezcan como representantes oficiales de la religión, y quienes están interesados en hacer su voluntad. Curiosa paradoja. Predicar el evangelio de Dios siempre tiene oposición. Hay un conflicto inevitable cuando se proclama el mensaje de la verdad con las autoridades asentadas en el dominio de las conciencias del pueblo. Los discípulos fueron llenos del Espíritu una vez más para no obedecer en este caso a las autoridades, sino afrontar la persecución con valentía y dar testimonio con valor.

         Ser llenos del Espíritu significa proclamar la palabra de Dios sin temor.

35 – Llenos del Espíritu para obedecer

El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quién vosotros habíais matado colgándole en una cruz. A éste Dios exaltó a su diestra como Príncipe y Salvador, para dar arrepentimiento a Israel, y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos de estas cosas; y también el Espíritu Santo, el cual Dios ha dado a los que le obedecen. Cuando ellos oyeron esto, se sintieron profundamente ofendidos y querían matarlos  (Hechos 5:30-33).

         El libro de los Hechos es el testimonio vivo de las consecuencias que operan en la vida de los discípulos cuando están llenos del Espíritu Santo. Todo el libro muestra la transformación de hombres y mujeres sencillos en testigos de la verdad mediante la obra interior del Espíritu en sus vidas. En la ciudad de Jerusalén tuvieron lugar unos sucesos que eran muy evidentes para unos y un gran dolor de cabeza para otros. Esta ciudad, única entre todas las ciudades del mundo, ha sido testigo de varios de los sucesos más trascendentales que han tenido lugar en la historia mundial. En sus calles el cordero de Dios fue llevado al matadero. Se levantó una cruz para colgar en ella al Autor de la vida, y redimir así a personas de todo linaje, pueblo y nación. En sus aceras se oyó la voz de la resurrección del Hijo de Dios; allí fue elevado al cielo, y en el mismo suelo tuvo lugar el derramamiento del Espíritu Santo, tal como estaba anunciado por el profeta Joel. Sucesos únicos que cambiaron para siempre la historia de todas las naciones. También la oposición fue tenaz y resistente para apagar la voz que debía salir a todos los pueblos. En la firmeza de apóstoles y discípulos estaba en juego que el evangelio llegara hasta lo último de la tierra. Era necesario oponerse a las autoridades del pueblo que a su vez se oponían a la voluntad de Dios. Pedro había dicho: Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. También dijo: El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús. No era el anuncio de una nueva religión, ni un nuevo dios, era la culminación de un proceso revelador del plan de Dios que comenzó con el pueblo de Israel y tenía ahora su continuidad a través del mismo pueblo. La piedra de tropiezo es Jesús y su resurrección. Dios le había exaltado como Príncipe y Salvador para que Israel pudiera arrepentirse de sus pecados. Los apóstoles eran testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, que Dios da a todos aquellos que le obedecen. La llenura del Espíritu es para obedecer a Dios, y en esa obediencia está en juego nuestra propia vida; no es para el espectáculo carnal de quienes buscan circo en lugar de ser testigos y mártires para dar testimonio de la verdad revelada.

         La llenura del Espíritu es por y para obedecer a Dios.

36 – Llenos del Espíritu para servir a las viudas

Por tanto, hermanos, escoged de entre vosotros siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea  (Hechos 6:3).

         La multiplicación de los discípulos en la congregación de Jerusalén trajo consigo una queja por desatender a las viudas de los judíos helenistas en favor de los judíos nativos. Debemos pararnos y meditar lo siguiente: una congregación en crecimiento y guiada por el Espíritu no está exenta de cometer errores prácticos. En medio de un movimiento espiritual pueden surgir quejas. Así fue en la iglesia primitiva. Las viudas eran desatendidas y eso causó malestar. Lo llamativo de este episodio, creo yo, es que el tema fue lo suficientemente importante como para que los doce convocaran a toda la congregación de los discípulos y buscaran una solución al problema presentado. Las tareas prácticas y sociales no debían estorbar el avance de la predicación de los apóstoles, pero tampoco ser desatendidas, por lo que pidieron a los hermanos que buscaran de entre ellos a siete varones para encomendarles la tarea. Y aquí es donde vemos algunos de los procedimientos que formaban parte de la incipiente congregación. Quiero llamar la atención sobre algunos de ellos. Primero, los apóstoles no descuidaron su cometido principal de anunciar el evangelio. «No es conveniente que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir mesas». Segundo, eso no significó que servir las mesas fuera una labor menor que no debían atender debidamente, sino que tomaron una decisión de gran calado para resolverla. Tercero, lo sabemos porque escogieron a hombres que debían reunir cualidades especiales para una labor que hoy nos podría parecer menor: «escoged de entre vosotros siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea». Un nivel de exigencia que sorprende. Cuarto, los apóstoles no escogieron «a dedo» o por nepotismo a los siete varones, sino que esa decisión la encomendaron a los discípulos; no ejercían con autoritarismo, sino que lo propuesto fue llevado a la asamblea para su aprobación. Una vez aprobados por la asamblea fueron presentados ante los apóstoles, que después de orar, pusieron sus manos sobre ellos (Hch.6:6). Mientras tanto, los doce seguirían entregados a la oración y el ministerio de la palabra. Así la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén.

         La llenura del Espíritu Santo es también para servir a las viudas en las mesas diarias de distribución de alimentos.

37  – Sabiduría y llenura del Espíritu siempre unidos

Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba  (Hechos 6:10).

         Hacer frente a las quejas con base cierta en la congregación de Dios debe ser motivo de gran seriedad en la búsqueda de soluciones. Para la congregación de Jerusalén lo fue. Buscaron hermanos, no hicieron un cursillo para prepararlos y darles el título de diáconos —ni siquiera aparece en el texto este título, se les llama los siete diáconos pero en realidad el término no aparece en el texto bíblico— ya eran hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría. Luego el autor de los Hechos guiado por el Espíritu se detiene especialmente en dos —Esteban y Felipe— aunque se menciona por nombre a los siete: Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás. De esta lista va a salir el primer mártir de la iglesia primitiva, un hombre escogido en primer lugar para servir a las mesas de las viudas que creció hasta convertirse en uno de los testigos más valientes de la incipiente congregación.

De Esteban se dice inicialmente que era un hombre de buena reputación, lleno del Espíritu y sabiduría, un hombre lleno de fe, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo. Y claro, ante un hombre de estas características se levantó una turba de religiosos para discutir con él y contradecir lo que decía. Y aquí viene el texto que nos ocupa: «pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba». La vida de un hombre lleno del Espíritu está llena también de sabiduría de Dios, sabiduría de lo alto, de fe, de gracia, de poder, y su vida muestra la buena reputación que lo acompaña. Todo eso no es suficiente para aquellos que no aman la verdad. Un hombre lleno del Espíritu es siempre un hombre sabio, porque el Espíritu de Dios es el Espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Dios (Isaías 11:2); todo ello es el Espíritu del Señor que reposa sobre el retoño del tronco de Isaí, del Mesías, y de aquellos que le siguen por donde quiera que va. Esteban le seguía como discípulo y esa entrega le llevó al martirio. Dios lo permitió, pero antes la tierra fue testigo de la vida de un verdadero discípulo de aquel que dio su vida en rescate por muchos. Hoy existen demasiados sucedáneos de hombres con apariencia de piedad, que se apacientan a sí mismos y solo piensan en lo terrenal. Necesitamos algunos Esteban para dar testimonio del evangelio de Jesús.

         Un hombre lleno del Espíritu es siempre una persona con sabiduría de Dios.

38 – La dureza de corazón resiste al Espíritu

Vosotros, que sois duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, resistís siempre al Espíritu Santo; como hicieron vuestros padres, así también hacéis vosotros  (Hechos 7:51).

         El testimonio que estaba dando Esteban, primer mártir de la iglesia primitiva, era tan elocuente que no pudieron resistir a la sabiduría y el Espíritu con el que hablaba a sus compatriotas de Jerusalén. Cuando un hombre o un pueblo están endurecidos en su corazón y oído, no importa que tengan delante a un Esteban lleno del Espíritu y de fe, de sabiduría y gracia, de poder y señales, además de contar con una vida de buena reputación, para que sigan resistiendo la verdad. El discurso de Esteban estaba siendo magistral; hizo un recorrido histórico-profético de la revelación de Dios a Israel difícilmente superable. Fue largo, bastante largo. La primera parte fue comprendida por la mayoría de los que le escuchaban, pero poco a poco fue entrando en los aspectos más espinosos, no los eludió, penetró en ellos de lleno, con valentía y arrojo, sin temor de los hombres, si no como viendo al Señor en su trono. Encaró directamente a sus oyentes con un mensaje directo a sus corazones endurecidos, podía percibirlo en sus miradas, sus rostros eran rocosos, pétreos, impenetrables, el armazón que los cubría como un bunker diseñado para resistir hasta las últimas consecuencias. A pesar de ello, Esteban no se arrugó, sino que los confrontó directamente y disparó el dardo de la  verdad al centro de sus corazones: «vosotros sois duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos». Sin darles lugar a responder —aunque se sentían profundamente ofendidos en su interior, heridos, crujían los dientes contra él acumulando ira que estallaría al término del drama que se estaba desarrollando y encaminando hacia un final trágico, más trágico para los oyentes que para el mismo Esteban— les lanzó otro dardo: «vosotros resistís siempre al Espíritu Santo». Recuerda que no estaba hablando un fanático o lunático que despreciaba su vida, era un hombre lleno de sabiduría y del Espíritu, de fe, poder y gracia. Pues bien, toda esta manifestación de sabiduría, gracia, fe, poder y llenura del Espíritu Santo, (todo ello unido en un solo hombre), no fue suficiente para romper una dureza tan resistente y predeterminada de antemano. Tal es el poder perverso de un corazón duro, endurecido y resistente al Espíritu de Dios. Por eso está escrito: Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones. Nosotros y nuestra generación no somos mejor que los de la sinagoga de los Libertos que acechaban al bueno de Esteban para matarle.

         Un corazón endurecido por la religión siempre resiste al Espíritu.

39  – El cielo en pie ante un hombre lleno del Espíritu en la tierra

Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios; y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios  (Hechos 7:55,56).

         Esteban había sido escogido como uno de los siete varones para servir en las mesas de las viudas, pero ahora ve al Hijo del Hombre de pie a la diestra del Padre. Juntamente con esta visión que muchos cristianos quisieran tener, el discípulo del Señor se encontraba ante una multitud enardecida que rechinaban los dientes, llenos de ira, preparados para descargar sobre él una lluvia de piedras que le acallara. ¡Qué ambivalencia tan dispar puede experimentar un discípulo del Señor lleno del Espíritu! En la Biblia Reina Valera no se aprecia lo que siempre me ha cautivado de este texto al leerlo en la Biblia de Las Américas. En esta última dice que Jesús estaba de pie a la diestra de Dios. El que se había sentado a la diestra del Padre una vez terminada la obra de redención (Hch. 2:34; Ef.1:20; Col.3:1), ahora está de pie. Cuando su testigo Esteban daba testimonio en Jerusalén de lo que hacía poco tiempo él mismo había realizado en esa misma ciudad, se puso en pie para recibirle en el cielo. ¡Qué escena! ¡Me conmueve! Jesús levantado para ver mejor —es una expresión mía claro— a su testigo Esteban a punto de ser lapidado. El cielo movilizado por el testimonio dado en la tierra.

La trascendencia de este momento quedó grabado también en la retina y el corazón del futuro apóstol de los gentiles que estaba siendo testigo personal de cómo daba la vida un discípulo de Jesús ante sus ojos. Estoy seguro que esa imagen nunca fue borrada de la conciencia de Pablo. ¡Cuántos mártires seguirían a Esteban por esa senda! ¡Cuántos hombres y mujeres hoy en día están siendo decapitados (Apc. 20:4); mujeres vendidas como esclavas por su fe en aquel que se pone en pie para recibirlos en el cielo! Él mismo había dicho: «El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará» (Jn.12:25). El testimonio de muchos mártires, discípulos de Jesús, ha permitido que el evangelio haya llegado a todas las generaciones, incluida la nuestra. Todo comienza con un hombre lleno del Espíritu Santo y sabiduría como Esteban. Cuando se consumó la ira humana sobre el justo, «Esteban invocaba al Señor y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y cayendo de rodillas, clamó en alta voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Habiendo dicho esto, durmió».

         El cielo siempre se conmueve ante un discípulo de Jesús lleno del Espíritu entregando su vida por quien la derramó por todos.

40 – A mas persecución mas predicación

Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan, quienes descendieron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre de Señor Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo  (Hechos 8:14-17).

         La muerte de Esteban causó gran pesar entre los discípulos. Fue el detonante para lanzar una persecución mayor contra la congregación de Dios en Jerusalén. Muchos fueron esparcidos por las regiones cercanas de Judea y Samaria (hoy llamadas Cisjordania por los palestinos), excepto los apóstoles, que se quedaron en la ciudad del gran Rey. Esta persecución, lejos de amedrentar a los discípulos, los espoleó para llevar la palabra por todo lugar a donde llegaban. Mientras tanto, Saulo hacía estragos en la iglesia entrando de casa en casa, y arrastrando a hombres y mujeres, los echaba en la cárcel. Todo ello hizo que con más valor los discípulos dieran testimonio del evangelio. Paradójicamente los tiempos de persecución suelen ser periodos de avance del reino más que de retroceso. Por el contrario, muchas veces los tiempos de supuesta libertad para hacerlo conduce a los creyentes a un estado de debilidad, apatía y pasividad, unido a cierta asimilación de las formas de vida placenteras de la sociedad. Creo que deberíamos meditar en esto con valentía.

Pero sigamos con el relato bíblico que se centra ahora en otro de los escogidos para servir a las viudas que habían sido desatendidas en su alimento, nos referimos a Felipe, conocido como el evangelista. Felipe llegó a Samaria, aquel lugar donde había estado Jesús hablando con una mujer, y que en uno de sus pueblos se habían convertido mayoritariamente. Ahora llegó uno de los siete varones escogidos para servir a las viudas predicando a Cristo. Lo hizo con señales y milagros, echando fuera demonios, por lo que hubo un gran regocijo en la ciudad. Incluso Simón el mago quedó subyugado por la evidencia del poder del evangelio de Dios. Así que muchos creyeron lo que Felipe predicaba, porque les anunciaba las buenas del reino de Dios y el nombre de Jesús. Se bautizaban tanto hombres como mujeres. Semejante impacto no pasó desapercibido en Jerusalén, donde estaban los apóstoles, por lo que decidieron enviar a Pedro y Juan. A partir de este momento tenemos un dilema doctrinal, (o no), que veremos en la próxima meditación.

         Los tiempos de persecución de una iglesia llena del Espíritu pueden ser el detonante de un gran avance del evangelio en nuevos pueblos y naciones.

41 – La palabra y el Espíritu deben ser recibidos

Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan, quienes descendieron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo  (Hechos 8:14-17).

         El dilema doctrinal al que me refería en la meditación anterior es el siguiente. Tenemos dos corrientes principales sobre la manera de recibir el Espíritu Santo en la vida del creyente. Por un lado los que dicen que una vez hemos creído en Jesús recibimos todo en su totalidad y ya no necesitamos más experiencias posteriores. Por otro, aquellos que enfatizan la necesidad de una segunda experiencia posterior a la conversión para recibir la llenura del Espíritu. Siguiendo el texto que nos ocupa vemos con toda claridad que las personas que se habían convertido en Samaria a la predicación de Felipe recibieron la palabra. Fue tan evidente ese recibimiento del evangelio que el impacto llegó a oídos de la congregación en Jerusalén y enviaron a Pedro y Juan para constatar lo que allí estaba ocurriendo. Una vez llegados oraron por aquellos que ya habían recibido la palabra para que a su vez recibieran el Espíritu Santo. Habían sido incluso bautizados en el nombre de Jesús, pero no habían recibido el Espíritu Santo. Claro, nadie puede llamar a Jesús Señor sino por el Espíritu, por tanto el Ayudador estaba presente en la vida de los nuevos creyentes, pero no en la forma que había ocurrido en Jerusalén el día de Pentecostés. Pedro y Juan oraron por ellos con imposición de manos y recibieron la experiencia de recibir el Espíritu. Eso fue tan evidente y palpable que el mismo Simón se dio cuenta queriendo comprar la autoridad de los apóstoles para que él también pudiera ejercerla, es decir, imitarla o falsificarla. Lo cual nos lleva a la reflexión siguiente: es posible que muchos que dicen transmitir la unción del Espíritu lo único que hagan sea imitar a Simón en este proceder. Los creyentes, dice Pablo, una vez han creído en el evangelio son sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Efesios 1:13), lo cual no quiere decir que no haya más experiencias para ser bautizados en el Espíritu, siendo llenos del Espíritu posteriormente al recibimiento de la palabra; él mismo lo reclama en Ef. 5:18. El relato de lo sucedido en Samaria no deja lugar a dudas. Podemos quedarnos solo en recibir la palabra y solo palabra, pero necesitamos también la llenura del Espíritu, sin estridencias pero con evidencia de la transformación y capacitación del Espíritu.

         Recibir la palabra precede al recibimiento del Espíritu. Ambas pueden ir juntas el mismo día (en Pentecostés), o por separado (en Samaria).

42 – Experiencia y doctrina

Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan, quienes descendieron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo  (Hechos 8:14-17).

         Algunos dicen que no se puede hacer doctrina de las experiencias del libro de los Hechos, que son las cartas del NT las que marcan la doctrina a seguir. No estoy de acuerdo. La experiencia y la doctrina deben ir juntas. Y seguramente los oyentes de Pablo en sus cartas ya habían recibido las experiencias de ser llenos del Espíritu en el orden del libro de Hechos, por lo cual el apóstol lo que hace es avanzar en el desarrollo de la vida cristiana una vez habiendo recibido la palabra, ser bautizados en el nombre de Jesús (según el mismo Señor en Mateo 28:18-20 en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) y recibir la imposición de manos de los apóstoles para recibir la llenura del Espíritu Santo. Ese orden se ve en diversos momentos del libro de los Hechos, lo iremos viendo más adelante. Pero la experiencia dice que los procesos no son iguales en todos los hermanos. La práctica usual de la primera congregación en Jerusalén fue la que estamos viendo desde el día de Pentecostés; se repitió en la ciudad de Samaria; mas adelante la vemos en casa de Cornelio y posteriormente en la ciudad de Éfeso. Por tanto debemos concluir que hay un proceso de experiencias en el libro de Hechos repetidas en los discípulos que recibían el evangelio. Ese proceso general era el siguiente: oían el evangelio, lo recibían o rechazaban, los que recibían la palabra se bautizaban y en muchos casos el mismo día o poco después (fue el caso de la ciudad de Samaria) recibían imposición de manos para recibir el Espíritu Santo. Estas experiencias eran comunes y formaban parte del inicio de la vida cristiana. Además comenzaban a congregarse, predicaban el evangelio y experimentaban oposición y persecución. Así fue en el inicio de la congregación en Jerusalén y otras ciudades. La vida del Espíritu fluía con normalidad. Había señales y milagros entre los discípulos, no circo o espectáculo carnal a mayor gloria de hombres plagados de sí mismos. Una vez que decayó el impulso inicial las cosas comenzaron a ser de forma distinta, y con ello, las pretensiones de tener las mismas experiencias –forzadas en algunos casos− sin que esté actuando el Espíritu de Dios sino el deseo de que todo siga igual que al principio.

         Todo este desarrollo se ha complicado pero al principio no fue así.

43 – El don de Dios y el dinero

Entonces Pedro le dijo: Que tu plata perezca contigo, porque pensaste que podías obtener el don de Dios con dinero  (Hechos 8:20).

         En estas meditaciones no pretendo resolver el conflicto que ha vivido la iglesia del siglo XX con dureza, las divisiones que se han producido entre las iglesias tradicionales y las pentecostales, que tuvieron su origen a inicios del pasado siglo. Durante años viví esta lucha de forma personal. Me movía entre una iglesia tradicionalista y otra pentecostal. Lo que hace todo distinto son las experiencias reales (no fantasías) que transforman nuestras vidas según la palabra revelada. En mi caso fue así. Ahora bien, no ignoro la gran  mercadería que se ha hecho en nuestros días de lo que se llama la unción, los ungidos y el enriquecimiento que muchos han tenido a costa de multitudes ingenuas llevadas por doquiera de vientos de doctrina, lo cual no anula la verdad de Dios.

Sin embargo, hoy vivimos en muchos lugares una situación distinta. Algunos líderes carismáticos se han enseñoreado de la grey de Dios. Han torcido la Escritura, han manipulado las experiencias y muchos han sido defraudados. Nada nuevo debajo del sol. Jesús enseñó que junto a la palabra sembrada como semilla, también se siembra cizaña, muy parecida la una a la otra, por tanto, es fácil confundir verdades y experiencias. Simón el mago se había convertido, al menos había creído y bautizado, es lo que dice la Escritura, sin embargo, su corazón seguía en sus antiguas prácticas manipuladoras. Ahora quería apuntarse al nuevo poder que mostró Felipe y lo que más le sedujo fue la autoridad con la que Pedro y Juan oraban por los creyentes y estos recibían de forma evidente el don del Espíritu. Pensemos. Tuvo que haber experiencias manifiestas para que Simón viera lo que pasaba, de tal forma que quiso comprar esa capacidad de impresionar a las masas. ¡Cuántos Simones tenemos hoy detrás de muchos púlpitos! Conocen la Escritura, la citan, se han bautizado, incluso exhiben un tipo de poder electrizante que cautiva y se parece al don de Dios, pero sus corazones están en la plata y el oro. Pretenden hacer negocio con las almas. Nada nuevo debajo del sol. El apóstol Pedro se dio cuenta y lo reprendió duramente. «Que tu plata perezca contigo». Palabras duras. Sin miramientos ante la falsedad de un corazón lleno de maldad, hiel de amargura y cadena de iniquidad. No hubo diplomacia en Pedro sino firmeza y claridad.

         Mezclar el don de Dios y las riquezas es tan nocivo como el vómito de Babilonia. Estas mezclas apagan y deshonran la verdad revelada y contaminan las experiencias.

44  – Otro tipo de experiencias

Y el Espíritu dijo a Felipe: Ve y júntate a ese carruaje […] Al salir ellos del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y no lo vio más el eunuco, que continuó su camino gozoso  (Hechos 8:29,39).

         Hemos hablado antes de cómo se desarrollaron los acontecimientos en la ciudad de Samaria cuando Felipe predicó el evangelio. Pues bien, ahora vemos otro tipo de experiencia en el caso del eunuco. Un ángel del Señor habló a Felipe para que saliera de la ciudad donde había un impacto tremendo del evangelio: milagros, sanidades, expulsión de demonios, llenuras del Espíritu Santo. También la mezcla que quiso realizar Simón el mago comprando el don de Dios con dinero para levantar un negocio religioso impresionando a las masas con una mezcla de sus antiguas prácticas paganas y lo nuevo que había visto en Felipe y los apóstoles. Pedro y Juan habían regresado a Jerusalén. Felipe fue transportado a un lugar desierto donde un eunuco regresaba de adorar en alguna de las fiestas de Jerusalén, y lo hacía leyendo el libro de Isaías. Se acercó a él guiado por el Espíritu y le hizo una pregunta: «¿Entiendes lo que lees?» No, no entendía, así que Felipe se subió al carro y comenzó a explicarle el contenido de la lectura, y partiendo de ella le predicó el evangelio.

         El mensaje de Felipe había incluido la necesidad de bautizarse, porque al pasar por cierto lugar donde había agua, el eunuco preguntó ¿me puedo bautizar? En la respuesta de Felipe vemos la simplificación y falta de requisitos interminables de los primeros discípulos. «Y Felipe dijo: Si crees con todo tu corazón, puedes. Respondió él y dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carruaje; ambos descendieron al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó». Sencillo. Práctico. Ahora bien, me llama la atención que en este caso, Felipe no esperó la llegada de Pedro y Juan para que impusieran las manos sobre el eunuco y recibiera el Espíritu Santo. La situación era otra. El Espíritu guía de distintas formas. Ahora el Espíritu arrebató a Felipe que no vio más al eunuco y este continuo gozoso su camino. Maravilloso. ¿Es doctrina esta experiencia? No. Pero tampoco lo puede ser el formulario intocable para que se cumpla el protocolo establecido. Necesitamos ser guiados por el Espíritu y eso siempre nos llevará a distintas experiencias que superen nuestros razonamientos. Quiero decir, en algunos casos orarán por nosotros con imposición de manos y en otros no. Lo importante es que el Espíritu de Dios esté presente haciendo la obra.

         Ser guiados por el Espíritu nos llevará a distintas experiencias en conformidad con la palabra revelada.

45  – Ser llenos del Espíritu una experiencia posterior

Ananías fue y entró en la casa, y después de poner las manos sobre él, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo  (Hechos 9:17).

         Saulo de Tarso tuvo una experiencia increíble de conversión. Jesús mismo se le apareció en el camino a Damasco, lo derribó, se reveló a él, −a quién le estaba persiguiendo−, quedó ciego por tres días, y sin embargo no había sido lleno del Espíritu Santo. El Señor necesitó un discípulo, no un apóstol, era discípulo, el discípulo Ananías. A éste el Señor le había hablado en visión para que fuera a la calle que se llama Derecha, preguntara en casa de Judas por un hombre de Tarso llamado Saulo que estaba orando. Veamos la secuencia. Saulo impactado por una conversión radical y directa del Señor (hoy tenemos muchos testimonios de personas, especialmente musulmanes en países de difícil acceso del evangelio, en los que se les aparece el mismo Señor y se convierten) está en una casa orando. Por otro lado tenemos a Ananías que ha recibido una visión de Dios para que vaya a visitarlo. Saulo vio en una visión a un hombre llamado Ananías que entró y puso sus manos sobre él para que recobrara la vista. Pero el Señor le había dicho a Ananías algo más: «me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo». Al instante recobró la vista, se levantó y fue bautizado, tomó alimentos (puede ser que Saulo estaba de ayuno los tres días) y cobró fuerzas. Miremos el orden: una revelación directa de Jesús para que Saulo creyera en él; éste se entregó por entero a la oración los siguientes tres días, tuvo una visión, recibió la visita de Ananías que oró por él para que fuera lleno del Espíritu Santo, posteriormente sería bautizado. Sigamos pensando. El futuro «gran» apóstol Pablo necesitó a un discípulo para que orase por él y fuese lleno del Espíritu. Esta experiencia fue posterior a la conversión, tres días después. Pablo ya tenía visiones en medio de una vida intensa de oración pero no había sido lleno del Espíritu. Esta experiencia se liberó en su vida a través de un hermano obediente a la voz de Dios. Por tanto, está claro en la Escritura que hay llenuras del Espíritu Santo posteriores a la conversión. No todo ocurre el mismo día que invocamos el nombre de Jesús. No pongamos «tropiezo doctrinal» a la llenura del Espíritu en nuestras vidas, de ello depende nuestro desarrollo posterior o su estancamiento.

         La vida cristiana contiene diversos tipos de experiencias en un orden distinto al que la denominación que sea pueda marcar.

46 – Temor de Dios y fortaleza del Espíritu

Entretanto la iglesia gozaba de paz por toda Judea, Galilea y Samaria, y era edificada; y andando en el temor del Señor y en la fortaleza del Espíritu Santo, seguía creciendo  (Hechos 9:31).

         Después de la muerte de Esteban vino un tiempo de persecución a la iglesia primitiva. Saulo fue testigo de su martirio y provocó en él una reacción mayor del fanatismo religioso que lo dominaba, aunque seguramente nunca se apartó de su mente la imagen de aquel hombre lleno del Espíritu y fe entregando su vida sin rencor. La persecución con motivo de la muerte de Esteban propicio el avance del evangelio en la región de Samaria, donde el ministerio de Felipe tuvo una gran repercusión. Luego nos encontramos con la conversión de Saulo, un episodio que cambiaría el devenir de la historia. Esa conversión del viejo perseguidor de los del Camino no solo dejó perplejos a los judíos, sino que impactó de tal forma a los propios discípulos que viendo el revuelo causado por su conversión lo llevaron a Cesárea, y de allí a Tarso, su ciudad natal. Una vez que Saulo desapareció de la escena, el texto bíblico nos dice: Entretanto la iglesia gozaba de paz por toda Judea, Galilea y Samaria, y era edificada… Después de días de convulsión vino un periodo de paz. Ese tiempo fue favorable para edificar la iglesia del Señor, y esa edificación, que produjo un crecimiento sostenido, vino como consecuencia de dos factores que en el texto que nos ocupa van juntos. La iglesia era edificada andando en el temor de Dios y en la fortaleza del Espíritu Santo.

Dos verdades fundamentales para que la iglesia sea edificada y crezca sana. Ambos van juntos, inseparables. Cuando los separamos entramos en el desenfreno por las experiencias carismáticas sin control, donde irrumpe la carne, la vieja superstición oculta con una aparente espiritualidad novedosa; la mezcla del alma humana y toda su complejidad, con la nueva vida en el Espíritu, que como es nueva no tenemos la experiencia para dejarnos guiar y acabamos cometiendo errores de bulto que puede apagarla. Los corintios vivieron esto y Pablo tuvo que corregir los errores. Pero cuando está presente el temor de Dios, que es una parte del Espíritu de Dios (Isaías 11:2), podemos ser fortalecidos y no ser llevados al desorden y el protagonismo de las personalidades que siempre aparecen. Una parte de los problemas de la iglesia del siglo XXI han venido precisamente por haber abandonado el espíritu de temor de Dios, lo cual nos ha conducido a excesos indeseables y dañinos.

         La iglesia crece cuando la combinación entre el temor del Señor y la fortaleza del Espíritu son la base de su edificación.

47 – El Espíritu confirma visiones y éxtasis

Y mientras Pedro meditaba sobre la visión, el Espíritu le dijo: Mira, tres hombres te buscan. Levántate, pues, desciende y no dudes en acompañarlos, porque yo los he enviado  (Hechos 10:19,20).

         El episodio del derramamiento del Espíritu Santo en casa de Cornelio marcó un antes y un después en el futuro de la congregación de Dios y la inclusión de los gentiles. Hasta este momento la inmensa mayoría de los convertidos eran judíos o samaritanos, pero sobre todo judíos. No olvidemos este dato porque los siglos venideros levantarían una gran sima entre judeocristianos y la cristiandad gentil que llega hasta nuestros días. Se produjo una separación en la teología y el devenir histórico que llevó a los gentiles a ocupar un lugar preponderante excluyendo a los judíos con el subsiguiente alejamiento de las raíces de nuestra fe, pero eso es otro tema que no vamos a abordar aquí. Veamos la secuencia de los acontecimientos que tuvieron su inicio en la casa de un centurión romano. Cornelio era militar, piadoso y temeroso de Dios con toda su casa; hacía muchas ofrendas al pueblo judío y oraba a Dios (¿qué Dios? el Dios de los judíos) continuamente. Vemos que un inconverso gentil tenía una vida intensa de oración, era piadoso siendo militar; tuvo la visión de un ángel que entró donde estaba orando y le dijo que sus oraciones habían sido oídas, y sus ofrendas no habían pasado desapercibidas en el cielo. A pesar de toda esta magna experiencia Cornelio necesitaba un predicador, se le dijo que buscara a Pedro para oír las «palabras por las cuales serás salvo, tú y toda tu casa» (Hch.11:14).

