Los primeros efectos de la palabra de Dios
Examinaremos ahora los efectos prácticos que la Biblia afirma producir en quienes la reciben. En Hebreos 4:12 se nos dice que la palabra de Dios es viva y eficaz. El término griego traducido “eficaz” significa enérgico. La idea que nos transmite es una de energía y actividad intensa y vibrante.
De igual manera Jesús mismo dice: Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida (Juan 6:63). Y otra vez, el apóstol Pablo dice a los cristianos de Tesalónica: Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes. 1 Tesalonicenses 2:13
Así vemos que la palabra de Dios no puede ser reducida a meros sonidos en el aire o a marcas en una hoja de papel. Por el contrario, la palabra de Dios es vida; es Espíritu; es activa; es enérgica; obra con efectividad en quienes la creen.
La reacción determina el efecto
No obstante, la Biblia también deja bien en claro que la reacción y la acogida que le den quienes la escuchan determina la manera y el grado en que ella obra en cada circunstancia. Por eso Santiago dice: Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. Santiago 1:21
Antes que el alma pueda recibir la palabra de Dios con efectos salvadores, hay que desechar ciertas cosas. Santiago especifica dos de ellas: la “inmundicia” y la “abundancia de malicia”, o picardía. La inmundicia denota una complacencia perversa en lo que es licencioso e impuro. Esta actitud cierra la mente y el corazón a la influencia salvadora de la palabra de Dios. Por otra parte, la picardía sugiere en particular el mal comportamiento de un niño. Llamamos “picaro” a un niño respondón que se niega a aceptar’ las amonestaciones de sus mayores, y las discute. Esta actitud hacia Dios se encuentra con frecuencia en el alma no redimida. Muchos pasajes de la Escritura se refieren a ella: Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú para que alterques con Dios? Romanos 9:20 ¿Es sabiduría contender con el Omnipotente? El que disputa con Dios, responda a esto. Job 40:2
Esta actitud, como la inmundicia, cierra el corazón y la mente a los efectos benéficos de la palabra de Dios. Santiago describe como mansedumbre lo opuesto a la inmundicia y a la picardía. La mansedumbre sugiere las ideas de quietud, humildad, sinceridad, paciencia, apertura de corazón y de mente. Estas características con frecuencia se asocian con lo que la Biblia llama “el temor de Dios”; una actitud de reverencia y respeto hacia Dios. Así leemos en los Salmos la siguiente descripción de un hombre abierto para recibir los beneficios y las bendiciones de las amonestaciones de Dios por medio de su palabra:
Bueno y recto es el Señor;
por tanto, El muestra a los pecadores el camino.
Dirige a los humildes en la justicia,
y enseña a los humildes su camino (…)
¿Quién es el hombre que teme al Señor?
El le instruirá en el camino que debe escoger (…)
Los secretos del Señor son para los que le temen,
y El les dará a conocer su pacto. Salmo 25:8-9,12,14, BLA
Vemos aquí que la mansedumbre y el temor del Señor son las dos actitudes necesarias en quienes desean recibir instrucción y bendiciones de Dios mediante su palabra. Estas dos actitudes son opuestas a las que Santiago describe como “inmundicia” y “malicia”. Así descubrimos que la palabra de Dios puede producir efectos muy diferentes en distintas personas y que estos efectos están determinados por las reacciones de quienes la escuchan. Por esta razón leemos en Hebreos 4:12 no sólo que la palabra de Dios es “viva” y “eficaz”, sino también que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Dicho de otro modo, la palabra de Dios saca a la luz la naturaleza íntima y el carácter de quienes la oyen, y distingue marcadamente entre los diferentes tipos de oyentes.
