Es vergonzoso ver una nación como la española entregada a la indignidad. Avergüenza ver el circo montado esta semana en el Congreso de los Diputados. Creo que se han agotado los calificativos.
Es vergonzoso ver a muchos de los llamados representantes del pueblo pavoneándose, exhibiéndose y recreándose en su indignidad ante las cámaras de televisión de todo el mundo.
Indigna que una parte del llamado pueblo español haya votado a esta cuadrilla de maleantes seducidos y hechizados por el placer de la venganza, el encanto por la humillación del oponente político, y el rencor eterno que arrastra las pasiones más bajas del ser humano.
Es vergonzoso saber que esta cuadrilla está enlazada económica, e ideológicamente con las peores tiranías de la tierra en estos momentos (Irán, Corea del Norte, Venezuela). El totalitarismo islámico y el comunista son vasos comunicantes.
Es vergonzoso saber que Europa está siendo asediada, invadida, robada y violada ante la pasividad de las autoridades y los medios de comunicación, ocultando por días la vergüenza y humillación de las violaciones hechas a las mujeres en la ciudad alemana de Colonia y otras por turbas organizadas de islamistas, muchos de ellos refugiados recibidos con estúpido buenismo de un continente que ha perdido la razón, la fe y la dignidad.
Es vergonzoso constatar que los grupos feministas, en otras batallas muy activas, (especialmente las que tienen que ver con el odio al cristianismo) en este caso guardan un silencio cómplice ante lo peor (excluyendo el asesinato) que se le puede hacer a una mujer: violarlas en su dignidad. La hipocresía y el cinismo, la mentira y el engaño de sus reivindicaciones quedan expuestos y desenmascarados como arma política partidista y nada más.
Es vergonzoso ver como pretenden dividir la nación más antigua de Europa los separatistas catalanes, en unas maniobras que ponen de manifiesto su verdadera naturaleza: el odio, el egoísmo y la soberbia infinita de quienes se consideran superiores por raza, despreciando al resto con amargura enfermiza.
Es vergonzoso constatar que no hay gobierno en España, (cada cual hace lo que bien le parece), y las murallas de la dignidad nacional están derrumbadas por la indolencia de años permitiendo el destrozo de la nación mientras los bolsillos propios se llenan de dinero público robado.
Hay tantas cosas que avergüenzan e indignan que cansa mencionarlas ante un público indiferente y apático, indolente de valores pero que despierta con pasión desenfrenada cuando está en juego lo vacuo, intrascendente y vulgar.
¿Y la iglesia del Señor que hace en medio de esta sociedad? Una parte, y solo una parte, oran a Dios por el pueblo. Oyen las noticias que vienen a diario [1], se sientan y lloran, hacen duelo, ayunan y confiesan los pecados de su pueblo ante el Dios de toda la tierra [2]. Esta semana la Alianza Evangélica de Cataluña invita a orar a las iglesias. Bien. Pero ¿por qué oramos? ¿Por la nación española o por “nuestra nación catalana”? Por ambas, claro. Puedo percibir a partir de este mismo instante la tensión que este tema produce, la división que genera, y por tanto, una casa dividida contra sí misma no puede permanecer.
Mi oración al Dios del cielo por España incluye a todas las regiones, identidades y necesidades diversas, que en su mayoría son comunes. Por tanto, me uno con Nehemías, y levanto mi voz a trono de la gracia:
Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos. Y dije: Te ruego, oh YHVH, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible… esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo… y confieso los pecados de los hijos de Israel [España] que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos… Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo… Te ruego, oh YHVH esté ahora atento tu oído a la oración de tu siervo, y a la oración de tus siervos, quienes desean reverenciar tu nombre… [3]
… Y el pueblo que lo cree, diga: ¡Amén!
[1] – Nehemías 1:3
[2] – Nehemías 1:4
[3] – Nehemías 1:4-11