La enseñanza de Pablo sobre el misterio de Israel
(Primera parte)
La vida del apóstol de los gentiles es una de las más conocidas en el Nuevo Testamento. Si excluimos a Jesús, seguramente Pablo es de quien tenemos más datos biográficos en el escrito nuevo testamentario. Por ello sabemos que era un judío celoso de la fe de sus padres, y que siguió amando a Israel después de convertirse en el camino a Damasco. Llegó incluso a decir que «tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne…»
De Pablo se han dicho y mantenido escuelas exegéticas diversas. Por un lado, los judíos le acusaban de traicionar a su nación, y por otro, le han endosado el cartel de ser el verdadero inventor de la religión cristiana. Ambos extremos son erróneos e injustos. También, ya lo dijo el apóstol Pedro, muchas de las cosas que enseñó los indoctos las torcieron por la sencilla razón de no comprenderlas o hacerlo mal (2Pedro 3:15-16).
Verdaderamente hay algunas cosas en la enseñanza de Pablo que son difíciles de entender, a pesar de ello vamos a meditar por unos momentos en los pasajes donde aparece su enseñanza sobre el misterio de Israel y la controversia que suscita. Las dos cartas donde Pablo escribe sobre ello son Romanos y Efesios. No pretendo hacer un estudio exhaustivo de estas cartas, lo que haré será pararme en los textos que me parecen más relevantes para nuestro análisis. Tampoco pretendo comprenderlo todo, pero haré hincapié en aquellos aspectos que me parecen claros.
En la carta a los Romanos, después de explicar el lugar de la ley y la circuncisión, el apóstol se pregunta:
¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿O de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios. ¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios? De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito… (Rom. 3:1-4).
Primera deducción. A los judíos les fue confiada la palabra de Dios. Han sido ellos los que nos han transmitido el contenido de las Escrituras, sin ellas nunca hubiéramos conocido al único Dios creador de todas las cosas. Sin la fidelidad de Israel a los escritos de Moisés, los profetas y los Salmos nunca hubiéramos conocido el plan de Dios de salvación. Nosotros las hemos recibido de ellos y lo que hemos hecho en muchos casos ha sido despojarlos de sus Escrituras y apropiárnoslas nosotros, además de usarlas contra ellos. ¿Qué calificativo le podemos poner a esto?
Otra cosa. Si algunos de los judíos históricamente han sido desobedientes o incrédulos, ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios? De ninguna manera. Pablo vuelve a preguntar. ¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? Y la respuesta vuelve a ser: En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Sin embargo, la soberbia religiosa nos ha hecho pensar que nosotros, gentiles, por haber creído en Jesús y que nuestros pecados hayan sido perdonados, teníamos derecho a apuntar a los judíos como pecadores endurecidos y con ello dar lugar a acusarlos y condenarlos, ocupando el lugar de Dios. Esto mismo sirve para cualquier otra persona o pueblos. Dios no nos ha llamado a juzgar, sino a anunciar; sin embargo, la Historia nos enseña que lo hemos hecho en muchos casos, especialmente con los hebreos.
Siguiendo en la epístola a los Romanos, nos encontramos a partir del capítulo nueve que Pablo hace un paréntesis para meterse de lleno en la controversia de qué pasa entonces con el pueblo de Israel, que no aceptan la justicia de Dios por la fe, sino que mantienen la Ley como base de su acercamiento a Dios. Bien, lo primero que dice el apóstol de los gentiles es que les tiene un gran amor, tanto, que desearía él mismo estar separado de Cristo por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne (Rom. 9:3). Pablo les llama hermanos, no solo parientes según la carne, sino hermanos de fe, hijos del mismo Padre, a pesar de que comprende que están siendo desobedientes al evangelio, pero ello no les hace ser repudiados, sino hijos desobedientes y esta actitud concretada en un tiempo determinado, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles (9:25-26).
Pablo conocía las Escrituras y sabía que Israel es el primogénito de Dios (Éxodo, 4:22), que los profetas hablaron de Dios como Padre del pueblo hebreo (Jeremías, 31:9), por tanto, los judíos son hermanos y es lo que Pablo dice en Romanos. Jesús es el Unigénito Hijo de Dios, Israel es el primogénito.
