101 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoEn los Salmos (XI) – Las bodas del Rey

Dirijo al rey mi canto… La gracia se derramó en tus labios… con tu gloria y con tu majestad… cabalga sobre palabra de verdad… Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y aborrecido la maldad; por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo… Está la reina a tu diestra… Haré perpetua la memoria de tu nombre en todas las naciones, por lo cual te alabarán los pueblos eternamente y para siempre (Salmos 45:1-17)

         Tenemos en este salmo todo un canto de la majestad del rey en todo su esplendor; la belleza de su rostro, la entronización en el trono con la reina a su diestra. Creo que fácilmente podemos ver aquí un anticipo de lo que más adelante, en el libro de Apocalipsis, son las bodas del Cordero.

En primer lugar se nos presenta al rey. El más hermoso entre los hijos de los hombres; el postrer Adán que ha venido para recuperar el reino perdido en Edén. Está lleno de gracia; su palabra es verdad, cabalga sobre palabra de verdad, es guerrero victorioso que exhibe toda su gloria y majestad en la batalla. Caen pueblos debajo de él. Sus saetas penetran en el corazón de los enemigos del rey. Porque este rey tiene enemigos que han sido derrotados. Una vez puestos bajo el estrado de sus pies se despliega ante nosotros el trono de justicia eterna.

El rey de las naciones aborrece la maldad y ama la justicia, por ello ha sido ungido para establecer el reino de Dios eternamente y para siempre. Hay una primera fase en la Escritura de este reino que tiene que ver con la manifestación del Mesías en la tierra, en Jerusalén. Luego, una vez ha sido desatado y vencido definitivamente su adversario, se extiende el reino eterno y celestial sobre toda la creación.

Aparece la reina a la diestra del rey con oro de Ofir. Una imagen que nos transporta a las bodas del Cordero, donde su esposa se ha vestido de lino fino, la ciudad celestial, la Jerusalén de arriba vestida de la gloria de Dios para su marido. Encontramos en el libro de Cantar de los Cantares que el amor emana de esta unión entre el rey y la reina. Cuando Juan vio la desposada, la esposa del Cordero, dice que se le mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, teniendo la gloria de Dios, y era semejante a piedras preciosas (Apc.21:9-27).

Es una figura del monte Sion, la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, construida de piedras vivas (Heb.12:22,23). Aquí se superponen la realidad física y la celestial. Es La ciudad que esperaban los antiguos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Recuerda. A ella vienen las naciones para adorar. Cielo y tierra unidos en el propósito de Dios.

         La esperanza del rey victorioso, casado con una reina gloriosa, ya estaba presente en el canto de los salmistas en la antigüedad.

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