Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de El (1 Corintios 12:11).
Una y otra vez el apóstol usa la expresión: «a cada uno», «a uno», «a otro», para remarcar la verdad de que los dones del Espíritu son dados por el Espíritu a cada uno en particular, de forma individual, con el fin de edificar al cuerpo. Es decir, subraya la individualidad pero dentro de la diversidad de un mismo cuerpo.
Todas las manifestaciones de los dones pertenecen a un mismo Espíritu, desde un cuerpo y para un mismo cuerpo, aunque hay que reconocer la función propia de cada miembro en la edificación mutua. Toda esta obra de ingeniería espiritual la pone en marcha el Espíritu de Dios, como si fuera una inmensa orquesta, para que cada uno, en unión con el otro, pueda ejercer la habilidad que le ha dado el Espíritu en beneficio de todos. Es una verdad preciosa y liberadora, sencilla y clara, pero que por su incomprensión se ha vuelto motivo de rivalidades, envidias y pleitos, o sea, las obras de la carne.
Piensa. «Pero todas estas cosas las hace uno». El gravísimo error lo cometemos cuando partiendo del cuerpo nos aislamos de él para atraer la atención sobre nuestra propia manifestación elevando la individualidad a categoría de doctrina esencial, perdiendo con ello el equilibrio del Espíritu. Forzamos así la construcción de un cuerpo extraño, una especie de Frankenstein compuesto por piezas extrañas que deforman el cuerpo.
Cada don está unido al Espíritu para operar desde el mismo Espíritu, porque recibe de Él la función para edificar el cuerpo. Si nos desviamos de esta dependencia esencial y vital, acabaremos produciendo un cuerpo extraño, levantando un sistema religioso al estilo del pecado de Jeroboam, que partiendo del llamamiento de Dios inventó de su propio corazón días de fiesta, puso sacerdotes que no eran de la tribu de Leví, y lo institucionalizó tomando fuerza por la mezcla político-religiosa con resultados desastrosos para Israel, el pueblo escogido por Dios.
«Distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de El. Estamos sometidos a la voluntad del Espíritu de Dios. Todo lo que se sale de ese sometimiento es rebelión, un cuerpo extraño, por tanto, el resultado estará muy alejado de la voluntad revelada de Dios. El Espíritu respeta nuestra individualidad, la potencia, la usa, pero siempre en beneficio de la totalidad, nunca para la exaltación de la parte, sino para la unidad del todo. Deberíamos aprender bien esta verdad.
Los dones del Espíritu son dados individualmente a cada uno para ser usados en beneficio de la totalidad del cuerpo y su edificación.