De la misma manera Pablo describe el carácter revelador y separador del evangelio: Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. 1 Corintios 1:18 No hay diferencia en el mensaje predicado; el mensaje es el mismo para todos los hombres. La diferencia radica en la reacción de quienes lo oyen. Para quienes reaccionan de un modo, el mensaje parece ser una mera tontería; para quienes reaccionan del modo opuesto, el mensaje se convierte en el poder salvador de Dios experimentado realmente en sus vidas. Esto nos conduce a otra realidad más acerca de la palabra de Dios que declara el versículo clave de Hebreos 4:12. La palabra de Dios no sólo es viva y eficaz; no sólo discierne o revela los pensamientos e intenciones del corazón; también es más cortante que toda espada de dos filos. Es decir, que divide a todos los que la escuchan en dos clases: los que la rechazan y la llaman tontería, y los que la reciben y encuentran en ella el poder salvador de Dios. Fue en ese sentido que Cristo dijo: No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra. Mateo 10:34-35
La espada que Cristo vino a traer sobre la tierra es la que Juan vio saliendo de la boca de Cristo: la espada cortante de dos filos de la palabra de Dios (ver Apocalipsis 1:16). Esta espada, mientras sigue adelante por la tierra, divide incluso a los miembros de la misma familia, cercenando los vínculos terrenales más estrechos, siendo sus efectos determinados por la reacción de cada individuo a ella.
La fe
Volviendo ahora a quienes reciben la palabra de Dios con mansedumbre y sinceridad, con corazones y mentes abiertos, examinemos en orden los diversos efectos que produce. El primero de estos efectos es la fe: Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. Romanos 10:17
Hay tres etapas sucesivas en el proceso espiritual descrito aquí: 1) la palabra de Dios, 2) el oír, 3) la fe. La palabra de Dios no produce fe de inmediato, sino únicamente escuchándola. Escuchar puede describirse como una actitud de interés y atención vivos, un sincero deseo de recibir y comprender el mensaje presentado. Entonces, al escucharla, se desarrolla la fe.
Es importante ver que el escuchar la palabra de Dios inicia un proceso en el alma a partir del cual se desarrolla la fe y que este proceso requiere un período de tiempo mínimo. Esto explica por qué se encuentra tan poca fe hoy en los que profesan ser cristianos: porque nunca dedican suficiente tiempo a escuchar la palabra de Dios para permitir que ésta produzca en ellos una porción de fe substancial. Si llegan a dedicar algún tiempo a las devociones privadas y al estudio de la palabra de Dios, todo el proceso se desenvuelve de un modo tan apresurado y accidentado que se termina antes que la fe haya tenido tiempo de desarrollarse.
Conforme estudiamos la manera en que se produce la fe, también llegamos a comprender con mucha más claridad cómo debe definirse la fe bíblica. En la conversación general usamos la palabra fe con mucha ligereza. Hablamos de tener fe en un doctor o en una medicina o fe en un periódico o fe en un político o en un partido político. En términos bíblicos, sin embargo, el término/c tiene que definirse mucho más estrictamente. Puesto que la fe viene sólo de escuchar la palabra de Dios, su relación es siempre directamente con ésta. La fe bíblica no consiste en creer cualquier cosa que nosotros mismos podamos desear o imaginar o nos parezca. La fe bíblica puede definirse como creer que Dios significa lo que ha dicho en su palabra; que Dios hará lo que ha prometido hacer en su palabra. Por ejemplo, David ejerce esta clase de fe bíblica cuando dice al Señor: Y ahora, Señor, que la palabra que tú has hablado acerca de tu siervo y acerca de su casa, sea afirmada para siempre, y haz según has hablado. 1 Crónicas 17:23, (BLA)
La fe bíblica está expresada en esas cuatro cortas palabras: haz según has hablado. De la misma forma, la virgen María ejerció la misma clase de fe bíblica cuando el ángel Gabriel le trajo un mensaje de promesa de Dios y ella replicó: Hágase conmigo conforme a tu palabra . Lucas 1:38 Ese es el secreto de la fe bíblica: conforme a tu palabra. La fe bíblica se forma dentro del alma escuchando la palabra de Dios, y se expresa por la reacción dinámica de reclamar el cumplimiento de lo que Dios ha dicho. Hemos recalcado que la fe es el primer efecto que la palabra de Dios produce en el alma porque esta clase de fe es básica para cualquier transacción positiva entre Dios y el alma humana: Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. Hebreos 11:6 Vemos que la fe es la reacción primera e indispensable del alma humana cuando se acerca a Dios: Es necesario que el que se acerca a Dios crea. Hebreos 11:6
El nuevo nacimiento
Después de la fe, el siguiente gran efecto producido por la palabra de Dios dentro del alma es la experiencia espiritual que en la Escritura se llama “el nuevo nacimiento” o “nacer de nuevo”. Por eso Santiago dice con respecto a Dios: El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. Santiago 1:18
El cristiano que ha vuelto a nacer, posee un nuevo género de vida espiritual, engendrada dentro de él por la palabra de Dios, recibida por fe en su alma. De la misma forma, el apóstol Pedro describe a los cristianos como siendo nacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1 Pedro 1:23).
