Analicemos el término iglesia
La palabra iglesia es la traducción del griego ekklesia, que a su vez viene del hebreo Kahal. Ekklesia significa: «Reunión del pueblo», «una reunión de gente»; más ampliamente es «una reunión de ciudadanos llamados desde sus hogares a un lugar público».
Por su parte Kahal, la palabra que se usa en el hebreo y que se tradujo en griego por ekklesia, significa «congregación», «reunión» o «asamblea». Tenemos, por tanto, que la etimología de la palabra iglesia viene de la traducción al griego de la palabra hebrea Kahal.
Con esto en mente debemos concluir que la congregación de Dios (iglesia) ya existía en el Antiguo Testamento, por tanto, no es un organismo que se inicia en el primer siglo, sino la ampliación (injertados) del pueblo de Dios a todas las naciones por la fe en el Mesías, para venir a ser conciudadanos de los santos, miembros de la familia de Dios (que ya existía), edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también (gentiles) sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu (Efesios 2:17-22).
Para el apóstol Pablo no había separación en su servicio a Dios entre la fe que había recibido de sus mayores y la fe que ahora anunciaba, el cambio estaba en la revelación de la persona del Mesías, que ya había venido, y por su obra redentora era justificado sin las obras de la ley. Tampoco encontró diferencia entre la fe de tres generaciones en la familia de Timoteo. La fe de su abuela Loida, su madre Eunice y que ahora habitaba en el mismo Timoteo era la fe en el mismo Dios de Israel.
Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también (2 Timoteo, 1:3-5).
Para el diácono Esteban la congregación de Dios (Kahal/ekklesia) ya existía en el desierto, por tanto, en el primer siglo de nuestra era no nació una nueva entidad, un nuevo pueblo, sino que se estaban cumpliendo las profecías, y el Nuevo Pacto que Dios había hecho con la casa de Israel se había inaugurado con la llegada del Mesías prometido.
Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis. Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación (Kahal/Ekklesia) en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos… (Hechos, 7:37-38).
El salmista David alaba a Dios en medio de la congregación (Kahal/ekklesia) que ya existía en Jerusalén mil años antes de la llegada del Mesías.
Anunciaré tu nombre a mis hermanos;
En medio de la congregación (Kahal/Ekklesia) te alabaré.
Los que teméis al Señor, alabadle;
Glorificadle, descendencia toda de Jacob,
Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel.
Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido,
Ni de él escondió su rostro;
Sino que cuando clamó a él, le oyó.
De ti será mi alabanza en la gran congregación;
Mis votos pagaré delante de los que le temen. (Salmo, 22).
Si la congregación (iglesia) de Dios ya existía en el desierto y en días del rey David ¿por qué se ha traducido casi siempre en el Nuevo Testamento la palabra Kahal/ekklesia por iglesia y no por congregación? ¿Por qué ha venido a significar el término iglesia un lugar físico, una institución jerárquica, y no se ha mantenido como la congregación de los llamados fuera? Sin duda, hay diversas respuestas, una de ellas de carácter histórico, cuando en el siglo IV, y tras la supuesta conversión del emperador Constantino, la iglesia vino a ser una institución de poder y dominio, justificando una interpretación de las Escrituras en clave de jerarquía dominante, y la formación de un sistema religioso bien estructurado, controlado y manipulado por el clero que ahora se había convertido en los sucesores de los emperadores.
Para los primeros judeocristianos la llegada del Mesías no significó una nueva religión; ni el apóstol Pablo fue el inventor del cristianismo, como se le ha querido adjudicar. Más bien, lo que veían era el cumplimiento del mensaje de los profetas que se estaba cumpliendo ante sus ojos y de lo cual fueron testigos ante el pueblo de Israel. No puede haber separación entre Israel y el Mesías. No hay un pueblo del Antiguo Testamento y otro del Nuevo, como tampoco hay un Dios revelado a los israelitas y otro Dios manifestado a los cristianos. Es el mismo Dios, Dios es uno, manifestado en Tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Hasta ahora este tema trascendental nos ha dividido, como lo ha hecho aceptar la mesianidad o no de Jesús de Nazaret. A pesar de ello tenemos un futuro común. No puede haber separación entre Israel y el Mesías. Jesús es la culminación de las promesas de Dios hechas a los padres. Todo esto que nos puede parecer irreconciliable hoy por hoy, no lo fue para el apóstol Pablo. El mismo que dijo que prefería ser anatema, separado de Cristo, por amor a sus hermanos judíos, que dijo que Dios no ha rechazado a su pueblo; fue el mismo que en todas sus epístolas enseñó la centralidad de Jesús como piedra angular, es decir, su mensaje fue claramente Cristo céntrico, por más que a algunos de corriente mesiánica o judaica les parezca un énfasis desmedido. Todas las cartas de Pablo hablan de la unidad que existe entre Cristo y el creyente, así como el hecho de que por nuestra unión con Jesús estamos unidos a Israel, injertados en el buen olivo.
