Reflexiones desde el confinamiento
(Primera parte)
Sin duda es legítimo preguntarse qué está pasando, por qué, hasta cuando, quién es el culpable, que consecuencias va a tener. Todo ello en medio de una gran incertidumbre desconocida hasta ahora entre los gobernantes de las naciones. Gobernantes acostumbrados a ejercer su liderazgo casi siempre desde posiciones plenipotenciarias, jugando a ser dioses y repartiendo derechos y libertades a manos llenas. Todo ello con un lenguaje agradable al oído, lleno de eufemismos, ambigüedades y cinismo. Saben que lideran sobre sociedades entregadas en una proporción desmesurada al entretenimiento, el placer y bienestar al mínimo esfuerzo y la máxima rentabilidad.
Cuando este mundo fabricado a fuerza de alcanzar los sueños, la realización personal y su potencialidad olvidando y desechando el dolor y la muerte como agentes molestos a los que no se debe permitir que ocupen nuestros pensamientos, he aquí que de golpe y porrazo, como en un abrir y cerrar de ojos, todo ese mundo idílico se ha venido abajo, desvaneciendo gran parte de nuestras ilusiones y vanas imaginaciones, aunque ya ha aparecido el argumento sostenedor de viejas engañifas con el relato de que esto durara un tiempo, no sabemos cuánto, pero que vamos a superarlo para volver lo antes posible a nuestro mundo perdido temporalmente y al que pronto regresaremos fortalecidos. Esta forma de pensar infantil está siendo relanzada por políticos vacuos y medios de comunicación serviles. Desde luego hay otros analistas que presentan un futuro más incierto y devastador si no se toman algunas medidas que ellos conocen y que serán las que amortiguarán la caída de los soportes que sostienen el sistema creado.
Todo ello es hasta cierto modo legítimo, positivista o realista, pero sobre todo humano, muy humano. El hombre actual, el de una generación crecida al abrigo del esfuerzo de sus mayores, sostenida por la entrega de la generación de sus padres orientada al esfuerzo y el trabajo duro para mejorar las cosas, y que sus hijos no tengan que padecer las miserias, necesidades y falta de libertades que ellos soportaron con estoicismo; este hombre que ha crecido en gran medida en el capricho, la indisciplina, la ley del mínimo esfuerzo para conseguir en el menor tiempo posible una vida cómoda y placentera está asistiendo ahora al derrumbe de gran parte de su filosofía de vida. Una generación edificada sobre arena, paja y hojarasca ahora está sometida a vientos huracanados, lluvias torrenciales, terremotos y tsunamis, inundaciones, terrorismo islamista, crisis económicas, bosques ardiendo de manera descontrolada y ahora la pandemia del coronavirus que ha paralizado el mundo, su comercio, actividad esencial, y está confinada en casas, atrapados en cavernas y escondidos en cárceles. Todo parece venirse abajo pero el pensamiento con sus argumentos necesarios siguen en el mismo sitio: «nos levantaremos y haremos lo mismo que hacíamos hasta ahora». «Será duro pero lo conseguiremos». «Continuaremos con nuestra obra». «Nadie nos va a detener».
Ni una pizca de reflexión profunda y madura. Nada de aceptar responsabilidades propias sino buscando culpables siempre fuera de nosotros mismos. Ni un ápice de arrepentimiento. En muchos casos obstinación en el error. Endurecimiento de corazón. Posicionarse para recibir las mejores prebendas del estado. Salvaguardar nuestros intereses por encima de todo. Sin embargo, como en toda sociedad y generación, hay justos, hombres y mujeres entregados al servicio de los demás, un remanente que salva al género humano y que pone las bases para su restauración. Los pocos que bendicen a los muchos. Los intercesores que asumen el pecado de su generación para mediar ante el trono de la gracia y alcanzar misericordia para la ayuda oportuna.
(Continuará)…