192 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLa ira venidera (XII) – El Hades (3)

Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama (Lucas 16:23,24)

         Dejamos a Lázaro en el seno de Abraham, y seguimos ahora el destino del rico.

Primeramente se dice que fue sepultado. Su cuerpo fue dejado en la tierra, sin embargo, la realidad consciente de aquel hombre no fue la aniquilación de su existencia, sino que entró a una realidad peor, mucho peor de la que había vivido en su vida terrenal. Su alma mantenía los sentidos espirituales, podía ver en la parte del Hades destinada al tormento de los impíos. Estaba atormentado. Ese tormento le producía mucha sed puesto que le rodeaba una llama que lo afligía. También notamos que de pronto se ha vuelto más sensible, tiene una capacidad que no parece haber tenido en su vida terrenal. Pidió misericordia a Abraham. Pudo identificarlo. Lo curioso es que se dirija a Abraham y no a Dios mismo. Tenía un ruego. Seguramente no lo había hecho mucho en su vida anterior. Estuvo demasiado ocupado con fiestas espléndidas, no le faltaba de nada, por tanto, no tenía necesidad de orar a Dios ocupándose de su destino eterno.

Así viven millones de personas hoy. Despreocupados como en los días de Noé, hasta que el arca se cerró. El rico mantuvo una actividad frenética en todo lo que llenaba sus apetitos carnales, pero nunca se ocupó de su necesidad más profunda, la espiritual y de reconciliación con Dios. Ahora está atormentado y su alma, afligida por la llama, le ha producido un anhelo de clamar por misericordia.

La Biblia dice que hay un tiempo para cada cosa, y el tiempo de pedir misericordia y salvación había pasado. Hoy es el día de salvación. Está escrito, si oís hoy su voz no endurezcáis vuestros corazones. Pero aquel rico no lo hizo, y ahora, en el Hades, se ha despertado en él la consciencia ineludible de la eternidad sin Dios. Se conformaba con un pequeño alivio que pudiera, aunque fuera por un instante, calmar su tormento interminable en aquella flama. Demasiado tarde. Su lengua, parte de un cuerpo que debemos suponer aún no tenía porque no se había producido la resurrección, le da la sensación de sufrimiento físico en el alma. Su ser espiritual padecía un anticipo del tormento eterno.

         La insensibilidad por las necesidades de otros que manifestó el rico en su vida terrenal, ahora se volvió un clamor por un poco de misericordia.

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