Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando El venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque yo voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado (Juan 16:7-11).
La salvación del hombre es un consejo divino. Un misterio revelado que estaba oculto desde antes de la fundación del mundo, y que ha sido manifestado, «y por las Escrituras de los profetas, conforme al mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las naciones para ser guiadas a la obediencia de la fe» (Ro.16:25-27).
Esta salvación tan grande, «anunciada primeramente por el Señor, confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, tanto por señales como por prodigios, y por diversos milagros y por dones del Espíritu Santo según su propia voluntad» (Heb. 2:3-4), fue confirmada por Dios mediante el Espíritu, en quienes fueron testigos.
El Espíritu es el que capacita a los anunciadores de la salvación, como hemos ido viendo en esta serie, pero antes, es quién convence de pecado, de justicia y de juicio para manifestar el Salvador a todos los pecadores. Nadie puede llamar a Jesús Señor si no por el Espíritu. El es quién revela al Hijo en los corazones de los hijos de los hombres. Quién convence de pecado para comprender la necesidad de una salvación preparada desde tiempos eternos.
Luego el Espíritu es quién capacita a los testigos para dar testimonio. Por tanto, el Padre envía al Hijo al mundo para que realice la obra de salvación, y el Espíritu Santo es quién manifiesta la profundidad de esa obra eterna en los corazones de los hombres, convenciéndolos de pecado, y viendo en Jesús la respuesta de Dios.
El Espíritu Santo es quién da testimonio de que somos hijos, que hemos sido redimidos, que somos de Dios, que nuestros pecados han sido perdonados, quién revela todo el potencial de la salvación que ha sido realizada. Sin esta acción interior en el corazón del hombre no hay cambio, ni transformación. La vida nueva es engendrada por el Espíritu y la palabra.
Todo el recorrido del libro de Hechos nos ha mostrado la importancia esencial de la obra del Espíritu en los discípulos para salvar y capacitar. Sin el Espíritu no hay salvación. Solo religión. Con la manifestación del Espíritu de Dios el potencial de la salvación se desplegará como un río de vida.
Toda la Trinidad está involucrada en la gran salvación que hemos recibido. La acción del Espíritu de Dios activará la eternidad en los corazones.