LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Capítulo 4 – En el libro de los Hechos

La vida en el Espíritu - MeditacionesCapítulo 4 – EL ESPÍRITU SANTO EN EL LIBRO DE LOS HECHOS

Este capítulo es uno de los más amplios de esta serie. Haremos un recorrido por el libro de los Hechos de los Apóstoles parándonos en la mayoría de los textos donde vemos la obra del Espíritu en su diversidad.

Veremos también que las experiencias son una parte consustancial a la vida del discípulo, experiencias carismáticas, es decir, producidas por el carisma de Dios, el don de Dios, el Espíritu Santo. Todo comienza el día de Pentecostés, (la fiesta de Shavuot), que tenía lugar a los cincuenta días después de la Pascua; los mismos que habían transcurrido desde que Jesús, nuestra pascua, fue sacrificada. En ella se celebra la fiesta de la Torá, para conmemorar el hecho histórico cuando Dios entregó a Moisés las tablas de la ley en Sinaí. Ese día, en Jerusalén, la ley de Dios sería grabada en los corazones de los discípulos por el Espíritu Santo. Veremos cuarenta y cuatro meditaciones que nos darán una panorámica de todo el libro de Hechos y la obra del Espíritu en la congregación de Dios.

  1. El día de Pentecostés (Hch.2:1-4)
  2. Una promesa de largo alcance (Hch.2:33,38,39)
  3. Pedro lleno del Espíritu (Hch.4:8-10)
  4. Llenos del Espíritu para hablar la palabra (Hch.4:31)
  5. Llenos del Espíritu para obedecer (Hch.5:30-33)
  6. Llenos del Espíritu para servir a las viudas (Hch.6:3)
  7. Sabiduría y llenura del Espíritu siempre unidos (Hch.6:10)
  8. La dureza de corazón resiste al Espíritu (Hch.7:51)
  9. El cielo en pie ante un hombre lleno del Espíritu en la tierra (Hch.7:55,56)
  10. A más persecución más predicación (Hch.8:14-17)
  11. La palabra y el Espíritu deben ser recibidos (Hch.8:14-17)
  12. Experiencia y doctrina (Hch.8:14-17)
  13. El don de Dios y el dinero (Hch.8:20)
  14. Otro tipo de experiencias (Hch.8:29,39)
  15. Ser llenos del Espíritu una experiencia posterior (Hch.9:17)
  16. Temor de Dios y fortaleza del Espíritu (Hch.9:31)
  17. El Espíritu confirma visiones y éxtasis (Hch.10:19,20)
  18. Pedro confrontado con los prejuicios judíos (Hch.10:19,20)
  19. La predicación de Pedro en casa de Cornelio (I) (Hch.10:38-43)
  20. La predicación de Pedro en casa de Cornelio (II) (Hch.10:38-43)
  21. La predicación de Pedro en casa de Cornelio (III) (Hch.10:44)
  22. La predicación de Pedro en casa de Cornelio (IV) (Hch.10:45,46)
  23. La predicación de Pedro en casa de Cornelio (V) (Hch.10:47,48)
  24. Reproches y explicaciones de Pedro (I) Hch.11:15,16)
  25. Reproches y explicaciones de Pedro (II) (Hch.11:17,18)
  26. La iglesia en Antioquia de Siria (I) (Hch.11:24-26)
  27. La iglesia en Antioquia de Siria (II) (Hch.11:28)
  28. La iglesia de Antioquia de Siria (III) (Hch.13:1,2)
  29. Enviados por el Espíritu a la obra misionera (Hch.13:3,4)
  30. La confrontación inevitable (Hch.13:9-11)
  31. Discípulos llenos de gozo y del Espíritu (Hch.13:52)
  32. El primer concilio presidido por el Espíritu (Hch.15:8,9)
  33. El Espíritu Santo no impone cargas (Hch.15:28,29)
  34. Impedidos de hablar la palabra en Asia (Hch.16:6,7)
  35. Hay que oír del Espíritu Santo (Hch.19:2)
  36. Las limitaciones en la predicación (I) (Hch.19:3-5)
  37. Las limitaciones en la predicación (II) (Hch.19:3-5)
  38. Las limitaciones en la predicación (III) (Hch.19:6,7)
  39. Después de las experiencias el avance del reino (Hch.19:21)
  40. El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu sin engañarnos (Hch.20:22,23)
  41. Supervisores de la grey de Dios (Hch.20:28)
  42. Una aparente contradicción del Espíritu (Hch.21:4)
  43. De Jerusalén a Roma. El tiempo de los gentiles (Hch.28:25-29)
  44. El final del libro de los Hechos (Hch.28:30,31)

31 – El día de Pentecostés

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según les daba habilidad para expresarse.  (Hechos 2:1-4).

         Y llegó Pentecostés. Diez días después de la ascensión de Jesús al cielo, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís (Hch.2:33). Esta fue la respuesta del apóstol Pedro ante una multitud atónita y confundida por el suceso que acababa de tener lugar en Jerusalén. Era el anunciado día de Pentecostés, (Shavuot), una de las tres fiestas judías principales y anuales, llamada también de las Semanas, cincuenta días desde la Pascua y los primeros frutos hasta Pentecostés. Algunos ven en este suceso el nacimiento de la iglesia, pero recordemos que la congregación de Dios ya existía, nació en el Sinaí, llamado el día de la asamblea por Moisés en Deuteronomio 9:10; 10:4 y 18:16. Es el término Kahal, en hebreo, que se ha traducido al griego por eklessia, que significa congregación o asamblea.

Pues bien, este día, los apóstoles estaban juntos, con las mujeres, y María la madre de Jesús, y los hermanos de él; estaban unánimes, entregados de continuo a  la oración (Hch. 1:14). Cuando de repente les sorprendió un ruido del cielo como una ráfaga de viento impetuoso que llenó la casa donde estaban sentados. ¡Estaban sentados! Curioso. De pronto comenzaron a tener experiencias excepcionales: lenguas como de fuego repartidas sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo, y todos comenzaron a hablar en otras lenguas, según la habilidad que les daba el Espíritu para expresarse. Su lengua fue desatada para hablar las maravillas de Dios, y todo ello como cumplimiento de la profecía de Joel, así como el anuncio que Jesús les había hecho de que se quedaran en Jerusalén para ser investidos de poder de lo alto. Esta experiencia, con algunas variaciones, se repetirá en el libro de los Hechos en diversas ocasiones; lo veremos más adelante. Todo el proceso anunciado por Jesús se estaba cumpliendo delante de sus ojos. Ya no serían los mismos nunca más. La historia entraba así en una nueva era, la del Espíritu Santo revelando a Jesús hasta que el venga.

         Hay un día señalado para ser lleno del Espíritu y mudado en otro hombre. Cuando llega nuestras vidas son transformadas para siempre.

32 – Una promesa de largo alcance

Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís… Y Pedro les dijo: Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame  (Hechos 2:33,38,39).

         Dios es veraz. Su palabra es verdad y se cumple. Hay un tiempo para cada cosa debajo del sol. Dios tiene sus tiempos y se cumplen según sus designios en la tierra. Estamos ante uno de muy largo alcance. Jesús ha sido glorificado (exaltado) a la diestra del Padre, el cielo lo ha recibido en honor de multitudes. Ha sido coronado como Señor y Mesías. Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo (Hch.2:36). ¿Por qué lo sabía el apóstol Pedro? Porque se estaba cumpliendo lo anunciado por el Maestro en los días de su carne. Les había dicho que no se fueran de la ciudad de Jerusalén, que esperaran la promesa del Padre, la cual vendría una vez que él fuera glorificado a la diestra del trono de Dios (Jn.7:37-39). Ahora el cielo daba testimonio de este hecho celestial, y los apóstoles en la tierra de Israel podrían constatarlo viendo y oyendo lo que acabada de suceder. De la misma forma que Dios dio testimonio a Israel en el Sinaí a través de Moisés, ahora daba testimonio, también a Israel, mediante el derramamiento del Espíritu Santo. Sepa, ciertísimamente, toda la casa de Israel. Se daba así inicio a una nueva dimensión de la revelación de Dios como resultado de la obra redentora de Jesús y su glorificación a la diestra del Padre. La obra estaba consumada. Los discípulos debían darla a conocer en Jerusalén, Judea, Samaria y a todas las naciones. Habían sido investidos de poder con ese fin. Y todos aquellos que se arrepintieran de sus pecados, reconocieran a Jesús como Mesías y Señor experimentarían también la promesa del Padre, el don del Espíritu Santo, porque la promesa era para ellos y sus hijos (la siguiente generación de judíos), y para todos los que estaban lejos (seguramente se refiere a los dispersos de la casa de Israel), y para todos aquellos cuántos el Señor llamare, es decir, a todas las naciones. A partir de este momento la historia de la humanidad entró en una nueva era. El mensaje eterno del evangelio de Dios emergió al mundo desde Jerusalén.

         La promesa de Dios de enviar su Espíritu a todo aquel que invoque el nombre de Jesús no tiene límites nacionales, es para todo el mundo.

33 – Pedro lleno del Espíritu

Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes y ancianos del pueblo, si se nos está interrogando hoy por causa del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste ha sido sanado, sabed todos vosotros, y todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el Nazareno, a quién vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos, por El, este hombre se halla aquí sano delante de vosotros  (Hechos 4:8-10).

         Después del día de Pentecostés los sucesos tuvieron lugar de forma imparable. A la primera predicación del apóstol Pedro y las primeras multitudes judías que reconocieron a Jesús como Mesías, le siguió un milagro en la puerta del templo. Un cojo de nacimiento fue sanado de su enfermedad; este hecho propició una nueva predicación del apóstol que había negado a Jesús en una noche oscura, pero que ahora, lleno del Espíritu Santo, se convierte en uno de los pilares del avance del reino de Dios en la ciudad de Jerusalén. Con la predicación del evangelio viene la persecución de las autoridades religiosas que resisten la acción del Espíritu a través de los apóstoles. Los pusieron en la cárcel y les prohibieron que hablaran en el nombre de Jesús. Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo habló a los mismos gobernantes que habían crucificado a Jesús, de quienes había estado temeroso días antes, ahora los encara con valentía. Algo había sucedido en la vida de Pedro. La llenura del Espíritu Santo es para hablar con denuedo la palabra de Dios, no para hechizar a las masas con alardes carismáticos. La obra de fe y del Espíritu produjo beneficios milagrosos en un hombre enfermo desde su nacimiento. Interrogaron a los apóstoles sobre el asunto, y Pedro, lleno del Espíritu Santo les dijo: sabed todos vosotros, y todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el Nazareno, a quién vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos, por El, este hombre se halla aquí sano delante de vosotros. Lo dijo delante del sumo sacerdote Anás, de Caifás, de los gobernantes, ancianos y escribas del pueblo, recordándoles que crucificaron a Jesús, pero había resucitado, y por la fe en su nombre el cojo de nacimiento estaba delante de ellos sano. Recordemos que estaban en Jerusalén, la capital de Israel, ante un auditorio completamente judío; un pueblo que recibía las buenas nuevas del evangelio; y unas autoridades que se resistían a reconocer lo que estaba ocurriendo delante de sus ojos. Los milagros no son prueba irrefutable para que algunos crean, especialmente si tienen intereses religiosos y políticos que atender.

         El mismo apóstol que negó tres veces a Jesús, ahora exponía con valentía su fe. Pedro fue lleno del Espíritu y eso marcó la diferencia.

34 – Llenos del Espíritu para hablar la palabra

Después que oraron, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valor  (Hechos 4:31).

         El milagro de un cojo de nacimiento puso patas arriba la ciudad de Jerusalén; sin embargo, pocos días antes, el mismo Jesús había realizado muchos milagros en el mismo lugar (Mateo 21:14) y la respuesta no había sido la misma. Ciertamente había surgido un alboroto con la entrada de Jesús en la capital israelita, pero los milagros realizados por él sobre ciegos y cojos no tuvieron la misma repercusión que el cojo que Pedro y Juan habían sanado en la puerta de la Hermosa. Jesús había dicho que los apóstoles harían mayores obras que él (Juan 14:12-14), o tal vez con más repercusión… aunque ciertamente era Jesús, mediante el Espíritu, quién hacía las obras a través de los apóstoles. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. Bien. La oposición de las autoridades sobre los testigos del Mesías produjo una reunión de oración. Fueron a los suyos y les contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Al oír ellos esto, unánimes alzaron la voz a Dios y dijeron… (Hch. 4:23,24). La vida de oración de la congregación jerosolimitana estaba en un nivel muy alto. Formaba parte de su hábitat natural, por tanto, vinieron a exponer su causa ante el trono de la gracia, donde sabían que Jesús estaba sentado a la diestra del Padre. Y una vez presentada la causa que les ocupaba, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo. Los mismos que habían sido llenos del Espíritu el día de Pentecostés, −y algunos más−, ahora volvían a ser llenos del mismo Espíritu. Meditemos. La llenura del Espíritu, ―ser llenos del Espíritu―, no es de una vez y para siempre; la obra de Jesús sí, pero la llenura del Espíritu no. Necesitamos ser llenos continuamente del Espíritu. Y este derramamiento ¿que produjo? Que una vez más recibieron valor y denuedo para hablar la palabra de Dios. El conflicto era por la palabra de Dios. Las autoridades religiosas de cualquier tiempo y cultura se oponen a la palabra de Dios, aunque aparezcan como representantes oficiales de la religión, y quienes están interesados en hacer su voluntad. Curiosa paradoja. Predicar el evangelio de Dios siempre tiene oposición. Hay un conflicto inevitable cuando se proclama el mensaje de la verdad con las autoridades asentadas en el dominio de las conciencias del pueblo. Los discípulos fueron llenos del Espíritu una vez más para no obedecer en este caso a las autoridades, sino afrontar la persecución con valentía y dar testimonio con valor.

         Ser llenos del Espíritu significa proclamar la palabra de Dios sin temor.

35 – Llenos del Espíritu para obedecer

El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quién vosotros habíais matado colgándole en una cruz. A éste Dios exaltó a su diestra como Príncipe y Salvador, para dar arrepentimiento a Israel, y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos de estas cosas; y también el Espíritu Santo, el cual Dios ha dado a los que le obedecen. Cuando ellos oyeron esto, se sintieron profundamente ofendidos y querían matarlos  (Hechos 5:30-33).