Meditemos. Hay experiencias buenas que no son completas hasta que se confirman por la palabra predicada. Las experiencias no salvan a nadie, hay que oír la palabra de verdad, el evangelio del reino, para que el Espíritu Santo sea derramado y confirme la verdad anunciada. Estamos ante un suceso trascendental porque el evangelio iba a penetrar al mundo gentil. Los gentiles, en este caso Cornelio y todos los que se congregaron en su casa, estaban dispuestos para recibir el mensaje del evangelio. El predicador sería un judío, Pedro, que al día siguiente tuvo una experiencia desconcertante que confrontaría sus prejuicios y tradiciones de tal manera que necesitaría la voz del Espíritu Santo para confirmar las experiencias de Cornelio, por un lado, y las suyas propias por otro.

         El evangelio penetró al mundo gentil por la visión de un centurión romano y el éxtasis de un predicador judío. El Espíritu confirmó ambas.

48 – Pedro confrontado con sus prejuicios judíos

Y mientras Pedro meditaba sobre la visión, el Espíritu le dijo: Mira, tres hombres te buscan. Levántate, pues, desciende y no dudes en acompañarlos, porque yo los he enviado  (Hechos 10:19,20).

         Todo lo que vimos en la meditación anterior tiene su continuidad al día siguiente. Cornelio oraba ayer y Pedro subió a la azotea para orar hoy. La oración está uniendo a dos hombres (Cornelio y Pedro), dos ciudades (Cesárea y Jope), dos experiencias convergentes (la visión del romano y el éxtasis del judío). Todo ello coordinado por el Espíritu Santo que tiene que convencer a Pedro para que no dude en acompañar a los tres hombres que se han presentado en el lugar donde se hospeda. El apóstol tuvo un éxtasis en el que vio un gran lienzo que descendía del cielo con toda clase de animales inmundos, (prohibidos en la dieta judía), cuadrúpedos, reptiles y aves del cielo. Una voz le dijo que matara y comiera, a lo que Pedro respondió: «De ninguna manera, Señor, porque jamás he comido nada impuro o inmundo». Y esto por tres veces, una señal que introdujo a Pedro en su tradición: «Por boca de dos o tres testigos se decidirá todo asunto» (2 Co.13:1) (Dt.17:6). El éxtasis se desvaneció y el antiguo pescador quedó atónito y perplejo sobre lo que significaría aquella visión. Y aquí es donde la acción del Espíritu hace converger un instante celestial. Sin ella el judío Pedro se mantendrá firme en sus tradiciones bien arraigadas, su doctrina inamovible de siglos y su obstinación pasada por obediencia religiosa. La falta de sometimiento al Espíritu de Dios ha provocado cismas y controversias interminables en la historia de la iglesia. La fuerza de la tradición y el sistema religioso anclado en el alma humana no podrán doblegarse sin la sincronización divina, mediante una vida de oración y obediencia al Espíritu Santo más allá de nuestras convicciones personales. Cuando llaman a la puerta para preguntar por Pedro, −el predicador judío que necesitaba Cornelio y toda su casa−, el Espíritu de Dios le habló y le dijo: «levántate, desciende, no dudes en acompañarlos porque yo los he enviado». Veo al Espíritu tomando al apóstol y conduciéndole por una senda nueva que nunca había transitado. Mira el proceso. Primero levantarse, luego descender, −sin dudar−, porque quién manda es el Espíritu de Dios y no los líderes religiosos con su control estructural. Pedro obedeció sin entender. Se puso en marcha aunque no comprendía lo que estaba pasando, pero pronto quedaría perplejo por otro motivo…

         El Espíritu Santo es superior a los prejuicios religiosos o las tradiciones heredadas de generación en generación. Seguirle significará avances del reino.

49 – La predicación de Pedro en casa de Cornelio (I)

Vosotros sabéis cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, el cual anduvo haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él. Y nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén… le dieron muerte… Dios le resucitó al tercer día e hizo que se manifestara… Y nos mandó predicar al pueblo…  (Hechos 10:38-43).

         La perplejidad de Pedro no impidió que acompañara a los enviados por Cornelio obedeciendo así la voz del Espíritu que le había dicho: «Levántate, desciende y no dudes en acompañarlos, porque yo los he enviado». El Espíritu de Dios dirigiendo al apóstol, no el «apóstol» usando al Espíritu —cosa harto difícil, y los que lo intentan acaban siendo guiados por un espíritu de error—para impresionar a las multitudes. Este es el orden que vemos en el libro de los Hechos. Como está escrito en otro lugar: «Porque pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros…» (Hch.15:28). Bien. Tenemos a Pedro siguiendo al Espíritu, detrás de tres desconocidos, que le conducen a casa de un gentil centurión romano. Puedo imaginar los problemas de conciencia de este judío celoso de guardar los mandamientos de Dios, yendo forzado a un escenario que nunca había imaginado, aunque el Señor había dicho que tenían que llevar el evangelio hasta lo último de la tierra, pero una cosa es escuchar un mensaje y otra vivirlo de forma práctica con las consecuencias imprevistas que no se pueden controlar.

Los gentiles que esperaban a Pedro, fieles a su tradición de idolatrar hombres (clásico en el paganismo), quisieron adorarle en un acto de extremo reconocimiento que el apóstol desautorizó por la influencia de la educación judía —ahora sí, necesaria para la ocasión— de no adorar a hombres si no solo a Dios: «Yo también soy hombre», dijo. Las primeras palabras de Pedro en «esta reunión hogareña» fueron sobre lo que estaba comenzando a entender: «Vosotros sabéis cuán ilícito es para un judío asociarse con un extranjero o visitarlo, pero Dios me ha mostrado que a ningún hombre debo llamar impuro o inmundo». La obra reveladora del Espíritu Santo estaba actuando en la conciencia de Pedro para comprender lo que no había entendido de la visión recibida en la oración. Cornelio, seguidamente, introdujo su alocución contando la experiencia que había tenido hacía cuatro días. Ahora se colocan en posición de oír lo que Pedro tiene que decirles. Y comienza su predicación ante un auditorio expectante y receptivo al mensaje de la palabra de Dios.

         La predicación de la palabra, siguiendo al Espíritu, fue y es, esencial.

50  – La predicación de Pedro en casa de Cornelio (II)

Vosotros sabéis cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, el cual anduvo haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él. Y nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén… le dieron muerte… Dios le resucitó al tercer día e hizo que se manifestara… Y nos mandó predicar al pueblo…  (Hechos 10:38-43).

         Acostumbrado en los primeros años de su apostolado a predicar en medio de gran oposición en Jerusalén, para Pedro llegar a casa de Cornelio y ver la receptividad de los congregados tuvo que ser un momento celestial. Comenzó su mensaje diciendo: «Ciertamente ahora entiendo». Un predicador reconociendo que hace unos momentos no entendía lo que estaba pasando, no tenía controlada la situación. ¿Y qué es lo que Pedro estaba comenzando a entender? «Que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación el que le teme y hace justicia, le es acepto». A pesar de ello, hay que anunciar el evangelio para que los congregados crean y se salven. La predicación es esencial en toda reunión donde nos congregamos. La salvación viene después de oír el mensaje del reino, no un concierto de música cristiana. Hoy hemos substituido la predicación por múltiples entretenimientos, −o por un mensaje humanista edulcorado− y dejamos un apartado, como un apéndice, al final de la reunión para salvar nuestra tradición protestante, salvo honrosas excepciones. Sigamos con Pedro. Su mensaje estaba centrado en la persona de Jesús; el mensaje es Jesús, no Pedro y sus experiencias o las de Cornelio, aunque ambas tienen lugar en el preámbulo, ahora entramos en lo esencial. Jesús ha sido ungido con el Espíritu Santo y con poder para hacer bien y sanar a todos los oprimidos por el diablo. Todo ello tuvo lugar en Judea, comenzando desde Galilea, es decir, datos históricos y lugares geográficos fácilmente reconocibles por los presentes. Un mensaje que Dios envió a los hijos de Israel en primer lugar y que ahora es anunciado a los gentiles. Los testigos de los sucesos que narra Pedro son judíos, realizados en la tierra de los judíos y en Jerusalén (que insistencia la de Pedro en remarcar los lugares). Allí murió Jesús, allí resucitó, en el mismo lugar se manifestó una vez resucitado, los cuales comieron y bebieron con él después de la resurrección, y les encargó que predicaran que en este nombre, todo aquel que cree en él recibe el perdón de pecados…  Llegados a este momento ocurre lo inesperado…

         Predicar a Jesús debe ser el centro de toda reunión para el derramamiento del Espíritu sobre los congregados.

51 – La predicación de Pedro en casa de Cornelio (III)

Mientras Pedro aún hablaba estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban el mensaje  (Hechos 10:44).

         La predicación de Pedro estuvo focalizada sobre la persona de Jesús, y el Espíritu Santo iba a dar testimonio juntamente con el apóstol tal y como les había enseñado el Maestro. «Cuando venga el Consolador, a quién yo enviaré del Padre, es decir, el Espíritu de verdad que procede del Padre, El dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio» (Jn.15:26,27). Pedro había dicho que «este Jesús es el que Dios ha designado como Juez de los vivos y de los muertos. De este dan testimonio todos los profetas, de que por su nombre, todo el que cree en El recibe el perdón de los pecados». Una vez dicho esto y sin que Pedro hubiera acabado el discurso irrumpió el Espíritu Santo derramándose sobre todos los que escuchaban el mensaje. Aquí tenemos la combinación de los factores decisivos en toda evangelización. Hemos tenido oración, la oración de Cornelio y la de Pedro. Vimos cómo el Espíritu de Dios se movió para conectar a ambos de una manera sobrenatural. Era necesario anunciar el evangelio por uno de los testigos del mensaje que ahora escuchaban los gentiles por primera vez. Cuando todos esos componentes convergieron en un punto el Espíritu Santo fue derramado como en el día de Pentecostés.

Meditemos algunas cosas. Me llama la atención que el Espíritu Santo vino sobre todos los que escuchaban el mensaje. Oír la palabra, recibir la palabra y recibir el Espíritu Santo otra vez juntos. Palabra y Espíritu siempre unidos. Jesús dijo que hay que nacer del agua (figura de la palabra Ef.5:26; Stg.1:18; 1 Pedro 1:23) y del Espíritu. Si pretendemos orar por personas que no han oído la palabra de verdad, el evangelio de salvación, para que sean llenos del Espíritu antes de oír el mensaje estamos alterando el orden de Dios y manipulando seguramente la obra del Espíritu. El Espíritu Santo confirma la palabra predicada por testigos que se mueven en unidad con Él. Más cosas. Pedro aún hablaba… no hubo ministración al estilo moderno; la predicación movió al Espíritu de tal forma que irrumpió sin previo aviso en la reunión y todos los que escuchaban el mensaje con suma atención fueron llenos del Espíritu. No hubo manipulación emocional mediante música elevada con instrumentos de percusión descontrolados. No. Había palabra de Dios en boca de un testigo, un discípulo. Fue suficiente para que el cielo confirmara el mensaje y sellara una nueva congregación de gentiles.

         La predicación del evangelio precede al derramamiento del Espíritu.

52 – La predicación de Pedro en casa de Cornelio (IV)

Y todos los creyentes que eran de la circuncisión, que habían venido con Pedro, se quedaron asombrados, porque el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y exaltar a Dios  (Hechos 10:45,46).

         ¡Y se armó el revuelo! Tenemos una casa llena de gentiles que acaban de oír la palabra del evangelio en boca del apóstol Pedro, un mensaje bien centrado en la persona de Jesús; el Espíritu Santo lo confirma derramándose sobre todos los presentes que oían atentamente; y de repente, como en el día de Pentecostés, comienzan a hablar en nuevas lenguas y a exaltar a Dios. Todo esto sin que Pedro hubiera terminado de predicar; el culto fue alterado, el final imprevisto, el predicador tuvo que apartarse a un lado y dejar que fluyera la obra del Espíritu. Ambos trabajaban juntos. El Espíritu de Dios y el discípulo del Señor. Me seréis testigos, había dicho Jesús. Daréis testimonio juntos, vendrá el Consolador, el Espíritu de verdad que no hablará por su propia cuenta, sino que revelará a Jesús y le dará a conocer. ¡Qué fácil y que difícil a la vez! Pero entremos en la escena, veamos lo que ocurre.

Tenemos, por un lado, a los gentiles amigos y familiares de Cornelio disfrutando de una experiencia gloriosa hablando en lenguas y exaltando a Dios. Por otro, encontramos a los creyentes (recuerda, eran creyentes) de la circuncisión (es decir, judíos de Jerusalén que creían en el Mesías) asombrados, perplejos, luchando seguramente con pensamientos preconcebidos y que no encajaban con su idea exclusivista de ser portadores únicos del don del Espíritu. Habían venido con Pedro. Estaban contentos de predicar el evangelio a los gentiles pero nunca imaginaron que Dios llegaría tan lejos. Meditemos. «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, declara el Señor» (Is.55:8,9). Sin embargo no se opusieron. Fueron sorprendidos, sí, pero no resistieron la obra del Espíritu aunque no entendían todo lo que estaba pasando. Preguntémonos, ¿cómo supieron que era el don del Espíritu Santo lo que se había derramado? Y vayamos al texto para ver la respuesta: «porque les oían hablar en lenguas y exaltar a Dios». Hablar en lenguas como resultado de recibir el don del Espíritu Santo no era solo para el día de Pentecostés, también para los gentiles de la casa de Cornelio, «para los que están lejos, para todos cuántos el Señor nuestro Dios llamaré» (Hch.2:39). Así lo entendió Pedro cuando tuvo que explicar lo sucedido (Hch.11:15).

         El don del Espíritu Santo fue derramado en casa de Cornelio como el día de Pentecostés en Jerusalén.

53 – La predicación de Pedro en casa de Cornelio (V)

Entonces Pedro dijo: ¿Puede acaso alguien negar el agua para que sean bautizados éstos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros? Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo  (Hechos 10:47-48).

         Después de un tiempo cuando el don del Espíritu Santo había sido derramado sobre los gentiles de la casa de Cornelio, hablando en nuevas lenguas y exaltando a Dios con libertad, Pedro tomó la palabra nuevamente para seguir adelante con el proceso de todo discipulado. Les habló del bautismo. Las condiciones se habían dado, habían oído el mensaje del evangelio muy atentamente, habían sido llenos del Espíritu y ahora tocaba el bautismo en agua. Fijémonos que el orden varía en las distintas experiencias que vamos viendo en el libro de los Hechos. En Pentecostés el orden fue este: Pedro predicó el arrepentimiento, luego dijo que se bautizaran y que recibirían el don del Espíritu Santo (Hch.2:38). En Samaria el orden fue: Felipe predicó el evangelio, creyeron, se bautizaron y vinieron los apóstoles para orar por los que habían recibido la palabra para que recibieran el Espíritu Santo (Hch.8:12-17). El caso del eunuco fue así: Venía de Jerusalén de una fiesta judía leyendo el libro del profeta Isaías. Felipe le predicó el evangelio desde la Escritura que estaba leyendo, luego le bautizó y no se menciona nada sobre el recibimiento del don del Espíritu Santo, aunque se dice que siguió gozoso su camino, y sabemos que el gozo es fruto del Espíritu (Hch. 8:35-39). En casa de Cornelio el orden fue el siguiente: Pedro predicó el evangelio, se derramó el Espíritu Santo sobre los que oían y después fueron bautizados. En todos los casos el bautismo fue rápido. El proceso era seguido. Estas distintas secuencias deben enseñarnos que hay diversos factores que deben estar presentes en toda evangelización. Los elementos comunes son estos: predicación del evangelio, que incluye el arrepentimiento, recibir la palabra, ser bautizados y recibir el don del Espíritu Santo con diversas manifestaciones, las que hemos visto son: hablar en nuevas lenguas, magnificar y exaltar a Dios, el gozo de la salvación. En todos ellos está presente la obediencia a la palabra, premisa básica para la acción del Espíritu Santo, porque el Espíritu confirma la palabra y esa palabra tiene el nombre de Jesús como aspecto nuclear de su mensaje. Pedro dice: «Han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros». Hubo experiencias comunes en los 120 del Aposento Alto y los reunidos en la casa de Cornelio que confirmaron a Pedro la obra de Dios en todo lo sucedido con estos primeros gentiles. Pero pronto surgirían dificultades y el apóstol tendría que dar algunas explicaciones.

         Por dos o tres testigos se decidirá todo asunto.

54 – Reproches y explicaciones de Pedro (I)

Cuando comencé a hablar, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, tal como lo hizo sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de las palabras del Señor, cuando dijo: «Juan bautizo con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo»  (Hechos 11:15-16).

         Todas las experiencias carismáticas genuinas tienen una doble vertiente. Por un lado nos gozamos en ellas, transforman nuestras vidas haciéndonos más eficaces en la extensión del reino de Dios; y por otro, siempre surge la oposición, en este caso no de fuera, sino de dentro, de la misma congregación. Así ocurrió en el caso del apóstol Pedro y a lo largo de la historia de la iglesia hasta nuestros días. Antes de nada debo decir que una cosa es estar en medio de la obra de Dios, participar de ella, y otra, en ocasiones muy distinta, oír de lejos lo que ha ocurrido en cierto lugar. Es muy llamativo en este episodio que el mismísimo apóstol Pedro, uno de los tres pilares de la congregación en Jerusalén, tuviera que afrontar los reproches de sus hermanos judíos en la capital jerosolimitana.

Meditemos. No había un liderazgo piramidal en la iglesia primitiva, en tal caso Pedro no hubiera sido interpelado para dar explicaciones de lo ocurrido en casa de Cornelio. El fondo de la cuestión eran los prejuicios y tradiciones judías que aún prevalecían en la congregación de Jerusalén a pesar del día de Pentecostés, de los milagros y el avance del reino en ese tiempo. Pedro tuvo que explicar por qué había entrado en casa de incircuncisos y había comido con ellos, siendo que un judío no podía hacerlo sin quedar inmundo. «Entonces Pedro comenzó a explicarles en orden lo sucedido…». Con toda paciencia, el apóstol contó de forma pormenorizada los sucesos que desembocaron en la predicación del evangelio en casa de aquel centurión romano. Los judíos celosos de la circuncisión escucharon con atención y en un momento dado, Pedro les dijo: «Cuando comencé a hablar el Espíritu Santo descendió sobre ellos, tal como lo hizo sobre nosotros al principio». Esa era la señal que justificaba todo el episodio. La prueba de que Pedro no había obrado con ligereza, (le costó a él mismo comprender lo que había sucedido), y la evidencia de que Dios había derramado el Espíritu como en el día de Pentecostés, fue lo que puso fin a aquella discusión. Pedro se acordó que Jesús había hablado del bautismo del Espíritu Santo y que ahora lo identificaba con el derramamiento que había tenido lugar en casa de Cornelio. Los gentiles también habían sido bautizados en el Espíritu Santo y eso cerraba toda discusión.

         El testimonio del Espíritu debe prevalecer sobre los prejuicios religiosos.

55 – Reproches y explicaciones de Pedro (II)

Por tanto, si Dios les dio a ellos el mismo don que también nos dio a nosotros después de creer en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder estorbar a Dios? Y al oír esto se calmaron, y glorificaron a Dios, diciendo: Así que también a los gentiles ha concedido Dios el arrepentimiento que conduce a la vida  (Hechos 11:17-18).

         Recordemos la secuencia. Pedro está dando explicaciones a un grupo de hermanos judíos de la congregación de Jerusalén que eran celosos de la circuncisión y todo lo que ello significaba, una de ellas era que un judío no podía entrar a comer con gentiles, y Pedro lo había hecho. El apóstol, como buen judío y conocedor de los argumentos que presentaban sus hermanos, así como los prejuicios que él mismo había tenido cuando tuvo el éxtasis en el que se le pedía que comiera animales inmundos, se dispuso a dar las explicaciones oportunas, contando todo el suceso en su desarrollo. ¡Qué buena manera de tratar un asunto complejo y sensible para la mentalidad de la época! Pues bien, el argumento de mayor peso que presentó el apóstol fue que Dios había dado su aprobación derramando el Espíritu Santo de la misma forma en que ellos mismos lo habían experimentado el día de Pentecostés, incluidos los celosos guardadores de la circuncisión. «Si Dios les dio a ellos el mismo don que también nos dio a nosotros después de creer en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para estorbar a Dios?». De lo que podemos deducir que en otras ocasiones el hombre religioso sí puede ser un estorbo para Dios. En este caso Pedro no lo fue, se retiró a un lado y dejó obrar a Dios. Y no solo él, sino que los mismos judíos que habían comenzado reprochándole su entrada en aquella casa de gentiles se rendían a la evidencia y se calmaron, glorificaron a Dios y exclamaron lo que aún no había entrado en sus mentes exclusivistas: «Así que también a los gentiles ha concedido Dios el arrepentimiento que conduce a la vida». Fin de la discusión. Aceptaron el testimonio del Espíritu Santo en la vida de los gentiles.

Meditemos. Estos hermanos, celosos de sus doctrinas y tradiciones, se sujetaron al Espíritu de Dios. Además comprendieron que la obra del Espíritu Santo incluía el arrepentimiento para vida. Por tanto, el primer episodio de penetración del evangelio a los gentiles quedó aceptado en la congregación de Jerusalén.

         Si el Espíritu de Dios dirige la iglesia y sometemos nuestras tradiciones a su autoridad tendremos avances del reino de Dios en las naciones.

56 – La iglesia en Antioquia de Siria (I)

… porque era un hombre bueno [Bernabé], y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor. Y Bernabé salió rumbo a Tarso para buscar a Saulo; y cuando lo encontró, lo trajo a Antioquia. (Hechos 11:24-26).

         La persecución desatada a la muerte de Esteban hizo posible que el evangelio se extendiera más allá de Jerusalén. De esta forma llegaron a Antioquia hermanos que predicaban la palabra pero solo lo hacían a los judíos. Pero hubo algunos de ellos, hombres de Chipre y de Cirene, que al llegar a esta importante ciudad siria, hablaban también a los griegos, predicando al Señor Jesús. Ni siquiera se mencionan sus nombres, eran hermanos anónimos, pero la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor. Una vez más la noticia llegó a oídos de la iglesia en Jerusalén, tomando la decisión de enviar a Bernabé para ver que ocurría en Antioquia. Meditemos. La persecución desatada a la muerte de Esteban dispersó a los creyentes de Jerusalén que llevaron la palabra a nuevas ciudades. Aún prevalecía la idea de predicar solo a judíos, pero hubo algunos «innovadores y emprendedores» que decidieron predicar también a los griegos. La sorpresa fue que el Señor confirmó ese testimonio y muchos se convirtieron. De esta forma surgió la iglesia en Antioquia de Siria, una iglesia clave en la extensión del evangelio en el primer siglo. Al poco tiempo apareció Bernabé, enviado por la iglesia de Jerusalén, un hombre bueno, dice el texto bíblico, lleno del Espíritu Santo y de fe. Fíjate que cuando la iglesia tiene que enviar hermanos a realizar una misión siempre envía a personas llenas del Espíritu, esa es la señal de identidad básica y fundamental. Cuando llegó Bernabé a Antioquia y vio lo que estaba ocurriendo entendió que la gracia de Dios estaba derramada ampliamente; se regocijó y animó a todos para que con corazón firme permanecieran fieles al Señor. Luego salió para Tarso a buscar a Saulo, y ambos se afincaron por un tiempo en  la nueva congregación surgida en la provincia de Siria. Aquí tenemos el origen de una iglesia misionera. Me llama la atención que fue fundada por creyentes anónimos que aceptaron la tutela de la iglesia de Jerusalén, se sometieron al buen hacer de Bernabé, hombre lleno del Espíritu, y que junto con Saulo y otros formarían un núcleo maduro y sólido en la fe para llevar el evangelio a otras naciones. Había un denominador común en las congregaciones que iban surgiendo en el primer siglo, todas ellas tenían un componente carismático muy marcado, dependían claramente del Espíritu.

         La congregación de Antioquia surgió por la obediencia de un puñado de hermanos con una visión no exclusivista ni partidista del evangelio.

57 – La iglesia en Antioquia de Siria (II)

Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que ciertamente habría una gran hambre en toda la tierra. Y esto ocurrió durante el reinado de Claudio (Hechos 11:28).

         El evangelio se extendía fuera de las fronteras de Jerusalén. Nos encontramos en Antioquia de Siria, una ciudad muy importante de la época, al norte de Israel. Las congregaciones que iban surgiendo tenían un fuerte componente carismático, es decir, estaba muy presente el que los hombres y mujeres que anunciaban el evangelio fueran personas llenas del Espíritu, incluso hombres y mujeres sin renombre, sencillos, anónimos, este fue el caso de la nueva congregación surgida en Antioquia. El fluir del Espíritu en la vida de los hermanos era lo normal. Las manifestaciones espirituales acompañaban la predicación y confirmaban la proclamación del evangelio. A nadie se le ocurría oponerse sino que trabajaban en compañía del Espíritu de manera natural dentro de lo sobrenatural. Bernabé y Saulo se congregaron durante todo un año con los hermanos de Antioquia y enseñaban a las multitudes, lo cual quiere decir que el crecimiento fue asombroso en poco tiempo. Surgieron muchos discípulos y a estos se les llamó cristianos por primera vez en esta ciudad de Siria. Europa aún no sabía nada del evangelio. Fue en Oriente Medio donde surgió el mensaje que alcanzaría a todo el mundo y transformaría la historia de la humanidad para siempre; no debemos olvidarlo.

Por aquel tiempo llegaron un grupo de profetas de Jerusalén a Antioquia, lo cual nos muestra una vez más el componente pneumático de las primeras congregaciones. Y entre ellos había uno llamado Agabo que daba a entender por el Espíritu que vendría una crisis mundial que provocaría hambre en toda la tierra. La congregación siriaca tomó buena nota de ello, aceptó y recibió el mensaje del profeta Agabo tomando decisiones prácticas para ayudar a los hermanos de Judea, donde parece que el hambre fue mayor. Recordemos que la iglesia de Jerusalén que había tenido todas las cosas en común durante un tiempo y a nadie le faltaba nada, ahora se iban a encontrar en necesidad y fueron los hermanos de otros lugares quienes tomaron la iniciativa de ayudarlos. Surgió así la reciprocidad que produce el evangelio. Los hermanos de Judea habían llevado la buena nueva, siendo beneficiados de las bendiciones espirituales, y ahora los hermanos de Antioquia, en mejor condición económica, ayudaron a sus hermanos de la capital judía.

         La vida en el Espíritu anticipa dificultades económicas para tomar medidas prácticas que puedan paliarlas lo mejor posible.

58 – La iglesia en Antioquia de Siria (III)

En la iglesia que estaba en Antioquia había profetas y maestros: Bernabé, Simón llamado Níger, Lucio de Cirene, Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca, y Saulo. Mientras ministraban al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado (Hechos 13:1-2).

         Después de más de un año enseñando y discipulando a las multitudes una reunión de ministración al Señor fue el detonante para que la influencia de la congregación en Antioquia se consolidara como pionera en las misiones. Cuando digo congregación no pienso en iglesia establecida institucionalmente, sino en personas guiadas por el Espíritu. La iglesia no es un ente abstracto, es una congregación de discípulos y hermanos que, dirigidos por el Espíritu de Dios y los dones distribuidos a los diversos miembros del Cuerpo de Cristo, toman decisiones sometidos a la voluntad del Señor de la grey.

Meditemos. En Antioquia había un gobierno de iglesia plural, aunque Bernabé ocupaba lugar destacado por su trayectoria habiendo sido enviado por la iglesia de Jerusalén (y debemos suponer que supervisaban el desarrollo de la congregación en la ciudad de Siria), con distintos dones ministeriales. Se nos dice que había profetas y maestros y se les identifica por nombre, aunque la iglesia comenzó con un puñado de hermanos que predicaron a los griegos y no solo a judíos. Al parecer este liderazgo plural tenía una reunión de ministración, pero no para impresionar a las masas con imposición de manos interminables, sino para ministrar al Señor. Estaban delante del Señor. Su objetivo era el trono de Dios, de donde sabían que viene la dirección necesaria para poder llevar adelante sus propósitos. Y estando en ese tiempo sobrenatural, ayunando, el Espíritu Santo emitió un mensaje de que se apartara a dos de las personas que estaban presentes, Bernabé y Saulo, para ser enviados a la obra que el Espíritu de Dios los había llamado. No fue un comité ejecutivo «encorbatado», con canas sin fin y un semblante serio y controlador; fue el Espíritu Santo quién tomó la iniciativa de la obra misionera. Este es el origen de las misiones con el evangelio a todas las naciones. El Espíritu Santo estaba recordando lo que Jesús había dicho (Mt.28:18-20) (Hch.1:8) y que los hermanos en Jerusalén parece que habían olvidado; hasta que la persecución por la muerte de Esteban reactivó la gran comisión. Una vez más vemos que la obra del Espíritu es recordar las directrices del Maestro y Señor.

         El Espíritu Santo es quién toma la iniciativa de la obra misionera enviando a aquellos que han sido apartados por Dios para realizarla.

59 – Enviados por el Espíritu a la obra misionera

Entonces, después de ayunar, orar y haber impuesto las manos sobre ellos, los enviaron. Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia y de allí se embarcaron para Chipre (Hechos 13:3-4).

         Es importante detenerse en este episodio de la iglesia en Antioquia porque supone el inicio de la gran comisión a un nivel que nunca antes se había producido. Aunque parezca una obviedad, es necesario decir que es el Espíritu Santo quien tomó la iniciativa, no un comité de expertos. Escoge a los mejores de la iglesia para enviarlos a una obra gigantesca. Los hermanos congregados en aquella reunión de ministración al Señor oraron, ayunaron e impusieron las manos sobre Pablo y Bernabé y los enviaron; quiere decir, quedaron unidos a ellos en todos los sentidos prácticos, materiales y espirituales para que realizaran la obra. Luego, inmediatamente, dice el texto: «Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo». Una simbiosis indiscutible entre los hombres maduros de la iglesia, profetas y maestros, y el Espíritu de Dios. Ambos trabajando juntos en el avance del reino a otras naciones. Una vez más se cumple lo que había enseñado Jesús a los suyos: «Cuando venga el Consolador… el Espíritu de verdad… el dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también…» (Jn.15:26,27).

La obra es de Dios de principio a fin que aparta hombres y los envía a realizar el trabajo. Lo que predominaba en la congregación antioqueña debe ser el manual de todas las congregaciones que pretenden ser obedientes al texto bíblico. Hagamos un resumen de todo ello. En Antioquia había profetas y maestros; ministraban al Señor juntos como responsables de la grey; tenían oído para saber lo que el Espíritu decía; aceptaron su veredicto: apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado. Mantenían una vida de oración y ayuno como parte esencial de la dinámica de la iglesia. Creían en la imposición de manos para enviar misioneros y quedar unidos a la misión aunque la mayoría de ellos continuaron en la ciudad. Reconocieron y no se opusieron a la voluntad del Espíritu que escogió soberanamente a los futuros apóstoles. Quedaron unidos a Bernabé y Pablo de tal forma que una y otra vez regresaron a la congregación para dar cuenta e informar de la obra realizada (Hch.14:25-28). La iglesia en Antioquia sigue siendo un buen modelo para todas las iglesias con vocación misionera.

         El evangelio se extendió por todo el Mediterráneo desde la congregación de Antioquia de Siria, originada por un puñado de discípulos anónimos, que obedientes al impulso del Espíritu hablaron también a los griegos.

60 – La confrontación inevitable

Entonces Saulo, llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando la mirada en él, dijo: Tú, hijo del diablo, que estás lleno de todo engaño y fraude, enemigo de toda justicia, ¿no cesarás de torcer los caminos rectos del Señor? Ahora, he aquí, la mano del Señor está sobre ti; te quedarás ciego y no verás el sol por algún tiempo (Hechos 13:9-11).

