Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella… (Hechos 2:22-24)
¡Y llegó el día! Culminado el tiempo de las tinieblas una gran luz resplandeció. En la misma ciudad, —Jerusalén—, donde había sido expuesto a vituperio el Hijo de Dios, tendría lugar el evento más trascendente de los siglos: la resurrección de Jesús. No hay en la historia de la humanidad un acontecimiento más relevante. No hay otro hombre semejante al Hijo del Hombre. La ofrenda había sido aceptada, la redención consumada, el pecado vencido, el diablo derrotado; ahora, sueltos los dolores de la muerte, (liberado de sus angustias y lazos del Seol) por cuanto era imposible que fuera retenido por ella, Jesús salió victorioso de la noche más oscura.
El justo bajó a las profundidades de la tierra (Ef.4:9), padeció el juicio y la ira del Dios Santo, la satisfizo, y se levantó emergiendo del lodo cenagoso. El Hades tuvo que soltarlo y dejarlo ir. El poder de la resurrección explosionó en el universo y sacó a luz la vida y la inmortalidad (2 Tim.1:10). Todo ello está contenido en el evangelio.
Hubo testigos, muchos testigos, más de quinientos que vieron a Jesús resucitado (1 Co.15:6). La muerte había sido vencida. El último enemigo derrotado. La esclavitud ejercida por aquel que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo, fue destruida, para poner en libertad a todos aquellos que por el temor a la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre (Heb.2:14,15). Jesús ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que durmieron ha sido hecho.
Un nuevo trastorno invadió la ciudad de Jerusalén. Comenzaron a oírse testimonios de que el cuerpo no estaba en la tumba. Algunos decían haberle visto. Las autoridades entraron en pánico y maniobraron tratando de evitar que los hechos se les escaparan de las manos. La vida se abrió camino. Un cuerpo de hombre había resucitado. El Hijo de Dios ha vencido la muerte, por tanto, todos los hombres tienen abierto el camino a la inmortalidad y la vida eterna.
El apóstol Pedro, antes temeroso y negador del Mesías, se levantó frente a las mismas autoridades que pocos días antes le habían paralizado, diciéndoles que lo acontecido estaba predeterminado, la muerte no pudo retenerle, ha sido vencida. Glorioso día. Esperanza viva. A partir de estos hechos las autoridades religiosas construyeron un relato, la versión oficial que según ellos debía ser anunciada por todos «los medios de comunicación» plegados al poder: «Sus discípulos vinieron de noche, y robaron el cuerpo estando nosotros dormidos… Este dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy» (Mt.28:12-15).
Pero la muerte y la mentira habían sido vencidas. Una explosión de vida y verdad se apoderó de los apóstoles cuando se produjo el derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés, anunciando sin temor que las angustias y lazos de la muerte no habían podido retener al Mesías bajo el dominio del Hades. El camino a la vida y la inmortalidad se había abierto; la esperanza de la resurrección penetró la oscuridad mediante un camino nuevo y vivo que Jesús nos abrió (Heb. 10:20) acercándonos al trono de la gracia. El clamor que Jesús ofreció en los días de su carne fue oído para librarnos de la muerte y su poder paralizador (Heb.5:7).
Ahora, el hombre que había perdido el acceso al árbol de la vida, puede recuperar su fruto mediante la madera de la cruz y el triunfo de la resurrección del Justo. El Justo por los injustos para llevarnos a Dios. Él es el camino al Padre, el único que tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible (1 Tim.6:16). Esta es nuestra esperanza de vida eterna. No la Inteligencia Artificial que están procurando las élites de hoy pretendiendo derrotar la muerte mediante la manipulación de las células que frenen su proceso degenerativo impidiendo el envejecimiento. Es otro intento más al estilo de Nimrod en la llanura de Sinar, que con prepotencia se opuso a Dios aceptando el viejo mensaje de la serpiente: No moriréis.
Jesús nazareno, varón aprobado por Dios, es el que fue crucificado y a quien Dios resucitó sueltos los dolores de la muerte, porque era imposible ser retenido por ella. Hoy la Cristiandad celebra ese hecho histórico y trascendente, para que todo aquel que en él crea, no perezca, sino que pueda acceder a la vida eterna.
El Hijo del Hombre ha resucitado, venció la muerte y su poder, facilitando así el camino a la inmortalidad a todos aquellos que le obedecen.