… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Efesios 4:13).
El apóstol Pablo tenía la comisión de anunciar el evangelio a los gentiles, llevar a las naciones a la obediencia de la fe (Ro.1:5), y a los discípulos a un nivel de madurez y plenitud en Cristo. Él mismo lo expresó de forma clara en el caso de los gálatas. «Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gá. 4:19).
La edificación de los discípulos no es un juego. No se trata de un programa divertido y atractivo al hombre natural. Hay una batalla que pelear. Un objetivo que alcanzar y éste no es otro que presentar a todo hombre perfecto delante de Él (Col.1:28).
La iglesia se ha conformado con mucho menos que eso. Hemos incumplido nuestra misión y dedicamos muchos recursos y esfuerzos a edificar sobre heno, paja y hojarasca. Mira como habla Pablo: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por su cuerpo, que es la iglesia, de la cual fui hecho ministro conforme a la administración de Dios que me fue dada para beneficio vuestro…» (Col.1:24,25).
Sin embargo, los obreros fraudulentos se enseñorean de la grey de Dios, se apacientan a sí mismos, y usan la piedad como fuente de ganancia. El apóstol nos enseña que los dones ministeriales son dados por Cristo para que lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento, esto significa madurez, no otra cosa. Unidos en un mismo cuerpo, bautizados en un cuerpo, con la unidad basada en el conocimiento pleno del Hijo de Dios, no sobre sincretismos babilónicos, sino sobre la vida eterna. «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn.17:3).
Este conocimiento no es académico, sino revelado por la unión con Cristo, por vivir en el Espíritu, por andar en el Espíritu. Pablo, no queriendo trabajar en vano o que la obra realizada en su primer viaje misionero se desvaneciera, sin ignorar las maquinaciones del diablo, le dijo a Bernabé: «Volvamos y visitemos a los hermanos en todas las ciudades donde hemos proclamado la palabra del Señor, para ver cómo están» (Hch.15:36). Quería acabar su carrera con gozo y ser fiel al ministerio que recibió del Señor (Hch.20:24) (2 Tim.4:7).
Los dones ministeriales son dados por el Señor para llevar a los hermanos a la madurez y la plenitud en Cristo.