         Después de dejar el compañerismo y la comunión con los hermanos de la iglesia en Antioquia, Bernabé, Saulo y el joven Juan Marcos, se adentran en territorio hostil. Toda predicación del evangelio es una entrada al reino de las tinieblas. Muy pronto aparece la confrontación y aquellos que han pensado divertirse pasando las vacaciones evangelizando se dan cuenta que se trata de otra cosa, no es como habían imaginado. La predicación del evangelio pone a las personas cada una en su lugar, hace que aflore la naturaleza mala que todos hemos heredado y se establece una división inevitable entre los que reciben la palabra de verdad y quienes se oponen a ella. El mejor método evangelístico es estar lleno del Espíritu Santo. Pablo lo estaba, Bernabé también, en cuánto al joven Juan Marcos no estoy tan seguro si así era en aquel momento de su vida. Llegados a una ciudad de la isla de Chipre llamada Pafos, tiene lugar la división presente en toda predicación genuina: los que quieren oír la palabra y aquellos que se oponen a ella. El procónsul Sergio Paulo deseaba oír la palabra de Dios, pero el mago y falso profeta que tenía cierta influencia sobre la autoridad romana se opuso, tal vez intuyendo malévolamente los cambios que tendrían lugar en la ciudad alejado de sus intereses. Entonces Saulo, a quién desde este momento se le cambia el nombre por el de Pablo, lleno del Espíritu Santo y fijando la mirada en el falso profeta le conmina de la siguiente manera (no pierdas detalle del vocabulario del apóstol porque nuestra semántica y eufemismos actuales pretenden diluir una parte del mensaje y edulcorarlo): Tú, hijo del diablo, que estás lleno de todo engaño y fraude, enemigo de toda justicia, ¿no cesarás de torcer los caminos rectos del Señor? Ahora, he aquí, la mano del Señor está sobre ti; te quedarás ciego y no verás el sol por algún tiempo. ¡Dios mío, que falta de tacto de Pablo! ¡Qué lenguaje más violento! dirán algunos. Sin embargo, Pablo estaba lleno del Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, que se opone al engaño y la mentira, y a quienes tuercen los caminos del Señor. El impacto de sus palabras fue tan fuerte que el procónsul creyó maravillado de la doctrina del Señor.

         El Espíritu Santo en nosotros nos impele a confrontar la mentira y el error si somos de la verdad.

61 – Discípulos llenos de gozo y del Espíritu

Y los discípulos estaban continuamente llenos de gozo y del Espíritu Santo (Hechos 13:52).

         La predicación del evangelio avanzaba en las regiones donde nunca había llegado la buena nueva. La estrategia de Pablo y Bernabé era ir primero a los judíos, entraban en la sinagoga y partiendo de la verdad que ya conocían y de la que eran herederos por la fe de Abraham, le predicaban a Cristo el Mesías. A esta primera etapa le seguía el endurecimiento de la mayoría de los judíos que resistían la palabra, entonces Pablo y Bernabé iban con el mensaje a los gentiles. Estos, con menos prejuicios religiosos y sin herencia bíblica, aceptaban en masa el evangelio. Así lo recogió el autor Lucas. Pero cuando los judíos vieron la muchedumbre, se llenaron de celo, y blasfemando, contradecían lo que Pablo decía. «Entonces Pablo y Bernabé hablaron con valor y dijeron: Era necesario que la palabra de Dios os fuera predicada primeramente a vosotros; mas ya que la rechazáis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles. Porque así nos lo ha mandado el Señor… Oyendo esto los gentiles, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor; y creyeron cuantos estaban ordenados a vida eterna» (Hch.13:45-48). La palabra del Señor se difundía por toda aquella región y con ella la persecución. No habremos entendido nada de la predicación del evangelio hasta que sepamos y vivamos la realidad de que a toda predicación de la verdad se le opone, más pronto o más tarde, una oposición activa de aquellos que la rechazan. Sean judíos celosos de sus tradiciones o religiosos de cualquier tipo, la predicación del evangelio siempre encuentra hostigamiento. La verdad confronta. El evangelio es impopular para los que se pierden y poder de Dios para los que se salvan. La persecución nunca paralizaba a los discípulos, los espoleaba. Pablo y Bernabé eran un buen ejemplo de esta verdad. Así que los que recibían la palabra lo hacían en medio de gran tribulación con gozo del Espíritu (1 Tes. 1:6). ¡Vaya paradoja! No era un gozo superficial y carnal, entretenimiento y pasatiempo, no, era el gozo unido a la llenura del Espíritu Santo. Ese gozo superaba el conflicto por la oposición. Y la llenura del Espíritu seguía capacitándolos para mantenerse firmes en medio de aquella generación torcida y perversa. Los discípulos estaban continuamente llenos de gozo y del Espíritu. ¡Continuamente! Era un gozo no circunstancial sino consustancial al vino nuevo del evangelio.

         La fuerza de la vida de Dios que contiene el evangelio supera cualquier oposición por aceptar la verdad.

62 – El primer concilio presidido por el Espíritu

Y Dios que conoce el corazón, les dio testimonio dándoles el Espíritu Santo, así como también nos lo dio a nosotros; y ninguna distinción hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones (Hechos 15:8-9).

         El evangelio había traspasado las fronteras de Israel y llegado a los gentiles. Lo vimos en casa de Cornelio y ahora con el primer viaje misionero de Pablo y Bernabé se amplió. Con ello vinieron los primeros desacuerdos serios a la iglesia primitiva. Se levantó un grupo muy fuerte, llamados los judaizantes, que no estaban dispuestos a aceptar la aparente simplicidad del evangelio y querían que los gentiles fueran sumergidos en la cultura y tradiciones judías. El tema del conflicto fue la circuncisión. Este grupo, aferrado a cierto contenido bíblico, quería imponer la necesidad de circuncidarse para ser salvos. Es decir, negaban el potencial del evangelio para salvar al hombre y vinculaban la salvación a la necesidad de hacerse judío mediante el rito de la circuncisión y guardar la ley de Moisés. Curiosamente la historia posterior daría la vuelta a esta postura obligando a los judíos a dejar de serlo para hacerse cristianos una vez que los gentiles fueron mayoría en la iglesia de los siglos posteriores, pero eso es otra historia, bien larga y triste. Hubo tal discusión por este tema que Pablo y Bernabé decidieron ir a Jerusalén para tratar la cuestión con los apóstoles y ancianos. Se convocó lo que podíamos llamar el primer concilio, y después de mucho debate, se levantó el apóstol Pedro contando lo que había vivido en casa de Cornelio y que ya había comprendido perfectamente. La clave para que Pedro entendiera el gran conflicto que se había presentado en aquel momento fue ver que Dios había dado testimonio, aceptando a los gentiles, dándoles el Espíritu Santo. Es decir, la señal inequívoca de que los gentiles habían sido aceptados por Dios sin la necesidad de ser circuncidados y guardar la ley ritual y ceremonial de Moisés (no así la ley moral, plenamente vigente) era que Dios les había dado el Espíritu de la misma manera que lo habían recibido el día de Pentecostés. Dios no había hecho ninguna distinción entre judíos y gentiles, sino que la fe había purificado los corazones de quienes habían vivido lejos de la ley de Dios. Pedro está reconociendo que en casa de Cornelio el Espíritu Santo se manifestó a los gentiles de la misma manera que a los apóstoles en el Aposento Alto. Y si Dios había dado testimonio mediante el Espíritu, sin que los gentiles fueran circuncidados, era señal evidente de que sus corazones habían sido purificados por la fe en el rey de los judíos.

         El Espíritu Santo dirigía la iglesia del primer siglo incluso cuando había posturas enfrentadas. Vivir llenos del Espíritu resuelve los desacuerdos.

63 – El Espíritu Santo no impone cargas

Porque pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros mayor carga que estas cosas esenciales: que os abstengáis de cosas sacrificadas a los ídolos, de sangre, de lo estrangulado y de fornicación (Hechos 15:28-29).

         El primer concilio realizado en la ciudad de Jerusalén concluyó con una carta para los hermanos gentiles que vivían en Antioquia, Siria y Cilicia, lugares donde el evangelio había penetrado en el primer viaje misionero de Pablo y Bernabé. En uno de los párrafos de la carta aparece el texto que mencionamos en nuestra meditación. La expresión hace época. La primera parte dice: «pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros». Tenemos aquí el modelo a seguir. Conocer el sentir del Espíritu Santo debe ser la prioridad máxima de todo pastor, anciano o consejo de iglesia, para luego identificarse con él y actuar en consecuencia. Vemos la cercanía del Espíritu en los discípulos y los hermanos de la iglesia. Son plenamente conscientes de su dirección. Saben que es el Espíritu de verdad que ha venido a guiarlos a toda verdad. Reconocen su primacía para llevar adelante los conflictos que se iban presentando. El consejo no era la voluntad predominante de un líder carismático con mucha personalidad, el consejo de apóstoles y ancianos reunidos estaba sometido a la voluntad del Espíritu de Dios, vivían en comunión con el Espíritu, sabían que de ello dependía el desarrollo del plan de Dios, y no solo era teoría o doctrina fundamental de la iglesia, sino experiencia viva y real. ¿Y qué es lo que le había parecido bien al Espíritu y a ellos? «No imponeros mayor carga que estas cosas esenciales». Otra frase para enmarcar.

Ni el Espíritu de Dios ni los apóstoles estaban para poner cargas a los hermanos, sino para aliviarlos. Eso no tenía que ver con vivir una vida sin santidad, lo cual era una obviedad, sino que se trataba de no imponer cargas religiosas que hicieran más pesada la carrera cristiana y añadieran al evangelio obras como base de la aceptación de Dios. En la vida cristiana hay cosas esenciales que están claramente diseñadas en la Escritura, pero nunca son una carga impuesta desde un liderazgo controlador y jerárquico, sino desde la libertad del Espíritu y el sometimiento a su voluntad. Para ello es fundamental que la iglesia, comenzando por sus responsables, viva llena del Espíritu. Perder esta realidad conduce irremediablemente al levantamiento de un sistema religioso para sostener el edificio sin la vida de Dios, substituyéndolo con las imposiciones arbitrarias de líderes al estilo de Diótrefes y la doctrina de los nicolaítas (3 Jn.9-11) (Apc.2:6,15).

         Cuando vivimos llenos del Espíritu decimos amén a lo que le parece bien.

64 – Impedidos de hablar la palabra en Asia

Pasaron por la región de Frigia y Galacia, habiendo sido impedidos por el Espíritu Santo de hablar la palabra en Asia, y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió (Hechos 16:6-7).

         Los creyentes tenemos a menudo un vocabulario aparentemente bíblico que no siempre concuerda con la verdad de las cosas. Cuando encontramos oposición a lo que pensamos es la voluntad de Dios decimos que el diablo se nos opone y hay que resistirle, pero no siempre es así. Sabemos que predicar el evangelio es la voluntad de Dios, y damos por hecho que debemos hacerlo en cualquier lugar y situación, pero el pasaje que nos ocupa nos enseña que podemos estar muy equivocados. El mismo apóstol Pablo aprendió en este caso que puede tener impulsos y deseos que no concuerdan con la voluntad expresa del Espíritu Santo que es quién dirige la obra misionera. El apóstol de los gentiles acabó comprendiendo que era el Espíritu de Dios quién se les estaba oponiendo y no el diablo. Curiosamente cuando llegan al primer lugar donde el Espíritu les dio permiso de anunciar el evangelio acabaron con sus huesos en la cárcel de Filipos. Todo parecía ocurrir al revés de lo pensado. Sin embargo, Pablo y su equipo de trabajo estaban sujetos a la dirección del Espíritu. Eran obedientes más allá de sus propias iniciativas y pensamientos lógicos. Fueron impedidos de hablar la palabra en Asia, probaron en otro lugar y el Espíritu de Jesús no se lo permitió. ¡Cómo es posible! Esto no parece encajar con el mandamiento de la gran comisión.

Jesús había dicho id a todas las naciones, pero ahora impedía que entraran en ciertas regiones ¿por qué? El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu (Jn.3:8). El poeta dijo: se hace camino al andar. El Espíritu les impidió predicar la palabra en Asia, Misia y Bitinia, pero los encaminó a Macedonia, es decir, a Europa, y de esta manera el evangelio penetraba en el continente donde iba a ser establecido ampliamente. Andar en el Espíritu se aprende caminando con el Espíritu. No siempre tenemos la certeza plena de andar en los caminos de Dios, pero el Señor ordena nuestros pasos si vivimos en obediencia a su voluntad. Pablo lo aprendió y llegó con el evangelio a Europa.

         Podemos estar dispuestos a hablar la palabra pero aún más importante es oír lo que dice el Espíritu y seguirlo.

65 – Hay que oír del Espíritu Santo

Y les dijo [Pablo]: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos respondieron: No, ni siquiera hemos oído si hay un Espíritu Santo(Hechos 19:2).

         La vida cristiana se fundamenta sobre oír el mensaje del evangelio. En el evangelio oír y recibir tiene una importancia fundamental. La fe viene por el oír… No podemos creer si no hemos oído la buena nueva. Y oír tiene que ver con todo el consejo de Dios. Podemos simplificar el mensaje a las cuatro leyes espirituales básicas, que pueden ser útiles para empezar, pero no podemos quedarnos ahí, el evangelio es un mensaje más amplio, incluye todo el consejo de Dios. A menudo decimos: «hemos ido a predicar el evangelio» pero lo que hemos anunciado es algo de lo que el evangelio ha hecho en nuestras vidas. Muy parcial. Tal vez hemos predicado algún aspecto del evangelio pero hemos dejado otros. Y todo ello porque no hemos oído. Hablamos lo que sabemos y lo sabemos porque lo hemos oído y recibido. Si hemos recibido un evangelio parcial predicaremos un evangelio incompleto. Fue el caso del elocuente Apolos, un gran predicador, poderoso en las Escrituras, ferviente de espíritu, elocuente, hablaba y enseñaba con exactitud las cosas referentes a Jesús, aunque solo conocía el bautismo de Juan (Hch.18:24-25). Predicó en una sinagoga, lo hizo con denuedo, pero cuando le oyeron Priscila y Aquila lo llevaron aparte y le explicaron con mayor exactitud el camino de Dios (Hch.18:26).

Meditemos. ¿Qué predicamos? No basta con hablar de la Biblia, muchos lo hacen pero no alcanzan a transmitir con exactitud el camino de Dios. Pueden ser elocuentes, fervientes y conocedores de la Escritura pero siempre estarán limitados por lo que han aprendido y solo podrán dar lo que tienen, no lo que no saben. Apolos solo sabía acerca del bautismo de Juan. Eso era necesario y bueno, pero no era la totalidad del evangelio. Había que ir más allá. Cuando Pablo llegó a Éfeso encontró a algunos discípulos (¡eran discípulos!) que no habían oído hablar del Espíritu Santo cuando creyeron. Piensa. Eran discípulos, habían creído el evangelio pero solo una parte del mismo que no contenía la obra del Espíritu. Solo habían sido bautizados en el bautismo de Juan. Estaban satisfechos, pero incompletos. Así tenemos hoy a muchos cristianos.

         Nuestra fe está limitada a lo que hemos oído y creído. Puede ser una parte del evangelio o todo el evangelio, lo cual limitará o ampliará nuestras experiencias.

66 – Las limitaciones en la predicación (I)

Entonces él dijo: ¿En qué bautismo, pues, fuisteis bautizados? Ellos contestaron: En el bautismo de Juan. Y Pablo dijo: Juan bautizó con el bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyeran en aquel que vendría después de él, es decir, en Jesús. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús (Hechos 19:3-5).

         Estamos ante un episodio verdaderamente interesante. El evangelio se estaba extendiendo y en su desarrollo se ponen de manifiesto situaciones que han acompañado a todas las generaciones. Una de ellas es que la predicación está limitada por aquellos que predican. Ningún predicador honesto puede ir más allá de lo que ha oído, sabe y ha experimentado. Su mensaje estará siempre sujeto al desarrollo de su propia revelación. Pablo le dijo a Timoteo: Lo que has oído de mí, ante muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros (2 Tim.2:2). Pablo había recibido el mensaje por revelación del mismo Jesucristo (Gá. 1:11-12). Ese mensaje lo transmitió a Timoteo, para que a su vez éste lo encargara a hombres fieles, y de esa forma pasara de generación en generación. Ahora bien, si la persona que nos anuncia el evangelio tiene una revelación parcial del mismo, el mensaje que recibiremos será parcial y siempre estará sometido a las limitaciones de quién nos lo transmitió. Ahora tenemos toda la Escritura y podemos acceder a la totalidad del mensaje, todo el consejo de Dios (Hch.20:27), sin embargo, aún hoy estamos limitados por la línea doctrinal de la iglesia a la que pertenecemos, sujetos a aceptar el cuerpo doctrinal que el originador de la denominación dejó establecido. Lo que se sale de ese marco no encontrará apoyo en la comunidad a la que servimos, y en el peor de los casos combatiremos con celo otras posturas doctrinales. La historia de la iglesia está llena de lo que acabo de decir. Pablo llegó a Éfeso y se encontró a discípulos que solo habían oído hablar del bautismo de Juan, es decir, una predicación con el énfasis puesto en el arrepentimiento. Esa es una verdad del evangelio, pero hay más. No habían oído del bautismo en el nombre de Jesús, por tanto, nadie se había bautizado tal y como él lo enseñó. Pablo lo anunció; fue un paso más allá; y al oírlo decidieron obedecer. Se bautizaron en el nombre de Jesús, creyendo que era el Mesías, a quién Juan el Bautista anunció. Mira lo que dice el texto: Cuando oyeron esto, fueron bautizados… Piensa. La fe actúa sobre lo que oímos, si no hemos oído quedamos «huérfanos» de esa verdad. Continuará…

         Una predicación limitada del evangelio produce una fe limitada en su desarrollo y por tanto en las experiencias.

67 – Las limitaciones en la predicación (II)

Entonces él dijo: ¿En qué bautismo, pues, fuisteis bautizados? Ellos contestaron: En el bautismo de Juan. Y Pablo dijo: Juan bautizó con el bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyeran en aquel que vendría después de él, es decir, en Jesús. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús (Hechos 19:3-5).

         Los discípulos de Éfeso tenían una fe limitada a lo que habían oído: sólo el bautismo de arrepentimiento, aunque como buenos discípulos cuando oyeron del bautismo en el nombre de Jesús se bautizaron sin demora. La obediencia a la palabra revelada es una característica de todo buen discípulo de Jesús. Muchos predicadores de la actualidad ponen el énfasis en la predicación de su maestro inicial. Estos pioneros, discípulos del Maestro, descubrieron alguna verdad que por el motivo que sea no se había predicado antes, o no con el matiz que ahora le da el nuevo predicador. A partir de ahí se genera un movimiento alrededor de ese líder. Hace de la «exclusividad» el motor central de su mensaje y todos aquellos que lo aceptan basan su predicación en la óptica que ha imprimido a sus con-discípulos, los cuáles son ahora más celosos y fanáticos que el pastor original. Construyen una doctrina hermética sobre su particularidad y la transmiten como un sello de identidad propia. Su mensaje se centra casi únicamente en ese mono-tema. Prediquen lo que prediquen acaban enseñando esa verdad (pueden ser varios temas, claro, un cuerpo de doctrina que gira sobre el eje establecido alrededor de la supuesta revelación original); escriben libros sobre ello, lo presentan como algo esencial que todos los demás cristianos tienen que aceptar e incluir en su teología, y quienes no lo hacen son considerados cristianos de otro nivel. Así construimos el sectarismo y la exclusividad que caracteriza a muchas iglesias evangélicas de la actualidad. El apóstol Pablo no hizo eso. El autor de la carta a los Hebreos nos enseña que debemos avanzar hacia la madurez, no girar todo el tiempo sobre ciertas verdades esenciales, necesarias y fundamentales, si no madurar mediante el alimento sólido y tener los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Heb.5:12-6:3). Para ello necesitamos un alimento completo, todo el consejo de Dios, la totalidad del evangelio y no solamente un énfasis doctrinal impuesto por predicadores con buenas intenciones pero que impiden el crecimiento de los discípulos. Necesitamos la diversidad de dones en el cuerpo de Cristo y no solo el don predominante del líder.

         El discípulo del Señor cuando oye la verdad del evangelio la obedece sin sectarismo ni exclusivismo denominacional.

68 – Las limitaciones en la predicación (III)

Y cuando Pablo les impuso las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y hablaban en lenguas y profetizaban. Eran en total unos doce hombres (Hechos 19:6-7).

         Volvamos al inicio del suceso que tuvo lugar en Éfeso para ver su desarrollo progresivo. Pablo llegó a esta gran ciudad de Asia Menor y encontró a algunos discípulos que solo habían oído hablar del bautismo de arrepentimiento que predicó Juan el Bautista. Les preguntó si habían recibido el Espíritu Santo cuando creyeron y le respondieron que ni siquiera habían oído hablar si hay Espíritu. Entonces Pablo les habló del bautismo en agua en el nombre de Jesús como continuidad al mensaje de Juan el Bautista. Cuando lo oyeron se bautizaron en el nombre del Señor Jesús. Antes de seguir pensemos. ¿Discípulos que ni siquiera habían sido bautizados en el nombre de Jesús? Pues sí, eso dice el texto. Ahora imaginemos que al oír a Pablo estos discípulos se negaran a ser bautizados en el nombre de Jesús aludiendo a la enseñanza que habían recibido, y se obstinaran en ello cerrando su propio desarrollo. Sin embargo, estos discípulos obedecieron la enseñanza del apóstol bautizándose en agua. Y ahora viene otra fase más. No habían oído nada sobre el Espíritu Santo, pero cuando Pablo (seguramente acordándose de su propia experiencia con Ananías) les habló de recibir la llenura del Espíritu, estos doce discípulos aceptaron lo expuesto por el apóstol y se dispusieron a recibirlo. Dicho y hecho. Pablo les impuso las manos y vino sobre ellos el Espíritu Santo. ¿Cómo lo supieron? Porque hablaban en lenguas y profetizaban. La misma experiencia que habían tenido los ciento veinte en el Aposento Alto el día de Pentecostés (Hch. 2:4); lo mismo que ocurrió en casa de Cornelio (Hch.10:44-46); lo que tuvo lugar en la ciudad de Samaria y que tanto impresionó a Simón (Hch. 8:14-19); y lo mismo que experimentó Saulo de Tarso en la casa donde estuvo tres días orando antes de que llegara Ananías y orase por él para ser lleno del Espíritu (Hch.9:11-17). El orden de las experiencias puede variar pero todas ellas acaban en la llenura del Espíritu para que el discípulo del Señor tenga el potencial divino para realizar la obra de Dios. Pensemos. Estos doce discípulos que poco antes ni siquiera habían oído hablar del bautismo en el nombre de Jesús, con una fe muy limitada, ahora se expandió en ellos de tal forma que fueron llenos del Espíritu para llevar el evangelio a toda Asia Menor partiendo desde Éfeso.

         El verdadero discípulo del Señor sabe escuchar las verdades que desconoce y aceptar la imposición de manos para ser lleno del Espíritu a través de quienes lo transmiten y no de impostores, imitadores o falsificadores.

69 – Después de las experiencias el avance del reino

Pasadas estas cosas, Pablo decidió en el espíritu ir a Jerusalén después de recorrer Macedonia y Acaya, diciendo: Después que haya estado allí, debo visitar también Roma (Hechos 19:21).

         «Pasadas estas cosas». ¿Qué cosas? Todo lo que había acontecido después de las experiencias de aquellos discípulos en Éfeso. Me llama la atención el orden en que aparecen los sucesos en este capítulo 19. Veamos. Pablo trabajaba en primer lugar con discípulos que ya tenían cierto recorrido en el Camino. Les transmitía lo que les faltaba, la llenura del Espíritu, y a partir de ahí se va desarrollando un despliegue evangelístico impresionante que llegará a toda Asia Menor partiendo desde Éfeso. Pablo entró en la sinagoga, como era su costumbre (v.8), y durante tres meses habló denodadamente, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios. Algunos se endurecieron y se volvieron desobedientes hablando mal del Camino. En esa tesitura, Pablo no discute más, toma a los discípulos y se marcha a un local de alquiler donde un maestro de retórica (Tiranno) daba clases en las mejores horas del día, (en Éfeso hacía un calor sofocante a partir del mediodía y el trabajo de enseñar en esas condiciones se hacía insoportable), y el resto del tiempo lo alquilaba a Pablo para que enseñara a los discípulos. Esto duró dos años. Podíamos decir que era la Escuela Bíblica de Pablo en Éfeso. Sus clases no fueron solo teoría, si no que los discípulos salieron a predicar el evangelio, de tal forma que todos los que vivían en Asia oyeron la palabra del Señor, tanto judíos como griegos (v.10). A la vez Dios hacía milagros extraordinarios por mano de Pablo (11). Algunos quisieron imitarlo (siempre hay imitadores sin autoridad) y se expusieron al ridículo queriendo tener la unción que no tenían (v.13-16). La verdad fue expuesta de tal forma que los impostores quedaron avergonzados; esto lo supieron los habitantes de Éfeso, el temor se apoderó de todos ellos, y el nombre del Señor Jesús era exaltado (v.17). También muchos de los que habían practicado la magia se apartaron de ella dando testimonio de su fe quemando los libros (v.18-19). Y concluye el texto con estas palabras que resumen lo ocurrido en aquel lugar: Así crecía poderosamente y prevalecía la palabra del Señor (v.20). Pensemos. No se construyó un edificio ministerial para exaltar al gran apóstol Pablo. No. Ni siquiera el apóstol se aferró al lugar, sino que decidió en el espíritu (con minúscula, su propio espíritu en comunión con el Espíritu Santo) ir a Jerusalén y alcanzar luego Roma. Esto significaba gran oposición, sin embargo, siguió el plan de Dios dejando a los discípulos en Éfeso.

         Lo ocurrido en Éfeso es un modelo para todos los discípulos del Señor.

70 – El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu

Y ahora, he aquí que yo, atado en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me sucederá, salvo que el Espíritu Santo solemnemente me da testimonio en cada ciudad, diciendo que me esperan cadenas y aflicciones… (Hechos 20:22-23).

         Escuchando los mensajes que se dan a muchos hermanos en esos cultos donde «abundan» las profecías, veo que predomina un tipo de mensaje de este estilo: «Dios te va a usar en grandes cosas, irás a otras naciones con el evangelio y Dios hará grandes cosas a través de ti», o similares. Un porcentaje demasiado elevado son palabras infladas dirigidas a hinchar el ego más que a producir la exhortación para ser un discípulo del Señor en cualquier tipo de circunstancias. Pablo salió de Éfeso, −un lugar donde había vivido momentos de gran testimonio del evangelio−, y se dirigió a Jerusalén, donde sabía le esperaban cadenas y aflicciones, así como una gran resistencia a su mensaje. Dice: «atado en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me sucederá». Sabe con certeza que no puede escapar de acudir a la ciudad donde estaba la primera congregación, y también el epicentro de sus mayores detractores. Jesús también afirmó su rostro para ir a Jerusalén cuando le llegó el tiempo (Lc. 9:51 LBLA). Pablo seguía a su Maestro. Lo hacía atado en espíritu, sin otra alternativa, y sin saber con claridad lo que allí le esperaba, aunque tenía el testimonio del Espíritu de que le esperaban cadenas y aflicciones. Meditemos. El Espíritu Santo daba testimonio al espíritu de Pablo de que se encaminaba directamente a experimentar tiempos de tribulación. ¡Qué gran debate en la iglesia de hoy sobre si la iglesia pasa o no por la gran tribulación! Pablo se encaminaba directamente a ella, lo hacía atado en espíritu y además el Espíritu Santo se lo confirmaba. La nube se había levantado para el apóstol de los gentiles. Dejando atrás la ciudad de Éfeso, donde era reconocido y aceptado ampliamente, se encaminó a la ciudad donde sería rechazado, odiado y amenazado de muerte. Jesús también sabía que en Jerusalén le esperaba la cruz, la muerte… y la resurrección. Pablo supo que seguía a su Maestro y nos dejó una declaración para enmarcar cuando los discípulos quisieron impedir que viajara a la capital de Israel: «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el  ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hch. 20:24).

         A todos nos llega el tiempo cuando el Espíritu Santo nos guía a nuestra Jerusalén sin que podamos eludirla, y atados en espíritu no podamos evitarla.

71 – Supervisores de la grey de Dios

Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual El compró con su propia sangre (Hechos 20:28).

         Hemos cambiado la aflicción del evangelio por el reconocimiento de un título que nos da preeminencia y dominio sobre la grey de Dios. Esto está ocurriendo en demasiados lugares en este mismo momento. Por ello quiero pararme unos instantes en el texto que nos ocupa. Pablo está de viaje hacia Jerusalén y sabe lo que le espera: prisiones y aflicciones. Ha reunido a los ancianos en Mileto para dejarles su último mensaje (Hch.20:17). No volverán a ver su rostro más (20:25). Les da testimonio de que es inocente de la sangre de todos, pues no ha rehuido declararles todo el consejo o propósito de Dios (20:26,27). Sabe que después de su partida entrarán lobos rapaces que no perdonarán el rebaño, incluso de entre ellos mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos (20:29,30). Me recuerdan las despedidas de Moisés y Josué ante el pueblo de Israel. Todos ellos anticiparon tiempos de desobediencia después de sus partidas, por ello pusieron mucho énfasis en la calidad de los obreros fieles para sostener la verdad en medio del levantamiento de la cizaña inevitable. Pablo les dice que tengan cuidado de ellos mismos; allí se debe fundamentar el éxito de mantener la verdad de Dios para pasarla a la siguiente generación. El obrero del Señor debe guardarse a sí mismo. Lo repetiría a Timoteo (1 Tim.4:16). Sobre esa premisa se fundamenta el poder guardar la grey de Dios. Procura, con diligencia, presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de que avergonzarse y que usa bien la palabra de verdad (2 Tim. 2:15). El carácter del obrero es vital para que pueda realizar el cometido asignado por el Espíritu Santo: pastorear la grey de Dios. Hemos puesto el énfasis sobre el título «epískopos», traducido por obispo, y que significa supervisor, pero ese no es el énfasis de la Escritura, sino la función. La grey, −congregación−, ha sido comprada por la sangre del Cordero, no es propiedad del pastor de la iglesia local. El celo equivocado nos ha llevado en muchos casos a confundir nuestra función con disputas por nuestra posición. El obispo, anciano o pastor es un supervisor de la grey que es de Dios, y debe cumplir su cometido con fidelidad al Señor de la iglesia y no levantarse él mismo como «señor» del pueblo.

         El Espíritu Santo asigna funciones, no títulos, para que cada uno, según el don recibido, sirvamos a la congregación del Señor con fidelidad a Dios.

72 – Una aparente contradicción del Espíritu

Después de hallar a los discípulos, nos quedamos allí siete días, y ellos le decían a Pablo, por el Espíritu, que no fuera  a Jerusalén (Hechos 21:4).