         El libro de los Hechos es el testimonio vivo de las consecuencias que operan en la vida de los discípulos cuando están llenos del Espíritu Santo. Todo el libro muestra la transformación de hombres y mujeres sencillos en testigos de la verdad mediante la obra interior del Espíritu en sus vidas. En la ciudad de Jerusalén tuvieron lugar unos sucesos que eran muy evidentes para unos y un gran dolor de cabeza para otros. Esta ciudad, única entre todas las ciudades del mundo, ha sido testigo de varios de los sucesos más trascendentales que han tenido lugar en la historia mundial. En sus calles el cordero de Dios fue llevado al matadero. Se levantó una cruz para colgar en ella al Autor de la vida, y redimir así a personas de todo linaje, pueblo y nación. En sus aceras se oyó la voz de la resurrección del Hijo de Dios; allí fue elevado al cielo, y en el mismo suelo tuvo lugar el derramamiento del Espíritu Santo, tal como estaba anunciado por el profeta Joel. Sucesos únicos que cambiaron para siempre la historia de todas las naciones. También la oposición fue tenaz y resistente para apagar la voz que debía salir a todos los pueblos. En la firmeza de apóstoles y discípulos estaba en juego que el evangelio llegara hasta lo último de la tierra. Era necesario oponerse a las autoridades del pueblo que a su vez se oponían a la voluntad de Dios. Pedro había dicho: Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. También dijo: El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús. No era el anuncio de una nueva religión, ni un nuevo dios, era la culminación de un proceso revelador del plan de Dios que comenzó con el pueblo de Israel y tenía ahora su continuidad a través del mismo pueblo. La piedra de tropiezo es Jesús y su resurrección. Dios le había exaltado como Príncipe y Salvador para que Israel pudiera arrepentirse de sus pecados. Los apóstoles eran testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, que Dios da a todos aquellos que le obedecen. La llenura del Espíritu es para obedecer a Dios, y en esa obediencia está en juego nuestra propia vida; no es para el espectáculo carnal de quienes buscan circo en lugar de ser testigos y mártires para dar testimonio de la verdad revelada.

         La llenura del Espíritu es por y para obedecer a Dios.

36 – Llenos del Espíritu para servir a las viudas

Por tanto, hermanos, escoged de entre vosotros siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea  (Hechos 6:3).

         La multiplicación de los discípulos en la congregación de Jerusalén trajo consigo una queja por desatender a las viudas de los judíos helenistas en favor de los judíos nativos. Debemos pararnos y meditar lo siguiente: una congregación en crecimiento y guiada por el Espíritu no está exenta de cometer errores prácticos. En medio de un movimiento espiritual pueden surgir quejas. Así fue en la iglesia primitiva. Las viudas eran desatendidas y eso causó malestar. Lo llamativo de este episodio, creo yo, es que el tema fue lo suficientemente importante como para que los doce convocaran a toda la congregación de los discípulos y buscaran una solución al problema presentado. Las tareas prácticas y sociales no debían estorbar el avance de la predicación de los apóstoles, pero tampoco ser desatendidas, por lo que pidieron a los hermanos que buscaran de entre ellos a siete varones para encomendarles la tarea. Y aquí es donde vemos algunos de los procedimientos que formaban parte de la incipiente congregación. Quiero llamar la atención sobre algunos de ellos. Primero, los apóstoles no descuidaron su cometido principal de anunciar el evangelio. «No es conveniente que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir mesas». Segundo, eso no significó que servir las mesas fuera una labor menor que no debían atender debidamente, sino que tomaron una decisión de gran calado para resolverla. Tercero, lo sabemos porque escogieron a hombres que debían reunir cualidades especiales para una labor que hoy nos podría parecer menor: «escoged de entre vosotros siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea». Un nivel de exigencia que sorprende. Cuarto, los apóstoles no escogieron «a dedo» o por nepotismo a los siete varones, sino que esa decisión la encomendaron a los discípulos; no ejercían con autoritarismo, sino que lo propuesto fue llevado a la asamblea para su aprobación. Una vez aprobados por la asamblea fueron presentados ante los apóstoles, que después de orar, pusieron sus manos sobre ellos (Hch.6:6). Mientras tanto, los doce seguirían entregados a la oración y el ministerio de la palabra. Así la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén.

         La llenura del Espíritu Santo es también para servir a las viudas en las mesas diarias de distribución de alimentos.

37  – Sabiduría y llenura del Espíritu siempre unidos

Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba  (Hechos 6:10).

         Hacer frente a las quejas con base cierta en la congregación de Dios debe ser motivo de gran seriedad en la búsqueda de soluciones. Para la congregación de Jerusalén lo fue. Buscaron hermanos, no hicieron un cursillo para prepararlos y darles el título de diáconos —ni siquiera aparece en el texto este título, se les llama los siete diáconos pero en realidad el término no aparece en el texto bíblico— ya eran hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría. Luego el autor de los Hechos guiado por el Espíritu se detiene especialmente en dos —Esteban y Felipe— aunque se menciona por nombre a los siete: Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás. De esta lista va a salir el primer mártir de la iglesia primitiva, un hombre escogido en primer lugar para servir a las mesas de las viudas que creció hasta convertirse en uno de los testigos más valientes de la incipiente congregación.

De Esteban se dice inicialmente que era un hombre de buena reputación, lleno del Espíritu y sabiduría, un hombre lleno de fe, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo. Y claro, ante un hombre de estas características se levantó una turba de religiosos para discutir con él y contradecir lo que decía. Y aquí viene el texto que nos ocupa: «pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba». La vida de un hombre lleno del Espíritu está llena también de sabiduría de Dios, sabiduría de lo alto, de fe, de gracia, de poder, y su vida muestra la buena reputación que lo acompaña. Todo eso no es suficiente para aquellos que no aman la verdad. Un hombre lleno del Espíritu es siempre un hombre sabio, porque el Espíritu de Dios es el Espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Dios (Isaías 11:2); todo ello es el Espíritu del Señor que reposa sobre el retoño del tronco de Isaí, del Mesías, y de aquellos que le siguen por donde quiera que va. Esteban le seguía como discípulo y esa entrega le llevó al martirio. Dios lo permitió, pero antes la tierra fue testigo de la vida de un verdadero discípulo de aquel que dio su vida en rescate por muchos. Hoy existen demasiados sucedáneos de hombres con apariencia de piedad, que se apacientan a sí mismos y solo piensan en lo terrenal. Necesitamos algunos Esteban para dar testimonio del evangelio de Jesús.

         Un hombre lleno del Espíritu es siempre una persona con sabiduría de Dios.

38 – La dureza de corazón resiste al Espíritu

Vosotros, que sois duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, resistís siempre al Espíritu Santo; como hicieron vuestros padres, así también hacéis vosotros  (Hechos 7:51).

         El testimonio que estaba dando Esteban, primer mártir de la iglesia primitiva, era tan elocuente que no pudieron resistir a la sabiduría y el Espíritu con el que hablaba a sus compatriotas de Jerusalén. Cuando un hombre o un pueblo están endurecidos en su corazón y oído, no importa que tengan delante a un Esteban lleno del Espíritu y de fe, de sabiduría y gracia, de poder y señales, además de contar con una vida de buena reputación, para que sigan resistiendo la verdad. El discurso de Esteban estaba siendo magistral; hizo un recorrido histórico-profético de la revelación de Dios a Israel difícilmente superable. Fue largo, bastante largo. La primera parte fue comprendida por la mayoría de los que le escuchaban, pero poco a poco fue entrando en los aspectos más espinosos, no los eludió, penetró en ellos de lleno, con valentía y arrojo, sin temor de los hombres, si no como viendo al Señor en su trono. Encaró directamente a sus oyentes con un mensaje directo a sus corazones endurecidos, podía percibirlo en sus miradas, sus rostros eran rocosos, pétreos, impenetrables, el armazón que los cubría como un bunker diseñado para resistir hasta las últimas consecuencias. A pesar de ello, Esteban no se arrugó, sino que los confrontó directamente y disparó el dardo de la  verdad al centro de sus corazones: «vosotros sois duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos». Sin darles lugar a responder —aunque se sentían profundamente ofendidos en su interior, heridos, crujían los dientes contra él acumulando ira que estallaría al término del drama que se estaba desarrollando y encaminando hacia un final trágico, más trágico para los oyentes que para el mismo Esteban— les lanzó otro dardo: «vosotros resistís siempre al Espíritu Santo». Recuerda que no estaba hablando un fanático o lunático que despreciaba su vida, era un hombre lleno de sabiduría y del Espíritu, de fe, poder y gracia. Pues bien, toda esta manifestación de sabiduría, gracia, fe, poder y llenura del Espíritu Santo, (todo ello unido en un solo hombre), no fue suficiente para romper una dureza tan resistente y predeterminada de antemano. Tal es el poder perverso de un corazón duro, endurecido y resistente al Espíritu de Dios. Por eso está escrito: Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones. Nosotros y nuestra generación no somos mejor que los de la sinagoga de los Libertos que acechaban al bueno de Esteban para matarle.

         Un corazón endurecido por la religión siempre resiste al Espíritu.

39  – El cielo en pie ante un hombre lleno del Espíritu en la tierra

Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios; y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios  (Hechos 7:55,56).

         Esteban había sido escogido como uno de los siete varones para servir en las mesas de las viudas, pero ahora ve al Hijo del Hombre de pie a la diestra del Padre. Juntamente con esta visión que muchos cristianos quisieran tener, el discípulo del Señor se encontraba ante una multitud enardecida que rechinaban los dientes, llenos de ira, preparados para descargar sobre él una lluvia de piedras que le acallara. ¡Qué ambivalencia tan dispar puede experimentar un discípulo del Señor lleno del Espíritu! En la Biblia Reina Valera no se aprecia lo que siempre me ha cautivado de este texto al leerlo en la Biblia de Las Américas. En esta última dice que Jesús estaba de pie a la diestra de Dios. El que se había sentado a la diestra del Padre una vez terminada la obra de redención (Hch. 2:34; Ef.1:20; Col.3:1), ahora está de pie. Cuando su testigo Esteban daba testimonio en Jerusalén de lo que hacía poco tiempo él mismo había realizado en esa misma ciudad, se puso en pie para recibirle en el cielo. ¡Qué escena! ¡Me conmueve! Jesús levantado para ver mejor —es una expresión mía claro— a su testigo Esteban a punto de ser lapidado. El cielo movilizado por el testimonio dado en la tierra.

La trascendencia de este momento quedó grabado también en la retina y el corazón del futuro apóstol de los gentiles que estaba siendo testigo personal de cómo daba la vida un discípulo de Jesús ante sus ojos. Estoy seguro que esa imagen nunca fue borrada de la conciencia de Pablo. ¡Cuántos mártires seguirían a Esteban por esa senda! ¡Cuántos hombres y mujeres hoy en día están siendo decapitados (Apc. 20:4); mujeres vendidas como esclavas por su fe en aquel que se pone en pie para recibirlos en el cielo! Él mismo había dicho: «El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará» (Jn.12:25). El testimonio de muchos mártires, discípulos de Jesús, ha permitido que el evangelio haya llegado a todas las generaciones, incluida la nuestra. Todo comienza con un hombre lleno del Espíritu Santo y sabiduría como Esteban. Cuando se consumó la ira humana sobre el justo, «Esteban invocaba al Señor y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y cayendo de rodillas, clamó en alta voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Habiendo dicho esto, durmió».

         El cielo siempre se conmueve ante un discípulo de Jesús lleno del Espíritu entregando su vida por quien la derramó por todos.

40 – A mas persecución mas predicación

Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan, quienes descendieron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre de Señor Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo  (Hechos 8:14-17).

         La muerte de Esteban causó gran pesar entre los discípulos. Fue el detonante para lanzar una persecución mayor contra la congregación de Dios en Jerusalén. Muchos fueron esparcidos por las regiones cercanas de Judea y Samaria (hoy llamadas Cisjordania por los palestinos), excepto los apóstoles, que se quedaron en la ciudad del gran Rey. Esta persecución, lejos de amedrentar a los discípulos, los espoleó para llevar la palabra por todo lugar a donde llegaban. Mientras tanto, Saulo hacía estragos en la iglesia entrando de casa en casa, y arrastrando a hombres y mujeres, los echaba en la cárcel. Todo ello hizo que con más valor los discípulos dieran testimonio del evangelio. Paradójicamente los tiempos de persecución suelen ser periodos de avance del reino más que de retroceso. Por el contrario, muchas veces los tiempos de supuesta libertad para hacerlo conduce a los creyentes a un estado de debilidad, apatía y pasividad, unido a cierta asimilación de las formas de vida placenteras de la sociedad. Creo que deberíamos meditar en esto con valentía.

Pero sigamos con el relato bíblico que se centra ahora en otro de los escogidos para servir a las viudas que habían sido desatendidas en su alimento, nos referimos a Felipe, conocido como el evangelista. Felipe llegó a Samaria, aquel lugar donde había estado Jesús hablando con una mujer, y que en uno de sus pueblos se habían convertido mayoritariamente. Ahora llegó uno de los siete varones escogidos para servir a las viudas predicando a Cristo. Lo hizo con señales y milagros, echando fuera demonios, por lo que hubo un gran regocijo en la ciudad. Incluso Simón el mago quedó subyugado por la evidencia del poder del evangelio de Dios. Así que muchos creyeron lo que Felipe predicaba, porque les anunciaba las buenas del reino de Dios y el nombre de Jesús. Se bautizaban tanto hombres como mujeres. Semejante impacto no pasó desapercibido en Jerusalén, donde estaban los apóstoles, por lo que decidieron enviar a Pedro y Juan. A partir de este momento tenemos un dilema doctrinal, (o no), que veremos en la próxima meditación.

         Los tiempos de persecución de una iglesia llena del Espíritu pueden ser el detonante de un gran avance del evangelio en nuevos pueblos y naciones.

41 – La palabra y el Espíritu deben ser recibidos

Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan, quienes descendieron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo  (Hechos 8:14-17).