Es un principio, de la naturaleza y de la Escritura, que el tipo de semilla determina el tipo de vida que nacerá de ésta. Una semilla de maíz produce maíz; una semilla de cebada produce cebada; una semilla de naranja produce naranjas. Así mismo es en el nuevo nacimiento. La simiente es la divina, incorruptible y eterna palabra de Dios. La vida que produce, cuando se recibe por fe en el corazón del creyente, es como la simiente: divina, incorruptible y eterna. Es, en realidad, la misma vida de Dios que viene a un alma humana a través de su palabra. Juan escribe: Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. 1 Juan 3:9
Aquí Juan relaciona directamente la vida victoriosa del cristiano vencedor con la naturaleza de la semilla que produce esa vida dentro de él: la propia simiente de Dios; la incorruptible simiente de la palabra de Dios. Como la simiente es incorruptible, la vida que produce es también incorruptible; es absolutamente pura y santa. No obstante, esta Escritura no asevera que el cristiano nacido de nuevo no cometa pecado jamás. Dentro de cada cristiano vuelto a nacer surge una naturaleza completamente nueva. Pablo la llama “el nuevo hombre” y lo compara con “el viejo hombre”; la antigua naturaleza corrupta, depravada y caída que domina a toda persona que nunca ha nacido de nuevo (ver Efesios 4:22-24).
Hay un contraste total entre estos dos: el “nuevo hombre” es recto y santo; el “viejo hombre” es depravado y corrupto. El “nuevo hombre”, habiendo nacido de Dios, no puede cometer pecado; el “viejo hombre”, por ser el producto de la rebelión y la caída, no puede dejar de pecar. La clase de vida que lleve cualquier cristiano nacido de nuevo, es el resultado de la interacción dentro de sí de estas dos naturalezas. Mientras el “viejo hombre” sea mantenido en sujeción y el “nuevo hombre” ejerza apropiado control sobre él, hay rectitud sin mácula, victoria y paz. Pero cuando quiera que se permita al “viejo hombre” campar por su respeto y volver a dominar, la inevitable consecuencia es el fracaso, la derrota y el pecado.
Podemos resumir el contraste de este modo: el verdadero cristiano que ha vuelto a nacer de la incorruptible simiente de la palabra de Dios, tiene dentro de sí la posibilidad de llevar una vida de victoria completa sobre el pecado. El hombre sin redimir que jamás ha nacido de nuevo no tiene más alternativa que pecar. Es inevitablemente esclavo de su propia naturaleza corrupta y caída.
El alimento espiritual
Hemos dicho que nacer de nuevo mediante la palabra de Dios produce dentro del alma una naturaleza totalmente nueva; un género nuevo de vida. Esto nos lleva a considerar el siguiente efecto importante que produce la palabra de Dios. En cada ámbito de la vida hay una ley inmutable: tan pronto nace una nueva vida, la primera y mayor necesidad de esa vida recién nacida es el alimento apropiado para sostenerla. Por ejemplo, cuando nace un bebé humano, puede ser sano y saludable en todos los aspectos; pero a menos que reciba alimento rápidamente, desfallecerá y morirá.
Lo mismo sucede en el ámbito espiritual. Cuando una persona vuelve a nacer, la nueva naturaleza espiritual surgida dentro de esa persona, necesita inmediatamente alimento espiritual, para mantener la vida y poder crecer. El alimento espiritual que Dios ha proporcionado para todos sus hijos nacidos de nuevo se encuentra en su propia palabra. La palabra de Dios es tan rica y variada que contiene alimento adaptado para cada etapa del desarrollo espiritual.
