La enseñanza de Pablo en la carta a los Efesios
(Segunda parte)
El evangelio ha creado un nuevo hombre reconciliado con Dios en un mismo cuerpo, matando las enemistades; ya no hay judío, ni gentil, esclavo, ni libre, hombre o mujer, porque todos somos uno en Cristo [1]. Pero esto, −una vez más hay que decirlo−, no anula la palabra dada por los profetas a Israel; no anula a Israel como pueblo. Ya hemos visto en Romanos que Dios no los ha rechazado, sino que está profetizada su restauración como nación y lo estamos viviendo en nuestros días.
Nosotros, gentiles, hemos interpretado que los judíos tienen que convertirse a nosotros, dejar de ser judíos, renunciar a su historia, sus pactos y promesas y hacerlo según nuestros patrones. Hemos invertido el orden. También hay que decir que en la primera congregación de Jerusalén algunos judíos fariseos que sí creyeron en Jesús como Mesías quisieron que los gentiles se hicieran judíos, se circuncidaran y guardaran la ley para ser salvos, es el conflicto que se trató en el primer concilio de Jerusalén en Hechos 15. En este concilio tenemos reunidos a los apóstoles, junto con la iglesia, para discutir si los gentiles debían guardar la ley de Moisés o no. El acuerdo fue que los judíos seguían guardando la ley y la circuncisión, pero los creyentes gentiles solo deberían abstenerse de ciertas cosas, como la fornicación, comer sangre y los alimentos sacrificados a los ídolos. Esto significaba que los judíos no debían suprimir la práctica de la circuncisión, celebrar el shabat y las fiestas del calendario judío, pero los gentiles no tenían que hacerlo.
En Cristo podemos encontrarnos; vivir en paz y reconciliados a pesar de nuestras diferencias. Hay un nexo de unión que es la cruz levantada en el Gólgota, que derriba las separaciones, las enemistades y levanta un nuevo hombre que se acerca a Dios en las mismas condiciones de necesidad recibiendo el mismo perdón, la misma gracia para poder aceptar al prójimo en esos mismos parámetros, y si fuera de otra manera, el amor debe prevalecer y dejar a Dios juzgar todo lo demás.
Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre [2].
La Historia nos vuelve a recordar que hemos vivido muy lejos de estas verdades fundamentales del evangelio. Que la cruz, −un lugar de unión, paz y reconciliación−, se convirtió en símbolo de persecución y muerte para los judíos, ¡que tremenda contradicción! El sembrador salió a sembrar y sembró buena semilla, pero un enemigo vino de noche y sembró cizaña contaminando el campo.
Siguiendo en Efesios, vemos que el apóstol Pablo dice a los gentiles: ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios…[3].
¿Qué significa con-ciudadanos? Ciudadanos juntamente con los que ya son nativos de un pueblo. En Cristo tenemos una nueva ciudadanía juntamente con el pueblo de Israel, el pueblo santo, apartado para Dios (Éxodo 19:5-6). Encontramos la misma verdad en los escritos del apóstol Pedro (1 Pedro, 2:9,10). Esta ciudadanía tiene una dimensión celestial y eterna aunque comienza su andadura en el tiempo, la historia, lo terrenal. Pablo hablando de ella dice que nuestra ciudadanía está en los cielos (Fil. 3:20,21), y los padres de la fe sabían que buscaban una patria celestial, la ciudad celestial, cuyo arquitecto y constructor es Dios (Hebreos 11:8-16). Está escrito: primero lo terrenal, después lo celestial (1Co. 15:40-49).
El Reino de Dios tiene dos dimensiones, una terrenal manifestada a Israel y una espiritual revelada por los apóstoles y profetas que apunta hacia una esperanza celestial y eterna. Ambas están íntimamente relacionadas, conectadas por el Espíritu de Dios. Cada ser humano tiene una parte terrenal y una espiritual inseparables y complementarias. El cuerpo terrenal resucitará y tendrá un cuerpo nuevo. De la misma manera Israel, según el profeta Ezequiel, saldrá a resurrección en su propia tierra en un tiempo de restauración que ya ha comenzado.
Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos. Por tanto, profetiza, y diles: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy el Señor, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío. Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo Adonai hablé, y lo hice, dice el Señor (Ezequiel, 37:11-14).