         El dilema doctrinal al que me refería en la meditación anterior es el siguiente. Tenemos dos corrientes principales sobre la manera de recibir el Espíritu Santo en la vida del creyente. Por un lado los que dicen que una vez hemos creído en Jesús recibimos todo en su totalidad y ya no necesitamos más experiencias posteriores. Por otro, aquellos que enfatizan la necesidad de una segunda experiencia posterior a la conversión para recibir la llenura del Espíritu. Siguiendo el texto que nos ocupa vemos con toda claridad que las personas que se habían convertido en Samaria a la predicación de Felipe recibieron la palabra. Fue tan evidente ese recibimiento del evangelio que el impacto llegó a oídos de la congregación en Jerusalén y enviaron a Pedro y Juan para constatar lo que allí estaba ocurriendo. Una vez llegados oraron por aquellos que ya habían recibido la palabra para que a su vez recibieran el Espíritu Santo. Habían sido incluso bautizados en el nombre de Jesús, pero no habían recibido el Espíritu Santo. Claro, nadie puede llamar a Jesús Señor sino por el Espíritu, por tanto el Ayudador estaba presente en la vida de los nuevos creyentes, pero no en la forma que había ocurrido en Jerusalén el día de Pentecostés. Pedro y Juan oraron por ellos con imposición de manos y recibieron la experiencia de recibir el Espíritu. Eso fue tan evidente y palpable que el mismo Simón se dio cuenta queriendo comprar la autoridad de los apóstoles para que él también pudiera ejercerla, es decir, imitarla o falsificarla. Lo cual nos lleva a la reflexión siguiente: es posible que muchos que dicen transmitir la unción del Espíritu lo único que hagan sea imitar a Simón en este proceder. Los creyentes, dice Pablo, una vez han creído en el evangelio son sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Efesios 1:13), lo cual no quiere decir que no haya más experiencias para ser bautizados en el Espíritu, siendo llenos del Espíritu posteriormente al recibimiento de la palabra; él mismo lo reclama en Ef. 5:18. El relato de lo sucedido en Samaria no deja lugar a dudas. Podemos quedarnos solo en recibir la palabra y solo palabra, pero necesitamos también la llenura del Espíritu, sin estridencias pero con evidencia de la transformación y capacitación del Espíritu.

         Recibir la palabra precede al recibimiento del Espíritu. Ambas pueden ir juntas el mismo día (en Pentecostés), o por separado (en Samaria).

42 – Experiencia y doctrina

Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan, quienes descendieron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo  (Hechos 8:14-17).

         Algunos dicen que no se puede hacer doctrina de las experiencias del libro de los Hechos, que son las cartas del NT las que marcan la doctrina a seguir. No estoy de acuerdo. La experiencia y la doctrina deben ir juntas. Y seguramente los oyentes de Pablo en sus cartas ya habían recibido las experiencias de ser llenos del Espíritu en el orden del libro de Hechos, por lo cual el apóstol lo que hace es avanzar en el desarrollo de la vida cristiana una vez habiendo recibido la palabra, ser bautizados en el nombre de Jesús (según el mismo Señor en Mateo 28:18-20 en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) y recibir la imposición de manos de los apóstoles para recibir la llenura del Espíritu Santo. Ese orden se ve en diversos momentos del libro de los Hechos, lo iremos viendo más adelante. Pero la experiencia dice que los procesos no son iguales en todos los hermanos. La práctica usual de la primera congregación en Jerusalén fue la que estamos viendo desde el día de Pentecostés; se repitió en la ciudad de Samaria; mas adelante la vemos en casa de Cornelio y posteriormente en la ciudad de Éfeso. Por tanto debemos concluir que hay un proceso de experiencias en el libro de Hechos repetidas en los discípulos que recibían el evangelio. Ese proceso general era el siguiente: oían el evangelio, lo recibían o rechazaban, los que recibían la palabra se bautizaban y en muchos casos el mismo día o poco después (fue el caso de la ciudad de Samaria) recibían imposición de manos para recibir el Espíritu Santo. Estas experiencias eran comunes y formaban parte del inicio de la vida cristiana. Además comenzaban a congregarse, predicaban el evangelio y experimentaban oposición y persecución. Así fue en el inicio de la congregación en Jerusalén y otras ciudades. La vida del Espíritu fluía con normalidad. Había señales y milagros entre los discípulos, no circo o espectáculo carnal a mayor gloria de hombres plagados de sí mismos. Una vez que decayó el impulso inicial las cosas comenzaron a ser de forma distinta, y con ello, las pretensiones de tener las mismas experiencias –forzadas en algunos casos− sin que esté actuando el Espíritu de Dios sino el deseo de que todo siga igual que al principio.

         Todo este desarrollo se ha complicado pero al principio no fue así.

43 – El don de Dios y el dinero

Entonces Pedro le dijo: Que tu plata perezca contigo, porque pensaste que podías obtener el don de Dios con dinero  (Hechos 8:20).

         En estas meditaciones no pretendo resolver el conflicto que ha vivido la iglesia del siglo XX con dureza, las divisiones que se han producido entre las iglesias tradicionales y las pentecostales, que tuvieron su origen a inicios del pasado siglo. Durante años viví esta lucha de forma personal. Me movía entre una iglesia tradicionalista y otra pentecostal. Lo que hace todo distinto son las experiencias reales (no fantasías) que transforman nuestras vidas según la palabra revelada. En mi caso fue así. Ahora bien, no ignoro la gran  mercadería que se ha hecho en nuestros días de lo que se llama la unción, los ungidos y el enriquecimiento que muchos han tenido a costa de multitudes ingenuas llevadas por doquiera de vientos de doctrina, lo cual no anula la verdad de Dios.

Sin embargo, hoy vivimos en muchos lugares una situación distinta. Algunos líderes carismáticos se han enseñoreado de la grey de Dios. Han torcido la Escritura, han manipulado las experiencias y muchos han sido defraudados. Nada nuevo debajo del sol. Jesús enseñó que junto a la palabra sembrada como semilla, también se siembra cizaña, muy parecida la una a la otra, por tanto, es fácil confundir verdades y experiencias. Simón el mago se había convertido, al menos había creído y bautizado, es lo que dice la Escritura, sin embargo, su corazón seguía en sus antiguas prácticas manipuladoras. Ahora quería apuntarse al nuevo poder que mostró Felipe y lo que más le sedujo fue la autoridad con la que Pedro y Juan oraban por los creyentes y estos recibían de forma evidente el don del Espíritu. Pensemos. Tuvo que haber experiencias manifiestas para que Simón viera lo que pasaba, de tal forma que quiso comprar esa capacidad de impresionar a las masas. ¡Cuántos Simones tenemos hoy detrás de muchos púlpitos! Conocen la Escritura, la citan, se han bautizado, incluso exhiben un tipo de poder electrizante que cautiva y se parece al don de Dios, pero sus corazones están en la plata y el oro. Pretenden hacer negocio con las almas. Nada nuevo debajo del sol. El apóstol Pedro se dio cuenta y lo reprendió duramente. «Que tu plata perezca contigo». Palabras duras. Sin miramientos ante la falsedad de un corazón lleno de maldad, hiel de amargura y cadena de iniquidad. No hubo diplomacia en Pedro sino firmeza y claridad.

         Mezclar el don de Dios y las riquezas es tan nocivo como el vómito de Babilonia. Estas mezclas apagan y deshonran la verdad revelada y contaminan las experiencias.

44  – Otro tipo de experiencias

Y el Espíritu dijo a Felipe: Ve y júntate a ese carruaje […] Al salir ellos del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y no lo vio más el eunuco, que continuó su camino gozoso  (Hechos 8:29,39).

         Hemos hablado antes de cómo se desarrollaron los acontecimientos en la ciudad de Samaria cuando Felipe predicó el evangelio. Pues bien, ahora vemos otro tipo de experiencia en el caso del eunuco. Un ángel del Señor habló a Felipe para que saliera de la ciudad donde había un impacto tremendo del evangelio: milagros, sanidades, expulsión de demonios, llenuras del Espíritu Santo. También la mezcla que quiso realizar Simón el mago comprando el don de Dios con dinero para levantar un negocio religioso impresionando a las masas con una mezcla de sus antiguas prácticas paganas y lo nuevo que había visto en Felipe y los apóstoles. Pedro y Juan habían regresado a Jerusalén. Felipe fue transportado a un lugar desierto donde un eunuco regresaba de adorar en alguna de las fiestas de Jerusalén, y lo hacía leyendo el libro de Isaías. Se acercó a él guiado por el Espíritu y le hizo una pregunta: «¿Entiendes lo que lees?» No, no entendía, así que Felipe se subió al carro y comenzó a explicarle el contenido de la lectura, y partiendo de ella le predicó el evangelio.

         El mensaje de Felipe había incluido la necesidad de bautizarse, porque al pasar por cierto lugar donde había agua, el eunuco preguntó ¿me puedo bautizar? En la respuesta de Felipe vemos la simplificación y falta de requisitos interminables de los primeros discípulos. «Y Felipe dijo: Si crees con todo tu corazón, puedes. Respondió él y dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carruaje; ambos descendieron al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó». Sencillo. Práctico. Ahora bien, me llama la atención que en este caso, Felipe no esperó la llegada de Pedro y Juan para que impusieran las manos sobre el eunuco y recibiera el Espíritu Santo. La situación era otra. El Espíritu guía de distintas formas. Ahora el Espíritu arrebató a Felipe que no vio más al eunuco y este continuo gozoso su camino. Maravilloso. ¿Es doctrina esta experiencia? No. Pero tampoco lo puede ser el formulario intocable para que se cumpla el protocolo establecido. Necesitamos ser guiados por el Espíritu y eso siempre nos llevará a distintas experiencias que superen nuestros razonamientos. Quiero decir, en algunos casos orarán por nosotros con imposición de manos y en otros no. Lo importante es que el Espíritu de Dios esté presente haciendo la obra.

         Ser guiados por el Espíritu nos llevará a distintas experiencias en conformidad con la palabra revelada.

45  – Ser llenos del Espíritu una experiencia posterior

Ananías fue y entró en la casa, y después de poner las manos sobre él, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo  (Hechos 9:17).

         Saulo de Tarso tuvo una experiencia increíble de conversión. Jesús mismo se le apareció en el camino a Damasco, lo derribó, se reveló a él, −a quién le estaba persiguiendo−, quedó ciego por tres días, y sin embargo no había sido lleno del Espíritu Santo. El Señor necesitó un discípulo, no un apóstol, era discípulo, el discípulo Ananías. A éste el Señor le había hablado en visión para que fuera a la calle que se llama Derecha, preguntara en casa de Judas por un hombre de Tarso llamado Saulo que estaba orando. Veamos la secuencia. Saulo impactado por una conversión radical y directa del Señor (hoy tenemos muchos testimonios de personas, especialmente musulmanes en países de difícil acceso del evangelio, en los que se les aparece el mismo Señor y se convierten) está en una casa orando. Por otro lado tenemos a Ananías que ha recibido una visión de Dios para que vaya a visitarlo. Saulo vio en una visión a un hombre llamado Ananías que entró y puso sus manos sobre él para que recobrara la vista. Pero el Señor le había dicho a Ananías algo más: «me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo». Al instante recobró la vista, se levantó y fue bautizado, tomó alimentos (puede ser que Saulo estaba de ayuno los tres días) y cobró fuerzas. Miremos el orden: una revelación directa de Jesús para que Saulo creyera en él; éste se entregó por entero a la oración los siguientes tres días, tuvo una visión, recibió la visita de Ananías que oró por él para que fuera lleno del Espíritu Santo, posteriormente sería bautizado. Sigamos pensando. El futuro «gran» apóstol Pablo necesitó a un discípulo para que orase por él y fuese lleno del Espíritu. Esta experiencia fue posterior a la conversión, tres días después. Pablo ya tenía visiones en medio de una vida intensa de oración pero no había sido lleno del Espíritu. Esta experiencia se liberó en su vida a través de un hermano obediente a la voz de Dios. Por tanto, está claro en la Escritura que hay llenuras del Espíritu Santo posteriores a la conversión. No todo ocurre el mismo día que invocamos el nombre de Jesús. No pongamos «tropiezo doctrinal» a la llenura del Espíritu en nuestras vidas, de ello depende nuestro desarrollo posterior o su estancamiento.

         La vida cristiana contiene diversos tipos de experiencias en un orden distinto al que la denominación que sea pueda marcar.

46 – Temor de Dios y fortaleza del Espíritu

Entretanto la iglesia gozaba de paz por toda Judea, Galilea y Samaria, y era edificada; y andando en el temor del Señor y en la fortaleza del Espíritu Santo, seguía creciendo  (Hechos 9:31).

         Después de la muerte de Esteban vino un tiempo de persecución a la iglesia primitiva. Saulo fue testigo de su martirio y provocó en él una reacción mayor del fanatismo religioso que lo dominaba, aunque seguramente nunca se apartó de su mente la imagen de aquel hombre lleno del Espíritu y fe entregando su vida sin rencor. La persecución con motivo de la muerte de Esteban propicio el avance del evangelio en la región de Samaria, donde el ministerio de Felipe tuvo una gran repercusión. Luego nos encontramos con la conversión de Saulo, un episodio que cambiaría el devenir de la historia. Esa conversión del viejo perseguidor de los del Camino no solo dejó perplejos a los judíos, sino que impactó de tal forma a los propios discípulos que viendo el revuelo causado por su conversión lo llevaron a Cesárea, y de allí a Tarso, su ciudad natal. Una vez que Saulo desapareció de la escena, el texto bíblico nos dice: Entretanto la iglesia gozaba de paz por toda Judea, Galilea y Samaria, y era edificada… Después de días de convulsión vino un periodo de paz. Ese tiempo fue favorable para edificar la iglesia del Señor, y esa edificación, que produjo un crecimiento sostenido, vino como consecuencia de dos factores que en el texto que nos ocupa van juntos. La iglesia era edificada andando en el temor de Dios y en la fortaleza del Espíritu Santo.

Dos verdades fundamentales para que la iglesia sea edificada y crezca sana. Ambos van juntos, inseparables. Cuando los separamos entramos en el desenfreno por las experiencias carismáticas sin control, donde irrumpe la carne, la vieja superstición oculta con una aparente espiritualidad novedosa; la mezcla del alma humana y toda su complejidad, con la nueva vida en el Espíritu, que como es nueva no tenemos la experiencia para dejarnos guiar y acabamos cometiendo errores de bulto que puede apagarla. Los corintios vivieron esto y Pablo tuvo que corregir los errores. Pero cuando está presente el temor de Dios, que es una parte del Espíritu de Dios (Isaías 11:2), podemos ser fortalecidos y no ser llevados al desorden y el protagonismo de las personalidades que siempre aparecen. Una parte de los problemas de la iglesia del siglo XXI han venido precisamente por haber abandonado el espíritu de temor de Dios, lo cual nos ha conducido a excesos indeseables y dañinos.

         La iglesia crece cuando la combinación entre el temor del Señor y la fortaleza del Espíritu son la base de su edificación.

47 – El Espíritu confirma visiones y éxtasis

Y mientras Pedro meditaba sobre la visión, el Espíritu le dijo: Mira, tres hombres te buscan. Levántate, pues, desciende y no dudes en acompañarlos, porque yo los he enviado  (Hechos 10:19,20).