La provisión de Dios en las primeras etapas del crecimiento espiritual se describe en la primera epístola de Pedro. Inmediatamente después de hablar en el capítulo 1 acerca de nacer de nuevo de la simiente incorruptible de la palabra de Dios, prosigue en el capítulo 2 diciendo: Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación… 1 Pedro 2:1-2
Para los niños espirituales en Cristo recién nacidos, el alimento indicado por Dios es la leche no adulterada de su propia palabra. Esta leche es una condición necesaria para la continuación de la vida y el crecimiento. Sin embargo, esta indicación viene con una advertencia. En lo natural, no importa cuán pura y fresca sea la leche, se contamina y echa a perder si entra en contacto con cualquier cosa agria o rancia. Lo mismo sucede en lo espiritual. A fin de que los cristianos recién nacidos reciban el alimento adecuado de la leche pura de la palabra de Dios, primero es preciso limpiar con esmero su corazón de todo lo amargo o rancio.
Por esta razón Pedro nos advierte que debemos echar a un lado toda malicia, todo engaño, toda hipocresía, toda envidia y todas las detracciones. Esos son los componentes amargos y rancios de la antigua vida que, si no son eliminados de nuestro corazón, frustrarán los efectos benéficos de la palabra de Dios dentro de nosotros y obstaculizarán la salud y el crecimiento espirituales. No obstante, la voluntad de Dios no es que los cristianos permanezcan en la infancia espiritual demasiado tiempo. Cuando empiezan a crecer, la palabra de Dios les ofrece un alimento más substancioso. Cuando fue tentado por Satanás para que convirtiera las piedras en pan. Cristo contestó: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Mateo 4:4
Cristo indica aquí que la palabra de Dios es la contraparte espiritual del pan en la dieta natural del hombre. Dicho de otro modo, es el principal elemento de la dieta y la fuente de la fortaleza. Es significativo que Cristo diga enfáticamente: toda palabra que sale de la boca de Dios. Es decir, que los cristianos que desean la madurez espiritual, tienen que aprender a estudiar toda la Biblia, no sólo algunos de los pasajes más familiares.
Se dice que George Müller leía con regularidad la Biblia de punta a cabo varias veces cada año. Esto explica en gran medida los triunfos de su fe y lo fructífero de su ministerio. Pero hay muchos que profesan ser cristianos y miembros de la iglesia que a duras penas conocen dónde encontrar en sus Biblias libros como los de Esdras o Nehemías o alguno de los profetas menores. Mucho menos han estudiado alguna vez por sí mismos los mensajes de tales libros. No en balde permanecen para siempre en una especie de infancia espiritual. Son, en realidad, tristes ejemplos de retrasados en su desarrollo debido a una dieta inadecuada.
Más allá de la leche y el pan, la palabra de Dios también proporciona alimento sólido. El escritor de Hebreos, reprendió a los creyentes hebreos de su época porque habían conocido las Escrituras durante mucho tiempo, pero jamás habían aprendido a estudiarlas adecuadamente o aplicar sus enseñanzas. Por consiguiente, todavía eran espiritualmente inmaduros e incapaces de ayudar a otros que necesitaban auxilio espiritual. Esto es lo que dice: Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Hebreos 5:12-14
¿Qué descripción de una gran masa de los que profesan ser cristianos y miembros de la iglesia hoy! Han poseído una Biblia y asistido a la iglesia durante muchos años. Pero ¡qué poco conocen lo que enseña la Biblia! ¡Qué débiles e inmaduros son en su experiencia espiritual; cuán incapaz de aconsejar a un pecador o instruir a un nuevo convertido! ¡Después de tantos años todavía son bebés espirituales, incapaces de digerir algún alimento que vaya más allá de la leche! No obstante, no es necesario permanecer en esa condición. El escritor de Hebreos nos dice cuál es el remedio. Es tener los sentidos ejercitados por el uso. El estudio sistemático y regular de toda la palabra de Dios, desarrollará y madurará nuestras facultades espirituales.