Además de haber sido hechos parte de la ciudadanía de Israel, el apóstol Pablo nos dice que ahora somos de la familia de Dios ¿Qué familia? La familia que escogió el Señor, Abrahán y Sara, para manifestarse a través de su descendencia a todas las familias y naciones de la tierra. Por tanto, si hubiéramos entendido que somos parte del mismo pueblo, de la misma ciudadanía y de la misma familia nunca hubiéramos perseguido o luchado contra nuestras propias raíces de fe y esperanza, dando coces contra el aguijón.
Es un sinsentido ser cristiano y estar en contra de Israel; ser creyentes en el Mesías y no apoyar la restauración, el resurgir y la resurrección de la descendencia de Abraham en su tierra para apresurar la venida (2P.3:12) definitiva del Mesías, cuando el pueblo de Israel le reconocerá como aquel a quién traspasaron (Zacarías, 12:10) y será admirado (2 Ts.1:10) por todos los que ya hemos creído en él. En definitiva, la esperanza de Israel es nuestra esperanza.
Para finalizar lo que el apóstol Pablo expone en la carta a los Efesios sobre el tema que estamos tratando, veamos una vez más lo que dice en el capítulo 3 y versículo 6. Que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio.
Ya vimos lo que significa coherederos, miembros del mismo cuerpo y copartícipes de la promesa. Ahora preguntémonos algo más. ¿Los herederos de la promesa, miembros del mismo cuerpo, que ya participaban de la herencia existían como pueblo antes de la venida de Jesús? O dicho de otro modo ¿La congregación de los hijos de Dios existía ya en el Antiguo Testamento o comienza de nuevo con la venida del Mesías y el día de Pentecostés? La respuesta parece obvia por todo lo que hemos venido diciendo hasta ahora.
Sin embargo, se nos ha enseñado que la iglesia comienza el día de Pentecostés con el derramamiento del Espíritu Santo, es decir, un nuevo pueblo, dando carpetazo al anterior, aceptando que Israel sí había sido el pueblo de Dios en la antigüedad, pero que ahora han dejado de serlo para dar lugar al nuevo pueblo de Dios que es la iglesia. Si eso fuera así no tendría ningún sentido todo lo que hemos estado estudiando sobre la enseñanza de Pablo en Romanos y Efesios acerca de nuestra incorporación a los pactos, las promesas y la ciudadanía de Israel. Para comprenderlo aún mejor vamos a examinar brevemente el concepto congregación o iglesia.
Notas:
[1] – Gálatas 3:28,29
[2] – Efesios 2:18
[3] – Efesios 2:19
Próximo capítulo: Analicemos el término iglesia
Para mi lo que quedo claro en ese primer Concilio es que los gentiles no estaban obligados a circuncidarse ni guardar fiestas pero que los judios si era como algo que no era necesario romper pero que tampoco se necesitaba observar por los que habían aceptado a Jesus como Mesías. Solo quedaba como observancia testimonial por vivir dentro de la nación judia. Los judios que vivian fuera no necesitaban guardar esos preceptos ya. Pablo circuncido a TIMOTEO para evitar problemas siendo de madre judia, pero no lo hizo con Tito que era griego aunque fue a Jerusalén a llevar a ofrenda y podía haberlo circuncidado para evitar rechazo pero no lo hizo. Yo creo que en Cristo judios o gentiles somos iguales y se pueden respetar esos temas externos sociales como el dejarse crecer el pelo los hombres para griegos estaba mal visto y para los judios el tenerlo largo era señal de consagración.
Creo que Dios desde el principio quiso tener un pueblo donde manifestarse al resto y lo hizo llamando a Abraham y haciendo una Alianza con el. Dentro de ese pueblo llego Jesus como Mesías y Salvador para consumar la obra de Redención la cual alcanza a judios y gentiles y por la cual vinimos a ser uno en Cristo y todo lo externo queda absorvido por la obra completa y consumada de la cruz. Nadie suplanta a nadie sino que somos un cuerpo en El para su gloria y alabanza. Por eso la analogía del olivo es muy clara, es espiritual y no contiene lo externo sino lo interno: la «sabia» no la «corteza». Los hombres siempre crean las divergencias donde no tiene sentido eterno sino temporal y eso no implica para Dios.