         El viaje de Pablo a Jerusalén revela algunas verdades que debemos meditar. Por un lado sabemos que en el corazón del apóstol se había fijado este propósito, no era un capricho ni un alarde, le había sido impuesta necesidad, como en el caso de predicar el evangelio (1 Co.9:16). Por otro tenemos a los hermanos queriendo influir en Pablo para que cambiara de parecer, puesto que sabían lo que le esperaba. El apóstol tenía el testimonio en su espíritu de lo que le aguardaba en Jerusalén; el mismo Espíritu le daba testimonio de prisiones y aflicciones. La acción del Espíritu en otros hermanos confirmaba que no fuera a Jerusalén, pero Pablo ya había tomado su decisión, y aunque apreciaba el amor de los hermanos, no estuvo dispuesto a ceder. La presión subió de tono cuando un profeta llamado Agabo llegó a la ciudad de Cesárea, donde vivían Felipe y sus cuatro hijas doncellas que profetizaban (Hch. 21:8-9). Este Agabo tomó el cinto de Pablo, «se ató las manos y los pies, y dijo: Así dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al dueño de este cinto, y lo entregarán en manos de los gentiles» (21:11). Oyendo esto muchos lloraban y rogaban a Pablo que no subiera a la ciudad. El impacto emocional tuvo que ser muy fuerte, pero aquí se levantó una vez más la fortaleza de espíritu del apóstol para decir: «¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque listo estoy no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús» (21:13). Esta es la voz de un discípulo de Jesús. La firmeza de Pablo doblegó el afecto de los hermanos concluyendo que no se dejaba persuadir, por tanto, callaron, diciendo: «Que se haga la voluntad de Dios». ¡Qué situación! Pablo podía haber evitado con dignidad y apoyo las aflicciones que le esperaban en Jerusalén, sin embargo, escogió ser maltratado con el pueblo de Dios, porque tenía puesta la mirada en el galardón, como Moisés (Heb. 11:24-26). Los hijos de los profetas decían a Eliseo: «no sabes que hoy te quitarán a tu señor; si, ya lo sé —respondía él— callad». Ese conocimiento le aferró más aún a su maestro Elías. Pablo hizo lo mismo. En ocasiones podemos escoger el camino fácil, la retirada con honores, incluso con el testimonio interior del Espíritu, pero el hombre espiritual, fortalecido con una fe inquebrantable avanza hacia su Jerusalén con determinación. Puede haber contradicción, tal vez, pero después queda Roma, y quién sabe si España…

         La vida llena del Espíritu supera los afectos humanos y va más allá de la voluntad permisiva de Dios para alcanzar su voluntad perfecta.

73 – De Jerusalén a Roma. El tiempo de los gentiles

Y al no estar de acuerdo entre sí, comenzaron a marcharse después de que Pablo dijo una última palabra: Bien habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio de Isaías el profeta… Sabed, por tanto, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. Ellos sí oirán. Y cuando hubo dicho esto, los judíos se fueron, teniendo gran discusión entre sí (Hechos 28:25-29).

         Tenemos a Pablo en la capital del Imperio Romano. Vive en una casa alquilada durante dos años predicando el reino de Dios. El viaje hasta allí estuvo marcado por una cadena de aflicciones continuadas. Se había cumplido el testimonio que el Espíritu Santo había dado que le esperaban prisiones y aflicciones. Sin embargo, el Señor le libró y ahora se encuentra en Roma donde el apóstol siempre había querido llegar. Tal vez el viaje no fue como él imaginó pero al fin y al cabo allí estaba. Los últimos capítulos del libro de Hechos narran con todo lujo de detalle este episodio de la vida de Pablo. La predicación del evangelio comenzó en Jerusalén, donde surgió una gran congregación de discípulos que llevaron el mensaje a otras ciudades. Ahora el apóstol de los gentiles está en la capital del mundo gentil. Los judíos de Roma se mostraban reacios al evangelio, Pablo se esforzó en persuadirles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas. Algunos eran persuadidos con lo que se decía, pero otros no creían (Hch.28:23-25). Cuando el grueso de los que vinieron a oírle comenzó a marcharse, el antiguo discípulo de Gamaliel los despidió con estas palabras: «Bien habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio de Isaías el profeta, diciendo: el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible, y con dificultad oyen con sus oídos; y sus ojos han cerrado». La puerta del evangelio a los judíos iba cerrándose —por el endurecimiento de su corazón— y la de los gentiles se abría cada vez más. Comenzaba así lo que en la Biblia se conoce como el tiempo de los gentiles. Un tiempo donde el evangelio alcanzaría a las naciones gentiles, y el pueblo de Israel se enrocaría sobre la Toráh y la sinagoga (una vez destruido el templo en el año 70 d.C.) alejada del mesianismo de Jesús, aunque fue en la capital de Judea donde tuvo su origen la proclamación de la buena nueva. Fue allí donde el Espíritu Santo había descendido, pero ahora Roma y otras ciudades (Antioquia, Éfeso, Alejandría) tomaban el relevo en la propagación del evangelio del reino. Pablo lo expuso a la comunidad judía de Roma con estas palabras: «Sabed, por tanto, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. Ellos sí oirán»

         El viaje de Pablo a Jerusalén y de aquí a Roma es una señal de cómo iba a cambiar el centro del evangelio de los judíos al mundo gentil.

74 – El final del libro de los Hechos

Y Pablo se quedó por dos años enteros en la habitación que alquilaba, y recibía a todos los que iban a verlo, predicando el reino de Dios, y enseñando todo lo concerniente al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbo (Hechos 28:30-31).

         Hemos hecho un recorrido amplio por el libro de los Hechos de los apóstoles que algunos dan en llamar los hechos del Espíritu Santo. Contextualizando este recorrido con el tema principal que estamos viendo ¿Qué es el hombre? podemos notar que la acción del Espíritu de Dios sobre el hombre caído, ahora redimido y lleno del Espíritu, ofrece una transformación sobrenatural que no puede pasar inadvertida. El Padre no solo nos ha sellado con el Espíritu, sino que ha enviado la promesa de ser investidos de poder de  lo alto, llenos del Espíritu, para que los discípulos realicen su llamado. Hemos visto que hay un proceso de capacitación en la vida del discípulo corroborado por diversas experiencias en distintos lugares. El día de Pentecostés fueron llenos del Espíritu con manifestaciones de hablar en nuevas lenguas. Volvieron a ser llenos poco después en una reunión de oración en medio de la persecución que se desató inmediatamente (Hch.4:31). Escogieron a siete hombres para servir a las viudas, varones llenos del Espíritu Santo y de fe. En Samaria Felipe predicó el evangelio con señales y prodigios, recibieron la palabra, pero necesitaban recibir posteriormente el Espíritu mediante la imposición de manos de los apóstoles Pedro y Juan. Saulo se convirtió en Pablo pero hasta tres días después no fue lleno del Espíritu, una vez que el discípulo Ananías fue enviado por el Señor para que orara por él con imposición de manos. Luego encontramos a Cornelio y los reunidos en su casa escuchando el evangelio en boca de Pedro y en medio de su predicación fueron llenos del Espíritu como el día de Pentecostés, lo supieron porque los oían hablar en lenguas y exaltar a Dios. El Espíritu Santo tomó la iniciativa misionera y apartó a Bernabé y Saulo para ir a las naciones gentiles. En Éfeso había discípulos que nunca habían oído hablar del Espíritu Santo, cuando Pablo les habló y oró por ellos vino el Espíritu y hablaban en lenguas y profetizaban, predicando el evangelio en toda Asia Menor. Al final del libro Pablo está en Roma durante dos años predicando el reino de Dios y enseñando lo concerniente al Señor Jesucristo. Después puede ser que llegó a España con el mensaje de salvación… ese fue su anhelo.

         El libro de Hechos está lleno de experiencias producidas por el Espíritu Santo en la vida de aquellos que obedecen a Dios.

LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Capítulo 3 – La enseñanza de Jesús

La vida en el Espíritu - MeditacionesCapítulo 3 – LA ENSEÑANZA DE JESÚS SOBRE EL ESPÍRITU SANTO

Veamos ahora la enseñanza de Jesús sobre la importancia del Espíritu Santo. El Maestro pone un énfasis muy pronunciado en la obra del Consolador desde el inicio de la vida de los discípulos. Lo explica a Nicodemo y la mujer samaritana. Después enseñará a los suyos la trascendencia del Espíritu Santo después de su partida. Jesús enseñó a los discípulos su importancia esencial para que fueran guiados a toda verdad, recordar sus enseñanzas, dar testimonio de él, convencer al mundo de pecado, glorificarle en la tierra y esperar del Padre la promesa del Espíritu sobre sus vidas después de su ascensión.

  1. Nacidos del Espíritu para entrar en el reino (Jn.3:5-8)
  2. El don de Dios es agua viva (Jn.4:10)
  3. Brotarán ríos de agua viva (Jn.7:37-39)
  4. Otro consolador (Jn.14:16)
  5. El Espíritu de verdad (Jn.14:16-18)
  6. El Espíritu enseña y recuerda (Jn.14:25-26)
  7. El Espíritu da testimonio de Jesús (Jn.15:26-27)
  8. El Espíritu convence de pecado, justicia y juicio (Jn.16:7-11)
  9. El Espíritu guía a la verdad (Jn.16:12-13)
  10. El Espíritu glorifica a Jesús (Jn.16:12-15)
  11. Recibid el Espíritu Santo (Jn.20:21,22)
  12. La promesa del Padre (Lc.24:49 y Hch.1:4,5)
  13. Poder para ser testigos/mártires (Hch.1:6-8)

18 – Nacidos del Espíritu para entrar al reino

Jesús respondió: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es… El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de donde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu  (Juan 3:5-8).

         El encuentro de Jesús con Nicodemo es uno de los episodios más conocidos del Nuevo Testamento. En esta conversación personal entre el Maestro y este fariseo prominente, encontramos verdades esenciales que debemos retener a lo largo de nuestra vida cristiana. En primer lugar, Jesús enseña que para ver el reino de Dios hay que nacer de nuevo. Curiosamente el Maestro habla antes de ver que de entrar (Jn.3:3,5). Y antes de ver y entrar en el reino debemos nacer del agua (figura de la palabra de Dios Ef. 5:26; Stg.1:18; 1 Pedro 1:23) y del Espíritu. Pablo dice que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, que la paga del pecado es muerte; y el profeta Isaías nos dice que nuestros pecados han hecho separación entre nosotros y Dios para no escucharnos (Is. 59:2). Por tanto, necesitamos nacer de nuevo a la vida de Dios, la vida y la gloria que perdimos en Adán, que ahora recuperamos en Cristo. Para ello es esencial la acción de la palabra y el Espíritu. Nacemos de la palabra y del Espíritu. Y una vez que hemos nacido de nuevo entramos a formar parte del reino de Dios, por el mismo Espíritu. También el apóstol nos enseña que hemos sido bautizados en un cuerpo por el mismo Espíritu (1 Co.12:13). Por lo tanto, el Espíritu de Dios nos hace nacer de nuevo, y nos permite ver y entrar en el reino de Dios. Somos trasladados de la potestad de las tinieblas al reino de su Amado Hijo (Col.1:13). También nos capacita para discernir el reino y separarlo del sistema de este mundo. En el nuevo nacimiento recibimos nuevos sentidos espirituales para discernir las cosas del Espíritu y saber lo que Dios nos ha concedido (1 Co.2:10-14). Ahora tenemos dos naturalezas con dos nacimientos, uno carnal y otro espiritual. Nicodemo no acababa de entenderlo y preguntó a Jesús: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?  Puedes leer toda la conversación en el capítulo 3 del evangelio de Juan. Lo que debemos entender bien es que la vida cristiana tiene su inicio mediante un nuevo nacimiento engendrado por el Espíritu y la palabra para poder ver y entrar en el reino de Dios.

         La vida cristiana es sobrenatural. Comienza con un nacimiento interior por el Espíritu Santo; como Jesús nació milagrosamente en el vientre de María.

19 – El don de Dios es agua viva

Respondió Jesús y le dijo: Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tu le habrías pedido a Él, y El te hubiera dado agua viva  (Juan 4:10).

         Otra sorprendente conversación personal de Jesús con una mujer samaritana nos vuelve a dejar verdades eternas sobre la vida en el Espíritu. El Maestro llama «el don de Dios» a la obra del Espíritu en el interior de la persona. Y ese don de Dios lo relaciona con agua viva. Podemos verlo también en Juan 7:37-39. Pues bien, el Espíritu Santo es el don de Dios para todos aquellos que creen en Jesús. Fue también el mensaje del apóstol Pedro el día de Pentecostés: Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo (Hch.2:38).

El Espíritu Santo actúa como agua viva refrescando y calmando nuestra sed interior. El vacío existencial del ser humano es llenado por una fuente de vida que salta en él para vida eterna. El Espíritu nos devuelve la comunión perdida con Dios. La sed por el sentido vital en el hombre, a causa del pecado, es ahora calmada y llenada por la fuente de vida que Dios introduce en nuestro espíritu por su Espíritu. Este es el mensaje que Jesús le está dando a la mujer samaritana. Esa nueva vida calma la sed de búsqueda incesante porque nos conecta con la Fuente de vida y salud eterna. El apóstol Pablo mantiene esta verdad cuando enseña a los corintios que han creído en el nombre de Jesús, diciéndoles que han sido bautizados en un solo cuerpo por el Espíritu, y a todos se nos dio a beber del mismo Espíritu (1 Co.12:13).

Por tanto, no necesitamos embriagarnos con vino, en lo cual hay disolución, sino que necesitamos ser llenos del Espíritu. Llenos de agua viva que riega todo nuestro ser interior para vivir saciados, satisfechos y capacitados para compartir el evangelio en un mundo sediento de verdad y vida. El Espíritu se bebe ¿cómo? por el reconocimiento de que Jesús es el Mesías; por invocar su nombre. Dios es rico para con todos los que le invocan. La mujer samaritana reconoció a Jesús como el Mesías que había de venir y fue llena del agua viva del Espíritu. Su primera manifestación fue dejar su cántaro, ir a la ciudad y decir a sus habitantes que tenían al Mesías en el pueblo. Muchos creyeron por su palabra y muchos más por la palabra de Jesús mismo.

         El don de Dios cambia nuestras vidas, sacia nuestra sed, y nos hace adoradores y testigos de la verdad que Jesús es el Mesías.

20 – Brotarán ríos de agua viva

El que cree en mí, como ha dicho la Escritura: De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva. Pero El decía esto del Espíritu, que los que habían creído en El habían de recibir; porque el Espíritu no había sido dado todavía, pues Jesús aún no había sido glorificado  (Juan 7:38-39).

         El Maestro se pone en pie, alza su voz, —exclamó en alta voz— e invitó a los presentes en la fiesta de los Tabernáculos (Sucot) a venir a él y beber. Luego identificó esa acción con creer en él como está dicho en la Escritura, y recibir en lo más hondo del ser un manantial de agua viva, ríos de agua viva. No me extraña que en alguna ocasión dijeran de él: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre! (Jn.7:46). Una vez más vemos la relación existente entre la fe en Jesús y una operación interior en el corazón del hombre, mediante el Espíritu Santo, relacionándolo con agua viva. La misma vida de Jesús derramada en nuestro interior como agua. Una fusión líquida que transforma al ser humano en otro hombre. Así fue con el mismísimo rey Saúl (1 Sam.10:6). Notemos lo siguiente. Jesús apela a creer en él ya ahora, y recibir más adelante la manifestación de los ríos de agua viva que ya estarían presentes en el creyente, aunque sin la manifestación definitiva. Eso lo dijo pensando en la obra posterior del Espíritu en la vida de aquellos que creían en él. Es decir, primero creer y ser sellados con el Espíritu Santo, hasta llegar al momento cuando se manifestara en plenitud la vida del Espíritu, puesto que aún Jesús no había sido glorificado, y por tanto, el día de Pentecostés y el derramamiento del Espíritu sobre toda carne no había llegado tal como estaba profetizado por Joel. Pensemos. Primero creer en Jesús. Luego recibir las primicias del Espíritu; porque nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu (1 Co.12:3). Es decir, no podemos ser creyentes en Jesús sin tener ya el Espíritu actuando en nosotros. Sin embargo, quedan manifestaciones futuras, desbordamientos de los ríos de agua viva, —su activación—, en aquellos que creían en él, y que tendría lugar a partir de que Jesús fuera glorificado, suceso que aún no se había producido. Fue el mensaje de Pedro el día de Pentecostés. Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís (Hch. 2:33). Por tanto, la vida cristiana tiene, ―sí―, varias experiencias progresivas. La fe en Jesús nos lleva a la activación de los ríos de agua viva en nuestro interior como una obra poderosa y posterior a nuestra conversión.

Los que han creído en Jesús deben llegar a la activación de los ríos de agua viva, mediante el Espíritu Santo, en lo más hondo de su ser.

21 – Otro Consolador

Y yo rogaré al Padre, y El os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre…  (Juan 14:16).

         Los últimos días de Jesús al lado de sus discípulos, antes de ser entregado, fueron muy intensos. Reunió a los suyos para darles las últimas instrucciones. En los capítulos 13 al 17 del evangelio de Juan tenemos los diversos mensajes que el Maestro anunció a los doce. Una buena parte de esos discursos tenían que ver con la obra posterior del Espíritu Santo. Jesús sabía que su tiempo estaba cerca, regresaría al Padre, pero vendría el Ayudador y Consolador para continuar la obra iniciada por él.

Queremos en las siguientes meditaciones pararnos en los mensajes específicos que Jesús hace sobre la obra del Espíritu. Comienza con un ruego al Padre. La venida del Espíritu forma parte de la oración de Jesús. Es su petición. Esto debe llevarnos a comprender la importancia que el Señor le da a la continuación de la obra iniciada por él mismo. Sabe que los discípulos necesitarán la acción del Consolador en ellos, por tanto, es un ruego de Jesús que les sea dado el Espíritu. La obra de Dios es imposible sin el Espíritu de Dios. Jesús inició su ministerio siendo lleno del Espíritu, dependió de él en todo momento, y sabía que la continuidad del mensaje precisaba su acción sobre los apóstoles. En primer lugar lo llama el Consolador, ―paracletos―, en griego, que significa uno llamado al lado de otro para ayudar. Ser enviados a proclamar el evangelio necesita la capacitación del Espíritu, su consolación y ayuda, de lo contrario el hombre no podrá llevarlo a cabo. Además debe estar con ellos para siempre. Predicar el evangelio es entrar de lleno en el reino de las tinieblas y saquearlo. La oposición y persecución será inevitable y muy fuerte; Jesús lo sabía, por ello rogó al Padre para que enviase el Consolador a sus discípulos para que estuviera con ellos para siempre, y pudieran cumplir la misión encomendada. Si no somos capaces de entender esta dependencia vital del Espíritu para realizar la obra, y derivamos en la búsqueda de recursos humanos más que sobrenaturales, pondremos las bases para la derrota. No podemos hacer la obra de Dios sin la ayuda de Dios mediante su Espíritu. Es arrogancia y soberbia pretender hacerlo sin su ayuda. Es autosuficiencia. Pronto habremos levantado un edificio espurio que nada tiene que ver con el reino de Dios.

         Jesús rogó al Padre para que enviase a sus discípulos el Consolador y estuviera con ellos para siempre. Es la única manera de poder realizar la misión encomendada.

22  – El Espíritu de verdad

Y yo rogaré al Padre, y El os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre; es decir, el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce, pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros  (Juan 14:16-18).

         El Consolador también es el Espíritu de verdad. Jesús ya había confrontado la oposición a la verdad revelada a través del diablo mismo y de los hijos de desobediencia, aquellos que se oponen a la verdad, y el Señor les envía un espíritu engañoso para que crean la mentira (2 Tes. 2:10-12). El Maestro había comprobado la oposición tenaz de aquellos que resisten la verdad con toda clase de sutilezas y maniobras, incluso usando argumentos bíblicos para resistir el avance de la verdad de Dios. Jesús comprende que sus discípulos van a necesitar la acción del Espíritu de verdad en ellos para poder hacer frente a las riadas de mentira y vanos argumentos que se levantarán contra el conocimiento de Dios. Por eso pide al Padre que les envíe el Consolador, el Ayudador y Espíritu de verdad. Ese Espíritu de verdad es el Espíritu Santo, a quién los discípulos ya conocen en parte, porque ya moraba con ellos (llevaban tres años viendo su operación a través de Jesús), y estaría en ellos (una acción interior cuando el Espíritu Santo viniera en plenitud el día de Pentecostés, puesto que Jesús aún no había sido glorificado).

Este hecho les permitiría no sentirse huérfanos en un mundo dominado por el engaño y el padre de la mentira (1 Jn.5:19) (Jn.8:44). La obra apostólica no puede llevarse a cabo sin el Espíritu de verdad. Los discípulos ya habían hecho obras mediante la operación del Espíritu Santo: habían echado fuera demonios, sanado a los enfermos, resucitado muertos; pero necesitarían una capacitación mayor para realizar la obra posterior a la exaltación de Jesús a la diestra del Padre, cuando les fuera quitado el Maestro y ellos mismos iniciaran la misión encomendada, y para ello era esencial recibir el Espíritu de verdad y Consolador. En el mundo opera otro espíritu; el príncipe de la potestad del aire que opera en los hijos de desobediencia; huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (Ef.6:12); por ello, no pueden recibir el Espíritu de verdad, ni conocerle, hasta que la proclamación del evangelio, el mensaje de vuestra salvación, traiga la luz necesaria para ser creído, recibido y sean sellados por el Espíritu.

La proclamación del evangelio necesita, de principio a fin, el Espíritu de verdad operando en los discípulos para combatir el predominio de la mentira.

23  – El Espíritu enseña y recuerda

Estas cosas os he dicho estando con vosotros. Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quién el Padre enviará en mi nombre, El os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho (Juan 14:25-26).

         Jesús insiste en la próxima llegada del Consolador y Ayudador. Lo enviará el Padre en su nombre para que enseñe a los suyos y les recuerde la enseñanza de Jesús. Por tanto, tenemos que algunas de las operaciones esenciales del Espíritu de Dios son enseñarnos y recordarnos la verdad que Jesús ha anunciado. Aquí encontramos un principio básico de interpretación y clarificación en los casos de controversia: el Espíritu Santo nunca contradice la enseñanza de Jesús, sino que la recuerda. El Espíritu no trae cosas nuevas, sino las que ya han sido anunciadas por el Hijo de Dios. No hay ninguna posibilidad de contradicción en esto. Dios es Uno, y actúa en perfecta unidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pablo llega a decir en 2 Corintios 3:17 que El Señor es el Espíritu. Son Uno, y Jesús y el Padre son Uno también (Jn. 17: 21). Por tanto, nadie puede decir que habla por el Espíritu y llamar a Jesús anatema, o decir que no se ha manifestado en carne (1 Co.12:3) (1 Jn. 4:2,3). Hay que probar los espíritus para saber si son de Dios.

Los discípulos de Jesús estamos ligados a depender del Espíritu de verdad y su acción en nosotros, de otra manera no podremos anunciar el evangelio de la verdad, sino otros evangelios. La continuidad del mensaje de Dios está unida al Espíritu de verdad y a hombres fieles. Debemos guardar el buen depósito, como Pablo dijo a Timoteo. Pelear la buena batalla de la fe, combatir ardientemente por la fe que ha sido dada una vez a los santos, debemos combatir por la verdad del evangelio, y para ello estamos ligados a una dependencia esencial: el Espíritu de verdad. En algunas ocasiones las verdades del evangelio han sido olvidadas y llegado el momento el Espíritu de Dios las ha vivificado, para que la verdad de Dios olvidada o deformada sea nuevamente liberada por el Espíritu de verdad en boca de hombres fieles, dispuestos a ser testigos de ella ante la oposición mayoritaria, en ocasiones, de las instituciones religiosas. Paradójico, pero muy histórico. La historia de la iglesia está llena de lo que acabo de decir. Hay muchos ejemplos de ello. Ahora bien, no hablo de nuevas revelaciones en boca de iluminados, sino de verdades olvidadas, reveladas en la Escritura, que durante un tiempo son escondidas a los hombres. En ocasiones por generaciones.

         El Espíritu de verdad nos recuerda la verdad que está en Jesús y siempre la confirma, nunca la contradice.

24  – El Espíritu da testimonio de Jesús

Cuando venga el Consolador, a quién yo enviaré del Padre, es decir, el Espíritu de verdad que procede del Padre, El dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio (Juan 15:26-27).

         Vemos una y otra vez como el Señor apela a sus discípulos para que tengan presente la obra futura del Espíritu sobre ellos. Les recuerda en varias ocasiones en el mismo discurso que vendrá el Consolador, enviado del Padre en su nombre, que es el Espíritu de verdad, para que anuncien el evangelio de la verdad. Jesús dijo que el Espíritu les enseñaría y recordaría todo lo que él mismo había dicho; y además daría testimonio de él. Por tanto, no hay lugar a equívocos. El Espíritu Santo reafirma la enseñanza del Maestro y la sella en la vida de aquellos que han de dar testimonio también. El Señor habló a los suyos de una combinación perfecta entre el Espíritu y aquellos que han de anunciar el mensaje, ambos dan testimonio en unidad y dependencia.

El Espíritu de Dios busca hombres fieles, y estos deben someterse a la voluntad del Espíritu para dar testimonio de la verdad. Es el principio de Pablo a Timoteo. Esta comisión te confío, hijo Timoteo, conforme a las profecías que antes se hicieron en cuanto a ti, a fin de que por ellas pelees la buena batalla (1 Tim.1:18). No descuides el don espiritual que está en ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la imposición de manos del presbiterio (1 Tim.4:14). Luego le recuerda que avives el fuego de don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos (2 Tim.1:6). Y también le dice: Guarda, mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros, el tesoro que te ha sido encomendado (2 Tim. 1:14). El Espíritu da testimonio, y aquellos que han sido llamados también. Pablo muestra el proceso que debe seguir la revelación de Dios pasando de generación en generación. Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros (2 Tim.2:2). Este es el modelo de Dios para transmitir la fe a las futuras generaciones. Recordemos una palabra más de Pablo a Timoteo: Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de que avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad (2 Tim.2:15). El Espíritu de Dios no da testimonio de sí mismo; el obrero del Señor tampoco debe hacerlo, sino de aquel que lo compró y le envió para dar testimonio de Jesús. El es el evangelio mismo.

         El Espíritu da testimonio de Jesús y nosotros también debemos hacerlo.

25 – El Espíritu convence de pecado, justicia y juicio

Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando El venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque yo voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado (Juan 16:7-11).

         En todo el discurso de Jesús hay una apelación constante a la obra que realizará el Espíritu Santo una vez que él se haya ido. Lo llama una y otra vez el Consolador, «paracleto», uno llamado al lado de otro para ayudar. Incluso dice que les conviene que él se vaya para dar lugar a la obra del Ayudador. Hasta esos días el Espíritu se había manifestado en diversas ocasiones, especialmente en dirigentes del pueblo de Israel: sacerdotes, profetas y reyes. Ahora Jesús anuncia una obra universal de la acción del Espíritu, en primer lugar sobre los que él ha llamado para anunciar el evangelio, pero además, la obra divina tendrá una dimensión global convenciendo al mundo de pecado, justicia y juicio. Una vez más encontramos que la acción del Espíritu es esencial en la misión evangelizadora. Nosotros damos testimonio de Jesús, anunciamos el mensaje libertador, pero sin el testimonio interno del Espíritu en la persona receptora del evangelio no habrá consecuencias trascendentales. Jesús enviaría el Espíritu con diversas funciones: revelar la verdad, enseñar y recordar sus palabras; ahora incluye convencer al mundo de pecado, justicia y juicio. En primer lugar pecado. Ese pecado tiene que ver con la incredulidad, la negación de que Jesús ha venido en carne para salvar. Fue la obra realizada el día de Pentecostés. Una vez oído el mensaje anunciado por Pedro, los oyentes dijeron: al oír esto, compungidos de corazón, dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: hermanos, ¿qué haremos? La respuesta del apóstol no dejó lugar a dudas: arrepentíos, sed bautizados y recibiréis el don del Espíritu Santo. Fueron convencidos de su pecado.

Si se predica el evangelio y no hay convencimiento de pecado la obra del Espíritu no está en acción. Habrá argumentos humanos, religiosos, emoción, pero sin la obra interna en el corazón del hombre sobre su propia iniquidad, reconociendo haber trasgredido la ley de Dios, no habrá avance del reino. Luego dice de justicia. El Espíritu convence de justicia. ¿Qué justicia? Solo hay una, la de Dios, y se ha manifestado en la persona del Hijo. Somos hechos justicia de Dios en él. Y finalmente de juicio. El juicio venidero al que todos estamos sujetos.

         El Espíritu Santo consuela y convence de pecado revelando a Jesús.

26 – El Espíritu guía a la verdad

Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir (Juan 16:12-13).

         Me fascina la confianza que Jesús muestra en la obra posterior del Espíritu Santo sobre la vida de los discípulos. El Maestro sabe que los suyos no son capaces de absorber, asimilar y digerir todo lo que están viendo y oyendo en boca de su Señor. Incluso sabe que no tienen la capacidad de comprender muchas de las cosas que han sucedido y están por suceder. Por eso le dijo a Pedro en cierta ocasión: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después (Jn.13:7). La verdad está en Jesús. La verdad debe ser revelada progresivamente mediante la obra del Espíritu Santo en la vida de aquellos que aman la verdad. El mismo Pedro en cierta ocasión tuvo que decir: Ahora comprendo que Dios no hace acepción de personas (Hch.10:34). Y más adelante, explicándolo a los que eran de la circuncisión, les dijo así: Entonces me acordé de las palabras del Señor, cuando dijo: Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo (Hch.11:16). ¿Cómo lo supo? El Espíritu Santo le recordó lo que Jesús había dicho. Comprender y recordar las palabras de Jesús es una obra directa del Espíritu sobre sus discípulos. El apóstol Juan escribió: Cuando resucitó de los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto; y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había hablado (Jn.2:22). Aquí se trataba de otro misterio sin resolver en la mente de los apóstoles acerca de la destrucción del templo, hecho en 46 años, y levantado uno nuevo en solo tres días. Los judíos no lo comprendieron, pero los apóstoles tampoco.

El Espíritu no habla por su propia cuenta. No podemos aceptar un supuesto mensaje de algún profeta o maestro diciendo hablar en nombre de Dios si lo que dice no concuerda con las palabras del Maestro. Jesús es la verdad y el Espíritu también es la verdad. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad (1 Jn.5:6). Por tanto, siempre hay acuerdo en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Espíritu de Dios también puede revelar lo que habrá de acontecer en el futuro, no en vano reveló a Juan el Apocalipsis, pero siempre en concordancia con la enseñanza de Jesús y la palabra revelada en la Escritura. Nosotros también debemos confiar en la obra del Espíritu una vez hemos anunciado y proclamado el evangelio.

         El Espíritu, que es la verdad, nos guía a la verdad y no hay mentira en El.

27 – El Espíritu glorifica a Jesús

Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que El toma de lo mío y os lo hará saber  (Juan 16:12-15).

         Hubo un tiempo —y en ciertos contextos denominacionales sigue existiendo— cuando algunos predicadores parecían mostrar en sus mensajes una pugna entre predicar a Jesús o predicar al Espíritu. Como si hubiera alguna rivalidad entre ambos. Craso error. Jesús lo resuelve de un plumazo en su enseñanza a los discípulos: El me glorificará. Antes había dicho que no hablará por su propia cuenta, sino que os mostrará y recordará las palabras que os he hablado. Nunca hemos sido enviados a predicar al Espíritu, sino a Jesucristo, y este crucificado. El Consolador viene para ayudarnos, capacitarnos y dar testimonio juntamente con nosotros, pero nunca para rivalizar con el Hijo de Dios. El Espíritu Santo glorifica a Jesús. Revela a Jesús. Convence de pecado, justicia y juicio para mostrar la salvación obtenida por el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Por tanto,  no puede haber conflicto en esto. Donde la alabanza exalta al rey de gloria, al Hijo de Dios, el Unigénito del Padre, allí está en acción el Espíritu Santo glorificándole. El Espíritu de Dios no atrae la mirada sobre sí mismo, sino sobre Jesús. Ha sido enviado para revelar al Hijo, glorificarle y capacitar a los discípulos para hacer lo mismo. Cuando el énfasis de un predicador recae sobre sí mismo, su potencialidad, su carisma, sus experiencias, se convierte en el mensaje en lugar del mensajero. Grave error.

