Y aconteció que cuando todo el pueblo era bautizado, Jesús también fue bautizado: Y mientras El oraba, el cielo se abrió, y el Espíritu Santo descendió sobre El en forma corporal, como una paloma, y vino una voz del cielo, que decía: Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido. Y cuando comenzó su ministerio, Jesús mismo tenía unos treinta años… (Lucas 3:21-23).
La concepción de Jesús en el vientre de María fue una intervención sobrenatural del Espíritu sobre ella. Siguió la confirmación de ser el Mesías mediante el testimonio de muchos testigos; entre ellos, Simeón, que movido por el Espíritu fue al templo; y Ana, que siempre estaba en el templo; por lo que el día que Jesús fue presentado ella estaba allí. Ahora tenemos el inicio del ministerio de Jesús a los treinta años, sellado por el testimonio del Espíritu sobre su vida, capacitándole para la obra que debía realizar.
Jesús fue bautizado por Juan, hijo de Zacarías y Elisabeth, y una voz del cielo dio testimonio de que El era el Hijo amado a quién debían oír. Vemos que en todo el proceso de la encarnación y la manifestación de Jesús a Israel está presente el Espíritu Santo sellando cada suceso con la aprobación divina. El mismísimo Hijo de Dios necesitó la acción del Espíritu sobre su vida para poder desarrollar su misión ¿cuánto más los llamados de Dios necesitaremos el Espíritu en nosotros para cumplir con la tarea encomendada?
Jesús fue ungido con el Espíritu —nos dice el autor de Hebreos— porque amó la justicia y aborreció la iniquidad; por ello le ungió el Señor con óleo de alegría más que a sus compañeros (Hebreos 1:9). El profeta Isaías había profetizado de Jesús lo siguiente: El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor para traer buenas nuevas a los afligidos; me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros; para proclamar el año favorable del Señor… (Isaías 61:1-3). Y el apóstol Pedro les dijo a los gentiles reunidos en casa de Cornelio: Vosotros sabéis cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, el cuál anduvo haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con El (Hechos 10:38).
Si analizamos la vida de Jesús en la tierra veremos que vivió en una dependencia absoluta del Padre y de la obra del Espíritu Santo en él. Luego enseñaría lo mismo a los suyos. Lo iremos viendo.
Necesitamos reconocer y recibir la obra capacitadora del Espíritu para vivir la vida cristiana sirviendo a Dios y al prójimo.