         El episodio del derramamiento del Espíritu Santo en casa de Cornelio marcó un antes y un después en el futuro de la congregación de Dios y la inclusión de los gentiles. Hasta este momento la inmensa mayoría de los convertidos eran judíos o samaritanos, pero sobre todo judíos. No olvidemos este dato porque los siglos venideros levantarían una gran sima entre judeocristianos y la cristiandad gentil que llega hasta nuestros días. Se produjo una separación en la teología y el devenir histórico que llevó a los gentiles a ocupar un lugar preponderante excluyendo a los judíos con el subsiguiente alejamiento de las raíces de nuestra fe, pero eso es otro tema que no vamos a abordar aquí. Veamos la secuencia de los acontecimientos que tuvieron su inicio en la casa de un centurión romano. Cornelio era militar, piadoso y temeroso de Dios con toda su casa; hacía muchas ofrendas al pueblo judío y oraba a Dios (¿qué Dios? el Dios de los judíos) continuamente. Vemos que un inconverso gentil tenía una vida intensa de oración, era piadoso siendo militar; tuvo la visión de un ángel que entró donde estaba orando y le dijo que sus oraciones habían sido oídas, y sus ofrendas no habían pasado desapercibidas en el cielo. A pesar de toda esta magna experiencia Cornelio necesitaba un predicador, se le dijo que buscara a Pedro para oír las «palabras por las cuales serás salvo, tú y toda tu casa» (Hch.11:14).

Meditemos. Hay experiencias buenas que no son completas hasta que se confirman por la palabra predicada. Las experiencias no salvan a nadie, hay que oír la palabra de verdad, el evangelio del reino, para que el Espíritu Santo sea derramado y confirme la verdad anunciada. Estamos ante un suceso trascendental porque el evangelio iba a penetrar al mundo gentil. Los gentiles, en este caso Cornelio y todos los que se congregaron en su casa, estaban dispuestos para recibir el mensaje del evangelio. El predicador sería un judío, Pedro, que al día siguiente tuvo una experiencia desconcertante que confrontaría sus prejuicios y tradiciones de tal manera que necesitaría la voz del Espíritu Santo para confirmar las experiencias de Cornelio, por un lado, y las suyas propias por otro.

         El evangelio penetró al mundo gentil por la visión de un centurión romano y el éxtasis de un predicador judío. El Espíritu confirmó ambas.

48 – Pedro confrontado con sus prejuicios judíos

Y mientras Pedro meditaba sobre la visión, el Espíritu le dijo: Mira, tres hombres te buscan. Levántate, pues, desciende y no dudes en acompañarlos, porque yo los he enviado  (Hechos 10:19,20).

         Todo lo que vimos en la meditación anterior tiene su continuidad al día siguiente. Cornelio oraba ayer y Pedro subió a la azotea para orar hoy. La oración está uniendo a dos hombres (Cornelio y Pedro), dos ciudades (Cesárea y Jope), dos experiencias convergentes (la visión del romano y el éxtasis del judío). Todo ello coordinado por el Espíritu Santo que tiene que convencer a Pedro para que no dude en acompañar a los tres hombres que se han presentado en el lugar donde se hospeda. El apóstol tuvo un éxtasis en el que vio un gran lienzo que descendía del cielo con toda clase de animales inmundos, (prohibidos en la dieta judía), cuadrúpedos, reptiles y aves del cielo. Una voz le dijo que matara y comiera, a lo que Pedro respondió: «De ninguna manera, Señor, porque jamás he comido nada impuro o inmundo». Y esto por tres veces, una señal que introdujo a Pedro en su tradición: «Por boca de dos o tres testigos se decidirá todo asunto» (2 Co.13:1) (Dt.17:6). El éxtasis se desvaneció y el antiguo pescador quedó atónito y perplejo sobre lo que significaría aquella visión. Y aquí es donde la acción del Espíritu hace converger un instante celestial. Sin ella el judío Pedro se mantendrá firme en sus tradiciones bien arraigadas, su doctrina inamovible de siglos y su obstinación pasada por obediencia religiosa. La falta de sometimiento al Espíritu de Dios ha provocado cismas y controversias interminables en la historia de la iglesia. La fuerza de la tradición y el sistema religioso anclado en el alma humana no podrán doblegarse sin la sincronización divina, mediante una vida de oración y obediencia al Espíritu Santo más allá de nuestras convicciones personales. Cuando llaman a la puerta para preguntar por Pedro, −el predicador judío que necesitaba Cornelio y toda su casa−, el Espíritu de Dios le habló y le dijo: «levántate, desciende, no dudes en acompañarlos porque yo los he enviado». Veo al Espíritu tomando al apóstol y conduciéndole por una senda nueva que nunca había transitado. Mira el proceso. Primero levantarse, luego descender, −sin dudar−, porque quién manda es el Espíritu de Dios y no los líderes religiosos con su control estructural. Pedro obedeció sin entender. Se puso en marcha aunque no comprendía lo que estaba pasando, pero pronto quedaría perplejo por otro motivo…

         El Espíritu Santo es superior a los prejuicios religiosos o las tradiciones heredadas de generación en generación. Seguirle significará avances del reino.

49 – La predicación de Pedro en casa de Cornelio (I)

Vosotros sabéis cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, el cual anduvo haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él. Y nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén… le dieron muerte… Dios le resucitó al tercer día e hizo que se manifestara… Y nos mandó predicar al pueblo…  (Hechos 10:38-43).

         La perplejidad de Pedro no impidió que acompañara a los enviados por Cornelio obedeciendo así la voz del Espíritu que le había dicho: «Levántate, desciende y no dudes en acompañarlos, porque yo los he enviado». El Espíritu de Dios dirigiendo al apóstol, no el «apóstol» usando al Espíritu —cosa harto difícil, y los que lo intentan acaban siendo guiados por un espíritu de error—para impresionar a las multitudes. Este es el orden que vemos en el libro de los Hechos. Como está escrito en otro lugar: «Porque pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros…» (Hch.15:28). Bien. Tenemos a Pedro siguiendo al Espíritu, detrás de tres desconocidos, que le conducen a casa de un gentil centurión romano. Puedo imaginar los problemas de conciencia de este judío celoso de guardar los mandamientos de Dios, yendo forzado a un escenario que nunca había imaginado, aunque el Señor había dicho que tenían que llevar el evangelio hasta lo último de la tierra, pero una cosa es escuchar un mensaje y otra vivirlo de forma práctica con las consecuencias imprevistas que no se pueden controlar.

Los gentiles que esperaban a Pedro, fieles a su tradición de idolatrar hombres (clásico en el paganismo), quisieron adorarle en un acto de extremo reconocimiento que el apóstol desautorizó por la influencia de la educación judía —ahora sí, necesaria para la ocasión— de no adorar a hombres si no solo a Dios: «Yo también soy hombre», dijo. Las primeras palabras de Pedro en «esta reunión hogareña» fueron sobre lo que estaba comenzando a entender: «Vosotros sabéis cuán ilícito es para un judío asociarse con un extranjero o visitarlo, pero Dios me ha mostrado que a ningún hombre debo llamar impuro o inmundo». La obra reveladora del Espíritu Santo estaba actuando en la conciencia de Pedro para comprender lo que no había entendido de la visión recibida en la oración. Cornelio, seguidamente, introdujo su alocución contando la experiencia que había tenido hacía cuatro días. Ahora se colocan en posición de oír lo que Pedro tiene que decirles. Y comienza su predicación ante un auditorio expectante y receptivo al mensaje de la palabra de Dios.

         La predicación de la palabra, siguiendo al Espíritu, fue y es, esencial.

50  – La predicación de Pedro en casa de Cornelio (II)

Vosotros sabéis cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, el cual anduvo haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él. Y nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén… le dieron muerte… Dios le resucitó al tercer día e hizo que se manifestara… Y nos mandó predicar al pueblo…  (Hechos 10:38-43).

         Acostumbrado en los primeros años de su apostolado a predicar en medio de gran oposición en Jerusalén, para Pedro llegar a casa de Cornelio y ver la receptividad de los congregados tuvo que ser un momento celestial. Comenzó su mensaje diciendo: «Ciertamente ahora entiendo». Un predicador reconociendo que hace unos momentos no entendía lo que estaba pasando, no tenía controlada la situación. ¿Y qué es lo que Pedro estaba comenzando a entender? «Que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación el que le teme y hace justicia, le es acepto». A pesar de ello, hay que anunciar el evangelio para que los congregados crean y se salven. La predicación es esencial en toda reunión donde nos congregamos. La salvación viene después de oír el mensaje del reino, no un concierto de música cristiana. Hoy hemos substituido la predicación por múltiples entretenimientos, −o por un mensaje humanista edulcorado− y dejamos un apartado, como un apéndice, al final de la reunión para salvar nuestra tradición protestante, salvo honrosas excepciones. Sigamos con Pedro. Su mensaje estaba centrado en la persona de Jesús; el mensaje es Jesús, no Pedro y sus experiencias o las de Cornelio, aunque ambas tienen lugar en el preámbulo, ahora entramos en lo esencial. Jesús ha sido ungido con el Espíritu Santo y con poder para hacer bien y sanar a todos los oprimidos por el diablo. Todo ello tuvo lugar en Judea, comenzando desde Galilea, es decir, datos históricos y lugares geográficos fácilmente reconocibles por los presentes. Un mensaje que Dios envió a los hijos de Israel en primer lugar y que ahora es anunciado a los gentiles. Los testigos de los sucesos que narra Pedro son judíos, realizados en la tierra de los judíos y en Jerusalén (que insistencia la de Pedro en remarcar los lugares). Allí murió Jesús, allí resucitó, en el mismo lugar se manifestó una vez resucitado, los cuales comieron y bebieron con él después de la resurrección, y les encargó que predicaran que en este nombre, todo aquel que cree en él recibe el perdón de pecados…  Llegados a este momento ocurre lo inesperado…

         Predicar a Jesús debe ser el centro de toda reunión para el derramamiento del Espíritu sobre los congregados.

51 – La predicación de Pedro en casa de Cornelio (III)

Mientras Pedro aún hablaba estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban el mensaje  (Hechos 10:44).

         La predicación de Pedro estuvo focalizada sobre la persona de Jesús, y el Espíritu Santo iba a dar testimonio juntamente con el apóstol tal y como les había enseñado el Maestro. «Cuando venga el Consolador, a quién yo enviaré del Padre, es decir, el Espíritu de verdad que procede del Padre, El dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio» (Jn.15:26,27). Pedro había dicho que «este Jesús es el que Dios ha designado como Juez de los vivos y de los muertos. De este dan testimonio todos los profetas, de que por su nombre, todo el que cree en El recibe el perdón de los pecados». Una vez dicho esto y sin que Pedro hubiera acabado el discurso irrumpió el Espíritu Santo derramándose sobre todos los que escuchaban el mensaje. Aquí tenemos la combinación de los factores decisivos en toda evangelización. Hemos tenido oración, la oración de Cornelio y la de Pedro. Vimos cómo el Espíritu de Dios se movió para conectar a ambos de una manera sobrenatural. Era necesario anunciar el evangelio por uno de los testigos del mensaje que ahora escuchaban los gentiles por primera vez. Cuando todos esos componentes convergieron en un punto el Espíritu Santo fue derramado como en el día de Pentecostés.

Meditemos algunas cosas. Me llama la atención que el Espíritu Santo vino sobre todos los que escuchaban el mensaje. Oír la palabra, recibir la palabra y recibir el Espíritu Santo otra vez juntos. Palabra y Espíritu siempre unidos. Jesús dijo que hay que nacer del agua (figura de la palabra Ef.5:26; Stg.1:18; 1 Pedro 1:23) y del Espíritu. Si pretendemos orar por personas que no han oído la palabra de verdad, el evangelio de salvación, para que sean llenos del Espíritu antes de oír el mensaje estamos alterando el orden de Dios y manipulando seguramente la obra del Espíritu. El Espíritu Santo confirma la palabra predicada por testigos que se mueven en unidad con Él. Más cosas. Pedro aún hablaba… no hubo ministración al estilo moderno; la predicación movió al Espíritu de tal forma que irrumpió sin previo aviso en la reunión y todos los que escuchaban el mensaje con suma atención fueron llenos del Espíritu. No hubo manipulación emocional mediante música elevada con instrumentos de percusión descontrolados. No. Había palabra de Dios en boca de un testigo, un discípulo. Fue suficiente para que el cielo confirmara el mensaje y sellara una nueva congregación de gentiles.

         La predicación del evangelio precede al derramamiento del Espíritu.

52 – La predicación de Pedro en casa de Cornelio (IV)

Y todos los creyentes que eran de la circuncisión, que habían venido con Pedro, se quedaron asombrados, porque el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y exaltar a Dios  (Hechos 10:45,46).

         ¡Y se armó el revuelo! Tenemos una casa llena de gentiles que acaban de oír la palabra del evangelio en boca del apóstol Pedro, un mensaje bien centrado en la persona de Jesús; el Espíritu Santo lo confirma derramándose sobre todos los presentes que oían atentamente; y de repente, como en el día de Pentecostés, comienzan a hablar en nuevas lenguas y a exaltar a Dios. Todo esto sin que Pedro hubiera terminado de predicar; el culto fue alterado, el final imprevisto, el predicador tuvo que apartarse a un lado y dejar que fluyera la obra del Espíritu. Ambos trabajaban juntos. El Espíritu de Dios y el discípulo del Señor. Me seréis testigos, había dicho Jesús. Daréis testimonio juntos, vendrá el Consolador, el Espíritu de verdad que no hablará por su propia cuenta, sino que revelará a Jesús y le dará a conocer. ¡Qué fácil y que difícil a la vez! Pero entremos en la escena, veamos lo que ocurre.

Tenemos, por un lado, a los gentiles amigos y familiares de Cornelio disfrutando de una experiencia gloriosa hablando en lenguas y exaltando a Dios. Por otro, encontramos a los creyentes (recuerda, eran creyentes) de la circuncisión (es decir, judíos de Jerusalén que creían en el Mesías) asombrados, perplejos, luchando seguramente con pensamientos preconcebidos y que no encajaban con su idea exclusivista de ser portadores únicos del don del Espíritu. Habían venido con Pedro. Estaban contentos de predicar el evangelio a los gentiles pero nunca imaginaron que Dios llegaría tan lejos. Meditemos. «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, declara el Señor» (Is.55:8,9). Sin embargo no se opusieron. Fueron sorprendidos, sí, pero no resistieron la obra del Espíritu aunque no entendían todo lo que estaba pasando. Preguntémonos, ¿cómo supieron que era el don del Espíritu Santo lo que se había derramado? Y vayamos al texto para ver la respuesta: «porque les oían hablar en lenguas y exaltar a Dios». Hablar en lenguas como resultado de recibir el don del Espíritu Santo no era solo para el día de Pentecostés, también para los gentiles de la casa de Cornelio, «para los que están lejos, para todos cuántos el Señor nuestro Dios llamaré» (Hch.2:39). Así lo entendió Pedro cuando tuvo que explicar lo sucedido (Hch.11:15).

