Porque pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros mayor carga que estas cosas esenciales: que os abstengáis de cosas sacrificadas a los ídolos, de sangre, de lo estrangulado y de fornicación (Hechos 15:28-29).
El primer concilio realizado en la ciudad de Jerusalén concluyó con una carta para los hermanos gentiles que vivían en Antioquia, Siria y Cilicia, lugares donde el evangelio había penetrado en el primer viaje misionero de Pablo y Bernabé. En uno de los párrafos de la carta aparece el texto que mencionamos en nuestra meditación. La expresión hace época. La primera parte dice: «pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros». Tenemos aquí el modelo a seguir.
Conocer el sentir del Espíritu Santo debe ser la prioridad máxima de todo pastor, anciano o consejo de iglesia, para luego identificarse con él y actuar en consecuencia. Vemos la cercanía del Espíritu en los discípulos y los hermanos de la iglesia. Son plenamente conscientes de su dirección. Saben que es el Espíritu de verdad que ha venido a guiarlos a toda verdad. Reconocen su primacía para llevar adelante los conflictos que se iban presentando. El consejo no era la voluntad predominante de un líder carismático con mucha personalidad, el consejo de apóstoles y ancianos reunidos estaba sometido a la voluntad del Espíritu de Dios, vivían en comunión con el Espíritu, sabían que de ello dependía el desarrollo del plan de Dios, y no solo era teoría o doctrina fundamental de la iglesia, sino que era experiencia viva y real. ¿Y qué es lo que le había parecido bien al Espíritu y a ellos? «No imponeros mayor carga que estas cosas esenciales». Otra frase para enmarcar.
Ni el Espíritu de Dios ni los apóstoles estaban para poner cargas a los hermanos, sino para aliviarlos. Eso no tenía que ver con vivir una vida sin santidad, lo cual era una obviedad, sino que se trataba de no imponer cargas religiosas que hicieran más pesada la carrera cristiana y añadieran al evangelio obras como base de la aceptación de Dios. En la vida cristiana hay aspectos esenciales que están claramente diseñadas en la Escritura, pero nunca son una carga impuesta desde un liderazgo controlador y jerárquico, sino desde la libertad del Espíritu y el sometimiento a su voluntad. Para ello es fundamental que la iglesia, comenzando por sus responsables, viva llena del Espíritu. Perder esta realidad conduce irremediablemente al levantamiento de un sistema religioso para sostener el edificio sin la vida de Dios, substituyéndolo con las imposiciones arbitrarias de líderes al estilo de Diótrefes y la doctrina de los nicolaítas (3 Jn.9-11) (Apc.2:6,15).
Cuando vivimos llenos del Espíritu decimos amén a lo que le parece bien.