En la Biblia, Amalec y las bandas de amalecitas, aparecen como uno de los muchos enemigos de Israel. No puedo hacer aquí un estudio exhaustivo del carácter de estas bandas, las motivaciones que tenían, cómo se ganaban la vida y en qué medida fueron un azote para el pueblo de Dios en diversos momentos de su historia. Puedes leer sobre ellos en el enlace siguiente que aparece también en esta página web.
https://virgiliozaballos.es/?p=622
Cuando pienso en ellos y su manera de actuar me viene al recuerdo el asalto al que estamos siendo sometidos en España desde que apareció esta nueva formación política denominada, ellos dicen, yo no, Podemos. Su asalto tiene que ver en primer lugar con una ocupación de los medios de comunicación que sorprende como ha sido posible en tan poco tiempo. También han aprovechado la coyuntura actual de Internet para asaltar las Redes Sociales, que copan cuando hay algún debate político y son multitud los que llenan los espacios digitales con sus comentarios. Se mueven como manada de lobos cazando su presa.
Hace unos días han asaltado el Congreso de los Diputados de España con sus extravagancias, alardes de infinita estulticia pasada por novedosa, ante la boca abierta de muchos periodistas y políticos viejos que en su fuero interno envidian su impacto mediático y babean ante la atención que reciben.
Pues bien, estas bandas de «amalecitas» zarrapastrosos, indecentes, desinhibidos y con apariencia de novedosos, son lo más viejo del lugar. En su naturaleza habita el viejo antisemitismo que caracterizó a los antiguos hijos de Madián, procedentes de la actual Arabia, de donde procede el islam, y mira por donde, Irán es una de las naciones, que según un informe de la UDEF (la Unidad de Delitos Económicos y Fiscales de la policía española) apadrina y apoya económicamente desde hace años la irrupción de este grupo político en la escena nacional. Además representan la vieja y totalitaria ideología comunista que ha sido, hasta hace bien poco (lo sigue siendo en Corea del Norte) la culpable de más de cien millones de muertos en el pasado siglo XX.
Lo verdaderamente asombroso es la capacidad de hechizo y seducción que ejercen sobre las masas de nueva generación (y algunos de la vieja generación amargados con vísceras infestas de odio) con tan poca base argumental. Unos cuántos eslóganes, ciertas formas de vestir y peinar, algunos gestos caducos y una lengua viperina de vieja serpiente engañosa, son suficientes para cautivar a las masas que idiotizadas por la decadencia generalizada y la vulgaridad prefiere estas bandas destructivas, aunque en ellas la nación quede hecha un solar. Muera yo con los filisteos. Parece que el odio es más fuerte que la razón. Que la destrucción atrae más que la edificación. El embrutecimiento de las masas parece más fácil a medida que son guiadas al abismo que la cordura y el sentido común. Hoy mismo he leído de un político decente, ignorado en las pasadas elecciones, lo siguiente: «He visto una sociedad sin valores que ha votado corruptos».
Ante este espectáculo de amalecitas parecen quedar paralizadas el resto de bandas políticas. El camello parece tener más vigor que la alfombra roja pisada con zapatos de charol y corbata de seda. La arena del desierto de las antiguas bandas de los nietos de Esaú se impone al asfalto del siglo XXI. Los amalecitas han aprendido bien a usar los modernos aparatos de persuasión que anulan a sus contrarios y fascinan a espectadores pasivos mediante programas de televisión paralizantes. Esto me recuerda el impacto de la propaganda de ISIS provocando el terror con sus abominables escenas de terror.
Sigue siendo la primitiva seducción de la vieja Babilonia, la madre de las rameras de toda la tierra, que con sus hechizos ha vuelto a rebrotar para imponer su viejo modelo Nimrod totalitario, mientras se encamina a su caída inminente ante el Deseado de todas las naciones, el Rey de Israel que viene a Jerusalén para reinar y establecer su reino mesiánico. Entonces todo dominio ideológico, y todo nombre que se esconde tras la diversidad antisemita será expuesto y sometido a su voluntad buena, agradable y perfecta.