         El don del Espíritu Santo fue derramado en casa de Cornelio como el día de Pentecostés en Jerusalén.

53 – La predicación de Pedro en casa de Cornelio (V)

Entonces Pedro dijo: ¿Puede acaso alguien negar el agua para que sean bautizados éstos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros? Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo  (Hechos 10:47-48).

         Después de un tiempo cuando el don del Espíritu Santo había sido derramado sobre los gentiles de la casa de Cornelio, hablando en nuevas lenguas y exaltando a Dios con libertad, Pedro tomó la palabra nuevamente para seguir adelante con el proceso de todo discipulado. Les habló del bautismo. Las condiciones se habían dado, habían oído el mensaje del evangelio muy atentamente, habían sido llenos del Espíritu y ahora tocaba el bautismo en agua. Fijémonos que el orden varía en las distintas experiencias que vamos viendo en el libro de los Hechos. En Pentecostés el orden fue este: Pedro predicó el arrepentimiento, luego dijo que se bautizaran y que recibirían el don del Espíritu Santo (Hch.2:38). En Samaria el orden fue: Felipe predicó el evangelio, creyeron, se bautizaron y vinieron los apóstoles para orar por los que habían recibido la palabra para que recibieran el Espíritu Santo (Hch.8:12-17). El caso del eunuco fue así: Venía de Jerusalén de una fiesta judía leyendo el libro del profeta Isaías. Felipe le predicó el evangelio desde la Escritura que estaba leyendo, luego le bautizó y no se menciona nada sobre el recibimiento del don del Espíritu Santo, aunque se dice que siguió gozoso su camino, y sabemos que el gozo es fruto del Espíritu (Hch. 8:35-39). En casa de Cornelio el orden fue el siguiente: Pedro predicó el evangelio, se derramó el Espíritu Santo sobre los que oían y después fueron bautizados. En todos los casos el bautismo fue rápido. El proceso era seguido. Estas distintas secuencias deben enseñarnos que hay diversos factores que deben estar presentes en toda evangelización. Los elementos comunes son estos: predicación del evangelio, que incluye el arrepentimiento, recibir la palabra, ser bautizados y recibir el don del Espíritu Santo con diversas manifestaciones, las que hemos visto son: hablar en nuevas lenguas, magnificar y exaltar a Dios, el gozo de la salvación. En todos ellos está presente la obediencia a la palabra, premisa básica para la acción del Espíritu Santo, porque el Espíritu confirma la palabra y esa palabra tiene el nombre de Jesús como aspecto nuclear de su mensaje. Pedro dice: «Han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros». Hubo experiencias comunes en los 120 del Aposento Alto y los reunidos en la casa de Cornelio que confirmaron a Pedro la obra de Dios en todo lo sucedido con estos primeros gentiles. Pero pronto surgirían dificultades y el apóstol tendría que dar algunas explicaciones.

         Por dos o tres testigos se decidirá todo asunto.

54 – Reproches y explicaciones de Pedro (I)

Cuando comencé a hablar, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, tal como lo hizo sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de las palabras del Señor, cuando dijo: «Juan bautizo con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo»  (Hechos 11:15-16).

         Todas las experiencias carismáticas genuinas tienen una doble vertiente. Por un lado nos gozamos en ellas, transforman nuestras vidas haciéndonos más eficaces en la extensión del reino de Dios; y por otro, siempre surge la oposición, en este caso no de fuera, sino de dentro, de la misma congregación. Así ocurrió en el caso del apóstol Pedro y a lo largo de la historia de la iglesia hasta nuestros días. Antes de nada debo decir que una cosa es estar en medio de la obra de Dios, participar de ella, y otra, en ocasiones muy distinta, oír de lejos lo que ha ocurrido en cierto lugar. Es muy llamativo en este episodio que el mismísimo apóstol Pedro, uno de los tres pilares de la congregación en Jerusalén, tuviera que afrontar los reproches de sus hermanos judíos en la capital jerosolimitana.

Meditemos. No había un liderazgo piramidal en la iglesia primitiva, en tal caso Pedro no hubiera sido interpelado para dar explicaciones de lo ocurrido en casa de Cornelio. El fondo de la cuestión eran los prejuicios y tradiciones judías que aún prevalecían en la congregación de Jerusalén a pesar del día de Pentecostés, de los milagros y el avance del reino en ese tiempo. Pedro tuvo que explicar por qué había entrado en casa de incircuncisos y había comido con ellos, siendo que un judío no podía hacerlo sin quedar inmundo. «Entonces Pedro comenzó a explicarles en orden lo sucedido…». Con toda paciencia, el apóstol contó de forma pormenorizada los sucesos que desembocaron en la predicación del evangelio en casa de aquel centurión romano. Los judíos celosos de la circuncisión escucharon con atención y en un momento dado, Pedro les dijo: «Cuando comencé a hablar el Espíritu Santo descendió sobre ellos, tal como lo hizo sobre nosotros al principio». Esa era la señal que justificaba todo el episodio. La prueba de que Pedro no había obrado con ligereza, (le costó a él mismo comprender lo que había sucedido), y la evidencia de que Dios había derramado el Espíritu como en el día de Pentecostés, fue lo que puso fin a aquella discusión. Pedro se acordó que Jesús había hablado del bautismo del Espíritu Santo y que ahora lo identificaba con el derramamiento que había tenido lugar en casa de Cornelio. Los gentiles también habían sido bautizados en el Espíritu Santo y eso cerraba toda discusión.

         El testimonio del Espíritu debe prevalecer sobre los prejuicios religiosos.

55 – Reproches y explicaciones de Pedro (II)

Por tanto, si Dios les dio a ellos el mismo don que también nos dio a nosotros después de creer en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder estorbar a Dios? Y al oír esto se calmaron, y glorificaron a Dios, diciendo: Así que también a los gentiles ha concedido Dios el arrepentimiento que conduce a la vida  (Hechos 11:17-18).

         Recordemos la secuencia. Pedro está dando explicaciones a un grupo de hermanos judíos de la congregación de Jerusalén que eran celosos de la circuncisión y todo lo que ello significaba, una de ellas era que un judío no podía entrar a comer con gentiles, y Pedro lo había hecho. El apóstol, como buen judío y conocedor de los argumentos que presentaban sus hermanos, así como los prejuicios que él mismo había tenido cuando tuvo el éxtasis en el que se le pedía que comiera animales inmundos, se dispuso a dar las explicaciones oportunas, contando todo el suceso en su desarrollo. ¡Qué buena manera de tratar un asunto complejo y sensible para la mentalidad de la época! Pues bien, el argumento de mayor peso que presentó el apóstol fue que Dios había dado su aprobación derramando el Espíritu Santo de la misma forma en que ellos mismos lo habían experimentado el día de Pentecostés, incluidos los celosos guardadores de la circuncisión. «Si Dios les dio a ellos el mismo don que también nos dio a nosotros después de creer en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para estorbar a Dios?». De lo que podemos deducir que en otras ocasiones el hombre religioso sí puede ser un estorbo para Dios. En este caso Pedro no lo fue, se retiró a un lado y dejó obrar a Dios. Y no solo él, sino que los mismos judíos que habían comenzado reprochándole su entrada en aquella casa de gentiles se rendían a la evidencia y se calmaron, glorificaron a Dios y exclamaron lo que aún no había entrado en sus mentes exclusivistas: «Así que también a los gentiles ha concedido Dios el arrepentimiento que conduce a la vida». Fin de la discusión. Aceptaron el testimonio del Espíritu Santo en la vida de los gentiles.

Meditemos. Estos hermanos, celosos de sus doctrinas y tradiciones, se sujetaron al Espíritu de Dios. Además comprendieron que la obra del Espíritu Santo incluía el arrepentimiento para vida. Por tanto, el primer episodio de penetración del evangelio a los gentiles quedó aceptado en la congregación de Jerusalén.

         Si el Espíritu de Dios dirige la iglesia y sometemos nuestras tradiciones a su autoridad tendremos avances del reino de Dios en las naciones.

56 – La iglesia en Antioquia de Siria (I)

… porque era un hombre bueno [Bernabé], y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor. Y Bernabé salió rumbo a Tarso para buscar a Saulo; y cuando lo encontró, lo trajo a Antioquia. (Hechos 11:24-26).

         La persecución desatada a la muerte de Esteban hizo posible que el evangelio se extendiera más allá de Jerusalén. De esta forma llegaron a Antioquia hermanos que predicaban la palabra pero solo lo hacían a los judíos. Pero hubo algunos de ellos, hombres de Chipre y de Cirene, que al llegar a esta importante ciudad siria, hablaban también a los griegos, predicando al Señor Jesús. Ni siquiera se mencionan sus nombres, eran hermanos anónimos, pero la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor. Una vez más la noticia llegó a oídos de la iglesia en Jerusalén, tomando la decisión de enviar a Bernabé para ver que ocurría en Antioquia. Meditemos. La persecución desatada a la muerte de Esteban dispersó a los creyentes de Jerusalén que llevaron la palabra a nuevas ciudades. Aún prevalecía la idea de predicar solo a judíos, pero hubo algunos «innovadores y emprendedores» que decidieron predicar también a los griegos. La sorpresa fue que el Señor confirmó ese testimonio y muchos se convirtieron. De esta forma surgió la iglesia en Antioquia de Siria, una iglesia clave en la extensión del evangelio en el primer siglo. Al poco tiempo apareció Bernabé, enviado por la iglesia de Jerusalén, un hombre bueno, dice el texto bíblico, lleno del Espíritu Santo y de fe. Fíjate que cuando la iglesia tiene que enviar hermanos a realizar una misión siempre envía a personas llenas del Espíritu, esa es la señal de identidad básica y fundamental. Cuando llegó Bernabé a Antioquia y vio lo que estaba ocurriendo entendió que la gracia de Dios estaba derramada ampliamente; se regocijó y animó a todos para que con corazón firme permanecieran fieles al Señor. Luego salió para Tarso a buscar a Saulo, y ambos se afincaron por un tiempo en  la nueva congregación surgida en la provincia de Siria. Aquí tenemos el origen de una iglesia misionera. Me llama la atención que fue fundada por creyentes anónimos que aceptaron la tutela de la iglesia de Jerusalén, se sometieron al buen hacer de Bernabé, hombre lleno del Espíritu, y que junto con Saulo y otros formarían un núcleo maduro y sólido en la fe para llevar el evangelio a otras naciones. Había un denominador común en las congregaciones que iban surgiendo en el primer siglo, todas ellas tenían un componente carismático muy marcado, dependían claramente del Espíritu.

         La congregación de Antioquia surgió por la obediencia de un puñado de hermanos con una visión no exclusivista ni partidista del evangelio.

57 – La iglesia en Antioquia de Siria (II)

Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que ciertamente habría una gran hambre en toda la tierra. Y esto ocurrió durante el reinado de Claudio (Hechos 11:28).

         El evangelio se extendía fuera de las fronteras de Jerusalén. Nos encontramos en Antioquia de Siria, una ciudad muy importante de la época, al norte de Israel. Las congregaciones que iban surgiendo tenían un fuerte componente carismático, es decir, estaba muy presente el que los hombres y mujeres que anunciaban el evangelio fueran personas llenas del Espíritu, incluso hombres y mujeres sin renombre, sencillos, anónimos, este fue el caso de la nueva congregación surgida en Antioquia. El fluir del Espíritu en la vida de los hermanos era lo normal. Las manifestaciones espirituales acompañaban la predicación y confirmaban la proclamación del evangelio. A nadie se le ocurría oponerse sino que trabajaban en compañía del Espíritu de manera natural dentro de lo sobrenatural. Bernabé y Saulo se congregaron durante todo un año con los hermanos de Antioquia y enseñaban a las multitudes, lo cual quiere decir que el crecimiento fue asombroso en poco tiempo. Surgieron muchos discípulos y a estos se les llamó cristianos por primera vez en esta ciudad de Siria. Europa aún no sabía nada del evangelio. Fue en Oriente Medio donde surgió el mensaje que alcanzaría a todo el mundo y transformaría la historia de la humanidad para siempre; no debemos olvidarlo.

Por aquel tiempo llegaron un grupo de profetas de Jerusalén a Antioquia, lo cual nos muestra una vez más el componente pneumático de las primeras congregaciones. Y entre ellos había uno llamado Agabo que daba a entender por el Espíritu que vendría una crisis mundial que provocaría hambre en toda la tierra. La congregación siriaca tomó buena nota de ello, aceptó y recibió el mensaje del profeta Agabo tomando decisiones prácticas para ayudar a los hermanos de Judea, donde parece que el hambre fue mayor. Recordemos que la iglesia de Jerusalén que había tenido todas las cosas en común durante un tiempo y a nadie le faltaba nada, ahora se iban a encontrar en necesidad y fueron los hermanos de otros lugares quienes tomaron la iniciativa de ayudarlos. Surgió así la reciprocidad que produce el evangelio. Los hermanos de Judea habían llevado la buena nueva, siendo beneficiados de las bendiciones espirituales, y ahora los hermanos de Antioquia, en mejor condición económica, ayudaron a sus hermanos de la capital judía.

         La vida en el Espíritu anticipa dificultades económicas para tomar medidas prácticas que puedan paliarlas lo mejor posible.

58 – La iglesia en Antioquia de Siria (III)

En la iglesia que estaba en Antioquia había profetas y maestros: Bernabé, Simón llamado Níger, Lucio de Cirene, Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca, y Saulo. Mientras ministraban al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado (Hechos 13:1-2).

         Después de más de un año enseñando y discipulando a las multitudes una reunión de ministración al Señor fue el detonante para que la influencia de la congregación en Antioquia se consolidara como pionera en las misiones. Cuando digo congregación no pienso en iglesia establecida institucionalmente, sino en personas guiadas por el Espíritu. La iglesia no es un ente abstracto, es una congregación de discípulos y hermanos que, dirigidos por el Espíritu de Dios y los dones distribuidos a los diversos miembros del Cuerpo de Cristo, toman decisiones sometidos a la voluntad del Señor de la grey.