Dios no comparte su gloria con nadie. Dios es Uno, pero en la predicación del evangelio el punto de mira está focalizado sobre el Hijo, el Substituto, nuestro Redentor y Salvador, aunque sabemos que toda la Trinidad está involucrada en la salvación del hombre. El Padre envía al Hijo, que hace la obra, y el Espíritu Santo revela y sella la verdad en los corazones que creen en Jesús y rinden sus vidas a su Señor. Todo en unidad, sin rivalidades inventadas por mentes retorcidas. El Espíritu de Dios glorifica a Jesús y nosotros debemos hacer lo mismo si andamos en el Espíritu, somos llenos de Él y vivimos por El. Sencillo para los sencillos.

         El Espíritu siempre glorifica a Jesús y no comparte la gloria con predicadores centrados en sí mismos.

28 – Recibid el Espíritu Santo

Jesús entonces les dijo otra vez: Paz a vosotros; como el Padre me ha enviado, así también yo os envío. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo  (Juan 20:21,22).

         Jesús ha muerto; ha sido sepultado y se ha levantado de la muerte. La resurrección ya ha comenzado a ser revelada a los suyos, con ciertas reticencias van comprendiendo algo de lo que ha ocurrido en la ciudad de Jerusalén los últimos días. El Mesías ha resucitado, pero aún no ha sido glorificado a la diestra del Padre. Los siguientes cuarenta días Jesús les va a hablar del reino a los discípulos, las últimas instrucciones antes de partir. En uno de esos cuarenta días, después de haberse manifestado a los suyos, otra vez se presenta ante ellos; en esta ocasión sopla y les dice: Recibid el Espíritu Santo. Interesante escena. Me recuerda la experiencia del profeta Ezequiel en el capítulo 37 de su libro. El Espíritu del Señor le puso en medio de un valle lleno de huesos secos. Luego le dijo que profetizara al espíritu, y el espíritu entró en ellos, y vivieron y se pusieron en pie. Más adelante dice: Pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os pondré en vuestra tierra.

Ahora tenemos a Jesús soplando sobre los apóstoles para que reciban el Espíritu Santo. Sin embargo, el contexto de los acontecimientos nos muestra que no se produjo ninguna experiencia sobre los discípulos, más bien parece que el Señor les está impartiendo la promesa del Padre que deberá manifestarse en unos días. Les transmite la comisión que el Padre le había encomendado. Como el Padre me ha enviado, así también yo os envío. La tradición judía muestra esta verdad en diversos acontecimientos relevantes  de su historia. Lo vemos en la bendición de Jacob a sus doce hijos antes de morir. Lo vemos en la despedida de Moisés y la comisión a Josué. También cuando Elías fue llevado al cielo y transmitió a Eliseo la continuidad de la obra, prefigurada en el manto del profeta de fuego. Jesús dice: Recibid. Como diciendo: tened la disposición de hacerlo, estad preparados para el momento oportuno. Lo anunció en fe, esperando la promesa del Padre, el día cuando llegaría en plenitud el Espíritu. Lo sabemos porque no vemos ninguna manifestación evidente de la obra del Espíritu en ellos, sin  embargo, después de Pentecostés se hizo manifiesto a todo el pueblo que el Padre envió la promesa y los discípulos fueron transformados y capacitados para la obra.

         La obra del Espíritu en los discípulos es un proceso gradual hasta la plenitud, con diversos repartimientos del Espíritu en momentos distintos.

29 – La promesa del Padre

Y he aquí yo enviaré sobre vosotros la promesa de mi Padre; pero vosotros, permaneced en la ciudad hasta que seáis investidos con poder de lo alto [] Y reuniéndolos, les mandó que no salieran de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del Padre: La cual, les dijo, oísteis de mí; pues Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días   (Lucas 24:49 y Hechos 1:4,5).

         Seguimos en el periodo entre la resurrección y la ascensión de Jesús. Fueron cuarenta días en los que el Maestro, por el Espíritu Santo, les dio instrucciones a los apóstoles escogidos. Durante ese tiempo les habló de lo concerniente al reino de Dios, y luego reuniéndolos les mandó que no salieran de la ciudad de Jerusalén hasta que se cumpliera la promesa del Padre. Esta promesa era la venida del Espíritu sobre ellos. En los pasajes que meditamos ahora encontramos algunos detalles que me gustaría resaltar. La promesa del Padre está vinculada estrechamente a la ciudad de Jerusalén. Jesús les encargó rigurosamente que no salieran de la capital de Israel. La mayoría de ellos era de Galilea, incluso Jesús había estado con ellos en esa región después de resucitar (Mateo 28:6,10,16). Pero el énfasis está puesto sobre la ciudad de Jerusalén, donde debía cumplirse el advenimiento de la promesa, es decir, el derramamiento del Espíritu Santo. Era el lugar del templo. Uno nuevo iba a surgir inmediatamente, y todo ello debía tener lugar en la ciudad de David.

Hoy tenemos un conflicto irresoluble por la ciudad de Jerusalén. Para los judíos es su capital innegociable. El pueblo árabe también quiere establecer en ella la capital de un hipotético estado palestino. Ambas cosas son imposibles. Los profetas de Israel han dicho que la venida del Mesías tendrá lugar en la ciudad de Jerusalén. Los ángeles que aparecieron a los apóstoles cuando Jesús fue tomado al cielo dijeron: Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo (Hch.1:11). Está escrito que pisará el monte de los olivos cuando regrese (Zacarías 14:3,4). Tal vez ahora podemos comprender algo más la naturaleza  del conflicto que vivimos en Oriente Medio. La promesa del Padre está vinculada a la ciudad de Jerusalén; además incluye ser investidos de poder de lo alto, o dicho de otra forma, bautizados (sumergidos) con el Espíritu Santo.

         La obediencia de los apóstoles los condujo a permanecer en la ciudad de Jerusalén para ser investidos, o bautizados, con poder y realizar la obra encomendada. Todo ello era la promesa del Padre.

30 – Poder para ser testigos/mártires

Entonces los que estaban reunidos, le preguntaban, diciendo: Señor, ¿restaurarás en este tiempo el reino a Israel? Y El les dijo: No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con su propia autoridad; pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra   (Hechos 1:6-8).

         La obra de Dios no puede ser hecha a través del potencial humano. ¿Qué es el hombre? Jesús necesitó la potencia del Espíritu para realizar la voluntad de Dios; ahora les recuerda a los suyos que no es posible hacerlo sin la intervención de la promesa del Padre. Los apóstoles seguían elucubrando sobre la posibilidad de que en poco tiempo se manifestara el reino de Dios entre ellos. Su mente judía y práctica les llevó una vez más a esperar una manifestación distinta a la que el Padre tenía pensada. Hasta ese punto y hasta el último momento (estamos en los instantes anteriores a la ascensión de Jesús al cielo) los encargados de la continuidad de la obra de Jesús no comprendían realmente la naturaleza de los acontecimientos que se acababan de producir en Jerusalén. El Maestro orienta sus pensamientos en otra dirección.

Hay tiempos y épocas fijadas por el Padre que corresponden a su autoridad no a la nuestra. Pero debemos saber lo que nos corresponde hacer a nosotros. Jesús les dice: a vosotros os toca recibir el poder del Espíritu Santo para ser testigos, es decir, mártires. ¡Hasta ese punto se daba cuenta el Señor del conflicto que significaría predicar el evangelio! Los apóstoles necesitaban el potencial del Espíritu para ser testigos no para alardear de unción. Tampoco para exhibir dominio. No. Para poder dar testimonio del evangelio de Jesús poniendo sus vidas en riesgo hasta la muerte. Poco después tendrían ocasión de vivirlo in situ. Ambas cosas van juntas: el poder del Espíritu y la exposición a la muerte. ¡Qué lejos estamos hoy de entender lo que significa anunciar el reino! Hemos convertido el recibimiento del poder del Espíritu en una especie de experiencia para iniciados, una exclusiva para ciertas denominaciones solamente, una práctica extravagante para el entretenimiento y la curiosidad de las masas reunidas para exhibirse a sí mismas. No. No es eso. Dudo que esas manifestaciones tengan algo que ver con las palabras de Jesús a los que debían ser testigos —mártires— en la ciudad de Jerusalén, en toda Judea, Samaria y hasta los confines de la tierra.

         El poder del Espíritu está vinculado a ser testigos y mártires de Jesús.

LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Capítulo 2 – En la vida de Jesús

La vida en el Espíritu - MeditacionesCapítulo 2 – EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DE JESÚS

Capítulo DOS

 EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DE JESÚS

Continuamos ahora con un recorrido inicial en los Evangelios para ver la obra del Espíritu en la vida de Jesús. Todo el nacimiento del Hijo de Dios estuvo rodeado de la obra del Espíritu Santo. Desde su nacimiento virginal a su capacitación para la obra a la que había sido enviado, pasando por su tiempo de prueba en el desierto, y regresando luego en el poder del Espíritu.

  1. La concepción por el Espíritu (Lc.1:34-35)
  2. Movidos por el Espíritu (Lc.2:25-27)
  3. Jesús capacitado por el Espíritu (Lc.3:21-23)
  4. Llevado por el Espíritu al desierto (Lc.4:1,2)
  5. Regresando en el poder del Espíritu (Lc.4:13-15)
  6. El Espíritu para anunciar el evangelio (Lc.4:16-18)
  7. El tropiezo del vínculo familiar (Lc.4:22)

11 – La concepción por el Espíritu

Y el ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús […] Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que soy virgen? Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo Niño que nacerá será llamado Hijo de Dios  (Lucas 1:34-35).

         La concepción del Hijo de Dios en el vientre de una joven judía, conforme a lo anunciado por los profetas de Israel, fue mediante la intervención directa del Espíritu de Dios. María recibió la visita especial de un ángel con un anuncio único en la historia de la humanidad. La joven razonó —una vez oído el mensaje de Dios— cómo sería posible semejante suceso en su cuerpo si no había conocido varón. Estamos ante la excepcionalidad de la concepción del único Hombre que ha nacido en esta tierra sin conexión con el pecado heredado de Adán. Y para ello no podía haber intervención humana, sino una acción directa del cielo mediante el Espíritu Santo. Jesús fue concebido en el vientre de María a través de una obra milagrosa y sobrenatural producida por el Espíritu de Dios. La salvación de Israel, y todas las naciones, necesitaba esta intervención única. Desde el principio es obra de Dios. Se necesitaba el vaso, el recipiente que «incubaría» la simiente de Abraham, nacida por el Espíritu para llevar a cabo la salvación a todas las naciones.

María comprendió que concebir en su seno sin haber conocido varón era un acto imposible, por ello el ángel le dio la respuesta: El Espíritu Santo vendrá sobre ti. La joven hebrea, instruida en las Escrituras judías, comprendió rápidamente que la acción del Espíritu de Dios ya se había producido en muchas ocasiones en la historia de Israel. El Espíritu vino sobre Moisés y los setenta ancianos; vino sobre Josué; actúo sobre los jueces de Israel y los profetas; por tanto, María comprendió que estaba ante un acto de la Providencia actuando sobre la vida de los hombres, en este caso, sobre ella misma. Y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. María dijo: hágase conmigo conforme a tu palabra, y la obra de redención fue activada en el tiempo señalado por el Padre. La encarnación del Hijo de Dios estaba en marcha. Todo el proceso necesitaba la operación del Espíritu Santo. También en el nuevo nacimiento necesitamos la acción imprescindible del Espíritu para concebir la vida de Dios.

         La concepción de la vida de Dios necesita la acción del Espíritu para producir una clase de vida nueva alejada del pecado.

12 – Movidos por el Espíritu

Y había en Jerusalén un hombre que se llamaba Simeón; y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y por el Espíritu Santo se le había revelado que no vería la muerte sin antes ver al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu fue al templo… (Lucas 2:25-27).

         Todo el proceso de salvación está impregnado de la acción del Espíritu Santo. Jesús fue concebido en el vientre de María por el Espíritu. Nació en Belén, según el Espíritu había anunciado por medio del profeta Miqueas. Los padres del niño cumplieron con la ley de Moisés llevándole al templo para circuncidarle al octavo día. Mientras cumplían con el ritual, el Espíritu se movió en la vida de un hombre justo y piadoso que esperaba la consolación de Israel. Simeón fue movido por el Espíritu en ese preciso momento para ir al templo, se le había revelado que no vería la muerte hasta ver aparecer al Mesías prometido a Israel, la esperanza de Israel, la promesa hecha a los padres. Al ver al niño, supo por el Espíritu que era el salvador del mundo. Lo tomó en sus manos y lo bendijo, diciendo: Ahora, Señor, permite que tu siervo se vaya en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz de revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel (Lucas 2:28-32). En el mismo momento y tiempo, estaba allí una mujer, llamada Ana, que no necesitaba ser movida por el Espíritu para ir al templo porque nunca se alejaba del templo, sirviendo noche y día con ayunos y oraciones. Y llegando ella en ese preciso momento, daba gracias a Dios, y hablaba de Él a todos los que esperaban la redención en Jerusalén (Lucas 2:38).

El Espíritu de Dios actúa y se mueve de diversas formas pero en una misma dirección. Dios usa a diferentes personas con distintos dones y funciones, pero siempre en la dirección que ha sido trazada por el Espíritu, para llevar adelante su plan de redención y consolación a todas las naciones. La vida cristiana está ligada desde su origen a la obra del Espíritu Santo. Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu. Todos los que son guiados por el Espíritu, esos son hijos de Dios. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de donde viene, ni a donde va, así es todo aquel que nace del Espíritu de Dios.

         El movimiento del Espíritu en nosotros puede ser de una forma especial o en la vida cotidiana. Actúa en Simeón y en Ana, pero el mensaje es siempre el mismo y está centrado en la encarnación del Hijo de Dios.

13 – Jesús capacitado por el Espíritu

Y aconteció que cuando todo el pueblo era bautizado, Jesús también fue bautizado: Y mientras El oraba, el cielo se abrió, y el Espíritu Santo descendió sobre El en forma corporal, como una paloma, y vino una voz del cielo, que decía: Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido. Y cuando comenzó su ministerio, Jesús mismo tenía unos treinta años… (Lucas 3:21-23).

         La concepción de Jesús en el vientre de María fue una intervención sobrenatural del Espíritu sobre ella. Siguió la confirmación de ser el Mesías mediante el testimonio de muchos testigos, entre ellos, Simeón, que movido por el Espíritu fue al templo; y Ana, que siempre estaba en el templo, por lo que el día que Jesús fue presentado ella estaba allí. Ahora tenemos el inicio del ministerio de Jesús a los treinta años, sellado por el testimonio del Espíritu sobre su vida y capacitándole para la obra que debía realizar. Jesús fue bautizado por Juan, hijo de Zacarías y Elisabeth, y una voz del cielo dio testimonio de que El era el Hijo amado a quién debían oír. Vemos que en todo el proceso de la encarnación y la manifestación de Jesús a Israel está presente el Espíritu Santo sellando cada suceso con la aprobación divina. El mismísimo Hijo de Dios necesitó la acción del Espíritu sobre su vida para poder desarrollar su misión. ¿Cuánto más los llamados de Dios necesitaremos el Espíritu en nosotros para cumplir con la tarea encomendada?

Jesús fue ungido con el Espíritu —nos dice el autor de Hebreos— porque amó la justicia y aborreció la iniquidad, por ello le ungió el Señor con óleo de alegría más que a sus compañeros (Hebreos 1:9). El profeta Isaías había profetizado de Jesús lo siguiente: El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor para traer buenas nuevas a los afligidos; me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros; para proclamar el año favorable del Señor… (Isaías 61:1-3). Y el apóstol Pedro les dijo a los gentiles reunidos en casa de Cornelio: Vosotros sabéis cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, el cuál anduvo haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con El (Hechos 10:38).

Si analizamos la vida de Jesús en la tierra veremos que vivió en una dependencia absoluta del Padre y de la obra del Espíritu Santo en él. Luego enseñaría lo mismo a los suyos. Lo iremos viendo.

         Necesitamos reconocer y recibir la obra capacitadora del Espíritu para vivir la vida cristiana sirviendo a Dios y al prójimo.

14  – Llevado por el Espíritu en el desierto

Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu en el desierto por cuarenta días, siendo tentado por el diablo…  (Lucas 4:1,2).

         ¡El desierto! Un lugar que entierra a sus moradores. Ardiente sol por el día y frío aterrador por la noche. Un lugar de contrastes. Lo identificamos generalmente con la soledad y el alejamiento de los grandes proyectos humanos. Usamos la expresión «travesía por el desierto» para referirnos a un tiempo doloroso, alejados del verdadero sentido de la vida. Sin embargo, en la Biblia el desierto también es identificado con un lugar de encuentro, encuentro con Dios y con nosotros mismos. Los israelitas se encontraron con Dios en el monte Sinaí, rodeados de un ancho desierto, además de descubrir la inmensa insatisfacción que anidaban en su interior, confrontando su verdadera naturaleza de pecado y desobediencia.

Los profetas vivieron la experiencia del desierto con una diversidad de circunstancias. Juan el Bautista vivió en estos parajes hasta el tiempo de ser manifestado a Israel. En el texto que meditamos nos encontramos a Jesús llevado por el Espíritu al desierto (versión RV60) o en el desierto (LBLA). ¿Cómo es posible que el Espíritu de Dios nos lleve al desierto? Ese lugar depura nuestras almas; así fue para Moisés después de huir de Egipto y ser «enterrado» durante cuarenta años en el desierto de la región de Madián. El joven David, ungido rey por Samuel, fue empujado al desierto y las cuevas para huir de Saúl que lo quería matar. José fue entregado por sus hermanos a un desierto de envidia y aflicción, pero Dios estaba con él en medio de la soledad y las injusticias recibidas de sus hermanos.

Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu, y pasados cuarenta días de ayuno fue tentado por el diablo. Por su parte Felipe fue sacado de un gran «avivamiento» en Samaria, para encontrarse en el desierto con un eunuco, oficial de la reina de los etíopes. ¡Incomprensible! Jesús, después de la experiencia de ser bautizado por Juan y oírse el testimonio inequívoco del Padre anunciando su complacencia en El, fue llevado por el mismo Espíritu al desierto. Hoy no queremos oír hablar de desiertos, sino de grandes luminosos anunciando nuestro nombre. Identificamos desierto con maldición y pobreza; mientras Jesús fue llevado a ese lugar siendo tentado para salir fortalecido y cumplir el plan de Dios. La secuencia es esta: llamamiento, confirmación, llenura del Espíritu, desierto, tentaciones y regreso en el poder del Espíritu.

         El Espíritu nos puede llevar al desierto a superar las pruebas necesarias que nos capaciten para realizar la tarea encomendada.

15 – Regresando en el poder del Espíritu

Cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se alejó de El esperando un tiempo oportuno. Jesús regresó a Galilea en el poder del Espíritu, y las nuevas acerca de Él se divulgaron por toda aquella comarca. Y enseñaba en sus sinagogas, siendo alabado por todos   (Lucas 4:13-15).

         No podemos olvidar que Jesús se hizo hombre. Era el Hijo del Hombre. Vivió, aprendió, padeció y fue tentado como hombre, en todo, según nuestra semejanza, pero sin pecado. Por tanto, el desierto que acababa de experimentar había sido una prueba dura para él. El momento de máxima debilidad en su cuerpo fue aprovechado por el diablo para tentarle y tratar de torcer su camino desestabilizándole y orientando su vida en la autoafirmación alejada de la voluntad de Dios. El diablo acabó toda tentación de la que era capaz en esas condiciones. Lo intentó de múltiples formas, pero fracasó. Entonces cambió de estrategia, espero un momento más oportuno para seguir con el mismo propósito: desviar a Jesús de la voluntad del Padre orientando su mirada hacia sí mismo y sus necesidades. Jesús derrotó al diablo y salió fortalecido de la prueba. Volvió en el poder del Espíritu para iniciar su andadura por los pueblos y ciudades de Israel anunciando el evangelio del Reino.

Esa victoria de Jesús sobre el tentador fue conocida por las multitudes que levantaron alabanzas a su persona. Otro tipo de tentación. Las nuevas acerca de Él se divulgaron por toda aquella comarca, enseñaba en las sinagogas y era alabado por todos. Si el diablo no puede conseguir su propósito humillándote lo hará alabándote. Si la tentación se orienta hacia el desierto y la resistes, volverás a ser tentado, en este caso mediante las alabanzas de multitudes que afligirán tu alma con afectos difíciles de resistir.

A menudo comenzamos bien el desarrollo de nuestro llamamiento. Los primeros días y meses avanzan con rapidez llevando fruto y recibiendo halagos por nuestro crecimiento evidente. Sin embargo, en esos inicios podemos también hacer concesiones a las multitudes que hipotecarán nuestro desarrollo por el reconocimiento humano. Jesús venció toda tentación al inicio de su ministerio, lo hizo durante todo el recorrido y alcanzó la meta al final de su vida con esta oración: Padre, te he glorificado en la tierra y he acabado la obra que me diste que hiciera (Juan 17:4).

         Ser llevado por el Espíritu al desierto, vencer toda tentación y regresar en el poder del Espíritu es una secuencia habitual del llamamiento.

16  – El Espíritu para anunciar el evangelio

Llegó a Nazaret. Donde se había criado, y según su costumbre, entró en la sinagoga el día de reposo, y se levantó a leer. Le dieron el libro del profeta Isaías, y abriendo el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio (Lucas 4:16-18).

         Una vez salido del desierto, vencida toda tentación, y lleno del Espíritu, Jesús se encaminó al norte de Israel, a la región de Galilea, llegando al pueblo donde se había criado: Nazaret, aunque se había establecido en Capernaún, donde al parecer tenía una casa (Mr.9:33). En esta ciudad ya había iniciado su ministerio haciendo milagros y predicando (Lc.4:23). Por tanto, le precedía la fama y muchos hablaban bien de él esperando verle hacer los mismos milagros en Nazaret.

El pasaje de Lucas 4 es muy rico en detalles. Fue a Nazaret, donde se había criado, y según la costumbre que tenía, entró en la sinagoga el día de reposo. Estando allí se levantó a leer, le ofrecieron el libro del profeta Isaías, y Jesús lo abrió deliberadamente por el capítulo 61. Una vez leído el pasaje cerró el libro, lo devolvió al asistente y se sentó. Los ojos de todos estaban fijos en él esperando alguna reacción o comentario. La expectativa era máxima. La rutina habitual de la sinagoga iba a romperse de un momento a otro, se palpaba en el ambiente. Entonces Jesús se identificó con el mensaje del profeta que acababa de leer y dijo: Hoy se ha cumplido esta Escritura que habéis oído. La lectura rutinaria de un día de reposo habitual en la tradición judía dio un giro inesperado. Jesús vivifica la palabra profética. Se identifica con ella. Anuncia su cumplimiento. El Maestro ha unificado la palabra revelada con el Espíritu que la vivifica. Contiene el evangelio anunciado por los profetas (1 Pedro 1:10-12) y manifestado ahora en la persona del Mesías.

Jesús fue lleno del Espíritu para anunciar el evangelio. El evangelio es la buena nueva para los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos. Es el anuncio del jubileo, el año de gracia, el día del favor de Dios para Israel y todas las naciones. El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio (Mr.1:14-15). Jesús fue lleno del Espíritu para predicar el evangelio, y lo hizo fundamentado en la palabra profética más segura. La respuesta inicial de sus conciudadanos fue positiva, pero pronto cambiarían de parecer…

Buscar la llenura del Espíritu no puede tener otro objetivo que anunciar el evangelio y hacerlo según las Escrituras.

17  – El tropiezo del vínculo familiar

Y todos hablaban bien de él y se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José?  (Lucas 4:22).

         Jesús estaba lleno del Espíritu de Dios pero sus vecinos comenzaron a verle en su ámbito natural y familiar. El barro se opone a la revelación. Nuestra naturaleza humana tiene un arraigo cultural, social y familiar que en muchas ocasiones se levanta como piedra de tropiezo en nuestro deseo de anunciar el evangelio a los nuestros. Podemos estar llenos del Espíritu y demostrarlo con sabiduría y obras evidentes de nuestra transformación, pero los vecinos y familiares pronto activarán sus razonamientos humanos para recordar nuestra trayectoria natural.

Los vecinos de Nazaret, que estaban impresionados de Jesús, comenzaron a alabarle y reconocer que de su boca salían palabras llenas de gracia; pronto activaron su lógica natural para minimizar y rebajar la vida del Espíritu al nivel de sus propias limitaciones. Lo hicieron recordando a la familia carnal de Jesús. Abandonaron pronto la identidad del Jesús Mesías por el de uno de sus ciudadanos. José era su padre, y éste no tenía nada de especial, ¿por qué lo iba a tener uno de sus hijos? El Maestro lo percibió, conocía sus pensamientos y les reconoce que no hay ningún profeta que sea bien recibido en su propia tierra. Luego les recuerda dos episodios bíblicos de los días de Elías y Eliseo en los que las personas que fueron bendecidas por los profetas no eran del pueblo de Israel: la viuda de Sarepta de Sidón, y Naamán el sirio. Los vecinos de Nazaret lo interpretaron como una afrenta y provocación a su exclusividad como pueblo escogido, por lo que sus ánimos fueron transformados completamente. Dieron un giro de ciento ochenta grados. Los mismos que le habían alabado hacía un momento, ahora se llenaron de ira y quisieron arrojarle por la cumbre del monte para despeñarle. Andar lleno del Espíritu puede conducirnos a experiencias similares.

Paradójicamente, los familiares y conocidos suelen ser nuestros primeros adversarios cuando nacemos de nuevo. La vida en el Espíritu parece ser una provocación para quienes viven en la carne. El diablo traerá el recuerdo de  nuestro pasado familiar tratando de robar la nueva vida del Espíritu. Si a ello le añadimos errores propios del inicio de la vida cristiana, la duda se puede convertir en un arma mortífera en nuestro desarrollo espiritual. Jesús aceptó la oposición de sus vecinos «y pasando por en medio de ellos, se fue…».

         La vida en el Espíritu se pone a prueba siempre en primer lugar en nuestro ámbito familiar y social. Vencerla nos llevará a la madurez de la fe.

LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Capítulo 1 – Introducción al tema

La vida en el Espíritu - Meditaciones

La vida en el Espíritu

Capítulo 1 – INTRODUCCIÓN AL TEMA

         Al inicio de este tema veremos una introducción general, comenzando por los textos que aparecen en el capítulo 8 de la epístola a los Romanos, que viene a ser la continuidad de la serie anterior: «la lucha interior».

         Luego meditaremos en algunos textos base de la carta a los Gálatas y los Efesios. Son diez meditaciones iniciales para adentrarnos poco a poco en la inmensidad de un tema siempre inacabado como es la vida en el Espíritu.

  1. Introducción
  2. Un nuevo estado y régimen (Ro.8:1,2)
  3. Dos estados opuestos (Ro.8:5-8)
  4. Conciencia de estado (Ro.8:9,11)
  5. Guiados como hijos y herederos (Ro.14-17)
  6. Las primicias del Espíritu (Ro.8:23)
  7. El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad (Ro.8:26,27)
  8. La promesa del Espíritu mediante la fe (Gá.3:13-14)
  9. Sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Ef.1:13)
  10. Las arras de nuestra herencia (Ef.1:13-14)

1 – Introducción

Por consiguiente, no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte  (Romanos 8:1,2).

         Después de un extenso recorrido sobre «la lucha interior», queremos adentrarnos ahora en lo que debe ser  —como diría un autor chino de gran prestigio— la vida cristiana normal. Aunque en la vida cristiana es normal tener luchas y conflictos, también debe ser normal vivir en el Espíritu y no satisfacer los deseos y pasiones de la carne. En esta nueva serie queremos hacer un recorrido por los misterios del Espíritu, siempre difíciles para el hombre natural, y entrar, con la ayuda del mismo Espíritu de revelación, en un terreno nunca explorado en su totalidad. Como diría el apóstol de los gentiles «Y para estas cosas ¿quién es suficiente?» (2 Co.2:16). Por supuesto que no soy un «experto» en la vida del Espíritu. Hay demasiadas profundidades en este océano como para pretender sondear siquiera un atisbo de la inmensidad de Dios, que es Espíritu. Seguiremos con el mismo método de meditación, es decir, tomaremos un texto sobre el que podamos reflexionar, y lo haremos siempre desde la perspectiva de la realidad del hombre, en este caso, el hombre espiritual, el nacido de nuevo, el regenerado, que ya ha degustado el don celestial, que tiene las primicias del Espíritu y anhela avanzar hacia la plenitud de Dios.

En el texto con el que hemos iniciado nuestra andadura encontramos varias cosas relevantes. Lo primero que quiero resaltar es que los que son de Dios, tienen un nuevo estado, están, —estamos—, en Cristo. Y los que están en Cristo no viven bajo la losa de condenación. No hay condenación para los que están en Cristo. Y este estado tiene una nueva forma de vivir, no andan conforme a los designios de la carne, sino que viven según el régimen nuevo del Espíritu. Estamos en otro reino. Tenemos otro espíritu, renovado, renacido, sobre el que ha venido a morar el Espíritu de Dios. Ahora debemos aprender a andar en la nueva situación, con el modelo que presenta la nueva vida recibida, los nuevos sentidos espirituales que nos conectan con el reino de Dios, la eternidad, los poderes del siglo venidero. En definitiva, el nuevo traje diseñado para alcanzar, un día, la ciudad celestial, donde no puede entrar carne ni sangre. Una nueva ley del Espíritu de vida en Cristo ha comenzado a operar en nosotros, libertándonos de la ley que nos había tenido esclavizados al pecado.

         La vida en el Espíritu es el nuevo hábitat para el hombre renacido

2 – Un nuevo estado y régimen

Por consiguiente, no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte  (Romanos 8:1,2).

         Quisiera ahondar en estos dos versículos que me parecen un canto celestial. La condenación es para los que no están en Cristo, los que viven alejados de la ciudadanía de Israel, ajenos a los pactos y las promesas, sin esperanza y sin dios en el mundo; que están muertos en delitos y pecados, ajenos a la vida de Dios. Ese es el estado de condenación, pero para los que están en Cristo hay una nueva situación, un nuevo régimen, una nueva realidad espiritual que se manifiesta en la tierra pero que tiene un alcance trascendente. Vivir sin el peso de la condenación eterna es una dimensión de vida que ninguna circunstancia terrenal puede superar. Ese estado de no condenación es porque el hijo de Dios ha sido colocado en Cristo. Si alguno está en Cristo(2 Co.5:17). Más por obra suya estáis vosotros en Cristo (1 Co.1:30). Hemos sido librados del dominio de las tinieblas y trasladados al reino de su Hijo amado (Col.1:13). A esto llamamos redención y salvación. Y este nuevo hombre vive de una nueva forma, no en las obras de la carne, que han venido a ser el equivalente de los amalecitas para el pueblo de Israel, sino que anda conforme a la vida del Espíritu. Una nueva ley de vida y no de muerte ha sido colocada en lo hondo de su ser, para andar en novedad de vida, alejado de su antiguo proceder en el pecado. Hemos estrenado un nuevo régimen. Hemos salido de una dictadura opresiva, para servir bajo un nuevo régimen del Espíritu de libertad (Ro.7:6). Hemos recibido el Espíritu de adopción por el cual clamamos: ¡Abba Padre! Para no andar mas en el temor de hombres, sino bajo el temor de Dios. Hemos sido comprados por la sangre de Jesús. No somos nuestros. Somos de Dios. No debemos permitir que nos hagan esclavos de nuevo. Esa fue la batalla de Pablo con los gálatas. El apóstol no estuvo dispuesto a hacer concesiones para regresar al estado anterior de la letra, el viejo régimen de las obras, sino que peleó ardientemente por la fe dada una vez a los santos. Todos los sistemas religiosos están diseñados para hacernos volver a la esclavitud, haciéndonos regresar a los antiguos parámetros de opresión y dominio. Pero la ley del Espíritu de vida en Cristo, nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Libertad, no para andar en la carne, sino para servirnos los unos a los otros (Gá. 5:13).