Si hay cosas que nos parecen difíciles de entender, incluso podemos ver contradicciones o desencajes con nuestra doctrina, Pablo no lo vio, afirmó una cosa y la otra: Israel es el pueblo de Dios, los gentiles han sido llamados a la ciudadanía de Israel y el Mesías es la piedra principal del edificio.
El nuevo templo lo componen tanto judíos como gentiles mediante un nuevo hombre que ha recibido la naturaleza divina y tiene el diseño en su interior del siglo venidero. Uno de los dilemas que aparecen en nuestros esquemas mentales es cuando nos preguntamos si la nación moderna de Israel, la que nació en 1948, son el pueblo de Dios y si lo son, cómo podemos aceptar que lo sean si no han venido a ningún culto evangélico para «recibir a Jesús como Señor y Salvador».
La pregunta que se hacen muchos dogmáticos es: ¿son salvos o no son salvos? Y, solo los salvos, dicen, son el pueblo de Dios. De lo que se deduce que el Israel actual no puede ser el pueblo de Dios hasta que hayan reconocido al Mesías de Nazaret, lo cual nos lleva irremediablemente al inicio de la teología que venimos refutando: La iglesia es el nuevo pueblo de Dios y ha substituido a Israel, es decir, la Teología del Reemplazo. Ahora hemos cerrado un círculo que para algunos puede ser un cuadrado que no puede echar a rodar en sus mentes. Debemos aceptar que hay misterios, preguntas sin resolver, aparentes contradicciones o caminos paralelos más que convergentes, «ahora conocemos en parte; pero entonces conoceremos como fuimos conocidos» (1 Co.13:12). «Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre» (Deuteronomio, 29:29).
Resumiendo. Lo que no debemos olvidar nunca es que la teología del reemplazo ha desembocado en antisemitismo y éste ha llevado a la muerte a muchos hijos de Abraham. Las cámaras de gas fueron la culminación de este proceso que aún no ha terminado. Tampoco debemos olvidar que nuestro país, España, es hoy uno de los países donde los medios de comunicación mayoritariamente tienen una línea editorial contraria a Israel, especialmente la izquierda española es pro árabe, y en muchos casos abiertamente antisemita, o judeófoba o anti israelí, en definitiva, contrarios al cumplimiento de las Escrituras. Pero, tristemente, también hay que decir que muchas iglesias evangélicas, con sus pastores a la cabeza, mantienen esta teología errónea con una actitud obstinada (que es idolatría) y contraria a apoyar a los hermanos pequeños de Jesús. El juicio a las naciones vendrá, en buena medida, por el trato dado a Israel (Mateo 25:40 y 45). Sobre este texto el comentario bíblico de Matthew Henry dice lo siguiente: «Tener la mira puesta en el Señor Jesús y hacer el bien a los prójimos viendo en ellos hermanos de Jesús (no se olvide que es muy probable que haya de entenderse aquí a sus hermanos de raza: Los suyos de Juan, 1:11)”».
Nos guste o no, aunque nuestra fe descansa en la Persona de Jesús y él es nuestra Roca firme, hemos contraído una deuda con nuestros hermanos mayores en la fe, los judíos. Pablo dice: «Mas ahora voy a Jerusalén para ministrar a los santos. Porque Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una ofrenda para los pobres que hay entre los santos que están en Jerusalén. Pues les pareció bueno, y son deudores a ellos; porque si los gentiles han sido hechos participantes de sus bienes espirituales, deben también ellos ministrarles de los materiales» (Romanos, 15:25-27).
El pueblo de Israel ha cometido muchísimos errores a lo largo de su historia. La Biblia nos enseña una gran parte de sus debilidades, y su personalidad como pueblo queda expuesta como la de ninguna otra nación. Cuando enfatizamos lo dañino de la teología del reemplazo no por ello queremos caer en el otro extremo, la teología, que podíamos llamar, del rechazo a la iglesia o el cristianismo.
Israel, en muchos periodos de su historia, ha pecado de soberbia por creerse mejor que los demás pueblos por el hecho de ser el pueblo elegido, ha abusado de su exclusividad y ha querido en ocasiones monopolizar la interpretación bíblica. No todo lo que enseña el Judaísmo tiene su base en las Escrituras, hay mucha tradición que puede ser buena pero no necesariamente revelación. En los días de Jesús se anulaba la Palabra de Dios con sus tradiciones y el Maestro expuso abiertamente sus errores, incluso fue controversial cuando parecía que rompía el shabat para «provocar» a las autoridades religiosas, o cuando usaba textos bíblicos en los que aparecen ejemplos de personas de otras naciones con mejor testimonio de fe que los judíos (léase la viuda de Sarepta de Sidón donde fue enviado Elías, o los muchos leprosos de los días de Eliseo y como fue enviado a sanar a un enemigo de Israel, Naamán el sirio) y que los enfurecieron.
A pesar de todo ello, nuestra restitución por el daño causado debería ser de tal magnitud que no alcanzaremos a compensarlo con cierta actitud desmedida a favor de Israel, su restauración y vivificación en su tierra. Por otro lado, es nuestra responsabilidad como creyentes en el Mesías no dejar de orar y apoyar en todas las formas posibles para consolar a Su pueblo.
Fin de la serie