Meditemos. En Antioquia había un gobierno de iglesia plural, aunque Bernabé ocupaba lugar destacado por su trayectoria habiendo sido enviado por la iglesia de Jerusalén (y debemos suponer que supervisaban el desarrollo de la congregación en la ciudad de Siria), con distintos dones ministeriales. Se nos dice que había profetas y maestros y se les identifica por nombre, aunque la iglesia comenzó con un puñado de hermanos que predicaron a los griegos y no solo a judíos. Al parecer este liderazgo plural tenía una reunión de ministración, pero no para impresionar a las masas con imposición de manos interminables, sino para ministrar al Señor. Estaban delante del Señor. Su objetivo era el trono de Dios, de donde sabían que viene la dirección necesaria para poder llevar adelante sus propósitos. Y estando en ese tiempo sobrenatural, ayunando, el Espíritu Santo emitió un mensaje de que se apartara a dos de las personas que estaban presentes, Bernabé y Saulo, para ser enviados a la obra que el Espíritu de Dios los había llamado. No fue un comité ejecutivo «encorbatado», con canas sin fin y un semblante serio y controlador; fue el Espíritu Santo quién tomó la iniciativa de la obra misionera. Este es el origen de las misiones con el evangelio a todas las naciones. El Espíritu Santo estaba recordando lo que Jesús había dicho (Mt.28:18-20) (Hch.1:8) y que los hermanos en Jerusalén parece que habían olvidado; hasta que la persecución por la muerte de Esteban reactivó la gran comisión. Una vez más vemos que la obra del Espíritu es recordar las directrices del Maestro y Señor.

         El Espíritu Santo es quién toma la iniciativa de la obra misionera enviando a aquellos que han sido apartados por Dios para realizarla.

59 – Enviados por el Espíritu a la obra misionera

Entonces, después de ayunar, orar y haber impuesto las manos sobre ellos, los enviaron. Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia y de allí se embarcaron para Chipre (Hechos 13:3-4).

         Es importante detenerse en este episodio de la iglesia en Antioquia porque supone el inicio de la gran comisión a un nivel que nunca antes se había producido. Aunque parezca una obviedad, es necesario decir que es el Espíritu Santo quien tomó la iniciativa, no un comité de expertos. Escoge a los mejores de la iglesia para enviarlos a una obra gigantesca. Los hermanos congregados en aquella reunión de ministración al Señor oraron, ayunaron e impusieron las manos sobre Pablo y Bernabé y los enviaron; quiere decir, quedaron unidos a ellos en todos los sentidos prácticos, materiales y espirituales para que realizaran la obra. Luego, inmediatamente, dice el texto: «Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo». Una simbiosis indiscutible entre los hombres maduros de la iglesia, profetas y maestros, y el Espíritu de Dios. Ambos trabajando juntos en el avance del reino a otras naciones. Una vez más se cumple lo que había enseñado Jesús a los suyos: «Cuando venga el Consolador… el Espíritu de verdad… el dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también…» (Jn.15:26,27).

La obra es de Dios de principio a fin que aparta hombres y los envía a realizar el trabajo. Lo que predominaba en la congregación antioqueña debe ser el manual de todas las congregaciones que pretenden ser obedientes al texto bíblico. Hagamos un resumen de todo ello. En Antioquia había profetas y maestros; ministraban al Señor juntos como responsables de la grey; tenían oído para saber lo que el Espíritu decía; aceptaron su veredicto: apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado. Mantenían una vida de oración y ayuno como parte esencial de la dinámica de la iglesia. Creían en la imposición de manos para enviar misioneros y quedar unidos a la misión aunque la mayoría de ellos continuaron en la ciudad. Reconocieron y no se opusieron a la voluntad del Espíritu que escogió soberanamente a los futuros apóstoles. Quedaron unidos a Bernabé y Pablo de tal forma que una y otra vez regresaron a la congregación para dar cuenta e informar de la obra realizada (Hch.14:25-28). La iglesia en Antioquia sigue siendo un buen modelo para todas las iglesias con vocación misionera.

         El evangelio se extendió por todo el Mediterráneo desde la congregación de Antioquia de Siria, originada por un puñado de discípulos anónimos, que obedientes al impulso del Espíritu hablaron también a los griegos.

60 – La confrontación inevitable

Entonces Saulo, llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando la mirada en él, dijo: Tú, hijo del diablo, que estás lleno de todo engaño y fraude, enemigo de toda justicia, ¿no cesarás de torcer los caminos rectos del Señor? Ahora, he aquí, la mano del Señor está sobre ti; te quedarás ciego y no verás el sol por algún tiempo (Hechos 13:9-11).

         Después de dejar el compañerismo y la comunión con los hermanos de la iglesia en Antioquia, Bernabé, Saulo y el joven Juan Marcos, se adentran en territorio hostil. Toda predicación del evangelio es una entrada al reino de las tinieblas. Muy pronto aparece la confrontación y aquellos que han pensado divertirse pasando las vacaciones evangelizando se dan cuenta que se trata de otra cosa, no es como habían imaginado. La predicación del evangelio pone a las personas cada una en su lugar, hace que aflore la naturaleza mala que todos hemos heredado y se establece una división inevitable entre los que reciben la palabra de verdad y quienes se oponen a ella. El mejor método evangelístico es estar lleno del Espíritu Santo. Pablo lo estaba, Bernabé también, en cuánto al joven Juan Marcos no estoy tan seguro si así era en aquel momento de su vida. Llegados a una ciudad de la isla de Chipre llamada Pafos, tiene lugar la división presente en toda predicación genuina: los que quieren oír la palabra y aquellos que se oponen a ella. El procónsul Sergio Paulo deseaba oír la palabra de Dios, pero el mago y falso profeta que tenía cierta influencia sobre la autoridad romana se opuso, tal vez intuyendo malévolamente los cambios que tendrían lugar en la ciudad alejado de sus intereses. Entonces Saulo, a quién desde este momento se le cambia el nombre por el de Pablo, lleno del Espíritu Santo y fijando la mirada en el falso profeta le conmina de la siguiente manera (no pierdas detalle del vocabulario del apóstol porque nuestra semántica y eufemismos actuales pretenden diluir una parte del mensaje y edulcorarlo): Tú, hijo del diablo, que estás lleno de todo engaño y fraude, enemigo de toda justicia, ¿no cesarás de torcer los caminos rectos del Señor? Ahora, he aquí, la mano del Señor está sobre ti; te quedarás ciego y no verás el sol por algún tiempo. ¡Dios mío, que falta de tacto de Pablo! ¡Qué lenguaje más violento! dirán algunos. Sin embargo, Pablo estaba lleno del Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, que se opone al engaño y la mentira, y a quienes tuercen los caminos del Señor. El impacto de sus palabras fue tan fuerte que el procónsul creyó maravillado de la doctrina del Señor.

         El Espíritu Santo en nosotros nos impele a confrontar la mentira y el error si somos de la verdad.

61 – Discípulos llenos de gozo y del Espíritu

Y los discípulos estaban continuamente llenos de gozo y del Espíritu Santo (Hechos 13:52).

         La predicación del evangelio avanzaba en las regiones donde nunca había llegado la buena nueva. La estrategia de Pablo y Bernabé era ir primero a los judíos, entraban en la sinagoga y partiendo de la verdad que ya conocían y de la que eran herederos por la fe de Abraham, le predicaban a Cristo el Mesías. A esta primera etapa le seguía el endurecimiento de la mayoría de los judíos que resistían la palabra, entonces Pablo y Bernabé iban con el mensaje a los gentiles. Estos, con menos prejuicios religiosos y sin herencia bíblica, aceptaban en masa el evangelio. Así lo recogió el autor Lucas. Pero cuando los judíos vieron la muchedumbre, se llenaron de celo, y blasfemando, contradecían lo que Pablo decía. «Entonces Pablo y Bernabé hablaron con valor y dijeron: Era necesario que la palabra de Dios os fuera predicada primeramente a vosotros; mas ya que la rechazáis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles. Porque así nos lo ha mandado el Señor… Oyendo esto los gentiles, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor; y creyeron cuantos estaban ordenados a vida eterna» (Hch.13:45-48). La palabra del Señor se difundía por toda aquella región y con ella la persecución. No habremos entendido nada de la predicación del evangelio hasta que sepamos y vivamos la realidad de que a toda predicación de la verdad se le opone, más pronto o más tarde, una oposición activa de aquellos que la rechazan. Sean judíos celosos de sus tradiciones o religiosos de cualquier tipo, la predicación del evangelio siempre encuentra hostigamiento. La verdad confronta. El evangelio es impopular para los que se pierden y poder de Dios para los que se salvan. La persecución nunca paralizaba a los discípulos, los espoleaba. Pablo y Bernabé eran un buen ejemplo de esta verdad. Así que los que recibían la palabra lo hacían en medio de gran tribulación con gozo del Espíritu (1 Tes. 1:6). ¡Vaya paradoja! No era un gozo superficial y carnal, entretenimiento y pasatiempo, no, era el gozo unido a la llenura del Espíritu Santo. Ese gozo superaba el conflicto por la oposición. Y la llenura del Espíritu seguía capacitándolos para mantenerse firmes en medio de aquella generación torcida y perversa. Los discípulos estaban continuamente llenos de gozo y del Espíritu. ¡Continuamente! Era un gozo no circunstancial sino consustancial al vino nuevo del evangelio.

         La fuerza de la vida de Dios que contiene el evangelio supera cualquier oposición por aceptar la verdad.

62 – El primer concilio presidido por el Espíritu

Y Dios que conoce el corazón, les dio testimonio dándoles el Espíritu Santo, así como también nos lo dio a nosotros; y ninguna distinción hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones (Hechos 15:8-9).

         El evangelio había traspasado las fronteras de Israel y llegado a los gentiles. Lo vimos en casa de Cornelio y ahora con el primer viaje misionero de Pablo y Bernabé se amplió. Con ello vinieron los primeros desacuerdos serios a la iglesia primitiva. Se levantó un grupo muy fuerte, llamados los judaizantes, que no estaban dispuestos a aceptar la aparente simplicidad del evangelio y querían que los gentiles fueran sumergidos en la cultura y tradiciones judías. El tema del conflicto fue la circuncisión. Este grupo, aferrado a cierto contenido bíblico, quería imponer la necesidad de circuncidarse para ser salvos. Es decir, negaban el potencial del evangelio para salvar al hombre y vinculaban la salvación a la necesidad de hacerse judío mediante el rito de la circuncisión y guardar la ley de Moisés. Curiosamente la historia posterior daría la vuelta a esta postura obligando a los judíos a dejar de serlo para hacerse cristianos una vez que los gentiles fueron mayoría en la iglesia de los siglos posteriores, pero eso es otra historia, bien larga y triste. Hubo tal discusión por este tema que Pablo y Bernabé decidieron ir a Jerusalén para tratar la cuestión con los apóstoles y ancianos. Se convocó lo que podíamos llamar el primer concilio, y después de mucho debate, se levantó el apóstol Pedro contando lo que había vivido en casa de Cornelio y que ya había comprendido perfectamente. La clave para que Pedro entendiera el gran conflicto que se había presentado en aquel momento fue ver que Dios había dado testimonio, aceptando a los gentiles, dándoles el Espíritu Santo. Es decir, la señal inequívoca de que los gentiles habían sido aceptados por Dios sin la necesidad de ser circuncidados y guardar la ley ritual y ceremonial de Moisés (no así la ley moral, plenamente vigente) era que Dios les había dado el Espíritu de la misma manera que lo habían recibido el día de Pentecostés. Dios no había hecho ninguna distinción entre judíos y gentiles, sino que la fe había purificado los corazones de quienes habían vivido lejos de la ley de Dios. Pedro está reconociendo que en casa de Cornelio el Espíritu Santo se manifestó a los gentiles de la misma manera que a los apóstoles en el Aposento Alto. Y si Dios había dado testimonio mediante el Espíritu, sin que los gentiles fueran circuncidados, era señal evidente de que sus corazones habían sido purificados por la fe en el rey de los judíos.

         El Espíritu Santo dirigía la iglesia del primer siglo incluso cuando había posturas enfrentadas. Vivir llenos del Espíritu resuelve los desacuerdos.

63 – El Espíritu Santo no impone cargas

Porque pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros mayor carga que estas cosas esenciales: que os abstengáis de cosas sacrificadas a los ídolos, de sangre, de lo estrangulado y de fornicación (Hechos 15:28-29).

         El primer concilio realizado en la ciudad de Jerusalén concluyó con una carta para los hermanos gentiles que vivían en Antioquia, Siria y Cilicia, lugares donde el evangelio había penetrado en el primer viaje misionero de Pablo y Bernabé. En uno de los párrafos de la carta aparece el texto que mencionamos en nuestra meditación. La expresión hace época. La primera parte dice: «pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros». Tenemos aquí el modelo a seguir. Conocer el sentir del Espíritu Santo debe ser la prioridad máxima de todo pastor, anciano o consejo de iglesia, para luego identificarse con él y actuar en consecuencia. Vemos la cercanía del Espíritu en los discípulos y los hermanos de la iglesia. Son plenamente conscientes de su dirección. Saben que es el Espíritu de verdad que ha venido a guiarlos a toda verdad. Reconocen su primacía para llevar adelante los conflictos que se iban presentando. El consejo no era la voluntad predominante de un líder carismático con mucha personalidad, el consejo de apóstoles y ancianos reunidos estaba sometido a la voluntad del Espíritu de Dios, vivían en comunión con el Espíritu, sabían que de ello dependía el desarrollo del plan de Dios, y no solo era teoría o doctrina fundamental de la iglesia, sino experiencia viva y real. ¿Y qué es lo que le había parecido bien al Espíritu y a ellos? «No imponeros mayor carga que estas cosas esenciales». Otra frase para enmarcar.

Ni el Espíritu de Dios ni los apóstoles estaban para poner cargas a los hermanos, sino para aliviarlos. Eso no tenía que ver con vivir una vida sin santidad, lo cual era una obviedad, sino que se trataba de no imponer cargas religiosas que hicieran más pesada la carrera cristiana y añadieran al evangelio obras como base de la aceptación de Dios. En la vida cristiana hay cosas esenciales que están claramente diseñadas en la Escritura, pero nunca son una carga impuesta desde un liderazgo controlador y jerárquico, sino desde la libertad del Espíritu y el sometimiento a su voluntad. Para ello es fundamental que la iglesia, comenzando por sus responsables, viva llena del Espíritu. Perder esta realidad conduce irremediablemente al levantamiento de un sistema religioso para sostener el edificio sin la vida de Dios, substituyéndolo con las imposiciones arbitrarias de líderes al estilo de Diótrefes y la doctrina de los nicolaítas (3 Jn.9-11) (Apc.2:6,15).

