Entonces Saulo, llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando la mirada en él, dijo: Tú, hijo del diablo, que estás lleno de todo engaño y fraude, enemigo de toda justicia, ¿no cesarás de torcer los caminos rectos del Señor? Ahora, he aquí, la mano del Señor está sobre ti; te quedarás ciego y no verás el sol por algún tiempo (Hechos 13:9-11).
Después de dejar el compañerismo y la comunión con los hermanos de la iglesia en Antioquia, Bernabé, Saulo y el joven Juan Marcos, se adentran en territorio hostil. Toda predicación del evangelio es una entrada al reino de las tinieblas. Muy pronto aparece la confrontación y aquellos que han pensado divertirse pasando las vacaciones evangelizando se dan cuenta que se trata de otra cosa, no es como habían imaginado.
La predicación del evangelio pone a las personas cada una en su lugar; hace que aflore la naturaleza mala que todos hemos heredado y se establece una división inevitable entre los que reciben la palabra de verdad y quienes se oponen a ella. El mejor método evangelístico es estar lleno del Espíritu Santo. Pablo lo estaba, Bernabé también, en cuánto al joven Juan Marcos no estoy tan seguro si así era en aquel momento de su vida.
Llegados a una ciudad de la isla de Chipre llamada Pafos, tiene lugar la división presente en toda predicación genuina: los que quieren oír la palabra y aquellos que se oponen a ella. El procónsul Sergio Paulo deseaba oír la palabra de Dios, pero el mago y falso profeta que tenía cierta influencia sobre la autoridad romana se opuso, seguramente intuyendo malévolamente los cambios que tendrían lugar en la ciudad alejado de sus intereses. Entonces Saulo, a quién desde este momento se le cambia el nombre por el de Pablo, lleno del Espíritu Santo y fijando la mirada en el falso profeta le conmina de la siguiente manera (no pierdas detalle del vocabulario del apóstol porque nuestra semántica y eufemismos actuales pretenden diluir una parte del mensaje y edulcorarlo): Tú, hijo del diablo, que estás lleno de todo engaño y fraude, enemigo de toda justicia, ¿no cesarás de torcer los caminos rectos del Señor? Ahora, he aquí, la mano del Señor está sobre ti; te quedarás ciego y no verás el sol por algún tiempo.
¡Dios mío, que falta de tacto de Pablo! Qué lenguaje más violento, dirán algunos. Sin embargo, Pablo estaba lleno del Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, que se opone al engaño y la mentira, y a quienes tuercen los caminos del Señor. El impacto de sus palabras fue tan fuerte que el procónsul creyó maravillado de la doctrina del Señor. Y yo digo: Amén.
El Espíritu Santo en nosotros nos impele a confrontar la mentira y el error si somos de la verdad.