         Un nuevo régimen de libertad del pecado gobierna ahora nuestras vidas.

3 – Dos estados opuestos

Porque los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu… la mente puesta en la carne es muerte… la mente puesta en el Espíritu es vida y paz… la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios  (Romanos 8:5-8).

         El apóstol está confrontando los dos estados de la persona: los que viven y ponen su mente en las cosas de la carne, y aquellos que viven bajo el régimen del Espíritu poniendo sus pensamientos bajo el dominio del Espíritu de Dios. El estado de la persona que vive bajo los designios de su mente carnal produce muerte. Por su parte el que vive en el Espíritu disfruta de vida y paz. La mente puesta en los pensamientos carnales se opone a Dios, no guarda su ley, ni siquiera puede hacerlo, y no puede agradar a Dios. El concepto «carne» tiene que ver con el hombre no renacido. Aquel que vive por sus propias capacidades, opuesto a Dios, que se dirige por sus propios designios y capacidades intelectuales, vive bajo su propia potencialidad, ajeno a la vida de Dios, solo piensa en lo terrenal, cuyo dios es su vientre, está orientado hacia sus propias pasiones y deleites, sin vida trascendente, solo material. Jesús le dijo a un buen representante de lo que estamos diciendo: Necio, hoy vienen  a pedir tu alma, y lo que has provisto ¿de quién será? Fue la respuesta a un hombre que solo atesoró para una vida terrenal, sin proyección eterna.

Por su parte, el estado de aquellos que han entrado en el régimen del Espíritu, viven, piensan y actúan guiados por una nueva ley en sus corazones, la ley del Espíritu de vida en Cristo. Es el nuevo pacto. Escribiré mi ley en sus corazones, y no tendrán un corazón de piedra, sino que les daré un corazón de carne. Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Su fundamento es la autosuficiencia, el orgullo humano, se burlan de la ley de Dios porque no pueden cumplirla, todos sus pensamientos están orientados hacia sí mismos. El hombre que agrada a Dios confía en Dios. Tiene fe y dependencia del Hacedor de todas las cosas. Sin fe es imposible agradar a Dios. La fe le agrada y por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Hoy la fe ha venido a ser un signo de debilidad, debilidad para el hombre carnal, pero para el que vive en el Espíritu vida y paz.

         El hombre lucha por un régimen de libertades políticas y sociales, está bien, pero hay un régimen superior, el del Espíritu, que nos da vida y paz.

4 – Conciencia de estado

Sin embargo, vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de El… Pero si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros  (Romanos 8:9,11).

         Nuestra sociedad politizada habla a menudo de Estado del bienestar, régimen de libertades, un Estado centralista o descentralizado. El Estado viene a ser la realidad de una nación con sus leyes, territorio, cultura, historia, lenguas y costumbres, incluso la religión, aunque vivimos en tiempo de los estados laicos y modernos. Todo ello nos indica la importancia que tiene el estado de una nación, sí, también tenemos el debate sobre el estado de la nación. El Estado nos da garantías de protección, conciencia de pueblo, identidad, tiene sus propios símbolos que identifican a todos sus ciudadanos, aunque en el caso de España vivamos tiempos convulsos en este sentido, y algunos no respetan ni las señas de identidad de un pueblo: la bandera, el himno, su historia y cultura, el idioma, y hacen todo lo posible para destruirlo ¿con qué fin? derribar un Estado para formar otro que se ajuste más a sus deseos. Cuando un pueblo no tiene conciencia de Estado, de nación conjunta, de leyes a las que someterse, creará otras para hacer lo que mejor le parezca.

El hombre renacido debe saber, tener conciencia de su estado. Ahora no está en la carne, sino en el Espíritu. Ha nacido del Espíritu para pertenecer a un nuevo estado o régimen del Espíritu, a un nuevo pueblo con sus leyes. Sin esta conciencia de pertenencia es fácil cambiar de estado y regresar al anterior, al estado del hombre carnal que siempre merodea alrededor como lo vimos en el caso de los edomitas y amalecitas.

La realidad del Espíritu de Dios en nosotros nos da la certeza de pertenecer a Jesús, por tanto, a otro reino, el reino de Dios. Esa verdad firme en el corazón nos llevará a una nueva forma de vida conforme al Espíritu. Ese Espíritu fue el que resucitó a Jesús de los muertos, y que actuará también sobre nuestros cuerpos mortales para vivificarlo y transformarlo a su imagen. El Espíritu de Dios en nosotros nos da conciencia de vivir en un nuevo régimen, pertenecer a un nuevo estado de hijos redimidos, y formar una nación santa para manifestar el carácter de aquel que nos amó.

         Estamos en el Espíritu, por tanto, vivimos y andamos por el Espíritu.

5 – Guiados como hijos y herederos

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos  (Romanos 8:14-17).

         La vida cristiana parece en ocasiones un conglomerado de complejidades y misterios, pero cuando leemos la Escritura, meditamos en las enseñanzas de los apóstoles, y vivimos la sencillez del evangelio, vemos que todo es más «normal» de lo que parece. Pablo dice algo tan sencillo como esto: sin el Espíritu de Dios no podemos ser hijos de Dios, pero si somos guiados por el Espíritu somos hijos de Dios. Dice el dicho popular: «de tal palo, tal astilla, y de tal padre, tal hijo». Un cristiano es un hijo de Dios. Ha nacido de Dios, engendrado por el Espíritu y la palabra de verdad, mediante el arrepentimiento y la fe en Jesús. Por tanto, sellados con el Espíritu Santo para ser guiados en toda nuestra manera de vivir. Esto simplifica la vida del creyente a ser guiado por Dios desde su interior, donde hemos recibido el Espíritu de Dios que ahora se ha fusionado con nuestro espíritu. Desde nuestro interior nos dirige, nos da testimonio, orienta  nuestra conciencia, para que nuestros pensamientos sean renovados mediante la palabra de Dios, y podamos conocer su voluntad y vivirla de forma «natural» dentro del estado sobrenatural que significa la nueva creación.

Esta verdad neutraliza el espíritu de esclavitud —aquel que teníamos antes de la redención y que nos esclavizaba mediante el pecado— produciendo temor y atenazándonos para impedir nuestra libertad. Ahora, en el régimen nuevo del Espíritu, hemos recibido un nuevo espíritu de adopción que nos da la libertad de clamar ¡Abba Padre! Una nueva relación ha surgido. Una nueva filiación. Ya no somos extranjeros, ni peregrinos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Injertados en los pactos y promesas dadas a Israel y que nos llegan mediante la redención en Cristo. Todo un plan divinamente orquestado para vivir en nuevo estado de hijos y herederos. Estas verdades deben producir en nosotros una dimensión de vida liberada que honra a Dios, le sirve, le glorifica y nos sujeta los unos a los otros en amor.

         El Espíritu de Dios nos guía como hijos y herederos, nos libra del temor, nos ayuda a clamar: ¡Abba Padre! y vuelve a confirmar nuestra filiación de hijos.

6  – Las primicias del Espíritu

Y no solo ella [la creación], sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo  (Romanos 8:23).

         Al final del capítulo siete de la carta a los romanos el apóstol Pablo expresó un grito de desesperación: ¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? En el texto que queremos meditar ahora se nos dice que el cuerpo espera ansiosamente el día de la redención, la redención de nuestro cuerpo. Un día cuando las limitaciones impuestas a nuestra realidad física y las leyes que operan en contra de la libertad gloriosa de los hijos de Dios serán finalmente derrotadas para que experimentemos una liberación definitiva que aún no hemos vivido. Mientras tanto, se nos dice que hemos recibido las primicias del Espíritu, los primeros frutos de una cosecha futura y definitiva.

El Espíritu de Dios nos ha sido dado y opera múltiples funciones en la vida del discípulo de Jesús. Una de ellas es la de manifestar los primeros frutos de la vida eterna a la que Dios nos ha destinado. Tenemos las primicias del Espíritu. Gustamos el don celestial. Participamos de la naturaleza divina. Percibimos en nuestro interior la realidad del reino de Dios. Degustamos los poderes del siglo venidero. Vemos la realidad inicial de una vida indestructible, inmortal, y que nos da una dimensión nueva a nuestra vida terrenal. Ante esa realidad interior, brota un gemido por alcanzar el resultado final de nuestra adopción como hijos y la redención de nuestros cuerpos mortales. Surge el contraste entre el presente siglo malo, y la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. El Espíritu de Dios en nosotros nos une con la eternidad perdida, con la vida que perdimos en Adán y nos enlaza con el anhelo del retorno al paraíso perdido. La vida espiritual necesita crecer, desarrollarse, madurar, para que los sentidos espirituales sean ejercitados en el discernimiento del bien y del mal, y especialmente degustemos el árbol de la vida, la vida de Dios, aquella que vino con Jesús, porque en él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La misma creación está esperando y gimiendo para que llegue el día de la redención final, siendo liberada de la esclavitud de corrupción —que entró por el pecado del hombre— a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Toda una obra de reconciliación de todas las cosas y plenitud final.

         Tenemos las primicias del Espíritu para conectar con la realidad eterna de la vida de Dios en nosotros.

7 – El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad

Y de la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; porque no sabemos orar como deberíamos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles; y aquel que escudriña los corazones sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque El intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios  (Romanos 8:26,27).

         Recordemos que estamos meditando sobre la realidad de lo que es el hombre. Ahora estamos viendo una dimensión mayor de esa realidad humana. Se trata de la acción del Espíritu de Dios sobre aquellos que son hijos de Dios. Al tratar este tema debemos saber que estamos hablando de verdades espirituales que la mente natural no alcanza a percibir, porque se han de entender espiritualmente. Por tanto, siempre habrá aspectos alejados de los razonamientos puramente humanos. Jesús dice: El viento sopla de donde quiere y oyes su sonido, pero no sabes de donde viene, ni a donde va, así es todo aquel que nace del Espíritu. Lo que ha nacido del Espíritu, espíritu es. Las palabras que yo os he hablado son Espíritu y son vida. La meta, para no caer en una falsa espiritualidad, la tenemos siempre en las guías maestras que han sido reveladas en la Escritura. El Espíritu de Dios nos ha sido dado por nuestra debilidad e insuficiencia para alcanzar la obra de Dios. Sin la ayuda del Espíritu es imposible. Así fue para María, la madre de Jesús, cuando recibió el mensaje de ser madre del Mesías ¿Cómo será esto?, dijo. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti…», fue la respuesta. Los apóstoles lo supieron cuando Jesús les iba a ser quitado, por lo que el Maestro les dijo: Recibiréis poder cuando venga sobre vosotros el Espíritu… Dios conoce nuestra debilidad incluso para orar. La oración significa entrar en una dimensión espiritual para la que no estamos dotados de manera natural. Por ello se nos da el Espíritu, para que pueda interceder por nosotros mediante gemidos expresados en unión con nuestra propia alma y espíritu. Ese gemido es interpretado por aquel que escudriña los corazones y conoce cuál es el sentir del Espíritu. En este texto encontramos una verdad gloriosa sobre la combinación necesaria entre el Espíritu de Dios y el espíritu del hombre. De esa fusión nace una oración guiada por nuestro Ayudador conforme a la voluntad de Dios. Misterio insondable. Realidad gloriosa. Sin el Espíritu de Dios activado en el creyente somos metal que resuena o címbalo que retiñe.

         Somos débiles, extremadamente débiles, insuficientes, incompetentes, pero nuestra competencia proviene del Espíritu, que nos ayuda en nuestra debilidad y nos eleva a las alturas de la voluntad de Dios.

8 – La promesa del Espíritu mediante la fe

Cristo nos redimió de la maldición de la ley… a fin de que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe  (Gálatas 3:13,14).

         Dios trazó un plan de redención que introdujo en el mundo a través del llamamiento de un hombre: Abraham. Le dio las promesas de ser padre de multitud de naciones, y uno de sus vástagos sería la simiente portadora de la promesa de bendición para todos los pueblos. Después de la promesa vino la ley, nuestro ayo hasta la aparición del cumplimiento del tiempo. La ley tenía la sombra de los bienes futuros. Apuntaba hacia aquel que la cumpliría por nosotros, nos redimiría de la maldición por no poder cumplirla en su totalidad para satisfacer la justicia de Dios, resultando en  nuestra justificación. Las promesas y bendiciones fueron hechas a Abraham y su simiente, con el fin  de que los gentiles —y por supuesto los judíos, que ya eran parte de la familia de Abraham y por tanto portadores de las promesas hechas a los padres— alcanzaran la bendición de Dios. ¿Y qué bendición era esa? Algunos creen que era una bendición económica por cuanto Abraham fue inmensamente rico. Pero no es eso lo que dice la Escritura que estamos meditando. Se refiere a la promesa del Espíritu recibida mediante la fe. Ese mismo mensaje fue el que predicó el apóstol Pedro en su discurso de Pentecostés: Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís… y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame (Hch. 3:33,38,39). El Espíritu Santo nos conecta con el pacto hecho por Dios con Abraham y su simiente, la cual es Cristo, para que podamos recibir su Espíritu y quedar unidos a la vida eterna. Abraham buscaba una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios, no tenía su esperanza puesta en la tierra, era peregrino y extranjero, tenía las promesas, pero las miraba de lejos. Sus ojos estaban puestos en la ciudad celestial. Pretender hacer de Abraham un predicador de la teología de la prosperidad es una burda falsificación de la verdad. Dios lo bendijo también económicamente, pero su corazón no estaba en las riquezas, sino en Dios. Pablo dijo a los ricos de este mundo que no puieran su esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en Dios. Algunos han trivializado el mensaje y cambiado la promesa del Espíritu por unas cuantas monedas de oro.

         La promesa del Espíritu es inmensamente mayor que cualquier tesoro de este mundo.

9 – Sellados con el Espíritu Santo de la promesa

En El también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa…  (Efesios 1:13).

         El mensaje del evangelio es el único capaz de liberar al hombre de su estado de caída y perdición. La invasión del pecado, que se produjo cuando entró en la vida del hombre, lo dejó en una situación de perdición que solo puede ser neutralizada por el poder del evangelio. Pablo dijo a los romanos que no se avergonzaba del evangelio porque es poder de Dios para salvación. Restaurar al hombre de su estado caído solo es posible mediante el potencial y la dynamis del evangelio de Dios. Cuando el mensaje que contiene la verdad revelada del Eterno se escucha con fe, penetra a la vida del hombre una nueva dimensión de vida sobrenatural canalizada a través del Espíritu Santo. Una vez oído el mensaje correcto, la persona es sellada para Dios mediante el Espíritu. Dios pone su sello sobre aquella persona, sellada como propiedad; ha sido redimida, comprada, por tanto, ha cambiado de dueño y señor; ahora pertenece a aquel que lo compró a precio de la sangre del Justo.

Predicar este mensaje libera el poder de Dios en la boca de aquellos que han sido llamados a hacerlo. Una vez oído, soltada la voz que contiene la verdad libertadora, y aceptada por fe en el corazón del oyente, se activa milagrosamente el cielo para sellar con el Espíritu lo que acaba de ocurrir en la tierra. Hay gozo en el cielo cuando un pecador se arrepiente, porque el cielo se moviliza poniendo su sello celestial en el corazón del hombre redimido. Por eso los discípulos estaban  llenos de gozo y del Espíritu Santo (Hch. 13:52). El Espíritu de Dios activa su reino en el corazón del hombre. Todo un proceso sobrenatural se pone en marcha. Comienza al oír el mensaje de la verdad. Antes habían sido enviados quienes fueron comisionados para llevar las buenas nuevas a los gentiles. Al recibir con fe el mensaje anunciado, la promesa del Espíritu que le sigue, es activada sellando al receptor como hijo de Dios. Una nueva vida ha nacido. Se ha producido en el interior del ser. No saldrá en los telediarios. El mundo natural seguirá su curso, pero el milagro de la semilla sembrada ha iniciado un proceso de vida que pasará por diversas etapas hasta el día de la redención final. El sello del Espíritu nos acompañará todo este peregrinaje hasta alcanzar la meta. A esto se le llama vivir y andar en el Espíritu.

         Oír el mensaje de la verdad, siendo sellados con el Espíritu Santo de la promesa, es alcanzar la trascendencia de una vida más elevada.

10 – Las arras de nuestra herencia

En Él también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía [arras RV60] de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de su gloria  (Efesios 1:13,14).

         A lo visto en nuestra anterior meditación debemos ahora añadirle algunos aspectos más que meditaremos a continuación. El sello y las arras del Espíritu en nuestros corazones, una vez que hemos recibido el mensaje del evangelio, forman un mismo acto con dos escenas. Hemos visto antes cómo fuimos sellados; detengámonos ahora en las arras. Este término está asociado a la compra de una vivienda. Al hacerlo se nos pide una cantidad inicial como muestra de que estamos decididos a comprar el inmueble pagando la parte que falta más adelante. En ese mismo momento podemos comenzar a disfrutar la residencia aunque no esté pagada completamente, sabemos que un día será nuestra. Damos unas arras, un primer pago, para comenzar a disfrutar la herencia que pretendemos alcanzar.

Pues bien, el Espíritu nos ha sellado para Dios y nos ha sido dado como las arras, una primera señal, (garantía), de que disfrutaremos la totalidad de la herencia en el futuro. La misma enseñanza la encontramos en 2 Corintios 1:21,22. Ahora bien, el que nos confirma con vosotros en Cristo y el que nos ungió, es Dios, quién también nos selló y nos dio el Espíritu en nuestro corazón como garantía. Las arras del Espíritu en nuestro corazón nos han sido dadas como garantía de la herencia. Una herencia que tiene que ver con la posesión adquirida. De la misma forma que Dios le dio la tierra prometida a Israel, se nos dice a los creyentes que tenemos una morada celestial, eterna, en los cielos. Esta esperanza de gloria fue la que transformó la sociedad del primer siglo, y lo ha hecho en todas las generaciones posteriores en aquellos que han recibido el mensaje de la verdad, el evangelio de nuestra salvación, que han sido sellados con el Espíritu Santo de la promesa, y que nos ha sido dado como garantía de la herencia, hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria (Efesios 1:14). Todo para la gloria de Dios. El plan de salvación está totalmente diseñado para su gloria y el beneficio de los hombres.

         Dios nos ha dado testimonio mediante el sello y las arras del Espíritu en  nuestros corazones. No se compra. Se recibe al oír y recibir el mensaje de la verdad.

MANUAL (5) – Los efectos físicos y mentales de la palabra de Dios

MANUAL DEL CRISTIANOLos efectos físicos y mentales de la palabra de Dios

En el estudio anterior descubrimos los siguientes tres efectos de la palabra de Dios: La palabra de Dios produce fe, y la fe, a su vez, se relaciona directamente con la palabra de Dios porque la fe es creer y actuar según lo que Dios ha dicho en su palabra. La palabra de Dios, recibida como la simiente incorruptible en el corazón de un creyente, produce el nuevo nacimiento; una naturaleza nueva y espiritual creada dentro del creyente y llamada en las Escrituras “el nuevo hombre’’. La palabra de Dios es el alimento espiritual que Dios asignó, al creyente para que alimente con regularidad su nueva naturaleza, si es que espera crecer hasta ser un cristiano saludable, fuerte y maduro.

Sanidad física

La obra de la palabra de Dios es tan variada y maravillosa que proporciona no solamente salud y fuerza espiritual para el alma, sino también salud y fortaleza física para el cuerpo. Vayamos primero a los Salmos:

Por causa de sus caminos rebeldes, y por causa de sus iniquidades, los insensatos fueron afligidos. Su alma aborreció todo alimento, y se acercaron hasta las puertas de la muerte. Entonces en su angustia clamaron al Señor, y El los salvó de sus aflicciones. El envió su palabra, y los sanó, y los libró de la muerte. Salmo 107:17-20, (BLA).

El salmista nos ofrece la descripción de hombres tan desesperadamente enfermos que han perdido todo apetito por los alimentos y yacen a las puertas de la muerte. En su situación extrema claman al Señor, y él les envía lo que piden: sanidad y liberación. ¿Por qué medio se las envía? Por su palabra. Porque el salmista dice: El envió su palabra, y los sanó, los libró de la muerte. Salmo 107:20

Junto a este pasaje del Salmo 107 podemos colocar el pasaje de Isaías 55:11 donde Dios dice:

Así será mi palabra que sale de mi boca;
No volverá a mí vacía.
Sino que hará lo que yo quiero,
será prosperada en aquello para que la envié. Isaías 55:11

En el Salmo 107:20 leemos que Dios envió su palabra para sanar y liberar. En Isaías 55:11 Dios dice que su palabra hará lo que él quiere y será prosperada en aquello para lo que la envió. De esta manera Dios garantiza absolutamente que él proveerá la sanidad mediante su palabra. Esta verdad de sanidad física a través de la palabra de Dios se declara aun más completamente en Proverbios, donde Dios dice:

Hijo mío, está atento a mis palabras;
Inclina tu oído a mis razones.
No se aparten de tus ojos;
Guárdalas en medio de tu corazón;
Porque son vida a los que las hallan,
Y medicina a todo su cueipo. Proverbios 4:20-22

¿Qué promesa de sanidad física podría ser más amplia que ésa? “Medicina a todo su cuerpo.” En esa frase está incluida cada parte de nuestro organismo. No se omite nada. En la edición de 1984 de la Biblia al Día el término alternativo de “medicina” es “salud”, pues la misma palabra hebrea tiene ambos significados. De esta manera Dios se ha comprometido a proporcionar sanidad y salud completas. Observe la frase de introducción al inicio del versículo 20: Hijo mío. Eso indica que Dios está hablándole a sus propios hijos creyentes. Cuando una mujer sirofenicia vino a Cristo para pedirle la sanidad de su hija. Cristo le replicó:

No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Mateo 15:26

Con estas palabras Cristo indicaba que la sanidad era el pan de los hijos; dicho de otro modo, es parte de la porción diaria que Dios ha destinado para todos sus hijos. No es un lujo por el que deberán hacer ruegos especiales y que pudiera o no serles concedido. No, es su “pan”, parte de la provisión diaria asignada por su Padre celestial. Esto concuerda exactamente con el pasaje que leímos en Proverbios 4, donde la promesa de Dios de perfecta sanidad y salud se la dirige a cada creyente hijo de Dios. Tanto en el Salmo 107 corno en Proverbios 4, el medio en que Dios proporciona la sanidad es su palabra. Este es otro ejemplo más de la verdad vital que hemos recalcado antes: que Dios mismo está en su palabra y que es en ella que él viene a nuestra vida.

En tanto examinamos el reclamo hecho en Proverbios 4:20-22 de que la palabra de Dios es medicina para todo nuestro cuerpo, podemos llamar a estos tres versículos la gran “botella de medicina” de Dios. Contienen una medicina, jamás preparada en la tierra; una medicina que está garantizada para curar todas las enfermedades.

Sin embargo, cuando un médico receta una medicina, normalmente se asegura de que en la etiqueta estén claras las instrucciones para tomarla. Esto implica que no puede esperarse una curación a menos que la medicina se tome regularmente, de acuerdo con las instrucciones. Lo mismo sucede con la “medicina” de Dios en Proverbios. Las instrucciones están “en la etiqueta”, y no puede garantizarse la curación si no se sigue el método prescrito. ¿Cuáles son esas instrucciones? Se especifican cuatro:

1.- Está atento a mis palabras.

2.- Inclina tu oído.

3.- No se aparten de tus ojos.

4.- Guárdalas en medio de tu corazón.

Analicemos estas instrucciones un poco más de cerca. La primera es está atento a mis palabras. Cuando leemos la palabra de Dios, necesitamos prestarle atención detenida y cuidadosa. Necesitamos concentrar nuestro entendimiento en ella. Es preciso que le demos acceso libre a todo nuestro ser interior. Con frecuencia leemos la palabra de Dios sin prestarle toda nuestra atención. La mitad de nuestra mente está concentrada en lo que leemos; la otra mitad está ocupada con lo que Jesús llamó “los cuidados de la vida.” Leemos algunos versículos, o quizás incluso un capítulo o dos, pero al final no tenemos una idea clara de lo que hemos leído. Nuestra mente divagaba.

Recibida de esta forma, la palabra de Dios no producirá los efectos que Dios quiere. Cuando leamos la Biblia, es preciso hacer lo que Jesús recomendó cuando habló de la oración: que nos retiremos a nuestro rincón privado y cerremos la puerta. Debemos encerrarnos con Dios y dejar afuera las cosas del mundo.

La segunda instrucción en la botella de medicina de Dios es inclina tu oído. El oído inclinado indica humildad. Es lo contrario de ser orgulloso y altanero. Tenemos que ser dóciles a la enseñanza. Debemos estar dispuestos a permitir que Dios nos enseñe. En el Salmo 78:41 el salmista habla de la conducta de los israelitas mientras vagaban por el desierto entre Egipto y Canaán, y les acusa de que limitaron al Santo de Israel.

Por su testarudez e incredulidad pusieron límites a lo que permitirían que Dios hiciera por ellos. Hoy, muchos que profesan ser cristianos hacen lo mismo. No se acercan a la Biblia con una mente abierta o un espíritu dócil. Están llenos de prejuicios o ideas preconcebidas —a menudo inculcadas por la secta o denominación en particular a que pertenecen— y no están dispuestos a aceptar ninguna enseñanza o revelación de las Escrituras que vaya más allá, o contradiga, sus propias creencias fijas. Jesús acusó a los líderes religiosos de su tiempo con esta falta:

Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición (…) Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres. Mateo 15:6,9

El apóstol Pablo había sido un prisionero de las tradiciones y los prejuicios religiosos pero, mediante la revelación de Cristo en el camino de Damasco, quedó libre de ellos. A partir de entonces en Romanos 3:4 lo encontramos diciendo:

…antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso.

Si queremos recibir todo el beneficio de la palabra de Dios, tenemos que aprender a tomar la misma actitud.

La tercera instrucción en la botella de medicina de Dios es no se aparten de tus ojos, donde el sujeto implícito son los dichos y palabras de Dios, El fallecido evangelista Smith Wigglesworth dijo una vez: “El problema con muchos cristianos es que tienen estrabismo espiritual: con un ojo miran a las promesas del Señor, y con el otro, miran en otra dirección.”

A fin de recibir los beneficios de la sanidad física prometida en la palabra de Dios, es necesario mantener ambos ojos fijos sin desviarlos de las promesas del Señor. El error que cometen muchos cristianos es apartar los ojos de las promesas de Dios y mirar al caso de otros cristianos que no han logrado recibir la sanidad. Cuando hacen eso, su propia fe vacila, y ellos, a su vez, no reciben la sanidad.

El que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos. Santiago 1:6-8

En semejante situación es útil recordar este versículo: Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios; más las cosas reveladas nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre, a fin de que guardemos todas las palabras de esta ley. Deuteronomio 29:29, (BLA).

La razón por la que algunos cristianos no reciben sanidad sigue siendo un secreto, que únicamente Dios conoce y no lo ha revelado al hombre. No tenemos que preocuparnos de secretos como éste. Más bien necesitamos preocuparnos de las cosas que han sido reveladas: las declaraciones y promesas claras de Dios, que nos han sido dadas en su palabra. Por consiguiente, las cosas reveladas en la palabra de Dios nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre; ellas son nuestra herencia como creyentes; son nuestro derecho inalienable. Y nos pertenecen “para que las realicemos todas”; es decir, que podamos actuar en base a ellas por fe. Cuando lo hacemos, las probamos ciertas por experiencia propia.

La primera instrucción habló de “atender”; la segunda, de “inclinar el oído”; la tercera, de “fijar los ojos”. La cuarta instrucción en la botella de medicina de Dios se refiere al corazón, el centro íntimo de la personalidad humana, porque habla de “guardarlas en medio de tu corazón”. En Proverbios 4:23 se recalca la influencia decisiva del corazón en las experiencias humanas: Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida.

En otras palabras, lo que está en nuestro corazón controla el curso completo de nuestra vida y todo lo que experimentamos. Si recibimos las palabras de Dios con atención cuidadosa —si les damos entrada regularmente, tanto a través de los oídos como de los ojos, para que ocupen y controlen nuestro corazón— entonces descubrimos que son exactamente lo que Dios ha prometido: vida para nuestras almas y salud para nuestro cuerpo.

Durante la Segunda Guerra Mundial, mientras trabajaba con los servicios médicos en el Norte de Africa, me enfermé con un problema de la piel y de los nervios que la Medicina, en aquel clima y bajo aquellas condiciones, no tenía cura. Pasé más de un año en el hospital, donde me aplicaron todos los tratamientos disponibles. Por más de cuatro meses seguidos estuve confinado a una cama. Finalmente, se me dio de alta en el hospital a petición propia, sin haberme curado.

Decidí no buscar más tratamiento médico, sino poner a prueba en mi caso personal la promesa de Dios en Proverbios 4:20-22. Tres veces al día me apartaba, encerrándome a solas con Dios y su palabra, oraba y pedía a Dios que su palabra en mí fuera lo que él había prometido que debía ser: medicina a todo mi cuerpo.

El clima, la dieta y todas las otras circunstancias externas eran todo lo desfavorables que podían ser. En realidad, muchos hombres sanos estaban enfermando a mi alrededor. No obstante, mediante la sola palabra de Dios, sin recurrir a otros medios de curación de ninguna clase, recibí una sanidad completa y permanente en corto tiempo.

Debo añadir que en modo alguno estoy criticando o disminuyendo a la Medicina: agradezco todo el bien que logra. En realidad, yo mismo estaba trabajando con los servicios médicos. Pero el poder de la ciencia médica tiene un límite; el poder de la palabra de Dios es ilimitado.

Muchos cristianos de diferentes procedencias denominacionales tienen testimonios similares al mío. Tengo una carta de una mujer presbiteriana a quien se le pidió que diera testimonio en un servicio donde había muchos enfermos por quienes se iba a orar. Mientras esta mujer testificaba y en realidad citaba las palabras de Proverbios 4:20-22, otra mujer en el asiento contiguo, que había estado sufriendo de un espantoso dolor producido por un disco aplastado en su cuello, quedó sanada al instante —sin que siquiera se orara por ella— sencillamente por escuchar con fe la palabra de Dios.

Más tarde, dediqué una semana de mi programa radial de enseñanza bíblica a este tema de la botella de medicina de Dios. Una oyente que sufría de eczema crónico decidió tomar la medicina de acuerdo con las “indicaciones”. Tres meses después me escribió para decirme que por primera vez en veinticinco años su piel estaba completamente libre de eczema. Las palabras del Salmo 107:20 se cumplen todavía hoy:

Envió su palabra y los sanó,
Y los libró de su ruina.

Los cristianos que testifican hoy del poder sanador de la palabra de Dios pueden decir, como el mismo Cristo le dijo a Nicodemo:

De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos. Juan 3:11

Para los que necesitan sanidad y liberación:

Probad y ved que el Señor es bueno.
¡Cuán bienaventurado es el hombre que en El se refugia!. Salmo 34:8, (BLA).