         Cuando vivimos llenos del Espíritu decimos amén a lo que le parece bien.

64 – Impedidos de hablar la palabra en Asia

Pasaron por la región de Frigia y Galacia, habiendo sido impedidos por el Espíritu Santo de hablar la palabra en Asia, y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió (Hechos 16:6-7).

         Los creyentes tenemos a menudo un vocabulario aparentemente bíblico que no siempre concuerda con la verdad de las cosas. Cuando encontramos oposición a lo que pensamos es la voluntad de Dios decimos que el diablo se nos opone y hay que resistirle, pero no siempre es así. Sabemos que predicar el evangelio es la voluntad de Dios, y damos por hecho que debemos hacerlo en cualquier lugar y situación, pero el pasaje que nos ocupa nos enseña que podemos estar muy equivocados. El mismo apóstol Pablo aprendió en este caso que puede tener impulsos y deseos que no concuerdan con la voluntad expresa del Espíritu Santo que es quién dirige la obra misionera. El apóstol de los gentiles acabó comprendiendo que era el Espíritu de Dios quién se les estaba oponiendo y no el diablo. Curiosamente cuando llegan al primer lugar donde el Espíritu les dio permiso de anunciar el evangelio acabaron con sus huesos en la cárcel de Filipos. Todo parecía ocurrir al revés de lo pensado. Sin embargo, Pablo y su equipo de trabajo estaban sujetos a la dirección del Espíritu. Eran obedientes más allá de sus propias iniciativas y pensamientos lógicos. Fueron impedidos de hablar la palabra en Asia, probaron en otro lugar y el Espíritu de Jesús no se lo permitió. ¡Cómo es posible! Esto no parece encajar con el mandamiento de la gran comisión.

Jesús había dicho id a todas las naciones, pero ahora impedía que entraran en ciertas regiones ¿por qué? El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu (Jn.3:8). El poeta dijo: se hace camino al andar. El Espíritu les impidió predicar la palabra en Asia, Misia y Bitinia, pero los encaminó a Macedonia, es decir, a Europa, y de esta manera el evangelio penetraba en el continente donde iba a ser establecido ampliamente. Andar en el Espíritu se aprende caminando con el Espíritu. No siempre tenemos la certeza plena de andar en los caminos de Dios, pero el Señor ordena nuestros pasos si vivimos en obediencia a su voluntad. Pablo lo aprendió y llegó con el evangelio a Europa.

         Podemos estar dispuestos a hablar la palabra pero aún más importante es oír lo que dice el Espíritu y seguirlo.

65 – Hay que oír del Espíritu Santo

Y les dijo [Pablo]: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos respondieron: No, ni siquiera hemos oído si hay un Espíritu Santo(Hechos 19:2).

         La vida cristiana se fundamenta sobre oír el mensaje del evangelio. En el evangelio oír y recibir tiene una importancia fundamental. La fe viene por el oír… No podemos creer si no hemos oído la buena nueva. Y oír tiene que ver con todo el consejo de Dios. Podemos simplificar el mensaje a las cuatro leyes espirituales básicas, que pueden ser útiles para empezar, pero no podemos quedarnos ahí, el evangelio es un mensaje más amplio, incluye todo el consejo de Dios. A menudo decimos: «hemos ido a predicar el evangelio» pero lo que hemos anunciado es algo de lo que el evangelio ha hecho en nuestras vidas. Muy parcial. Tal vez hemos predicado algún aspecto del evangelio pero hemos dejado otros. Y todo ello porque no hemos oído. Hablamos lo que sabemos y lo sabemos porque lo hemos oído y recibido. Si hemos recibido un evangelio parcial predicaremos un evangelio incompleto. Fue el caso del elocuente Apolos, un gran predicador, poderoso en las Escrituras, ferviente de espíritu, elocuente, hablaba y enseñaba con exactitud las cosas referentes a Jesús, aunque solo conocía el bautismo de Juan (Hch.18:24-25). Predicó en una sinagoga, lo hizo con denuedo, pero cuando le oyeron Priscila y Aquila lo llevaron aparte y le explicaron con mayor exactitud el camino de Dios (Hch.18:26).

Meditemos. ¿Qué predicamos? No basta con hablar de la Biblia, muchos lo hacen pero no alcanzan a transmitir con exactitud el camino de Dios. Pueden ser elocuentes, fervientes y conocedores de la Escritura pero siempre estarán limitados por lo que han aprendido y solo podrán dar lo que tienen, no lo que no saben. Apolos solo sabía acerca del bautismo de Juan. Eso era necesario y bueno, pero no era la totalidad del evangelio. Había que ir más allá. Cuando Pablo llegó a Éfeso encontró a algunos discípulos (¡eran discípulos!) que no habían oído hablar del Espíritu Santo cuando creyeron. Piensa. Eran discípulos, habían creído el evangelio pero solo una parte del mismo que no contenía la obra del Espíritu. Solo habían sido bautizados en el bautismo de Juan. Estaban satisfechos, pero incompletos. Así tenemos hoy a muchos cristianos.

         Nuestra fe está limitada a lo que hemos oído y creído. Puede ser una parte del evangelio o todo el evangelio, lo cual limitará o ampliará nuestras experiencias.

66 – Las limitaciones en la predicación (I)

Entonces él dijo: ¿En qué bautismo, pues, fuisteis bautizados? Ellos contestaron: En el bautismo de Juan. Y Pablo dijo: Juan bautizó con el bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyeran en aquel que vendría después de él, es decir, en Jesús. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús (Hechos 19:3-5).

         Estamos ante un episodio verdaderamente interesante. El evangelio se estaba extendiendo y en su desarrollo se ponen de manifiesto situaciones que han acompañado a todas las generaciones. Una de ellas es que la predicación está limitada por aquellos que predican. Ningún predicador honesto puede ir más allá de lo que ha oído, sabe y ha experimentado. Su mensaje estará siempre sujeto al desarrollo de su propia revelación. Pablo le dijo a Timoteo: Lo que has oído de mí, ante muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros (2 Tim.2:2). Pablo había recibido el mensaje por revelación del mismo Jesucristo (Gá. 1:11-12). Ese mensaje lo transmitió a Timoteo, para que a su vez éste lo encargara a hombres fieles, y de esa forma pasara de generación en generación. Ahora bien, si la persona que nos anuncia el evangelio tiene una revelación parcial del mismo, el mensaje que recibiremos será parcial y siempre estará sometido a las limitaciones de quién nos lo transmitió. Ahora tenemos toda la Escritura y podemos acceder a la totalidad del mensaje, todo el consejo de Dios (Hch.20:27), sin embargo, aún hoy estamos limitados por la línea doctrinal de la iglesia a la que pertenecemos, sujetos a aceptar el cuerpo doctrinal que el originador de la denominación dejó establecido. Lo que se sale de ese marco no encontrará apoyo en la comunidad a la que servimos, y en el peor de los casos combatiremos con celo otras posturas doctrinales. La historia de la iglesia está llena de lo que acabo de decir. Pablo llegó a Éfeso y se encontró a discípulos que solo habían oído hablar del bautismo de Juan, es decir, una predicación con el énfasis puesto en el arrepentimiento. Esa es una verdad del evangelio, pero hay más. No habían oído del bautismo en el nombre de Jesús, por tanto, nadie se había bautizado tal y como él lo enseñó. Pablo lo anunció; fue un paso más allá; y al oírlo decidieron obedecer. Se bautizaron en el nombre de Jesús, creyendo que era el Mesías, a quién Juan el Bautista anunció. Mira lo que dice el texto: Cuando oyeron esto, fueron bautizados… Piensa. La fe actúa sobre lo que oímos, si no hemos oído quedamos «huérfanos» de esa verdad. Continuará…

         Una predicación limitada del evangelio produce una fe limitada en su desarrollo y por tanto en las experiencias.

67 – Las limitaciones en la predicación (II)

Entonces él dijo: ¿En qué bautismo, pues, fuisteis bautizados? Ellos contestaron: En el bautismo de Juan. Y Pablo dijo: Juan bautizó con el bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyeran en aquel que vendría después de él, es decir, en Jesús. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús (Hechos 19:3-5).

         Los discípulos de Éfeso tenían una fe limitada a lo que habían oído: sólo el bautismo de arrepentimiento, aunque como buenos discípulos cuando oyeron del bautismo en el nombre de Jesús se bautizaron sin demora. La obediencia a la palabra revelada es una característica de todo buen discípulo de Jesús. Muchos predicadores de la actualidad ponen el énfasis en la predicación de su maestro inicial. Estos pioneros, discípulos del Maestro, descubrieron alguna verdad que por el motivo que sea no se había predicado antes, o no con el matiz que ahora le da el nuevo predicador. A partir de ahí se genera un movimiento alrededor de ese líder. Hace de la «exclusividad» el motor central de su mensaje y todos aquellos que lo aceptan basan su predicación en la óptica que ha imprimido a sus con-discípulos, los cuáles son ahora más celosos y fanáticos que el pastor original. Construyen una doctrina hermética sobre su particularidad y la transmiten como un sello de identidad propia. Su mensaje se centra casi únicamente en ese mono-tema. Prediquen lo que prediquen acaban enseñando esa verdad (pueden ser varios temas, claro, un cuerpo de doctrina que gira sobre el eje establecido alrededor de la supuesta revelación original); escriben libros sobre ello, lo presentan como algo esencial que todos los demás cristianos tienen que aceptar e incluir en su teología, y quienes no lo hacen son considerados cristianos de otro nivel. Así construimos el sectarismo y la exclusividad que caracteriza a muchas iglesias evangélicas de la actualidad. El apóstol Pablo no hizo eso. El autor de la carta a los Hebreos nos enseña que debemos avanzar hacia la madurez, no girar todo el tiempo sobre ciertas verdades esenciales, necesarias y fundamentales, si no madurar mediante el alimento sólido y tener los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Heb.5:12-6:3). Para ello necesitamos un alimento completo, todo el consejo de Dios, la totalidad del evangelio y no solamente un énfasis doctrinal impuesto por predicadores con buenas intenciones pero que impiden el crecimiento de los discípulos. Necesitamos la diversidad de dones en el cuerpo de Cristo y no solo el don predominante del líder.

         El discípulo del Señor cuando oye la verdad del evangelio la obedece sin sectarismo ni exclusivismo denominacional.

68 – Las limitaciones en la predicación (III)

Y cuando Pablo les impuso las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y hablaban en lenguas y profetizaban. Eran en total unos doce hombres (Hechos 19:6-7).

         Volvamos al inicio del suceso que tuvo lugar en Éfeso para ver su desarrollo progresivo. Pablo llegó a esta gran ciudad de Asia Menor y encontró a algunos discípulos que solo habían oído hablar del bautismo de arrepentimiento que predicó Juan el Bautista. Les preguntó si habían recibido el Espíritu Santo cuando creyeron y le respondieron que ni siquiera habían oído hablar si hay Espíritu. Entonces Pablo les habló del bautismo en agua en el nombre de Jesús como continuidad al mensaje de Juan el Bautista. Cuando lo oyeron se bautizaron en el nombre del Señor Jesús. Antes de seguir pensemos. ¿Discípulos que ni siquiera habían sido bautizados en el nombre de Jesús? Pues sí, eso dice el texto. Ahora imaginemos que al oír a Pablo estos discípulos se negaran a ser bautizados en el nombre de Jesús aludiendo a la enseñanza que habían recibido, y se obstinaran en ello cerrando su propio desarrollo. Sin embargo, estos discípulos obedecieron la enseñanza del apóstol bautizándose en agua. Y ahora viene otra fase más. No habían oído nada sobre el Espíritu Santo, pero cuando Pablo (seguramente acordándose de su propia experiencia con Ananías) les habló de recibir la llenura del Espíritu, estos doce discípulos aceptaron lo expuesto por el apóstol y se dispusieron a recibirlo. Dicho y hecho. Pablo les impuso las manos y vino sobre ellos el Espíritu Santo. ¿Cómo lo supieron? Porque hablaban en lenguas y profetizaban. La misma experiencia que habían tenido los ciento veinte en el Aposento Alto el día de Pentecostés (Hch. 2:4); lo mismo que ocurrió en casa de Cornelio (Hch.10:44-46); lo que tuvo lugar en la ciudad de Samaria y que tanto impresionó a Simón (Hch. 8:14-19); y lo mismo que experimentó Saulo de Tarso en la casa donde estuvo tres días orando antes de que llegara Ananías y orase por él para ser lleno del Espíritu (Hch.9:11-17). El orden de las experiencias puede variar pero todas ellas acaban en la llenura del Espíritu para que el discípulo del Señor tenga el potencial divino para realizar la obra de Dios. Pensemos. Estos doce discípulos que poco antes ni siquiera habían oído hablar del bautismo en el nombre de Jesús, con una fe muy limitada, ahora se expandió en ellos de tal forma que fueron llenos del Espíritu para llevar el evangelio a toda Asia Menor partiendo desde Éfeso.

         El verdadero discípulo del Señor sabe escuchar las verdades que desconoce y aceptar la imposición de manos para ser lleno del Espíritu a través de quienes lo transmiten y no de impostores, imitadores o falsificadores.

69 – Después de las experiencias el avance del reino

Pasadas estas cosas, Pablo decidió en el espíritu ir a Jerusalén después de recorrer Macedonia y Acaya, diciendo: Después que haya estado allí, debo visitar también Roma (Hechos 19:21).

