La casa de David (II) – Conforme a la promesa
Quitado éste, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero. De la descendencia de éste, y conforme a la promesa, Dios levantó a Jesús por Salvador a Israel (Hechos 13:22,23).
En la persona de David tenemos en la Escritura la conjunción de distintos propósitos de Dios. Primeramente era un hombre conforme al corazón de Dios, escogido por Él para realizar sus voluntades. Elegido para ser rey de Israel, figura del Rey de reyes que habría de venir. Nacido en la ciudad de Belén, de la que era originaria la familia de David, para ser el precursor del salvador a Israel (observa la centralidad del pueblo escogido) y alcanzar a todos los pueblos y naciones como Salvador del mundo, y reinar en el futuro como Rey de Jerusalén, anticipando el reino mesiánico que ha de venir.
Todo ello conforme a la promesa. Y en esta expresión quiero pararme unos instantes. Meditemos. Israel tuvo primeramente un rey conforme a la carne (Saúl); de la misma manera que le nació a Abraham un hijo de la carne (Ismael), que luchaba y menospreciaba al futuro hijo de la promesa (Isaac). Pues bien, Saúl, el rey, hijo de la carne, luchó contra el hijo de la promesa (David), y futuro rey de Israel, queriendo matarlo en diversas ocasiones. Tenemos aquí otro principio revelado en la Escritura: la lucha entre la carne y el espíritu.
Por otro lado, el apóstol nos dice que el primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo (1 Co.15:47). Saúl era de la tierra. David del cielo; conforme a la promesa, escogido por gracia, nacido por el Espíritu de Dios. Adán era de la tierra; el postrer Adán, Cristo, es del cielo. Tenemos también una creación entregada a la vanidad por causa del pecado (Rom.8:20), y esperamos una tierra nueva regenerada en la que morará la justicia (2 Pedro 3:13); es decir, el reino mesiánico prometido a la casa de David. Y todo ello según sus promesas.
Este es el lenguaje de la Escritura: Eligió a David su siervo (Sal.78:70). Juré a David mi siervo… Hallé a David mi siervo… Y no mentiré a David (Sal.89:3,20,35). Y trascendiendo al propio David, está escrito: ¿No dice la Escritura que del linaje de David, y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Cristo? (Jn.7:42). El Mesías ha sido anunciado en sus múltiples funciones como un hijo de la casa de David, de la tribu de Judá, que es superior al personaje histórico, y que nos conduce al reino mesiánico prometido. Dios actúa según la promesa. Los que creen las heredan.
David es una figura central en la Escritura que trasciende a su propia temporalidad para adentrarnos en la esperanza del reino prometido a Israel.