Pablo dice que el pueblo de Israel son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuáles, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén (9:4,5). Una vez más pone el fundamento en la elección del pueblo de Israel como receptor de los propósitos de Dios.
La herencia de la fe que hemos recibido viene de los judíos. Como gentiles hemos sido incorporados al pueblo de Israel por adopción, a la gloria, al pacto, a la promulgación de la ley, al culto, las promesas, unidos a los patriarcas y sobre todas las cosas al Mesías, que nos ha sido dado por la herencia recibida en la línea genealógica del pueblo que Dios escogió para darles las promesas.
Luego habla de la extensión que Dios ha hecho en su misericordia para alcanzar no solo a los judíos, sino también a los gentiles, y pone como ejemplo el mensaje y la vida del profeta Oseas, donde se dice que llamará pueblo mío al que no era pueblo, y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, allí serán llamados hijos del Dios viviente (9:2426). Israel nunca ha dejado de ser pueblo de Dios, a pesar de que fueron desobedientes a la voz del Señor. Antes al contrario, somos nosotros los gentiles quienes antes no éramos pueblo y ahora hemos sido incluidos en el pueblo de los pactos.
El apóstol luego habla del remanente (9:27-29) que se ha mantenido fiel, porque es verdad que no todo el pueblo de Israel se ha mantenido fiel a las promesas y al cumplimiento de la ley de Dios. En muchos episodios de la Historia bíblica vemos que Israel se endurece, se aleja de los caminos de Dios y se deja contaminar con el sistema del mundo que le rodea, exactamente igual que ha pasado en diversos momentos de la Historia de la iglesia, sin embargo, la iglesia no ha dejado de existir, el Señor la ha edificado y siempre ha encontrado un remanente que ha mantenido la verdad del evangelio para que sea anunciado a todos los pueblos. Entonces, ¿por qué en el caso de Israel decimos que Dios lo ha rechazado y suplantado y en el caso de la iglesia comprendemos que se han superado esos momentos oscuros de su historia para volver a rebrotar? Nuestra propia teología nos apunta a nosotros mismos y nos delata por nuestra parcialidad.
Muchos en el pueblo de Israel tropezaron en la piedra de tropiezo que es Jesús (9:30-33), pero no fue un tropiezo para que cayesen, sino un tropiezo con un propósito de que la salvación alcanzase a los gentiles. ¿Que no entendemos este tipo de tropiezos? Pues eso es exactamente lo que dice el apóstol Pablo. Ya dijimos que hay cosas en su enseñanza que son difíciles de entender, pero el hecho de que no entendamos no significa que debamos torcer las Escrituras.
Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos. Y si su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena restauración? (Romanos 11:11-12).
Si hubiéramos entendido este mensaje hubiéramos procurado la restauración de Israel no su eliminación. Sí, me dirás, se ha intentado convertir a los judíos pero se han resistido y por tanto los hemos puesto en la disyuntiva de aceptar por la fuerza la conversión o la expulsión de los territorios cristianos. Ese ha sido nuestro método de provocarles a celo y procurar con ello mostrarles el amor que hemos recibido por gracia de su mismo Dios y Padre. Es fácil comprender por qué no hemos conseguido más éxito en nuestra labor, aunque comprendamos que hay un tiempo para cada cosa.
Nosotros hemos tenido celo pero no conforme a Dios, sino un celo carnal, lleno de soberbia y prepotencia para mostrarles nuestra superioridad en la fe. Lo que ha ocurrido históricamente es lo contrario, hemos tenido envidia en muchos momentos de los judíos porque hemos visto que prosperaban en muchos campos, y generaciones de cristianos perecían en la indigencia moral, social, etc. Pero como vivían en nuestras tierras, habían sido despojados de la suya y vivido como parias en todas las naciones por donde se extendieron, creímos ver en ello el derecho de expropiarlos, menospreciarlos, humillarlos y expulsarlos. No creo que el apóstol Pablo estuviera pensando en este tipo de métodos cuando habló de provocarlos a celos, el método que el apóstol usó con los judíos lo vemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, fue el amor por los de su nación, no el odio por su endurecimiento.
Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación… Porque a vosotros hablo, gentiles. Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles, honro mi ministerio, por si en alguna manera pueda provocar a celos a los de mi sangre, y hacer salvos a algunos de ellos. Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos? (Romanos 10:1; y 11:13-15).