         «Pasadas estas cosas». ¿Qué cosas? Todo lo que había acontecido después de las experiencias de aquellos discípulos en Éfeso. Me llama la atención el orden en que aparecen los sucesos en este capítulo 19. Veamos. Pablo trabajaba en primer lugar con discípulos que ya tenían cierto recorrido en el Camino. Les transmitía lo que les faltaba, la llenura del Espíritu, y a partir de ahí se va desarrollando un despliegue evangelístico impresionante que llegará a toda Asia Menor partiendo desde Éfeso. Pablo entró en la sinagoga, como era su costumbre (v.8), y durante tres meses habló denodadamente, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios. Algunos se endurecieron y se volvieron desobedientes hablando mal del Camino. En esa tesitura, Pablo no discute más, toma a los discípulos y se marcha a un local de alquiler donde un maestro de retórica (Tiranno) daba clases en las mejores horas del día, (en Éfeso hacía un calor sofocante a partir del mediodía y el trabajo de enseñar en esas condiciones se hacía insoportable), y el resto del tiempo lo alquilaba a Pablo para que enseñara a los discípulos. Esto duró dos años. Podíamos decir que era la Escuela Bíblica de Pablo en Éfeso. Sus clases no fueron solo teoría, si no que los discípulos salieron a predicar el evangelio, de tal forma que todos los que vivían en Asia oyeron la palabra del Señor, tanto judíos como griegos (v.10). A la vez Dios hacía milagros extraordinarios por mano de Pablo (11). Algunos quisieron imitarlo (siempre hay imitadores sin autoridad) y se expusieron al ridículo queriendo tener la unción que no tenían (v.13-16). La verdad fue expuesta de tal forma que los impostores quedaron avergonzados; esto lo supieron los habitantes de Éfeso, el temor se apoderó de todos ellos, y el nombre del Señor Jesús era exaltado (v.17). También muchos de los que habían practicado la magia se apartaron de ella dando testimonio de su fe quemando los libros (v.18-19). Y concluye el texto con estas palabras que resumen lo ocurrido en aquel lugar: Así crecía poderosamente y prevalecía la palabra del Señor (v.20). Pensemos. No se construyó un edificio ministerial para exaltar al gran apóstol Pablo. No. Ni siquiera el apóstol se aferró al lugar, sino que decidió en el espíritu (con minúscula, su propio espíritu en comunión con el Espíritu Santo) ir a Jerusalén y alcanzar luego Roma. Esto significaba gran oposición, sin embargo, siguió el plan de Dios dejando a los discípulos en Éfeso.

         Lo ocurrido en Éfeso es un modelo para todos los discípulos del Señor.

70 – El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu

Y ahora, he aquí que yo, atado en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me sucederá, salvo que el Espíritu Santo solemnemente me da testimonio en cada ciudad, diciendo que me esperan cadenas y aflicciones… (Hechos 20:22-23).

         Escuchando los mensajes que se dan a muchos hermanos en esos cultos donde «abundan» las profecías, veo que predomina un tipo de mensaje de este estilo: «Dios te va a usar en grandes cosas, irás a otras naciones con el evangelio y Dios hará grandes cosas a través de ti», o similares. Un porcentaje demasiado elevado son palabras infladas dirigidas a hinchar el ego más que a producir la exhortación para ser un discípulo del Señor en cualquier tipo de circunstancias. Pablo salió de Éfeso, −un lugar donde había vivido momentos de gran testimonio del evangelio−, y se dirigió a Jerusalén, donde sabía le esperaban cadenas y aflicciones, así como una gran resistencia a su mensaje. Dice: «atado en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me sucederá». Sabe con certeza que no puede escapar de acudir a la ciudad donde estaba la primera congregación, y también el epicentro de sus mayores detractores. Jesús también afirmó su rostro para ir a Jerusalén cuando le llegó el tiempo (Lc. 9:51 LBLA). Pablo seguía a su Maestro. Lo hacía atado en espíritu, sin otra alternativa, y sin saber con claridad lo que allí le esperaba, aunque tenía el testimonio del Espíritu de que le esperaban cadenas y aflicciones. Meditemos. El Espíritu Santo daba testimonio al espíritu de Pablo de que se encaminaba directamente a experimentar tiempos de tribulación. ¡Qué gran debate en la iglesia de hoy sobre si la iglesia pasa o no por la gran tribulación! Pablo se encaminaba directamente a ella, lo hacía atado en espíritu y además el Espíritu Santo se lo confirmaba. La nube se había levantado para el apóstol de los gentiles. Dejando atrás la ciudad de Éfeso, donde era reconocido y aceptado ampliamente, se encaminó a la ciudad donde sería rechazado, odiado y amenazado de muerte. Jesús también sabía que en Jerusalén le esperaba la cruz, la muerte… y la resurrección. Pablo supo que seguía a su Maestro y nos dejó una declaración para enmarcar cuando los discípulos quisieron impedir que viajara a la capital de Israel: «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el  ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hch. 20:24).

         A todos nos llega el tiempo cuando el Espíritu Santo nos guía a nuestra Jerusalén sin que podamos eludirla, y atados en espíritu no podamos evitarla.

71 – Supervisores de la grey de Dios

Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual El compró con su propia sangre (Hechos 20:28).

         Hemos cambiado la aflicción del evangelio por el reconocimiento de un título que nos da preeminencia y dominio sobre la grey de Dios. Esto está ocurriendo en demasiados lugares en este mismo momento. Por ello quiero pararme unos instantes en el texto que nos ocupa. Pablo está de viaje hacia Jerusalén y sabe lo que le espera: prisiones y aflicciones. Ha reunido a los ancianos en Mileto para dejarles su último mensaje (Hch.20:17). No volverán a ver su rostro más (20:25). Les da testimonio de que es inocente de la sangre de todos, pues no ha rehuido declararles todo el consejo o propósito de Dios (20:26,27). Sabe que después de su partida entrarán lobos rapaces que no perdonarán el rebaño, incluso de entre ellos mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos (20:29,30). Me recuerdan las despedidas de Moisés y Josué ante el pueblo de Israel. Todos ellos anticiparon tiempos de desobediencia después de sus partidas, por ello pusieron mucho énfasis en la calidad de los obreros fieles para sostener la verdad en medio del levantamiento de la cizaña inevitable. Pablo les dice que tengan cuidado de ellos mismos; allí se debe fundamentar el éxito de mantener la verdad de Dios para pasarla a la siguiente generación. El obrero del Señor debe guardarse a sí mismo. Lo repetiría a Timoteo (1 Tim.4:16). Sobre esa premisa se fundamenta el poder guardar la grey de Dios. Procura, con diligencia, presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de que avergonzarse y que usa bien la palabra de verdad (2 Tim. 2:15). El carácter del obrero es vital para que pueda realizar el cometido asignado por el Espíritu Santo: pastorear la grey de Dios. Hemos puesto el énfasis sobre el título «epískopos», traducido por obispo, y que significa supervisor, pero ese no es el énfasis de la Escritura, sino la función. La grey, −congregación−, ha sido comprada por la sangre del Cordero, no es propiedad del pastor de la iglesia local. El celo equivocado nos ha llevado en muchos casos a confundir nuestra función con disputas por nuestra posición. El obispo, anciano o pastor es un supervisor de la grey que es de Dios, y debe cumplir su cometido con fidelidad al Señor de la iglesia y no levantarse él mismo como «señor» del pueblo.

         El Espíritu Santo asigna funciones, no títulos, para que cada uno, según el don recibido, sirvamos a la congregación del Señor con fidelidad a Dios.

72 – Una aparente contradicción del Espíritu

Después de hallar a los discípulos, nos quedamos allí siete días, y ellos le decían a Pablo, por el Espíritu, que no fuera  a Jerusalén (Hechos 21:4).

         El viaje de Pablo a Jerusalén revela algunas verdades que debemos meditar. Por un lado sabemos que en el corazón del apóstol se había fijado este propósito, no era un capricho ni un alarde, le había sido impuesta necesidad, como en el caso de predicar el evangelio (1 Co.9:16). Por otro tenemos a los hermanos queriendo influir en Pablo para que cambiara de parecer, puesto que sabían lo que le esperaba. El apóstol tenía el testimonio en su espíritu de lo que le aguardaba en Jerusalén; el mismo Espíritu le daba testimonio de prisiones y aflicciones. La acción del Espíritu en otros hermanos confirmaba que no fuera a Jerusalén, pero Pablo ya había tomado su decisión, y aunque apreciaba el amor de los hermanos, no estuvo dispuesto a ceder. La presión subió de tono cuando un profeta llamado Agabo llegó a la ciudad de Cesárea, donde vivían Felipe y sus cuatro hijas doncellas que profetizaban (Hch. 21:8-9). Este Agabo tomó el cinto de Pablo, «se ató las manos y los pies, y dijo: Así dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al dueño de este cinto, y lo entregarán en manos de los gentiles» (21:11). Oyendo esto muchos lloraban y rogaban a Pablo que no subiera a la ciudad. El impacto emocional tuvo que ser muy fuerte, pero aquí se levantó una vez más la fortaleza de espíritu del apóstol para decir: «¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque listo estoy no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús» (21:13). Esta es la voz de un discípulo de Jesús. La firmeza de Pablo doblegó el afecto de los hermanos concluyendo que no se dejaba persuadir, por tanto, callaron, diciendo: «Que se haga la voluntad de Dios». ¡Qué situación! Pablo podía haber evitado con dignidad y apoyo las aflicciones que le esperaban en Jerusalén, sin embargo, escogió ser maltratado con el pueblo de Dios, porque tenía puesta la mirada en el galardón, como Moisés (Heb. 11:24-26). Los hijos de los profetas decían a Eliseo: «no sabes que hoy te quitarán a tu señor; si, ya lo sé —respondía él— callad». Ese conocimiento le aferró más aún a su maestro Elías. Pablo hizo lo mismo. En ocasiones podemos escoger el camino fácil, la retirada con honores, incluso con el testimonio interior del Espíritu, pero el hombre espiritual, fortalecido con una fe inquebrantable avanza hacia su Jerusalén con determinación. Puede haber contradicción, tal vez, pero después queda Roma, y quién sabe si España…

         La vida llena del Espíritu supera los afectos humanos y va más allá de la voluntad permisiva de Dios para alcanzar su voluntad perfecta.

73 – De Jerusalén a Roma. El tiempo de los gentiles

Y al no estar de acuerdo entre sí, comenzaron a marcharse después de que Pablo dijo una última palabra: Bien habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio de Isaías el profeta… Sabed, por tanto, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. Ellos sí oirán. Y cuando hubo dicho esto, los judíos se fueron, teniendo gran discusión entre sí (Hechos 28:25-29).

         Tenemos a Pablo en la capital del Imperio Romano. Vive en una casa alquilada durante dos años predicando el reino de Dios. El viaje hasta allí estuvo marcado por una cadena de aflicciones continuadas. Se había cumplido el testimonio que el Espíritu Santo había dado que le esperaban prisiones y aflicciones. Sin embargo, el Señor le libró y ahora se encuentra en Roma donde el apóstol siempre había querido llegar. Tal vez el viaje no fue como él imaginó pero al fin y al cabo allí estaba. Los últimos capítulos del libro de Hechos narran con todo lujo de detalle este episodio de la vida de Pablo. La predicación del evangelio comenzó en Jerusalén, donde surgió una gran congregación de discípulos que llevaron el mensaje a otras ciudades. Ahora el apóstol de los gentiles está en la capital del mundo gentil. Los judíos de Roma se mostraban reacios al evangelio, Pablo se esforzó en persuadirles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas. Algunos eran persuadidos con lo que se decía, pero otros no creían (Hch.28:23-25). Cuando el grueso de los que vinieron a oírle comenzó a marcharse, el antiguo discípulo de Gamaliel los despidió con estas palabras: «Bien habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio de Isaías el profeta, diciendo: el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible, y con dificultad oyen con sus oídos; y sus ojos han cerrado». La puerta del evangelio a los judíos iba cerrándose —por el endurecimiento de su corazón— y la de los gentiles se abría cada vez más. Comenzaba así lo que en la Biblia se conoce como el tiempo de los gentiles. Un tiempo donde el evangelio alcanzaría a las naciones gentiles, y el pueblo de Israel se enrocaría sobre la Toráh y la sinagoga (una vez destruido el templo en el año 70 d.C.) alejada del mesianismo de Jesús, aunque fue en la capital de Judea donde tuvo su origen la proclamación de la buena nueva. Fue allí donde el Espíritu Santo había descendido, pero ahora Roma y otras ciudades (Antioquia, Éfeso, Alejandría) tomaban el relevo en la propagación del evangelio del reino. Pablo lo expuso a la comunidad judía de Roma con estas palabras: «Sabed, por tanto, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. Ellos sí oirán»

         El viaje de Pablo a Jerusalén y de aquí a Roma es una señal de cómo iba a cambiar el centro del evangelio de los judíos al mundo gentil.

74 – El final del libro de los Hechos

Y Pablo se quedó por dos años enteros en la habitación que alquilaba, y recibía a todos los que iban a verlo, predicando el reino de Dios, y enseñando todo lo concerniente al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbo (Hechos 28:30-31).

         Hemos hecho un recorrido amplio por el libro de los Hechos de los apóstoles que algunos dan en llamar los hechos del Espíritu Santo. Contextualizando este recorrido con el tema principal que estamos viendo ¿Qué es el hombre? podemos notar que la acción del Espíritu de Dios sobre el hombre caído, ahora redimido y lleno del Espíritu, ofrece una transformación sobrenatural que no puede pasar inadvertida. El Padre no solo nos ha sellado con el Espíritu, sino que ha enviado la promesa de ser investidos de poder de  lo alto, llenos del Espíritu, para que los discípulos realicen su llamado. Hemos visto que hay un proceso de capacitación en la vida del discípulo corroborado por diversas experiencias en distintos lugares. El día de Pentecostés fueron llenos del Espíritu con manifestaciones de hablar en nuevas lenguas. Volvieron a ser llenos poco después en una reunión de oración en medio de la persecución que se desató inmediatamente (Hch.4:31). Escogieron a siete hombres para servir a las viudas, varones llenos del Espíritu Santo y de fe. En Samaria Felipe predicó el evangelio con señales y prodigios, recibieron la palabra, pero necesitaban recibir posteriormente el Espíritu mediante la imposición de manos de los apóstoles Pedro y Juan. Saulo se convirtió en Pablo pero hasta tres días después no fue lleno del Espíritu, una vez que el discípulo Ananías fue enviado por el Señor para que orara por él con imposición de manos. Luego encontramos a Cornelio y los reunidos en su casa escuchando el evangelio en boca de Pedro y en medio de su predicación fueron llenos del Espíritu como el día de Pentecostés, lo supieron porque los oían hablar en lenguas y exaltar a Dios. El Espíritu Santo tomó la iniciativa misionera y apartó a Bernabé y Saulo para ir a las naciones gentiles. En Éfeso había discípulos que nunca habían oído hablar del Espíritu Santo, cuando Pablo les habló y oró por ellos vino el Espíritu y hablaban en lenguas y profetizaban, predicando el evangelio en toda Asia Menor. Al final del libro Pablo está en Roma durante dos años predicando el reino de Dios y enseñando lo concerniente al Señor Jesucristo. Después puede ser que llegó a España con el mensaje de salvación… ese fue su anhelo.

         El libro de Hechos está lleno de experiencias producidas por el Espíritu Santo en la vida de aquellos que obedecen a Dios.

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