81 – El Reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (VIII) – El pacto con la casa de David (2)

Éstas son las palabras postreras de David… El Espíritu de YHVH ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua. El Dios de Israel ha dicho, me habló la Roca de Israel: Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios. Será como la luz de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes… No es así mi casa para con Dios; sin embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo… aunque todavía no haga florecer toda mi salvación y mi deseo (2 Samuel 23:1-5).

         David es un tipo del Mesías, y como tal, él mismo se daba cuenta que ni él ni su casa alcanzaban la amplitud del pacto que Dios había hecho con su descendencia. David sirvió a su generación y vio corrupción. Fue un hombre conforme al corazón de Dios, sin embargo, habrá uno que vendrá después de él que será llamado el justo, un justo que gobierne entre los hombres en el temor de Dios, sin pecado; su cetro es cetro de justicia, su trono para siempre. El mismo David le llama Señor.

Esta pregunta dejó sin respuesta a los fariseos a quienes Jesús dijo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. Él les dijo: ¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo? Y nadie le podía responder palabra (Mt.22:41-46). No podían entender que quien estaba delante de ellos era mayor que David. Como tampoco comprendieron la frase del Maestro atribuyéndose una trascendencia mayor que la de Abraham, cuando les dijo: Antes que Abraham fuese, yo soy (Jn.8:58).

Por tanto, tenemos que dos de los pactos que Dios hizo con Israel, uno con Abraham, y otro con David, tienen su cumplimiento en Cristo. El mismo rey David, en sus últimos días antes de ser reunido con sus padres y ver corrupción, es decir, antes de pasar por la muerte hasta el día de la resurrección (Hch.13:36), fue consciente de que el pacto que el Señor había hecho con él tenía que ver con un hijo suyo, y a la vez tan diferente a ellos; porque sería como la luz de la mañana, como el resplandor del sol, y como la lluvia que hace brotar la hierba en la tierra; y su casa, reconoce el rey-profeta, no es así para con Dios. Tuvo ocasión de comprobarlo en los días de su carne en su propia familia.

Pero habrá un justo que se levantará para gobernar entre los justos según la palabra que el Señor le había revelado. El pueblo de Israel ha mantenido esa esperanza a lo largo de su historia y sigue estando viva en nuestros días.

         Está escrito: habrá un justo que reine entre los hombres con justicia y bajo el temor de Dios. Será en Jerusalén, la ciudad de David.

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