Y mientras Pedro meditaba sobre la visión, el Espíritu le dijo: Mira, tres hombres te buscan. Levántate, pues, desciende y no dudes en acompañarlos, porque yo los he enviado (Hechos 10:19,20).
Todo lo que vimos en la meditación anterior tiene su continuidad al día siguiente. Cornelio oraba ayer y Pedro subió a la azotea para orar hoy. La oración está uniendo a dos hombres (Cornelio y Pedro); dos ciudades (Cesárea y Jope); dos experiencias convergentes (la visión del romano y el éxtasis del judío). Todo ello coordinado por el Espíritu Santo que tiene que convencer a Pedro para que no dude en acompañar a los tres hombres que se han presentado en el lugar donde se hospeda.
El apóstol tuvo un éxtasis en el que vio un gran lienzo que descendía del cielo con toda clase de animales inmundos, (prohibidos en la dieta judía), cuadrúpedos, reptiles y aves del cielo. Una voz le dijo que matara y comiera, a lo que Pedro respondió: «De ninguna manera, Señor, porque jamás he comido nada impuro o inmundo». Y esto por tres veces, una señal que introdujo a Pedro en su tradición: «Por boca de dos o tres testigos se decidirá todo asunto» (2 Co.13:1) (Dt.17:6).
El éxtasis se desvaneció y el antiguo pescador quedó atónito y perplejo sobre lo que significaría aquella visión. Y aquí es donde la acción del Espíritu hace converger un instante celestial. Sin ella el judío Pedro se mantendrá firme en sus tradiciones bien arraigadas, su doctrina inamovible de siglos y su obstinación pasada por obediencia religiosa.
La falta de sometimiento al Espíritu de Dios ha provocado cismas y controversias interminables en la historia de la iglesia. La fuerza de la tradición y el sistema religioso anclado en el alma humana no podrán doblegarse sin la sincronización divina, mediante una vida de oración y obediencia al Espíritu Santo más allá de nuestras convicciones personales.
Cuando llaman a la puerta para preguntar por Pedro, −el predicador judío que necesitaba Cornelio y toda su casa−, el Espíritu de Dios le habló y le dijo: «levántate, desciende, no dudes en acompañarlos porque yo los he enviado». Veo al Espíritu tomando al apóstol y conduciéndole por una senda nueva que nunca había transitado. Mira el proceso. Primero levantarse, luego descender, −sin dudar−, porque quién manda es el Espíritu de Dios y no los líderes religiosos con su control estructural. Pedro obedeció sin entender. Se puso en marcha aunque no comprendía lo que estaba pasando, pero pronto quedaría perplejo por otro motivo…
El Espíritu Santo es superior a los prejuicios religiosos o las tradiciones heredadas de generación en generación. Seguirle significará avances del reino.