¡Pruebe esta medicina de la palabra de Dios por usted mismo! ¡ Observe cómo obra! No es como muchas medicinas terrenales, amarga y desagradable. Ni obra, como muchas medicinas modernas, aliviando un órgano del cuerpo, pero causando una reacción que daña a algún otro órgano. No, la palabra de Dios es totalmente buena, totalmente benéfica. Cuando se toma de acuerdo con su dirección, trae vida y salud a todo nuestro ser.

Iluminación mental

En el campo de la mente, también, el efecto de la palabra de Dios es único.

La exposición de tus palabras alumbra;
Hace entender a los simples. Salmo 119:130

El salmista habla de dos efectos producidos en la mente por la palabra de Dios: “iluminación” y “entendimiento”. En el mundo de hoy la educación es mucho más apreciada y universalmente ambicionada que en cualquier otro período de la historia del hombre. No obstante, la educación secular no es lo mismo que “iluminación” o “entendimiento”. Ni es un sustituto para éstos. En realidad, no hay sustituto para la luz. Ninguna otra cosa en todo el universo puede hacer lo que hace la luz. Así mismo es en la mente humana la palabra de Dios: nada puede hacer lo que ella hace en la mente humana, ni nada puede ocupar el lugar de la palabra de Dios.

La educación secular es algo bueno, pero se puede usar mal. Una mente sumamente educada es un instrumento precioso… igual que un cuchillo afilado. Pero un cuchillo puede usarse mal. Un hombre puede empuñar un cuchillo afilado y usarlo para cortar comida para su familia. Otro hombre puede empuñar un cuchillo similar y usarlo para matar a otro ser humano.

Lo mismo sucede con la educación secular. Es algo maravilloso, pero puede ser usada indebidamente. Divorciada de la iluminación de la palabra de Dios, puede volverse extremadamente peligrosa. Una nación o civilización que se concentra en la educación secular sin darle lugar a la palabra de Dios está sencillamente forjando los instrumentos de su propia destrucción. Los acontecimientos recientes en la técnica de la fisión nuclear es uno entre muchos ejemplos históricos de esta realidad.

Por otra parte, la palabra de Dios revela al hombre las cosas que él nunca sería capaz de descubrir por su propio intelecto: la realidad de Dios el Creador y Redentor; el verdadero propósito de la existencia; la naturaleza íntima del hombre; su origen y su destino. A la luz de este revelación, la vida toma un significado enteramente nuevo. Con una mente iluminada así, un hombre se ve a sí mismo como una parte de un solo plan general que abarca el universo. Al encontrar su lugar en este plan divino, alcanza un sentido de dignidad propia y logro personal que satisfacen sus más profundos anhelos.

El efecto de la palabra de Dios sobre la mente, no menos que su efecto sobre el cuerpo, se ha hecho realidad para mí por experiencia propia. Tuve el privilegio de recibir la más selecta educación que la Gran Bretaña podía ofrecer a mi generación, culminada con siete años en la Universidad de Cambridge, estudiando filosofía antigua y moderna. Todo el tiempo buscaba algo que le diera un significado y propósito real a la vida. Desde el punto de vista académico, tuve éxito, pero en mi fuero interno permanecía frustrado, sin colmar mis anhelos.

Finalmente, como último recurso, empecé a estudiar la Biblia solamente como una obra filosófica. La estudié con escepticismo, habiendo rechazado todas las formas de religión. Sin embargo, antes que pasaran muchos meses, e incluso antes de llegar al Nuevo Testamento, la entrada de la palabra de Dios me había impartido la luz de la salvación, la seguridad del perdón de los pecados, la conciencia de la paz interior y la vida eterna. Había encontrado lo que había estado buscando: el verdadero significado y propósito de la vida.

Es oportuno terminar esta sección regresando a Hebreos 4:12.

Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

Esto confirma y resume las conclusiones a que hemos llegado con respecto a la palabra de Dios: no hay dimensión de la personalidad humana que no penetre. Llega hasta lo más íntimo al espíritu y al alma, al corazón y a la mente, e incluso hasta la esencia más profunda de nuestro cuerpo físico, las coyunturas y los tuétanos.

En perfecto acuerdo, hemos visto en éste y en el anterior capítulo, que la palabra de Dios, implantada como una semilla en el corazón, da el fruto de la vida eterna. A partir de entonces proporciona alimento espiritual para la nueva vida que así ha nacido. Recibida en nuestros cuerpos produce salud perfecta, y recibida en nuestra mente, produce iluminación mental y entendimiento.

MANUAL (4) – Los primeros efectos de la palabra de Dios

MANUAL DEL CRISTIANOLos primeros efectos de la palabra de Dios

Examinaremos ahora los efectos prácticos que la Biblia afirma producir en quienes la reciben. En Hebreos 4:12 se nos dice que la palabra de Dios es viva y eficaz. El término griego traducido “eficaz” significa enérgico. La idea que nos transmite es una de energía y actividad intensa y vibrante.

De igual manera Jesús mismo dice: Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida (Juan 6:63). Y otra vez, el apóstol Pablo dice a los cristianos de Tesalónica: Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes. 1 Tesalonicenses 2:13

Así vemos que la palabra de Dios no puede ser reducida a meros sonidos en el aire o a marcas en una hoja de papel. Por el contrario, la palabra de Dios es vida; es Espíritu; es activa; es enérgica; obra con efectividad en quienes la creen.

La reacción determina el efecto

No obstante, la Biblia también deja bien en claro que la reacción y la acogida que le den quienes la escuchan determina la manera y el grado en que ella obra en cada circunstancia. Por eso Santiago dice: Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. Santiago 1:21

Antes que el alma pueda recibir la palabra de Dios con efectos salvadores, hay que desechar ciertas cosas. Santiago especifica dos de ellas: la “inmundicia” y la “abundancia de malicia”, o picardía. La inmundicia denota una complacencia perversa en lo que es licencioso e impuro. Esta actitud cierra la mente y el corazón a la influencia salvadora de la palabra de Dios. Por otra parte, la picardía sugiere en particular el mal comportamiento de un niño. Llamamos “picaro” a un niño respondón que se niega a aceptar’ las amonestaciones de sus mayores, y las discute. Esta actitud hacia Dios se encuentra con frecuencia en el alma no redimida. Muchos pasajes de la Escritura se refieren a ella: Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú para que alterques con Dios? Romanos 9:20 ¿Es sabiduría contender con el Omnipotente? El que disputa con Dios, responda a esto. Job 40:2

Esta actitud, como la inmundicia, cierra el corazón y la mente a los efectos benéficos de la palabra de Dios. Santiago describe como mansedumbre lo opuesto a la inmundicia y a la picardía. La mansedumbre sugiere las ideas de quietud, humildad, sinceridad, paciencia, apertura de corazón y de mente. Estas características con frecuencia se asocian con lo que la Biblia llama “el temor de Dios”; una actitud de reverencia y respeto hacia Dios. Así leemos en los Salmos la siguiente descripción de un hombre abierto para recibir los beneficios y las bendiciones de las amonestaciones de Dios por medio de su palabra:

Bueno y recto es el Señor;
por tanto, El muestra a los pecadores el camino.
Dirige a los humildes en la justicia,
y enseña a los humildes su camino (…)
¿Quién es el hombre que teme al Señor?
El le instruirá en el camino que debe escoger (…)
Los secretos del Señor son para los que le temen,
y El les dará a conocer su pacto. Salmo 25:8-9,12,14, BLA

Vemos aquí que la mansedumbre y el temor del Señor son las dos actitudes necesarias en quienes desean recibir instrucción y bendiciones de Dios mediante su palabra. Estas dos actitudes son opuestas a las que Santiago describe como “inmundicia” y “malicia”. Así descubrimos que la palabra de Dios puede producir efectos muy diferentes en distintas personas y que estos efectos están determinados por las reacciones de quienes la escuchan. Por esta razón leemos en Hebreos 4:12 no sólo que la palabra de Dios es “viva” y “eficaz”, sino también que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Dicho de otro modo, la palabra de Dios saca a la luz la naturaleza íntima y el carácter de quienes la oyen, y distingue marcadamente entre los diferentes tipos de oyentes.

De la misma manera Pablo describe el carácter revelador y separador del evangelio: Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. 1 Corintios 1:18 No hay diferencia en el mensaje predicado; el mensaje es el mismo para todos los hombres. La diferencia radica en la reacción de quienes lo oyen. Para quienes reaccionan de un modo, el mensaje parece ser una mera tontería; para quienes reaccionan del modo opuesto, el mensaje se convierte en el poder salvador de Dios experimentado realmente en sus vidas. Esto nos conduce a otra realidad más acerca de la palabra de Dios que declara el versículo clave de Hebreos 4:12. La palabra de Dios no sólo es viva y eficaz; no sólo discierne o revela los pensamientos e intenciones del corazón; también es más cortante que toda espada de dos filos. Es decir, que divide a todos los que la escuchan en dos clases: los que la rechazan y la llaman tontería, y los que la reciben y encuentran en ella el poder salvador de Dios. Fue en ese sentido que Cristo dijo: No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra. Mateo 10:34-35

La espada que Cristo vino a traer sobre la tierra es la que Juan vio saliendo de la boca de Cristo: la espada cortante de dos filos de la palabra de Dios (ver Apocalipsis 1:16). Esta espada, mientras sigue adelante por la tierra, divide incluso a los miembros de la misma familia, cercenando los vínculos terrenales más estrechos, siendo sus efectos determinados por la reacción de cada individuo a ella.

La fe

Volviendo ahora a quienes reciben la palabra de Dios con mansedumbre y sinceridad, con corazones y mentes abiertos, examinemos en orden los diversos efectos que produce. El primero de estos efectos es la fe: Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. Romanos 10:17

Hay tres etapas sucesivas en el proceso espiritual descrito aquí: 1) la palabra de Dios, 2) el oír, 3) la fe. La palabra de Dios no produce fe de inmediato, sino únicamente escuchándola. Escuchar puede describirse como una actitud de interés y atención vivos, un sincero deseo de recibir y comprender el mensaje presentado. Entonces, al escucharla, se desarrolla la fe.

Es importante ver que el escuchar la palabra de Dios inicia un proceso en el alma a partir del cual se desarrolla la fe y que este proceso requiere un período de tiempo mínimo. Esto explica por qué se encuentra tan poca fe hoy en los que profesan ser cristianos: porque nunca dedican suficiente tiempo a escuchar la palabra de Dios para permitir que ésta produzca en ellos una porción de fe substancial. Si llegan a dedicar algún tiempo a las devociones privadas y al estudio de la palabra de Dios, todo el proceso se desenvuelve de un modo tan apresurado y accidentado que se termina antes que la fe haya tenido tiempo de desarrollarse.

Conforme estudiamos la manera en que se produce la fe, también llegamos a comprender con mucha más claridad cómo debe definirse la fe bíblica. En la conversación general usamos la palabra fe con mucha ligereza. Hablamos de tener fe en un doctor o en una medicina o fe en un periódico o fe en un político o en un partido político. En términos bíblicos, sin embargo, el término/c tiene que definirse mucho más estrictamente. Puesto que la fe viene sólo de escuchar la palabra de Dios, su relación es siempre directamente con ésta. La fe bíblica no consiste en creer cualquier cosa que nosotros mismos podamos desear o imaginar o nos parezca. La fe bíblica puede definirse como creer que Dios significa lo que ha dicho en su palabra; que Dios hará lo que ha prometido hacer en su palabra. Por ejemplo, David ejerce esta clase de fe bíblica cuando dice al Señor: Y ahora, Señor, que la palabra que tú has hablado acerca de tu siervo y acerca de su casa, sea afirmada para siempre, y haz según has hablado. 1 Crónicas 17:23, (BLA)

La fe bíblica está expresada en esas cuatro cortas palabras: haz según has hablado. De la misma forma, la virgen María ejerció la misma clase de fe bíblica cuando el ángel Gabriel le trajo un mensaje de promesa de Dios y ella replicó: Hágase conmigo conforme a tu palabra . Lucas 1:38 Ese es el secreto de la fe bíblica: conforme a tu palabra. La fe bíblica se forma dentro del alma escuchando la palabra de Dios, y se expresa por la reacción dinámica de reclamar el cumplimiento de lo que Dios ha dicho. Hemos recalcado que la fe es el primer efecto que la palabra de Dios produce en el alma porque esta clase de fe es básica para cualquier transacción positiva entre Dios y el alma humana: Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. Hebreos 11:6 Vemos que la fe es la reacción primera e indispensable del alma humana cuando se acerca a Dios: Es necesario que el que se acerca a Dios crea. Hebreos 11:6

El nuevo nacimiento

Después de la fe, el siguiente gran efecto producido por la palabra de Dios dentro del alma es la experiencia espiritual que en la Escritura se llama “el nuevo nacimiento” o “nacer de nuevo”. Por eso Santiago dice con respecto a Dios: El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. Santiago 1:18

El cristiano que ha vuelto a nacer, posee un nuevo género de vida espiritual, engendrada dentro de él por la palabra de Dios, recibida por fe en su alma. De la misma forma, el apóstol Pedro describe a los cristianos como siendo nacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1 Pedro 1:23).

Es un principio, de la naturaleza y de la Escritura, que el tipo de semilla determina el tipo de vida que nacerá de ésta. Una semilla de maíz produce maíz; una semilla de cebada produce cebada; una semilla de naranja produce naranjas. Así mismo es en el nuevo nacimiento. La simiente es la divina, incorruptible y eterna palabra de Dios. La vida que produce, cuando se recibe por fe en el corazón del creyente, es como la simiente: divina, incorruptible y eterna. Es, en realidad, la misma vida de Dios que viene a un alma humana a través de su palabra. Juan escribe: Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. 1 Juan 3:9

Aquí Juan relaciona directamente la vida victoriosa del cristiano vencedor con la naturaleza de la semilla que produce esa vida dentro de él: la propia simiente de Dios; la incorruptible simiente de la palabra de Dios. Como la simiente es incorruptible, la vida que produce es también incorruptible; es absolutamente pura y santa. No obstante, esta Escritura no asevera que el cristiano nacido de nuevo no cometa pecado jamás. Dentro de cada cristiano vuelto a nacer surge una naturaleza completamente nueva. Pablo la llama “el nuevo hombre” y lo compara con “el viejo hombre”; la antigua naturaleza corrupta, depravada y caída que domina a toda persona que nunca ha nacido de nuevo (ver Efesios 4:22-24).

Hay un contraste total entre estos dos: el “nuevo hombre” es recto y santo; el “viejo hombre” es depravado y corrupto. El “nuevo hombre”, habiendo nacido de Dios, no puede cometer pecado; el “viejo hombre”, por ser el producto de la rebelión y la caída, no puede dejar de pecar. La clase de vida que lleve cualquier cristiano nacido de nuevo, es el resultado de la interacción dentro de sí de estas dos naturalezas. Mientras el “viejo hombre” sea mantenido en sujeción y el “nuevo hombre” ejerza apropiado control sobre él, hay rectitud sin mácula, victoria y paz. Pero cuando quiera que se permita al “viejo hombre” campar por su respeto y volver a dominar, la inevitable consecuencia es el fracaso, la derrota y el pecado.

Podemos resumir el contraste de este modo: el verdadero cristiano que ha vuelto a nacer de la incorruptible simiente de la palabra de Dios, tiene dentro de sí la posibilidad de llevar una vida de victoria completa sobre el pecado. El hombre sin redimir que jamás ha nacido de nuevo no tiene más alternativa que pecar. Es inevitablemente esclavo de su propia naturaleza corrupta y caída.

El alimento espiritual

Hemos dicho que nacer de nuevo mediante la palabra de Dios produce dentro del alma una naturaleza totalmente nueva; un género nuevo de vida. Esto nos lleva a considerar el siguiente efecto importante que produce la palabra de Dios. En cada ámbito de la vida hay una ley inmutable: tan pronto nace una nueva vida, la primera y mayor necesidad de esa vida recién nacida es el alimento apropiado para sostenerla. Por ejemplo, cuando nace un bebé humano, puede ser sano y saludable en todos los aspectos; pero a menos que reciba alimento rápidamente, desfallecerá y morirá.

Lo mismo sucede en el ámbito espiritual. Cuando una persona vuelve a nacer, la nueva naturaleza espiritual surgida dentro de esa persona, necesita inmediatamente alimento espiritual, para mantener la vida y poder crecer. El alimento espiritual que Dios ha proporcionado para todos sus hijos nacidos de nuevo se encuentra en su propia palabra. La palabra de Dios es tan rica y variada que contiene alimento adaptado para cada etapa del desarrollo espiritual.

La provisión de Dios en las primeras etapas del crecimiento espiritual se describe en la primera epístola de Pedro. Inmediatamente después de hablar en el capítulo 1 acerca de nacer de nuevo de la simiente incorruptible de la palabra de Dios, prosigue en el capítulo 2 diciendo: Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación… 1 Pedro 2:1-2

Para los niños espirituales en Cristo recién nacidos, el alimento indicado por Dios es la leche no adulterada de su propia palabra. Esta leche es una condición necesaria para la continuación de la vida y el crecimiento. Sin embargo, esta indicación viene con una advertencia. En lo natural, no importa cuán pura y fresca sea la leche, se contamina y echa a perder si entra en contacto con cualquier cosa agria o rancia. Lo mismo sucede en lo espiritual. A fin de que los cristianos recién nacidos reciban el alimento adecuado de la leche pura de la palabra de Dios, primero es preciso limpiar con esmero su corazón de todo lo amargo o rancio.

Por esta razón Pedro nos advierte que debemos echar a un lado toda malicia, todo engaño, toda hipocresía, toda envidia y todas las detracciones. Esos son los componentes amargos y rancios de la antigua vida que, si no son eliminados de nuestro corazón, frustrarán los efectos benéficos de la palabra de Dios dentro de nosotros y obstaculizarán la salud y el crecimiento espirituales. No obstante, la voluntad de Dios no es que los cristianos permanezcan en la infancia espiritual demasiado tiempo. Cuando empiezan a crecer, la palabra de Dios les ofrece un alimento más substancioso. Cuando fue tentado por Satanás para que convirtiera las piedras en pan. Cristo contestó: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Mateo 4:4

Cristo indica aquí que la palabra de Dios es la contraparte espiritual del pan en la dieta natural del hombre. Dicho de otro modo, es el principal elemento de la dieta y la fuente de la fortaleza. Es significativo que Cristo diga enfáticamente: toda palabra que sale de la boca de Dios. Es decir, que los cristianos que desean la madurez espiritual, tienen que aprender a estudiar toda la Biblia, no sólo algunos de los pasajes más familiares.

Se dice que George Müller leía con regularidad la Biblia de punta a cabo varias veces cada año. Esto explica en gran medida los triunfos de su fe y lo fructífero de su ministerio. Pero hay muchos que profesan ser cristianos y miembros de la iglesia que a duras penas conocen dónde encontrar en sus Biblias libros como los de Esdras o Nehemías o alguno de los profetas menores. Mucho menos han estudiado alguna vez por sí mismos los mensajes de tales libros. No en balde permanecen para siempre en una especie de infancia espiritual. Son, en realidad, tristes ejemplos de retrasados en su desarrollo debido a una dieta inadecuada.

Más allá de la leche y el pan, la palabra de Dios también proporciona alimento sólido. El escritor de Hebreos, reprendió a los creyentes hebreos de su época porque habían conocido las Escrituras durante mucho tiempo, pero jamás habían aprendido a estudiarlas adecuadamente o aplicar sus enseñanzas. Por consiguiente, todavía eran espiritualmente inmaduros e incapaces de ayudar a otros que necesitaban auxilio espiritual. Esto es lo que dice: Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Hebreos 5:12-14

¿Qué descripción de una gran masa de los que profesan ser cristianos y miembros de la iglesia hoy! Han poseído una Biblia y asistido a la iglesia durante muchos años. Pero ¡qué poco conocen lo que enseña la Biblia! ¡Qué débiles e inmaduros son en su experiencia espiritual; cuán incapaz de aconsejar a un pecador o instruir a un nuevo convertido! ¡Después de tantos años todavía son bebés espirituales, incapaces de digerir algún alimento que vaya más allá de la leche! No obstante, no es necesario permanecer en esa condición. El escritor de Hebreos nos dice cuál es el remedio. Es tener los sentidos ejercitados por el uso. El estudio sistemático y regular de toda la palabra de Dios, desarrollará y madurará nuestras facultades espirituales.

MANUAL (3) – La autoridad de la palabra de Dios

MANUAL DEL CRISTIANOFundamentos bíblicos para la vida cristiana

MANUAL (3) – La autoridad de la palabra de Dios

En nuestro estudio de este tema, volvamos primero a las palabras del mismo Cristo donde habla a los judíos justificando la afirmación que ha hecho, y que los judíos han rechazado, de que él es el Hijo de Dios. Con objeto de respaldar su reclamación, Cristo cita de los Salmos en el Antiguo Testamento, al que se refiere como “vuestra ley”. He aquí lo que dice:

¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy? Juan 10:34-36

En esta respuesta Jesús utiliza los dos nombres con los que, desde entonces, más que todos los otros, sus seguidores han designado a la Biblia. El primero de ellos es “la palabra de Dios”; el segundo es “la Escritura”. Será provechoso considerar lo que cada uno de estos dos títulos principales tiene que decir acerca de la naturaleza de la Biblia. Cuando Jesús dijo que la Biblia era “la palabra de Dios”, indicó que las verdades reveladas en ella no procedían de los hombres, sino de Dios. Aunque muchos hombres fueron usados de diferentes maneras para poner la Biblia a disposición del mundo, todos ellos sólo son instrumentos o canales. En ningún caso el mensaje ni la revelación de la Biblia tuvieron origen humano sino que siempre, y únicamente, vinieron del mismo Dios.

La Biblia — La palabra escrita de Dios

Por otra parte, cuando Jesús usó el segundo título, “la Escritura”, indicaba una limitación de la Biblia establecida divinamente. La frase “la Escritura” significa literalmente “lo que está escrito”. La Biblia no contiene todo el conocimiento o el propósito del Dios Todopoderoso en cada aspecto o detalle. Ni siquiera contiene todos los mensajes divinos inspirados por Dios que él ha dado alguna vez por medio de instrumentos humanos. Prueba de esto es que en muchos lugares la Biblia se refiere a los pronunciamientos de profetas cuyas palabras ella misma no registra. Vemos, por consiguiente, que la Biblia, aunque es completamente cierta y autorizada, también es sumamente selectiva.

Su mensaje está dirigido en primer lugar al género humano. Está expresado en palabras que los seres humanos pueden comprender. Su propósito y tema central son la guerra espiritual del hombre. Revela en primer lugar la naturaleza y las consecuencias del pecado y la forma de liberarse del mismo y sus resultados mediante la fe en Cristo.

Demos ahora otro vistazo a las palabras de Jesús en Juan 10:35. No pone aquí su sello de aprobación personal sólo a los dos nombres principales dados a la Biblia —”la palabra de Dios” y “la Escritura”— sino también muy claramente sobre la atribución que la Biblia hace de su total autoridad, porque dice: …y la Escritura no puede ser quebrantada. Esta breve frase: no puede ser quebrantada contiene en sí todas las reclamaciones de autoridad suprema y divina que pudieran alguna vez hacerse en favor de la Biblia. Pueden escribirse volúmenes de controversias a favor o en contra de la Biblia, mas en última instancia Jesús ha dicho todo lo necesario en seis cortas y sencillas palabras: la Escritura no puede ser quebrantada.

Cuando le damos el peso que corresponde a la afirmación de que los hombres asociados con la Biblia fueron, en todos los casos, meros instrumentos o canales y que cada mensaje y revelación provino del mismo Dios, no queda base razonable o lógica para rechazar el reclamo que hace la Biblia de tener completa autoridad. Vivimos días cuando los hombres pueden lanzar satélites al espacio y, mediante fuerzas invisibles como la radio, el radar o la electrónica, controlar el curso de estos satélites a distancias de miles o millones de kilómetros y mantener comunicación con ellos. Si los hombres pueden alcanzar semejantes resultados, entonces sólo el prejuicio ciego de la clase menos científica negaría la posibilidad de que Dios pudiera crear seres humanos con facultades mentales y espirituales que él pudiera controlar o dirigir, mantener comunicación con ellos y recibir sus comunicaciones. La Biblia afirma que eso es en realidad lo que Dios ha hecho y continúa haciendo todavía. Los descubrimientos e invenciones de la ciencia moderna, lejos de desacreditar las afirmaciones de la Biblia, facilitan que gente sincera y de mente abierta conciba la clase de relación entre Dios y los hombres que hiciera posible la Biblia.

Inspirada por el Espíritu Santo

La Biblia indica claramente que hay una influencia suprema e invisible mediante la que Dios, en realidad, controló, dirigió y se comunicó con el espíritu y la mente de los hombres por medio de quienes se escribió la Biblia. Esta influencia invisible es el Espíritu Santo; el propio Espíritu de Dios. Por ejemplo, el apóstol Pablo dice:

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia. 2 Timoteo 3:16

El vocablo traducido aquí “inspirada” significa literalmente “insuflada por Dios” y está vinculado de modo directo con el término Espíritu. En otras palabras, el Espíritu de Dios el Espíritu Santo fue la influencia invisible, pero infalible que controló y dirigió a todos los que escribieron los distintos libros de la Biblia. Esto lo afirma quizás con mayor claridad el apóstol Pedro:

…entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada. 2 Pedro 1:20

Dicho de otro modo, como ya explicamos, en ningún caso el mensaje o la revelación de la Biblia se originó en el hombre, sino siempre en Dios. Entonces Pedro prosigue explicando cómo sucedió esto:

Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. 2 Pedro 1:21

El término griego traducido como “inspirados por” significa más literalmente “llevados por”, o pudiéramos decir, “dirigidos en su rumbo por”. En otras palabras, tal como los hombres controlan hoy el curso de sus satélites en el espacio mediante la radio y la electrónica, también Dios controlaba a los hombres que escribieron la Biblia por medio de su divino Espíritu, valiéndose de las facultades espirituales y mentales del hombre.

Frente a la evidencia de la ciencia contemporánea, negar la posibilidad de que Dios hiciera esto es sólo una expresión de prejuicio. El Antiguo Testamento nos presenta otra ilustración de la misma verdad acerca de la inspiración divina, tomada de una actividad que va mucho más atrás en la historia humana que los lanzamientos modernos de satélites al espacio.

El salmista David dice: Las palabras del Señor son palabras puras, plata probada en un crisol en la tierra, siete veces refinada. Salmo 12:6 , (BLA)

La ilustración es tomada del proceso de purificar la plata en un horno de barro. (Estos hornos de barro se usan hoy todavía entre los árabes con varios propósitos.) El horno de barro representa el elemento humano; la plata el mensaje divino que se transmite por medio del canal humano; el fuego que garantiza la pureza absoluta de la plata, es decir, la exactitud absoluta del mensaje, representa al Espíritu Santo. La frase “siete veces” indica como lo hace el número siete en muchos pasajes de la Biblia la perfección absoluta de la obra del Espíritu Santo. De este modo, la figura completa nos garantiza que la exactitud total del mensaje divino en la Escritura se debe a la obra perfecta del Espíritu Santo, declarando sin lugar la fragilidad del barro humano y purgando toda escoria de error humano en la plata sin defecto del mensaje de Dios para el hombre.

Eterna y autorizada

Es probable que ningún otro personaje del Antiguo Testamento tuviera un concepto más claro de la verdad y de la autoridad de la palabra de Dios que el salmista David, quien escribe:

Para siempre, oh Señor, tu palabra está firme en los cielos Salmo 119:89, (BLA)

Aquí David recalca que la Biblia no es un producto del tiempo sino de la eternidad. Contiene el pensamiento y el consejo eternos de Dios, formado antes del comienzo de los tiempos o de la fundación del mundo. Fueron proyectados por medio de canales humanos desde la eternidad hasta este mundo de tiempo, pero cuando el tiempo y el mundo pasen, el pensamiento y el consejo de Dios, revelados en la Escritura, permanecerán inconmovibles e inmutables.

Esta misma idea la expresa Cristo: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mateo 24:35

Y una vez más dice David: La suma de tu palabra es verdad, y eterno es todo juicio de tu justicia. Salmo 119:160

En el último siglo o dos, se han dirigido constantes ataques y críticas contra la Biblia, tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento. No obstante, casi todos ellos han sido contra el Génesis y los otros cuatro libros que lo siguen. Estos primeros cinco libros de la Biblia, conocidos como el Pentateuco o la Tora, se le atribuyen a Moisés. Es notable, por lo tanto, que cerca de tres mil años antes que la mente de los hombres concibiera esos ataques contra el Pentateuco, David ya había dado el testimonio del Espíritu Santo, de la fe del pueblo creyente de Dios a través de las edades. La suma de tu palabra es verdad (Salmo 119:160). Dicho de otra forma, la Biblia es verdad desde Génesis 1:1 hasta el último versículo de Apocalipsis.

Cristo y sus apóstoles, igual que todos los creyentes judíos de su tiempo, aceptaron la verdad y autoridad absolutas de todas las Escrituras del Antiguo Testamento, incluidos los cinco libros del Pentateuco. En el relato de la tentación de que fuera objeto Cristo en el desierto por parte de Satanás, leemos que Cristo contestó a cada tentación de Satanás con citas literales del Antiguo Testamento (ver Mateo 4:1-10). Tres veces inició su respuesta con la frase “Escrito está…” En cada ocasión citaba textualmente del quinto libro del Pentateuco, Deuteronomio. Es digno destacar que no sólo Cristo, sino Satanás, aceptaran la autoridad absoluta de este libro. En el Sermón del Monte, Cristo dijo: No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; [Esta frase “la ley o los profetas” se usaba en general para designar las Escrituras del Antiguo Testamento como un todo.] no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. Mateo 5:17-18. (Cursivas del autor). El término jota designa aquí a la letra más pequeña del alfabeto hebreo, que más o menos corresponde al tamaño y la forma de una coma invertida en la escritura moderna. El término tilde designa a un diminuto rasgo en forma de cuerno, menor que una coma, añadido en la esquina de ciertas letras del alfabeto hebreo para distinguirlas de otras, con formas muy similares.

Por consiguiente, lo que dice Cristo, en realidad, es que el texto original de las Escrituras hebreas es tan exacto y autorizado que ni siquiera una parte de ellas, más pequeña que una coma, puede ser alterada o quitada. Es difícil concebir otra fraseología que Cristo pudiera haber usado, con el fin de respaldar mejor la exactitud y autoridad absolutas de las Escrituras del Antiguo Testamento. Durante todo su ministerio de enseñanza en la tierra, él mantuvo constantemente la misma actitud hacia las Escrituras del Antiguo Testamento. Por ejemplo, leemos que cuando los fariseos plantearon la pregunta acerca del matrimonio y el divorcio, Cristo contestó refiriéndolos a los primeros capítulos del Génesis (ver Mateo 19:3-9), y presentó su respuesta con la pregunta:

¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo? (v. 4).

La frase al principio constituye una referencia directa al libro de Génesis, puesto que ése es su título en hebreo.

Además, cuando los saduceos formularon la pregunta de la resurrección de los muertos, Cristo les contestó refiriéndolos al relato de Moisés ante la zarza ardiente en el libro de Éxodo (Mateo 22:31-32). Como hizo con los fariseos, replicó en forma de pregunta: ¿No habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Mateo 22:32 Aquí Cristo cita de Éxodo 3:6. Pero al citar estas palabras escritas por Moisés cerca de quince siglos antes, Cristo dijo, a los saduceos de su día: ¿No habéis leído lo que os habló Dios? Observe que en la frase “os fue dicho por Dios”, Cristo no consideró estos escritos de Moisés como un simple documento histórico del pasado, sino más bien como un mensaje vivo, actualizado y autorizado, directo de Dios para el pueblo de su tiempo.

