Y El dio a algunos el ser… pastores y maestros (Efesios 4:11).
Generalmente hablamos de cinco ministerios que son los que aparecen en el capítulo 4 de Efesios, sin embargo, la conjunción «y» une a pastores y maestros. Yo creo que no hay pastores que no sean maestros; precisamente uno de los requisitos que menciona Pablo para los obispos, guías, o supervisores, es decir, pastores, es que sean aptos para enseñar. Y por otro lado no puedo entender que haya maestros sin un corazón de pastor para guiar y enseñar a otros en la doctrina. Por tanto aquí uniré estos dos ministerios en uno: «pastores y maestros».
Este es el más conocido y usado. Generalmente se le llama pastor a la inmensa mayoría de quienes dirigen una congregación. Y en muchos casos lo son, pero no en otros. Se abren «iglesias» de cualquier forma, con un pequeño grupo de personas que salen de otra, por el motivo que sea, y se juntan para formar una nueva iglesia. Este modelo fraccionado no siempre es útil y mucho menos tiene el respaldo del Espíritu, −me recuerda el tiempo de los Jueces cuando cada uno hacía lo que bien le parecía−, creyendo que por tener un local de culto y formalizar unas actividades ya somos una iglesia.
Una congregación necesita un pastor dentro de un consejo de ancianos que supervisan y guían la grey. El ministerio pastoral tiene el cuidado de las almas. Las alimenta, cuida y guía siendo un modelo para quienes están a su cuidado. No debe enseñorearse de los hermanos, sino ser ejemplo de la grey. No codicioso de ganancias deshonestas, creyendo que la piedad es motivo de ganancia, sino sirviendo al Señor y los hermanos con ánimo pronto.
El equipo de dones del pastor suele ser el de enseñanza, de presidir o dirigir, exhortar… Tiene un corazón tierno y firme para que la iglesia crezca sana. Delega en otros hermanos de confianza funciones asignadas por el Espíritu. Reconoce los demás dones en la congregación y busca la edificación de todo el cuerpo de discípulos.
El maestro y pastor hace discípulos. Defiende la verdad del evangelio con valentía, sin parcialidad, sin temor de hombres, porque entonces no sería siervo de Cristo (Gá. 1:10). No se deja manipular por las familias influyentes de la congregación. Tampoco peca de nepotismo, poniendo en los lugares de privilegio a sus familiares sin que estos tengan el reconocimiento del Espíritu. En definitiva, una gran labor, muy necesaria para que la iglesia del Señor sea luz y sal en el mundo.
Los pastores y maestros han sido dados por el Señor al cuerpo para capacitar a los santos y que reciban edificación.