Por la fe Moisés, cuando era ya grande, rehusó… escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los placeres temporales del pecado, considerando como mayores riquezas el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto… Por la fe salió de Egipto sin temer la ira del rey, porque se mantuvo firme como viendo al Invisible… (Hebreos 11:24-27).
Regresé a Salamanca y mantuve mi experiencia en secreto ante los hermanos que negaban doctrinalmente esta experiencia posterior a la conversión. No me metí en problemas. Seguí siendo un joven dispuesto a aceptar todas las actividades que desarrollaba la iglesia donde me congregaba. Aprendí mucho. Mi fe se fundamentó. El llamado al discipulado estaba fuertemente arraigado desde el primer día de mi conversión.
Supe en mi espíritu que regresaría a Lérida cuando la iglesia donde me había bautizado, estando en el servicio militar, comenzara una Escuela Bíblica. Para mí ese era el detonante para salir de Salamanca, dejarlo todo y encaminarme a realizar esos estudios como una nueva fase de mi vida discipular.
Después de la experiencia del bautismo en el Espíritu Santo mi carácter seguía experimentando grandes luchas internas. Quería hacer el bien, pero hallaba otra ley en mis huesos que me impedía la liberación. Nunca me conformé con semejante estado. Leía la Biblia con avidez y quería experimentar Romanos 6, evitar Romanos 7 y penetrar de lleno a Romanos 8. Así pasaron los dos primeros años de mi nueva vida.
Supe que dentro de pocos meses comenzaría la Escuela Bíblica en Lérida y mi espíritu estaba afirmado en que ese sería el arranque para iniciar una nueva etapa en mi vida discipular. Significaba dejar el trabajo, un trabajo fijo como auxiliar administrativo en una de las empresas más pujantes de Salamanca. Decírselo a mi familia con el consiguiente drama familiar. Convencer a mi novia de la «locura» que estaba decidido a emprender. Y hablar con los ancianos de la congregación para informarles de mi decisión unilateral e irrevocable de salir para Lérida sin saber lo que vendría después.
Fueron semanas, −meses−, de una gran soledad y confrontación en todos los frentes que componían mi vida. El Señor me sostuvo como viendo al Invisible (Heb. 11:27). Me dio una palabra que resolvía los dos conflictos mayores que tenía: uno doctrinal y otro de dirección: «Así ha dicho YHWH, Redentor tuyo, el Santo de Israel: Yo soy YHWH Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir» (Isaías 48:17). Y me fui a Lérida.
La fuerza de la convicción interior dada por el Espíritu a nuestro espíritu tiene el impulso divino para superar todas las adversidades.