Y ahora, Señor, ¿que espero? En ti está mí esperanza (Salmos 39:7).
A menudo nuestras vidas son una infinidad de actividades. Corremos por todas partes, nos ocupamos y preocupamos para huir de las preguntas incómodas que siempre nos intimidan. La vida impone su ritmo y nos arrastra en corrientes irrefrenables que no podemos controlar, por tanto, nos dejamos llevar. En el silencio de la noche, al caer el día, nuestra conciencia nos interroga: «¿para qué?» «¿Por qué?» «¿Dónde voy?» «¿Qué espero de todo por lo que me afano?» Casi siempre las preguntas quedan ahogadas por el sueño, y éste nos sumerge en la inconsciencia que parece calmar nuestras preocupaciones hasta que el día deslumbra y la rueda de la vida vuelve a girar. Entonces la fe se alza, e impone sobre las circunstancias movibles y cambiantes, su certeza: En ti está mi esperanza… En ti están todas mis fuentes… A los que aman a Dios todas las cosas le ayudan… El trabajo en el Señor no es en vano… Es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria…
Nuestra esperanza está en ti, oh Dios. Tú eres la esperanza de Israel, la esperanza de todas las naciones, por tanto, en ti esperamos. Amén.