Pero debes saber esto: que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán… impíos (irreverentes)… (2 Timoteo 3:1,2).
La impiedad podríamos definirla como la falta de piedad. Pablo escribe que la gracia nos enseña a renunciar a la impiedad (Tito 2:11-12). Y en otro lugar dice:«¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia?» En ninguna manera.
La gracia enseña a vivir en la doctrina de la piedad. Esta doctrina tiene su contrapartida en usarla como medio de ganancia. Cuando se usa la doctrina de la piedad como medio para enriquecerse hemos entrado en la impiedad, la impiedad de los hombres en los últimos tiempos. Actuamos con irreverencia a la verdad. Sin respeto por la justicia.
La irreverencia es falta de respeto, falta de respeto a Dios y su palabra; es la nulidad del temor de Dios. La necedad se instala en el ser humano y la osadía irrumpe con fuerza para pretender traspasar los límites de la gracia, la libertad del Espíritu, la ley de Dios y hacerlo con presunción, blasfemando de las potestades superiores y exigiendo un sometimiento incondicional en nombre de una autoridad extralimitada.
Nuestra sociedad se caracteriza por la falta de respeto a las autoridades: a los padres, a los maestros, a las leyes humanas y por supuesto a la ley de Dios.
Este proceso de irreverencia e irresponsabilidad ha cimentado la corrupción como compañero habitual en los gobiernos.
No se respeta a la mujer ni al marido; los hijos no respetan a los padres; algunos padres ni respetan al no nacido y se lo quitan de en medio como si fuera un grano de la pubertad.
No se respeta el medio ambiente, ni los bienes públicos, en definitiva, los hombres serán impíos, irreverentes.
En el evangelio se nos enseña que presentemos nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, ese es nuestro culto racional, esa es la manifestación de nuestro respeto y reverencia a Dios. Que nos presentemos a Dios como vivos de entre los muertos, y nuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia y piedad. La sana doctrina es conforme a la piedad.
Por el fruto se conoce el árbol. Está escrito: «Por lo cual, puesto que recibimos un reino que es inconmovible, demostremos gratitud, mediante la cual ofrezcamos a Dios un servicio aceptable con temor y reverencia» (Hebreos 12:28 LBLA).