Todos los líderes religiosos, políticos o de cualquier otro tipo, incluidos los padres sobre los hijos, imprimen su sello personal sobre quienes les siguen o están bajo su influencia.
Por ello los líderes son puertas de entrada a una forma de vida que acaba introduciendo una manera de vivir con sus acciones correspondientes. Se dice que «de tal palo, tal astilla», de tal padre, tal hijo, y añadimos, de un determinado liderazgo sobre nuestras vidas obtenemos gran parte de nuestra formación y actuaciones ulteriores. Aprendemos por imitación. Este principio sirve tanto para los aspectos positivos como negativos de las influencias sobre nuestro carácter.
Las personas somos un espíritu, tenemos un alma y vivimos en un cuerpo. Esta realidad tripartita del ser humano está plenamente interrelacionada. Por ello, cuando estamos bajo la influencia de un líder, no solo imitamos sus formas externas, y adoptamos sus enseñanzas, sino que también somos influidos por su espíritu, la naturaleza intrínseca de su ser, su personalidad. Es decir, hay una transmisión de influencias espirituales que entrarán a formar parte de todos aquellos que están bajo el dominio de una personalidad dominante.
Este principio se enseña claramente en las Escrituras mediante la imposición de manos. Isaac bendijo a Jacob; Jacob lo hizo con sus hijos y la bendición de Dios se repartió sobre ellos en diferentes medidas. Moisés impuso sus manos sobre Josué para impartirle la autoridad delegada para la misión que se le encomendó (Dt.34:9). Dios tomó de su espíritu y lo puso también sobre setenta ancianos de Israel en el desierto (Nm.11: 16,17). Pablo transmitió a Timoteo el don del Espíritu (2 Tim.1:6), y liberó su acción en él mediante la profecía, que tomó lugar también a través de las manos del presbiterio (1 Tim.4:14).
El diablo, como gran imitador y falsificador de la verdad y los principios del reino de Dios (2 Co.11:13-15), imita estos métodos para transmitir su influencia sobre el ser humano. Por ello, nos encontramos con que hay espíritus engañadores y doctrinas de demonios (1Tim.4:1) que buscan un canal de influencia en el mundo a través de cuerpos físicos y cabezas pensantes, que dan entrada a sus doctrinas, ideologías, pensamientos cautivos y altivos; y por supuesto, introducen doctrinas de demonios y teologías erradas que combinan una parte de verdad y mucha mentira, dando forma a nuevas religiones en el mundo. Uno de los ejemplos más claros que tenemos en la Escritura es el denominado pecado de Jeroboam. También el islam presenta este tipo de mezclas. Cuando estudiamos su origen y desarrollo podemos ver el cambio de ley y tiempos que ha llevado a cabo, introduciendo una supuesta «última revelación», la que recibió Mahoma, que contradice abiertamente la fe revelada en la Escritura a Abraham e Israel, así como adultera el evangelio de Jesús.
Los cristianos, para serlo, tienen que tener el Espíritu de Cristo. Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu (1 Co.12:3). Cuando recibimos la verdad del evangelio somos sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Ef.1:13,14), sellados como propiedad de Dios para servirle y dar expresión a su vida, creada en Cristo, en la justicia y santidad de la verdad (Ef.4:24). Por ello está escrito que debemos ser imitadores de Dios como hijos amados (Ef.5:1). El árbol se conoce por el fruto que da. Podemos llamarnos cristianos pero vivir sin el Espíritu de Cristo, por tanto, no lo somos, aunque llevemos el nombre.
De la misma manera, los musulmanes tienen el carácter de Mahoma. Han sido puestos bajo su influencia, en muchos casos, desde la niñez. Han crecido adoptando formas de vida que ya estaban establecidas en su cultura y que han asimilado de forma natural como parte de su propia personalidad, aunque no saben que una buena parte de ella les ha sido impartida al margen de su decisión personal. Esto también ocurre con otras religiones institucionales. Por eso el evangelio habla de nacer de nuevo, adquirir una nueva naturaleza mediante la regeneración espiritual que engendra en nosotros una nueva vida, la vida de Dios por su Espíritu, mediante el arrepentimiento y la fe en Jesús.
El apóstol Pablo enseña, que cuando nos convertimos a Dios, abandonando los ídolos, somos trasladados de la potestad (dominio) de las tinieblas al reino de su Hijo amado (Col.1:13). Somos nuevas criaturas, las cosas viejas pasaron y todas fueron hechas nuevas (2 Co.5:17). Y el apóstol Pedro dice con rotundidad, que la sangre de Jesús nos redime de la vana manera de vivir heredada de nuestros padres (1 Pedro 1:18,19). En este sentido, y en muchos otros, el evangelio de Jesús es único, exclusivo; porque es el único mensaje que transforma la naturaleza del hombre con todas sus influencias para hacerlo ciudadano de otro reino, el reino de Dios. Jesús es incomparable. Su mensaje no tiene comparación posible con el islam, ni con el budismo o hinduismo, ni tampoco con el cristianismo nominal que adopta una serie de tradiciones o rituales como base de su mensaje. El cristianismo es vida, y esta vida está en el Hijo, el que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida (1 Jn. 5:11,12).
Bien, todo ello para decir que las personas que han nacido bajo el dominio del islam están influidas (aquí siempre debemos comprender que los grados de influencia no son lo mismo en unos que otros, dependiendo de los factores personales y culturales que lo hacen más o menos trascendente) por el carácter, los escritos y la herencia de su profeta. Su personalidad se ha multiplicado en ellos, que viene a ser una proyección de sus hechos y creencias. Porque Mahoma dio entrada a un dominio espiritual, le abrió la puerta en su vida en un momento dado, y a través de él se introdujo en una sociedad, la árabe, que lo abrazó, asimiló y transmitió a la siguiente generación; así hasta hoy después de catorce siglos.
Por todo ello es tan importante que comprendamos y conozcamos cuál fue el carácter de Mahoma. Qué hizo, qué creyó, cómo actuó; gran parte de su conducta la tenemos compilada en los Hadiz, que son los dichos y hechos de Mahoma aceptados (después de un proceso complejo e incierto que no podemos abordar ahora) como dogma de fe y conducta por los herederos del islam, sus sabios y predicadores hasta el día de hoy.
Como anticipo diremos que el profeta del islam mostró en los primeros días de sus revelaciones, cuando tenía cuarenta años, signos de un trastorno espiritual que podemos identificar con la esquizofrenia. Cuando recibía ciertas revelaciones entraba en trance, era sacudido en el suelo, echaba espuma por la boca y quedaba aterrado hasta que la «crisis» o «éxtasis» pasaba. Tal fue así que él mismo dudó si era un ángel de Dios el que le hablaba o un demonio. Su primera mujer, Jadiya, fue quien le apoyó y convenció para que aceptara sus experiencias como origen divino.
Gracias Virgilio por compartir esto! Es m’as importante que nunca antes que entendamos el trasfondo del Islam. Asi podemos orar por los musulmanes y llevarles a que conozcan a Cristo.
Completamente de acuerdo, Anneli. Es uno de los propósitos de esta página web desde el principio. Que el Señor alumbre nuestros ojos y podamos ser luz a esta generación. Un abrazo.