¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Pues por precio habéis sido comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1 Corintios 6:19-20).
Saber que el Espíritu de Dios mora en nuestro espíritu y que somos hijos de Dios parece una verdad que aceptamos pronto y bien. Sin embargo, entender que nuestro cuerpo es también templo del Espíritu y que ya no nos pertenece no parece estar tan claro en nuestras vidas cotidianas. El pasaje que estamos viendo en esta meditación nos habla de la relación que existe entre el hombre espiritual y nuestro cuerpo.
Hay pecados vinculados al espíritu y otros relacionados con el cuerpo, ambos son igualmente rechazables y están conectados, porque todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo deben ser guardados irreprensibles en santidad hasta la venida del Señor (1 Tes.5:23). El apóstol está aquí abordando el tema de la fornicación. Dice, «el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo» (1 Co.6:13). Enseña que nuestros cuerpos son miembros de Cristo (6:15), por tanto, no debemos unirnos a una ramera, «¿O no sabéis que el que se une a una ramera es un cuerpo con ella? Porque El dice: los dos vendrán a ser una sola carne» (6:16). Para decir luego que nuestra unión espiritual con Cristo nos fusiona en un mismo espíritu con El (6:17), por ello, debemos huir de la fornicación, porque el fornicario peca contra su propio cuerpo (6.18), por tanto, contra el dueño del mismo.
Llegado a este punto, dice el apóstol: «No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios y que no sois vuestros?». Esta verdad no la hemos entendido bien. Hemos dado lugar al dualismo que separa nuestro ámbito natural del espiritual, pero eso no está en la Biblia, es gnosticismo. Hemos sido comprados por la sangre de Jesús (Hch.20:28) completamente: nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestro espíritu, los cuales son de Dios. Todo nuestro ser es de Dios. No hay diferencia ni separación.
La forma de vestir tiene importancia para Dios. Con pudor y modestia, dice la enseñanza apostólica. Lo que hacemos con los miembros de nuestro cuerpo debe glorificar a Dios, de la misma forma que nuestra alma y espíritu. Por tanto, dile no a la fornicación, a la pornografía, a la vanagloria en la forma de vestir, a la seducción, y glorifiquemos a Dios en nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Somos templo del Espíritu Santo.
La consciencia de nuestra identidad como templo del Espíritu conduce a glorificarle en todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, los cuales son de Dios.