El paso de quince siglos no había privado al relato de Moisés de su vitalidad, su exactitud o su autoridad. Cristo no se limitó a aceptar la exactitud absoluta de las Escrituras del Antiguo Testamento en todo lo que enseñó, sino que reconoció la autoridad y el control absolutos de ésta sobre el curso total de su propia vida terrenal. Desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección, hubo un principio supremo y dominante expresado en la frase “para que se cumpliese’”. Lo que debía cumplirse era, en cada caso, algún pasaje notable de la Escritura del Antiguo Testamento.

Por ejemplo, la Biblia registra específicamente que cada uno de los siguientes incidentes en la vida terrenal de Jesús, tuvo lugar en cumplimiento de las Escrituras del Antiguo Testamento:

  • Su nacimiento de una virgen;
  • su nacimiento en Belén;
  • su huida a Egipto;
  • su residencia en Nazaret; su unción con el Espíritu Santo;
  • su ministerio en Galilea;
  • su curación de los enfermos;
  • el rechazo de sus enseñanzas y sus milagros por parte de los judíos;
  • su uso de las parábolas;
  • la traición que le hizo un amigo;
  • el abandono de sus discípulos;
  • el odio sin motivo del que fue víctima;
  • su condena con criminales;
  • la repartición de sus vestidos por suertes;
  • el ofrecimiento de vinagre para calmar su sed;
  • el traspasar su cuerpo sin que sus huesos se quebraran;
  • su entierro en la tumba de un hombre rico;
  • su resurrección de los muertos al tercer día.

La vida entera de Jesús fue dirigida en todos sus aspectos por la autoridad absoluta de las Escrituras del Antiguo Testamento. Cuando colocamos este hecho junto a su propia aceptación sin objeciones de esas Escrituras en todas sus enseñanzas, nos queda sólo una conclusión lógica: si las Escrituras del Antiguo Testamento no son una revelación totalmente exacta y autorizada de Dios, entonces Jesucristo mismo estaba engañado o era un engañador

Coherente, completa y todo suficiente

Consideremos ahora la autoridad reclamada por el Nuevo Testamento. Primero debemos observar el hecho notable que, hasta donde sabemos, Cristo mismo jamás escribió una sola palabra… excepto en una ocasión que escribió en la tierra delante de una mujer sorprendida en adulterio. No obstante, ordenó explícitamente a sus discípulos que transmitieran el relato de su ministerio y sus enseñanzas a todas las naciones de la tierra:

Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Mateo 28:19-20

Antes él había dicho:

Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas. Mateo 23:34

El término escribas significa “escritores”, es decir, los que asientan las enseñanzas religiosas en forma escrita. Por consiguiente está claro que Jesús tenía intención de que sus discípulos dejaran constancia permanente de su ministerio y sus enseñanzas. Además, Jesús tomó las medidas necesarias para que todo lo que sus discípulos escribieran fuera absolutamente exacto, porque prometió enviarles el Espíritu Santo con ese objetivo.

Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. Juan 14:26 Otra promesa similar aparece en Juan 16:13-15.

Observe que en estas palabras Cristo hizo provisión para el pasado y el futuro; tanto para el registro exacto de lo que los discípulos ya habían visto y oído, como para que recibieran con exactitud las nuevas verdades que el Espíritu Santo habría de revelar en adelante. El pasado lo cubre la frase: El (…) os recordará todo lo que yo os he dicho (Juan 14:26) El futuro está previsto en el mismo versículo por la frase él os enseñará todas las cosas y otra vez, en Juan 16:13: él os guiará a toda la verdad.

Por consiguiente, vemos que la exactitud y la autoridad del Nuevo Testamento, como la del Antiguo, no depende de la observación, la memoria o la comprensión humanas, sino de la enseñanza, la dirección y el control del Espíritu Santo. Por esta razón, el apóstol Pablo dice: Toda la Escritura [Antiguo y Nuevo Testamento por igual] es inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16).

Encontramos que los mismos apóstoles comprendían esto con claridad y reclamaban esta autoridad para sus escritos. Por ejemplo, Pedro escribe: Amados, esta es la segunda carta que os escribo (…) para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles. 2 Pedro 3:1-2

Aquí Pedro ubica en el mismo lugar las Escrituras del Antiguo Testamento y los mandamientos escritos por los apóstoles de Cristo, como gozando de igual autoridad. Pedro también reconoce la autoridad divina de los escritos de Pablo, porque dice:

Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición. 2 Pedro 3:15-16

La frase “las otras Escrituras” indica que incluso en vida de Pablo los otros apóstoles reconocían que sus epístolas poseían la total autoridad de las Escrituras, aunque Pablo mismo nunca conoció a Jesús durante su ministerio terrenal. Por consiguiente, la exactitud y autoridad de las enseñanzas de Pablo dependen únicamente de la inspiración sobrenatural y la revelación del Espíritu Santo.

Lo mismo se aplica a Lucas, quien nunca recibió el título de apóstol. Sin embargo, en el preámbulo de su evangelio declara que él “ha investigado con diligencia todas las cosas desde su origen” (Lucas 1:3). El término griego traducido “desde su origen” significa literalmente “de arriba”. En Juan 3:3, donde Jesús habla de “nacer de nuevo”, es el mismo término griego que se ha traducido “otra vez” o “de arriba”. En cada uno de estos pasajes la palabra indica la intervención directa y sobrenatural, así como la obra del Espíritu Santo.

De este modo, haciendo un cuidadoso examen, encontramos que la aseveración de exactitud y autoridad absolutas del Antiguo y del Nuevo Testamento por igual, no depende de las facultades variables y falibles de los seres humanos, sino de la divina y sobrenatural dirección, revelación y control del Espíritu Santo. Interpretados juntos de esta forma, el Antiguo y el Nuevo Testamento se confirman y complementan uno al otro y constituyen una coherente revelación de Dios, completa y toda suficiente. También hemos visto que nada hay en esta percepción total de las Escrituras que no sea consecuente con la lógica, la ciencia o el sentido común. Al contrario, hay mucho en estas tres para confirmarla y hacerla fácil de creer.

MANUAL (2) – Cómo edificar sobre el cimiento

MANUAL DEL CRISTIANOFundamentos bíblicos para la vida cristiana

MANUAL (2) – Cómo edificar sobre el cimiento

Una vez que hemos puesto el cimiento de este encuentro personal con Cristo en nuestra propia vida, ¿cómo podemos continuar edificando sobre este cimiento? La respuesta se encuentra en la bien conocida parábola del hombre sabio y del insensato, que construyeron cada uno su casa: Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. Mateo 7:24-27

Observe que la diferencia entre estos hombres no radica en las pruebas a que fueron sometidas sus casas. Cada casa tuvo que soportar la tormenta: el viento, la lluvia y la inundación. El cristianismo nunca ofreció a nadie un pasaje al cielo libre de tormentas. Por el contrario, se nos advierte que es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios (Hechos 14:22). Cualquier camino “Al Cielo” que eluda las tribulaciones es un engaño. No conducirá al destino prometido. Entonces, ¿cuál fue la diferencia vital entre los hombres y sus casas? El hombre prudente edificó sobre un cimiento de roca; el insensato, sobre uno de arena. El prudente construyó de manera que su casa soportara segura e inconmovible la tormenta; el insensato, de forma que su casa no pudo resistirla. La Biblia — Cimiento de la fe ¿Qué debemos entender con esta metáfora de edificar sobre una roca?»

La Biblia — Cimiento de la fe

¿Qué debemos entender con esta metáfora de edificar sobre una roca? ¿Qué significa para cada uno de nosotros los cristianos? Cristo mismo lo deja bien claro: Cualquiera pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Mateo 7:24 Por consiguiente, edificar sobre la roca significa escuchar y hacer lo que Cristo dice. Una vez puesto el fundamento —Cristo la Roca— en nuestra vida, edificamos sobre ese cimiento oyendo y cumpliendo la palabra de Dios; estudiando y aplicando diligentemente en nuestra vida las enseñanzas de la palabra de Dios. Por eso Pablo dijo a los ancianos de la iglesia en Éfeso: Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros… Hechos 20:32 La palabra de Dios, y únicamente su palabra —conforme la oímos y la cumplimos, la estudiamos y la aplicamos— es capaz de levantar dentro de nosotros un edificio de fe fuerte y seguro asentado sobre el fundamento del mismo Cristo. Esto trae a colación un tema de suprema importancia en la fe cristiana: la relación entre Cristo y la Biblia, y, por lo tanto, la relación de cada cristiano con la Biblia.

En sus páginas, la Biblia declara ser la “palabra de Dios”. Por otra parte, numerosos pasajes dan a Jesucristo mismo el título: “el Verbo (o Palabra) de Dios”. Por ejemplo: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Juan 1:1 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre)… Juan 1:14 [Cristo] estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Apocalipsis 19:13 Esta identificación de nombre, revela una identificación de naturaleza. La Biblia es la palabra de Dios, y Cristo es el Verbo de Dios. Cada cual por igual es una revelación de Dios, autorizada y perfecta. Cada uno concuerda con el otro a la perfección. La Biblia revela perfectamente a Cristo; Cristo cumple con exactitud la Biblia. La Biblia es la palabra escrita de Dios; Cristo es la palabra encarnada de Dios. Antes de su encarnación, Cristo era el Verbo eterno con el Padre. En su encarnación Cristo es el Verbo hecho carne. El mismo Espíritu Santo que revela a Dios mediante su palabra escrita, también revela a Dios en el Verbo hecho carne, Jesús de Nazaret.

La prueba del discipulado

Si en este sentido Cristo es perfectamente uno con la Biblia, se deduce que la relación entre el creyente y la Biblia tiene que ser la misma que su relación con Cristo. La Escritura da testimonio de esto en muchos lugares. Veamos primero en Juan 14. En este capítulo Jesús advierte a sus discípulos que él está a punto de separarse de ellos en su presencia física, y que de ahí en adelante habrá un nuevo género de relación entre él y ellos. Los discípulos no pueden ni quieren aceptar este cambio inminente. En particular no pueden comprender cómo, si Cristo está a punto de irse, podrán verlo o tener comunión con él. Cristo les dice: Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis. Juan 14:19 La frase final de ese versículo también puede traducirse: “pero vosotros seguiréis viéndome.” Debido a esta declaración Judas (no el Iscariote, sino el otro) pregunta: Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Juan 14:22

En otras palabras: “Señor, si te vas y si el mundo no te verá más, ¿cómo puedes todavía manifestarte a nosotros, tus discípulos, pero no a los que no son discípulos tuyos? ¿Qué clase de comunicación mantendrás con nosotros, que no estará abierta al mundo?” Jesús contesta: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. Juan 14:23 La clave para comprender esta respuesta se encuentra en la frase mi palabra guardará. La marca distintiva entre el verdadero discípulo y una persona del mundo es que un verdadero discípulo cumple la palabra de Cristo. En la respuesta de Cristo se revelan cuatro hechos de vital importancia para toda persona que sinceramente desea ser cristiana. Para que quede claro, repetiré la contestación de Jesús: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. Juan 14:23

He aquí cuatro hechos vitales:

  1. Guardar y cumplir la palabra de Dios es la característica suprema que distingue al discípulo de Cristo del resto del mundo.
  2. Guardar la palabra de Dios es la prueba suprema del amor del discípulo por Dios y la causa suprema del favor de Dios por el discípulo.
  3. Cristo se manifiesta al discípulo a través de la palabra de Dios, cuando es guardada y obedecida.
  4. El Padre y el Hijo vienen a la vida del discípulo y establecen su morada permanente con él a través de la palabra de Dios.

La prueba del amor

Junto a esta respuesta de Cristo, pondré las palabras del apóstol Juan: El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. 1 Juan 2:4-5 De estos dos pasajes se desprende que es absolutamente imposible sobreestimar la palabra de Dios en la vida del creyente cristiano. En resumen, guardar la palabra de Dios es lo que le distingue a usted como discípulo de Cristo. Esta es la prueba de su amor por Dios. Es la causa del favor especial de Dios hacia usted. Es el medio en que Cristo se le manifiesta, y Dios el Padre y el Hijo vienen a su vida y hacen su morada con usted. Dicho de otra manera: Su actitud hacia la palabra de Dios es su actitud hacia el mismo Dios. No amará a Dios más de lo que ama su palabra. No obedecerá a Dios más de lo que obedece su palabra. No honrará más a Dios de lo que honra su palabra. No dará más lugar a Dios en su corazón y en su vida del que da a su palabra. ¿Quiere saber cuánto significa Dios para usted? Pregúntese: ¿Cuánto significa para mí la palabra de Dios? La respuesta a esta segunda pregunta es también la respuesta a la primera. Para usted Dios significa tanto como su palabra… ese tanto, y no más.

Medios de revelación

Hay, en todos los sectores de la Iglesia cristiana de hoy, una conciencia general y creciente, de que hemos entrado en el período profetizado en Hechos 2:17-18. Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestro jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Humildemente doy gracias a Dios porque en los últimos años he tenido el privilegio de experimentar y observar en persona derramamientos del Espíritu en cinco continentes —África, Asia, Europa, América y Australia— donde se ha cumplido repetidas veces cada detalle de esta profecía. En consecuencia, creo firmemente en la manifestación bíblica en estos días de todos los nueve dones del Espíritu Santo; creo que Dios habla a su pueblo creyente mediante profecías, visiones, sueños y otras formas de revelación sobrenatural.

Sin embargo, sostengo firmemente que la Escritura es el medio supremo y autorizado por el cual Dios habla a su pueblo, se revela a su gente, la guía y la dirige. Sostengo que toda otra forma de revelación tiene que ser probada muy cuidadosamente remitiéndose a la Escritura y aceptadas sólo mientras estén de acuerdo con las doctrinas, preceptos, prácticas y ejemplos mostrados en la Biblia. Se nos dice: No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno. 1 Tesalonicenses. 5:19-21 Está mal, por lo tanto, apagar cualquier manifestación genuina del Espíritu Santo. Es un error despreciar las profecías dadas por medio del Espíritu Santo. Mas por otra parte, es vitalmente necesario examinar cualquier manifestación del Espíritu, o profecía, refiriéndola a las normas de la Escritura y después retener —aceptar— sólo las que estén totalmente de acuerdo con estas normas divinas. Una vez más, en Isaías se nos advierte: ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido. Isaías 8:20

Por consiguiente la Biblia —la palabra de Dios— es la norma suprema por la que tiene que juzgarse y examinarse todo lo demás. No puede aceptarse doctrina, práctica, profecía ni revelación alguna que no esté en concordancia completa con la palabra de Dios. Ninguna persona, grupo, organización ni iglesia tiene autoridad para cambiar, pasar por alto o apartarse de la palabra de Dios. En cualquier aspecto o grado en que una persona, grupo, organización o iglesia se aparte de la palabra de Dios, en ese aspecto y a tal grado están en tinieblas. No hay luz en ellos.

Vivimos tiempos en los que es cada vez más necesario realzar la supremacía de la Escritura sobre toda otra fuente de revelación o doctrina. Ya nos hemos referido al gran derramamiento mundial del Espíritu Santo en los últimos días y a las diversas manifestaciones sobrenaturales que acompañarán a ese derramamiento.

Pero la Escritura también nos advierte que, paralelamente a esta cada vez mayor actividad y manifestación del Espíritu Santo, habrá un aumento en la actividad de las fuerzas demoníacas, que siempre buscan oponerse al pueblo de Dios y a los propósitos de Dios en la tierra.

Refiriéndose a este período Cristo mismo nos advierte: Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo he dicho antes. Mateo 24:23-25

De la misma forma nos advierte el apóstol Pablo: Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad. 1 Timoteo 4:1-3

Pablo aquí nos pone sobre aviso de que en estos días habrá gran incremento en la propagación de falsas doctrinas y cultos y que la causa invisible detrás de ellos será la actividad de espíritus y demonios engañadores. De ejemplos, menciona las doctrinas y prácticas religiosas que imponen formas antinaturales y antibíblicas de ascetismo con respecto a la dieta y a la relación matrimonial normal. Pablo indica que la salvaguardia contra el ser engañado por estas formas de errores religiosos es creer y conocer la verdad —es decir, la verdad de la palabra de Dios.

Por medio de esta norma divina de la verdad somos capaces de detectar y rechazar todas las formas de error y engaño satánico. Pero para quienes profesan una religión, sin fe y sin conocimiento sanos de lo que enseñan las Escrituras, éstos son realmente días muy peligrosos. Necesitamos aferrarnos a un gran principio guía establecido en la Biblia, que es: La palabra de Dios y el Espíritu de Dios siempre deben obrar juntos en perfecta unidad y armonía. Jamás debemos divorciar la palabra del Espíritu o el Espíritu de la palabra. No es el propósito de Dios que la palabra obre alguna vez separada del Espíritu o el Espíritu aparte de la palabra. Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, Y todo su ejército por el aliento de su boca. Salmo 33:6 (BLA).

El término traducido aquí “aliento” es en realidad la palabra hebrea que normalmente se usa para “espíritu”. No obstante, el uso de la palabra “aliento” sugiere una hermosa figura de la operación del Espíritu de Dios. Cuando la palabra de Dios sale de su boca, su Espíritu —que es su aliento— sale con ella. En nuestro nivel humano, cada vez que abrimos la boca para pronunciar una palabra, nuestro aliento necesariamente sale junto con ella. Así mismo sucede con Dios. Cuando la palabra de Dios sale, su aliento —es decir, su Espíritu— también va. De esta forma, la palabra de Dios y el Espíritu de Dios siempre están juntos, perfectamente unidos en una sola operación divina. Vemos ilustrado este hecho, que el salmista nos recuerda, en el relato de la creación. En Génesis leemos: El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Génesis 1:2

En el siguiente versículo leemos: Y Dios dijo: Sea la luz, y fue la luz.

La palabra de Dios salió; Dios pronunció la palabra luz. Y cuando la palabra y el Espíritu de Dios se juntaron, tuvo lugar la creación, la luz vino a existir y el propósito de Dios se cumplió. Lo que sucedió en aquel gran acto de creación todavía sucede en la vida de cada individuo. La palabra de Dios y el Espíritu de Dios al unirse en nuestra vida, contienen toda la autoridad y el poder creadores de Dios mismo. A través de ellos Dios provee por cada necesidad y produce su perfecta voluntad y plan para nosotros. Pero si los divorciamos —buscando el Espíritu sin la palabra, o estudiando la palabra sin el Espíritu— nos desviamos y perdemos de vista el plan de Dios.

Buscar las manifestaciones del Espíritu separadas de la palabra terminará siempre en insensatez, fanatismo y error. Profesar la palabra sin el impulso del Espíritu produce únicamente ortodoxia y formalismo religiosos muertos e impotentes.

MANUAL (1) – Los cimientos de la fe cristiana

MANUAL DEL CRISTIANOFundamentos bíblicos para la vida cristiana

MANUAL (1) – Los cimientos de la fe cristiana

En varios lugares la Biblia compara la vida de un creyente a la construcción de un edificio. Por ejemplo, en la epístola de Judas dice: Edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo (v. 20). El apóstol Pablo también usa la misma descripción en varios lugares: Vosotros sois (…) edificio de Dios. (…) yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima: pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. 1 Corintios 3:9-11 En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu. Efesios 2:22 Os encomiendo (…) a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros. Hechos 20:32 En todos estos pasajes se compara la vida del creyente con la construcción de un edificio.

Ahora, en el orden natural, la primera parte y la más importante de cualquier estructura permanente es el cimiento. El cimiento fija por necesidad el límite del peso y la altura del edificio que se erigirá sobre él. Un cimiento débil soportará un pequeño edificio. Uno fuerte puede soportar un gran edificio. Hay una relación fija entre los cimientos y el edificio.

En la ciudad de Jerusalén viví una vez en una casa que había sido construida por un asirio. Este hombre había obtenido de la municipalidad una licencia para construir una casa de dos pisos, y los cimientos habían sido puestos de acuerdo con eso. Sin embargo, a fin de aumentar sus ingresos alquilando el edificio, este asirio había construido un tercer piso sin el permiso para hacerlo. El resultado fue, que mientras estábamos viviendo en la casa, todo el edificio empezó a hundirse en una esquina y finalmente se salió de la perpendicular. ¿Por qué razón? Los cimientos no eran lo bastante fuertes para soportar la casa que aquel hombre trató de construir sobre ellos. Aun así en el orden espiritual sucede lo mismo en la vida de muchos que profesan ser cristianos. Empiezan con la intención de erigir un magnífico edificio de cristiandad en sus vidas. Pero, por desgracia, antes de mucho tiempo su estupendo edificio empieza a hundirse, a vacilar, a salirse de la verdad. Se inclina grotescamente. A veces se derrumba por completo y no quedan más que las ruinas de un montón de promesas y oraciones y buenas intenciones que no se cumplieron. Debajo de esta masa de ruinas yace enterrada la razón de ese fracaso: sus cimientos. Por no haberse puesto como es debido, no pudieron soportar el estupendo edificio que estaba planeado.

Cristo la Roca

Entonces, ¿cuál es el cimiento designado por Dios para la vida cristiana? La respuesta clara la da el apóstol Pablo: Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo (1 Corintios 3:11).

Esto también lo confirma Pedro cuando habla de Jesucristo: Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa… (1 Pedro 2:6). Aquí Pedro se está refiriendo al pasaje en Isaías que dice: Por tanto, así dice el Señor Dios: He aquí, pongo por fundamento en Sion una piedra, una piedra probada, angular, preciosa, fundamental, bien colocada (Isaías 28:16 BLA).

Así, el Antiguo Testamento y el Nuevo por igual concuerdan en este hecho vital: el verdadero fundamento de la vida cristiana es Jesucristo mismo; nada más, ni nadie más. No es un credo, una iglesia, una denominación, una ordenanza o una ceremonia. Es Jesucristo mismo y “nadie puede poner otro fundamento.”

Analicemos las palabras de Jesús:

Viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elias; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ellas. Mateo 16:13-18″

Se ha sugerido que estas palabras de Jesús significan que Pedro es la roca sobre la que se ha de edificar la Iglesia cristiana, y por lo tanto que Pedro es en cierto sentido el cimiento de la cristiandad más bien que Cristo mismo. Esta cuestión es de tan vital importancia y alcance, que es imperativo examinar las palabras de Jesús muy cuidadosamente para asegurarse de su sentido exacto.

En el griego original del Nuevo Testamento en la respuesta de Cristo a Pedro, hay un deliberado juego de palabras. En griego el nombre “Pedro” es Petros; la palabra que significa “roca” es petra. Jugando con la similitud de ambos sonidos, Jesús dice: Tú eres Pedro [Petras], y sobre esta roca [petra] edificaré mi iglesia (Mateo 16:18). Aunque los sonidos de estas dos palabras son muy parecidos, su significado es muy diferente. Petros significa una piedrecita o guijarro. Petra es una gran roca. La idea de construir una iglesia sobre un guijarro es obviamente ridícula y por lo tanto no podría ser lo que Cristo quiso decir. Jesús utiliza este juego de palabras para mostrar la verdad que él está tratando de enseñar. No está identificando a Pedro con la roca, sino destacando cuán pequeño e insignificante es el guijarro, Pedro, comparado con la gran roca sobre la que se ha de edificar la Iglesia.

Tanto el sentido común como la Escritura confirman este hecho. Si la Iglesia de Cristo estuviera realmente fundada sobre el apóstol Pedro, sería con certeza el más inseguro e inestable edificio del mundo. Más adelante en ese mismo capítulo del Evangelio de Mateo leemos que Jesús empieza a advertir a sus discípulos de su inminente rechazo y crucifixión. El relato continúa así: Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. Mateo 16:22-23 Aquí Cristo inculpa directamente a Pedro de dejarse dominar por las opiniones de los hombres, e incluso por incitaciones del mismo Satanás. ¿Cómo podría semejante hombre ser el cimiento de toda la Iglesia cristiana? Más adelante en los evangelios leemos que, en vez de confesar a Cristo ante una doncella, Pedro niega públicamente a su Señor tres veces. Incluso después de la resurrección y del día de Pentecostés, Pablo nos cuánta que Pedro, dejándose dominar por el miedo a sus compatriotas, transige en un punto concerniente a la verdad del evangelio (ver Gálatas 2:11-14).

Con toda seguridad Pedro no era una roca. Era un líder nato, impetuoso, que se daba a querer… pero un hombre como cualquier otro, con todas las debilidades inherentes a su humanidad. La única roca sobre la que puede basarse la fe cristiana es sobre el mismo Cristo. La confirmación de este hecho vital se encuentra también en el Antiguo Testamento. David el salmista, inspirado proféticamente por el Espíritu Santo, dice esto: El Señor es mi roca (…) en quien me refugio; mi escudo, y el cuerno de mi salvación, mi altura inexpugnable. Salmo 18:2 (BLA). En el Salmo 62 David hace una confesión de fe parecida:

En Dios Solamente está acallada mi alma;
De él viene mi salvación.
El solamente es mi roca y mi salvación;
Es mi refugio, no resbalaré mucho.
Alma mía, en Dios solamente reposa, (…)
El solamente es mi roca y mi salvación.
Es mi refugio, no resbalaré,
En Dios está mi salvación y mi gloria;
En Dios está mi roca fuerte, y mi refugio. Salmo 62:1-2, 5-7

Nada podría ser más claro que esto. La palabra roca aparece tres veces, y la palabra salvación, cuatro. Es decir, las palabras roca y salvación son íntima e inseparablemente asociadas por la Escritura. Las dos se encuentran sólo en una persona, y esa persona es el mismo Señor. Esto lo acentúa la repetición de la palabra solamente. Si alguien necesitara mayor confirmación podemos aprovechar las palabras del mismo Pedro. Hablando del pueblo de Israel respecto de Jesús, Pedro dice: Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Hechos 4:12

El Señor Jesucristo, por lo tanto, es la verdadera roca, la roca de los siglos, en quien hay salvación. La persona que edifica sobre este fundamento puede decir, como David: El solamente es mi roca y mi salvación El es mi refugio, no resbalaré mucho. Salmo 62:6

Enfrentamiento

Entonces, ¿cómo edifica una persona sobre esa roca, que es Cristo? Regresemos al momento dramático en que Cristo y Pedro están cara a cara y Pedro dice: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Mateo 16:16). Hemos visto que Cristo es la roca. Pero no aislado o abstracto. Pedro tenía una experiencia personal definida. Hubo cuatro etapas sucesivas en esta experiencia:

1. Un encuentro directo y personal de Pedro con Cristo. Ambos estaban cara a cara. No hubo mediador entre ellos. Ningún otro ser humano tomó parte alguna en la experiencia.

2. Una revelación personal directa concedida a Pedro. Jesús dijo a Pedro: “No te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos’’ (Mateo 16:17). No fue el resultado del razonamiento natural o de la comprensión intelectual. Fue el fruto de una revelación espiritual directa a Pedro del mismo Dios Padre.

3. Un reconocimiento personal por parte de Pedro de la verdad que así le ha sido revelada.

4. Una confesión abierta y pública por parte de Pedro de la verdad que ha reconocido.

En estas cuatro etapas sucesivas vemos lo que significa edificar sobre la roca. No hay nada abstracto, intelectual o teórico acerca de todo eso. Cada etapa implica una experiencia individual definida. La primera etapa es un encuentro personal y directo con Cristo. La segunda, es una revelación espiritual directa de Cristo. La tercera, es un reconocimiento personal de Cristo. La cuarta, es una confesión abierta y personal de Cristo. A través de estas cuatro experiencias, Cristo se convierte, para cada creyente, en la roca sobre la que se edifica su fe.

Revelación

Surge la pregunta: ¿Puede una persona hoy llegar a conocer a Cristo de la misma forma directa y personal en que Pedro llegó a conocerlo? La respuesta es sí, por las dos razones siguientes:

Primera, quien fue revelado a Pedro no fue Cristo en su naturaleza puramente humana; Pedro ya conocía a Jesús de Nazaret, el hijo del carpintero. Quien fue revelado a Pedro entonces fue el divino, eterno e inmutable Hijo de Dios. El mismo Cristo que vive ahora exaltado en el cielo, a la diestra del Padre. En el transcurso de casi dos mil años no ha habido cambio alguno en él. Sigue siendo Jesucristo, el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Como fue revelado a Pedro, todavía puede ser revelado hoy a los que sinceramente lo buscan.

Segunda, la revelación no vino de “carne y sangre”; por algún medio físico o sensorial. Fue una revelación espiritual, la obra del Espíritu Santo. El mismo Espíritu que dio a Pedro esta revelación todavía obra en todo el mundo, revelando al mismo Cristo. Jesús prometió a sus discípulos: Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Juan 16:13-14

Puesto que la revelación espiritual está en el plano eterno, espiritual, no está limitada por factores físicos, tales como el paso del tiempo o los cambios de idioma, costumbres, ropas o circunstancias. Esta experiencia personal con Jesucristo, el Hijo de Dios —revelado por el Espíritu Santo, reconocido y confesado— sigue siendo la única roca inalterable, el único cimiento inconmovible, sobre el cual tiene que basarse toda verdadera fe cristiana.

Los credos y las opiniones, las iglesias y las denominaciones, todos pueden cambiar, pero esta única roca de la salvación de Dios mediante la fe personal en Cristo permanece eterna e inmutable. Sobre ella una persona puede edificar su fe en el tiempo y para toda la eternidad con una confianza y seguridad que nada podrá derrumbar jamás.

Reconocimiento

Nada es más impactante en los escritos y testimonios de los primeros cristianos que su serenidad y confianza en lo concerniente a su fe en Cristo. Jesús dice: Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Juan 17:3

Esto no significa conocer a Dios de una manera general mediante la naturaleza o la consciencia como Creador o Juez. Es conocerlo revelado personalmente en Jesucristo. Tampoco es conocer a Jesucristo como un personaje histórico o como un gran maestro. Es conocerlo directa y personalmente, y a Dios en él. El apóstol Juan escribe: Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna. 1 Juan 5:13

Los primeros cristianos no sólo creían, también sabían. Tenían la experiencia de la fe, que producía un conocimiento definido de lo que ellos habían creído. Un poco más adelante en el mismo capítulo Juan repite: Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna (v.20).

Observe la humilde aunque serena confianza de estas palabras. Se basan en el conocimiento de una persona, y esa Persona es Jesucristo mismo. Pablo tenía la misma clase de testimonio personal cuando decía: Yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. 2 Timoteo 1:12

Pablo no dijo: “Yo sé lo que he creído”, sino “Yo sé a quién he creído”. El fundamento de su fe no era un credo o una iglesia, sino una Persona a quien él conocía en una relación directa: Jesucristo. Como resultado de esta relación personal con Cristo, tenía una confianza serena en lo concerniente al bienestar de su alma que nada podría echar abajo en esta vida o en la eternidad.

Confesión

Durante años conduje reuniones callejeras en Londres, Inglaterra. Al final de las reuniones, a veces me acercaba a la gente que había estado escuchando el mensaje y les hacía esta simple pregunta: “¿Es usted cristiano?” Muchas veces recibía respuestas como: “Creo que sí” o “Espero que sí” o “Trato de serlo” o “No sé”. Todos los que dan respuestas como esas dejan al descubierto un hecho: Su fe no está fundada sobre un conocimiento directo y personal de Jesucristo. Supongamos que yo le hiciera la misma pregunta: ¿Es usted cristiano? ¿Qué respuesta me daría?

Un consejo final de Job: Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien (Job 22:21).

Cita del libro “El Manual Del Cristiano Lleno Del Espíritu”

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