Por tanto, si Dios les dio a ellos el mismo don que también nos dio a nosotros después de creer en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder estorbar a Dios? Y al oír esto se calmaron, y glorificaron a Dios, diciendo: Así que también a los gentiles ha concedido Dios el arrepentimiento que conduce a la vida (Hechos 11:17-18).
Recordemos la secuencia. Pedro está dando explicaciones a un grupo de hermanos judíos de la congregación de Jerusalén que eran celosos de la circuncisión y todo lo que ello significaba, una de ellas era que un judío no podía entrar a comer con gentiles y Pedro lo había hecho. El apóstol, como buen judío y conocedor de los argumentos que presentaban sus hermanos, así como los prejuicios que él mismo había tenido cuando tuvo el éxtasis en el que se le pedía que comiera animales inmundos, se dispuso a dar las explicaciones oportunas, contando todo el suceso en su desarrollo. ¡Qué buena manera de tratar un asunto complejo y sensible para la mentalidad de la época!
Pues bien, el argumento de mayor peso que presentó el apóstol fue que Dios había dado su aprobación derramando el Espíritu Santo de la misma forma en que ellos mismos lo habían experimentado el día de Pentecostés, incluidos los celosos guardadores de la circuncisión. «Si Dios les dio a ellos el mismo don que también nos dio a nosotros después de creer en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para estorbar a Dios?». De lo que podemos deducir que en otras ocasiones el hombre religioso sí puede ser un estorbo para Dios. En este caso Pedro no lo fue, se retiró a un lado y dejó obrar a Dios. Y no solo él, sino que los mismos judíos que habían comenzado reprochándole su entrada en aquella casa de gentiles se rendían a la evidencia y se calmaron, glorificaron a Dios y exclamaron lo que aún no había entrado en sus mentes exclusivistas: «Así que también a los gentiles ha concedido Dios el arrepentimiento que conduce a la vida». Fin de la discusión. Aceptaron el testimonio del Espíritu Santo en la vida de los gentiles.
Meditemos. Estos hermanos, celosos de sus doctrinas y tradiciones, se sujetaron al Espíritu de Dios. Además comprendieron que la obra del Espíritu Santo incluía el arrepentimiento para vida. Por tanto, el primer episodio de penetración del evangelio a los gentiles quedó aceptado en la congregación de Jerusalén.
Si el Espíritu de Dios dirige la iglesia y sometemos nuestras tradiciones a su autoridad tendremos avances del reino de Dios en las naciones.